XII
Verdad irrevocable
Arami palideció ante el exabrupto de Ryan. Él no la había mirado siquiera antes de marcharse. La destrozaba la idea de que pudiera haber hecho algo para disgustarlo. Su respiración se agitaba, sus ojos se fueron llenando de lágrimas mientras la figura fugitiva de Ryan se alejaba de ella. En cuanto desapareció de su vista, bajó la mirada incapaz de contener sus lágrimas dentro de las cuencas. Los demás no habían dicho nada hasta que Ryan desapareció, estaban tan desconcertados como ella.
—Bueno, serán asuntos importantes —comentó Tomás con desdén para restarle importancia—. Iré a por una bebida más —comentó con una sonrisa demasiado ancha.
—¿Arami, estás bien? —llamó Marisa en cuanto Tomás se alejó, estirando una mano hacia ella. Ella la miró vacilante. Marisa estiró los labios ligeramente en una sonrisa que Arami interpretó como compresión.
Cuando Marisa movió la cabeza indicándole el camino, descubrió que había interpretado bien su sonrisa. Marisa le estaba diciendo que se fuera tras él. Arami no esperó a que se lo reiterara. Se levantó de un salto de la silla y emprendió la salida. Se detuvo un instante ante el llamado de Marisa para que cogiera al vuelo la chaqueta que Ryan se dejó en el respaldo de su silla, y entonces corrió en su búsqueda. A su espalda escuchó el llamado de Tomás pero lo ignoró, esperaba tener ocasión de disculparse más tarde.
Se dirigió a la entrada mirando por todos lados. Los nervios le encogían el corazón ante la idea de no llegar a tiempo, pero al salir por la gran puerta del centro comercial, a la derecha de esta pudo verlo en el paso de peatones, y con la adrenalina llenando sus venas, echó a correr obedeciendo a la necesidad de alcanzarlo, justo cuando Ryan cruzaba la carretera al cambiar la luz del semáforo.
—¡Ryan! —llamó ella a pleno pulmón. Él se detuvo unos pasos más allá de la carretera. Se volvió despacio, como si no estuviera seguro de haber oído su nombre. Cuando la vió parada al otro lado de la carretera, algo cambió en su rostro.
Me ha seguido, no puedo creerlo. ¡Me ha seguido! repetía él mientras notaba acelerarle el pulso. Allí estaba ella, contemplandolo desde el otro lado de la carretera, respirando pesadamente y con el pelo ligeramente revuelto, evidencia de que había corrido para alcanzarlo.
—¿Te has ido por mi culpa? —gritó ella con lástima en la voz. Ryan lamentaba profundamente haberle hecho pensar aquello.
—No, por supuesto que no. Tengo trabajo mañana y… —trató de simplificar sin éxito agachando la mirada.
—¿Te encuentras bien?
—Sí —respondió encogiéndose de hombros.
—Tu respuesta no es coherente con tu expresión —replicó ella preocupada. Él no supo contestar, tan solo la observó con la congoja pintada en su rostro—. ¿Por qué te has ido?...
—No puedo estar ahí dentro, Arami —confesó a medias—. Tengo que irme —expresó indicando hacia el parque a su espalda. Quería estar a su lado, no había nada que deseara y anhelara más, pero no quería compartirla con nadie. Simplemente no podía soportar verla de ese modo con otra persona. Era superior a él. Ella agachó la cabeza un instante, cuando levantó la mirada con aires comedidos, y a pesar de la distancia que los separaba, Ryan notó un arrebol pronunciado en sus mejillas.
—¿Puedo ir contigo? —pidió levantando un hombro y ladeando la cabeza con timidez. Esa petición acababa de detener el corazón de Ryan. Ella lo miraba con tal intensidad que él podía ver cómo su castillo de naipes se terminaba por derrumbar a los pies de esa hermosa y misteriosa mujer.
—Sería un placer —afirmó con la emoción a flor de piel. Vió como la expresión preocupada de la joven se convertía en una sonrisa maravillosa de alivio.
Cruzó la calle con su andar danzarino, sosteniendo su mirada, obligándolo a contemplarla. Ryan recordaba todo lo que había sentido cuando ella estuvo en su casa sometiendolo a ese mismo embrujo. En el asfalto se oía el sutil taconeo de sus pasos, las luces de las farolas le conferían un halo maravilloso, parecía un ser etéreo dirigiéndose hacia él. En cuanto pisó su mismo lado de la acera, Ryan sintió invadirlo una tranquilidad maravillosa, como si le faltase una parte suya antes de que ella llegase y ahora estuviera completa. Sin embargo, esa tranquilidad por tenerla delante, contrastaba con la ansiedad de tenerla cerca y no atreverse a tocarla. Era como si estuviera delante de una princesa y él fuera un plebeyo indigno de ella, era una sensación de respeto hacia un ser superior. No le sorprendió sentirse así, al fin y al cabo, ella era demasiado para quién fuera. Aún así, se atrevió a saltarse los avisos y acercó unos pasos su cuerpo al de ella.
—He esperado mucho tiempo a que volvieras —musitó con la voz tocada por la intensidad de sus sentimientos.
—Y yo poder hacerlo —replicó ella en un susurro. Ryan se tomó un instante para apreciar sus facciones desde esa mínima distancia permitida. Se estaba sintiendo como un mancebo ante la experiencia del primer amor.
—Arami, no me marché por causa del trabajo —empezó a decir, queriendo sincerarse con ella.
—Lo sé. No había quien se creyera eso —repuso ella encogiéndose de hombros, Ryan sonrió apenado—. Por eso me preocupé.
—Lo siento.
—No, si me alegro. A razón de esa salida dramática puedo hablar contigo ahora. Antes no me parecía…
—Entiendo —la detuvo—. No era oportuno —facilitó él asintiendo. Ambos sostuvieron la mirada del otro. Podría llegar a ser incómodo para cualquier otro par de personas, pero ellos dos estaban completamente relajados inmersos uno en los ojos del otro. Entonces Ryan sintió la necesidad de explicarse. Aunque no sabía bien cómo hacerlo sin admitir la verdad—. Tomás me había hablado de una joven impresionante que conoció en el hospital, quería tener una cita informal con ella y su amiga —señaló—, y me convenció para venir a hacerle de soporte. Estaba feliz por él, de verdad. Pero luego te vi a entrar y… —expresó incrédulo—. Ya sé que no tenía por qué, pero me sentó como un puñetazo en el estómago —explicó desviando la vista de ella, apenado.
—Esa misma impresión es la que me había dado a mí —comentó ella con gracia. Ryan volvió a observarla, contento de verla sonreír.
—Creerás que soy un crío —calificó quedamente.
—Creo que eres humano —replicó ella—. Dicen que hay batallas que se ganan retirándose de ellas, tú hoy has tomado esa opción y respeto tu decisión. Tendrías tus motivos —zanjó. Ryan se la quedó mirando con renovado asombro.
—Te he echado de menos —expresó con fervor. Su afirmación era tan verdadera que Arami sintió palpitar su corazón. Al fin lo tenía delante. Como antes de que toda esa historia empezara. Aunque en aquella ocasión había una palpable diferencia. Ella era humana y él también. Aquella era la oportunidad con la que había soñado desde hacía tantos atardeceres. Una ocasión donde no obraran oposiciones sobre ellos, donde la cruel circunstancia que les impedía unirse estuviera muda. No obstante, sabía que no podía dejarse llevar porque era consciente de que esa quietud no era más que una pausa, una engañosa ilusión.
Aunque todo lo que los separaba estuviera en silencio en ese preciso instante, desde arriba los seguían vigilando implacables. Aunque no los viese u oyese, Arami sabía que permanecían en la sombra con los puños crispados sosteniendo las baquetas cual tamborileros, dispuestos a empezar un redoble atronador para así denunciar la falta que ella cometiera. La tenían marcada, señalada como la culpable de todo lo acaecido. Y tenían razones, porque fue ella quien con sus sucias pretensiones había corrompido a una valiosa entidad del reino. Un vil demonio con sueños de amor, algo antinatural e inaceptable. Ella no merecía a Ryan, y Ryan no se merecía a alguien como ella rondando su entorno. Un escalofrío de desolación recorrió su cuerpo al pensar en todo lo que ella sabía y Ryan ignoraba. Porque mantenerse lejos de él será mucho más duro de lo que pensaba al no poder darle las explicaciones que él merecía.
—Te he traído la chaqueta —la extendió tratando de desviar su atención—. Bueno, en realidad Marisa me la dio para traerla. Yo ni siquiera la había visto —balbuceó desviando la mirada.
—Ehm, muchas gracias. Yo ni siquiera la recordaba —dijo poniéndosela—. Tal para cual, eh...
Arami lo miró arrobada. Esa simple frase la hizo sonreír al instante a pesar de su inminente caída en los pesares. Ryan era un ser mágico y excepcional. Aunque conocía sus deberes, no podía negar ese deseo intenso de olvidarlo todo y acunar su rostro en las manos, abrazarlo y que él la abrazara. Quería dar un paso hacia él y salvar la mínima distancia que había entre ambos. Un nudo se agolpó en su garganta ante la lucha de su interior. Apartó la mirada para que él no notara sus ojos cristalizados por la tristeza de saberse tan lejos de él a pesar de estar al absurdo alcance de su manos. Echó a andar adentrándose en el parque de Doña Casilda para apartarse de él y de sus descarriados deseos.
—¿Y por dónde has estado? —quiso saber él acoplándose a sus pasos de inmediato.
—Ocupándome de unos asuntos de trabajo.
—Déjame adivinar. ¿Confidencial? —advirtió con una sonrisa traviesa. Ella lo miró de soslayo y sonrió a su pesar. Se sentía como una chiquilla humana abrumada ante la personificación de sus ideales del amor—. Lamento que la última vez no hayamos podido hablar. Para cuando acabó el funeral, ya te habías ido —mencionó Ryan metiendo las manos en los bolsillos para mantenerlas a raya.
—Lo siento. Tenía otros menesteres de los que ocuparme —repuso ella, cavilando sobre el día del funeral, Ryan la había visto allí. Aquella fue la última vez que las circunstancias burlaron las normas y él pudo verla.
—Lo entiendo. Aunque podrías haberte acercado. Hubiera preferido tenerte a mi lado en aquel momento.
—Supuse tu ingente tristeza arropada por esas personas que formaban parte de tu vida y la de tu madre —replicó ella según su entender.
—Arami, tú me acompañaste durante el momento más duro de mi vida, y aunque aún no sé explicar cómo pasó, créeme si te digo que eras la única persona con la que quería estar en aquel momento —manifestó vehemente. Arami lo observó consternada.
—Lo siento mucho —repitió. No estaba haciendo más que disculparse con él esa noche—. Pero tuve que irme —agachó la cabeza con pesar—. Ya había cometido demasiadas infracciones… —señaló en un hilo de voz.
—Eso ya da igual —desdeñó él pasando por alto el comentario de las infracciones—. Lo que importa es que ahora estás aquí —manifestó sonriendo feliz—. Y hablando de estar aquí, ¿quieres contarme cómo es que has acabado en el hospital? He oído historias, pero me gustaría saberlo por tí.
—He tenido un percance en el trabajo —simplificó ella rehuyendo su mirada.
—Tomás dijo que te habían atracado —repuso él dudoso.
—Bueno, él y Marisa no habrían entendido las circunstancias de mi trabajo y sus consecuencias. Así que les conté una mentirijilla —contó con una mueca de disculpa.
—¿Y a mí me lo cuentas porque puedo entenderlo? —replicó él con una mueca divertida. No había nada más complicado que las historias de esta chica y ella creía que él podría entenderlas.
—No espero que las entiendas. Es solo que confío en ti —otorgó ella. Ryan sonrió complacido al oírla decir aquello.
—Me he enterado también de que te volviste a meter en líos antes siquiera de recuperarte del primer incidente. Aunque fue una heroicidad admirable, no dejó de ser un acto temerario —advirtió. Ella lo observó con resignación.
—Tenía que hacerlo. Tú también lo habrías hecho en mi lugar —defendió. Arami aún se sentía susceptible de ir en busca de los humanos repugnantes que pululaban en el mundo. Pero Baraquiel tenía razón, no podía tomarse la justicia por su mano. El mundo
y sus habitantes tenían sus propias normas
y debe respetarlas.
—Lo sé —musitó él. Entonces una lamparita se le encendió en la cabeza al percatarse de algo esencial—. ¿Oye, si estás de baja y estás aquí, es porque vives por aquí? —preguntó esperanzado.
—Sí. Temporalmente —señaló con determinación.
—¿Y dónde estás viviendo? —consultó con sumo interés.
—Marisa me acogió en su casa.
—¡Eso es genial! —festejó tratando de comedir su felicidad. Ella comprendió su reacción, ella misma estaba feliz de tenerlo tan cerca, pero era dolorosamente consciente de que había un abismo entre ellos y por ello jamás podrían alcanzarse. Las prohibiciones que latían en su mente y su sangre mantenían abierto este profundo abismo. De nada le servía estar tan cerca de él—. ¿Cuánto tiempo puedes quedarte? —consultó el aproximándose a ella. Ella notó su acercamiento y con disimulo echó un paso hacia el lado contrario.
—No lo sé —replicó con la esperanza de que fuera el mínimo tiempo posible y no el tiempo real de humanización de un ángel—. Estoy esperando que me readmitan pronto —admitió. Ryan la observó con los ojos entornados.
—¿Readmitirte? —preguntó confuso. Arami trató de encontrar las palabras correctas.
—El hecho de que esté aquí se trata de una penitencia a pagar tras cometer un error —explicó con cuidado ante la mirada atenta de Ryan—. Básicamente se trata de arreglárselas uno mismo sin la ayuda providente de los superiores durante un tiempo determinado por ellos —explicó observando ante ella el ejemplo más longevo de esa penitencia—. Yo espero, que por mi condición, hagan una excepción y me dejen volver enseguida —aseveró.
—¿Qué condición? —solicitó Ryan dando en la diana con la pregunta. Arami desvió la mirada de la suya y siguió su camino. Ryan apretó los labios comprendiendo su imposibilidad de contestar a ese cuestionamiento y la alcanzó.
—Ha sido una explicación muy ilustrativa, gracias —aplicó sonriendo ante su propio sarcasmo—. Y, ¿qué tal en casa de Marisa? ¿Cómo os va como compañeras de piso?
—Ha sido muy amable desde el principio —sonrió tranqulizandose por el cambio de tema—. No sabía cómo agradecerle semejante bondad, hasta que descubrí que podía tocar el piano. Ahora le ofrezco conciertos cuando llega del trabajo —agregó distraídamente como una anécdota inocente.
—¿Has dicho, descubrir? —apuntó Ryan haciéndola reaccionar.
—Sí, creía que se me daba mal y resulta que lo hago bien —simplificó encogiéndose de hombros para salir del paso.
—Eso es genial. Me encantaría escucharte tocar —expresó. Arami se limitó a sonreír, de repente avergonzada—. Tiene que ser tan maravilloso, como lo eres tú misma —elogió.
A Arami ya se le hacía difícil mantener su mirada sin acabar sofocandose con la vorágine sentimental en la que estaba atrapada, por ello su situación empeoraba cuando Ryan concentraba en ella toda su atención. No era culpa suya, Ryan no era consciente de que con ello la torturaba sin pieda, porque no había nada que quisiera más que ser el objeto de su atención sin reticencias. Era difícil actuar de modo indiferente cuando toda su voluntad amenazaba con traicionarla. No obstante, el hecho de que la mirada de Ryan haya encontrado en ella su lecho de reposo, le causaba un regocijo de inconmensurable magnitud. Nunca había experimentado tales sensaciones en su existencia, ni con tal intensidad como lo hacía con su humanidad. Ahora sabía lo que eran los nervios al no saber qué hacer, el vértigo en el estómago al emocionarse por algo. La corriente eléctrica recorriendo su cuerpo, calentando la sangre, acelerando su corazón. Pero también aprendió lo doloroso de la lucha contra sus sentimientos a favor del deber.
Seguían adentrándose distraídos en el parque, a paso suave, sin preocuparse de nada más que estar allí juntos.
—Yo, he estado un tiempo lejos de aquí —empezó a contar él. Arami sintió una desmesurada ternura hacia su inocente relato, ignorante de que ella estuvo allí con él todo el tiempo—. Me fui pensando que ya nada me ataba a este lugar. Estuve mucho tiempo tratando de encontrarme bien en cualquier otra parte. No me fue nada bien. Y entonces empecé a echar esto de menos —observó su alrededor como un simbolismo hacia su casa. Arami recordaba sus innumerables improperios maldiciendo el lugar donde estaba o las lágrimas de nostalgia en los atardeceres—. Acabé comprendiendo que a pesar de que mi familia ya no estaba, siempre tendría aquí mi hogar, el que ellos construyeron para mí. Así que entiendo lo que estás sintiendo ahora al verte lejos de casa —agregó. Arami asintió agradeciendo su empatía. Pero una profunda tristeza se apoderó de ella al oír sus palabras. Ella no estaba deseando regresar porque eche de menos su hogar, si no porque debía cumplir una misión vital. Hogar era un término que para ella no tenía destino, ni paradero.
—Un hogar... —construyó ella—. No son las paredes ni los muros que sostienen el techo sobre tu cabeza, es el lugar donde te sientes bien. A salvo. Apreciado. Aceptado —musitó al final. Y eso era justamente lo que ella no tenía. Dirigió la mirada hacia Ryan notando su escrutinio—. Celebro que lo tengas —añadió arreglando el semblante.
—Sí, he tenido suerte —combinó él con reservas, había notado su pesadumbre al hablar. Mientras seguían andando, Arami sacó una de sus manos del bolsillo de la chaqueta para recolocar unos mechones rebeldes de su precioso cabello. Ryan atisbó nuevamente las vendas alrededor de sus manos—. ¿De qué es la venda de la muñeca? —señaló.
—¿Cuál de ellas? —preguntó ella levantando ambas muñecas ataviadas con vendas.
—¿Es que eres propensa al traumatismo? —bromeó Ryan consternado.
—Esto es tendinitis —aclaró riendo quedo—. Del piano. Se pasará —desdeñó.
Ryan no podía estar más relajado al lado de la mujer dueña de sus ojos. Sin embargo, había una molesta espina de duda en su mente estropeando el momento. Aunque acercarse a ella era lo que más deseaba, lo retenía la idea de que no lo correspondiese porque ya correspondía a alguien más.
—Arami, Tomás y tú… ¿Hay algo entre vosotros? —lanzó la pregunta sintiéndose invasivo, pero no podía contenerse más, debía saberlo. Arami lo miró confusa.
—¿Te refieres a una relación de pareja? —formuló ella con duda.
—Ehm. ¿Es así?...
—No —contestó con tranquilidad—. Somos, amigos —caviló. Según su base de datos sobre relaciones sentimentales, lo que sentía por el médico que la ayudó a curarse era una estima profunda, y su relación se resumía en la amistad. Ryan festejaba por dentro. Sus ideales de amor estaban cada vez más cerca y parecían cada vez menos imposibles.
En ese momento empezó a caer una llovizna de gotas casi imperceptibles. En la luz naranja proyectada por las farolas se podían apreciar su suave caída, como tímidas lágrimas del cielo. Ella miró hacia la aureola de luz al sentir las gotas en su rostro. Estas fueron perlando sus facciones, ponsándose en sus pestañas arqueadas, en sus pómulos rosados, en su naricilla de punta redonda, en sus generosos y perfilados labios rojos, adornandolo todo como diminutas lucesitas de navidad resaltando su belleza sobrehumana, haciéndo a Ryan envidiar el privilegio de tocarla. Ella sonrió maravillada al ver aquel sublime espectáculo y Ryan sintió encontrar la medicina instantánea y definitiva contra todos sus pesares. Si con solo su mirar lo embrujaba, con esa sonrisa lo dejó directamente fuera de combate. Estaba impaciente por descubrir lo que ocurriría si la tocaba.
Arami volvió el rostro hacia él manteniendo su sonrisa de encanto. A contraluz, la farola iluminaba el contorno de su cuerpo, confiriéndole un halo angelical. Sus ojos de mar profundos, envolvieron los suyos con una intensidad abrumadora. Tras un instante y poco a poco, su sonrisa fue convirtiéndose en una mueca que Ryan no supo describir. Ella se lo quedó mirando con la misma intensidad, con los labios entreabiertos, la respiración alterada, sin percatarse de su propia expresión. Hasta que sus ojos centellearon débilmente y Ryan comprendió que ella estaba en medio de una lucha interna, el tormento desatado en su interior empujaba las lágrimas nerviosas hacia afuera mientras ella trataba de retenerlas. Su postura se volvió rígida. Sus labios entreabiertos eran un punto intermedio entre decir algo que quería y no podía. No comprendía de dónde venía tanta certidumbre, pero estaba seguro de saber lo que le ocurría, de conocer el motivo de su tormento. O al menos debería. Solo que no lo recordaba.
Su corazón bombeaba con violencia cuando un ardor se inició simultáneamente en su pecho y su espalda causando aún más confusión en él. Ryan dio un paso para acabar con el ridículo espacio que lo separaba de ella. Ella, a su vez, permaneció en su sitio, manteniendo su mirada en él. Estaban ya solo a un palmo de distancia y Ryan sentía hormiguear su piel. La tenía tan cerca que tuvo que agachar la cabeza para seguir mirándola y ella inclinó la cabeza hacia arriba clavando sus ojos maravillosos en él. Eran como dos piezas hechas para encajar a la perfección. Solo debían encontrar el anclaje que los haría uno.
Ryan sentía escaparse el aire de su cuerpo. Arami inspiraba con dificultad. Ambos estaban sofocados por el embeleso provocado ante la cercanía del otro. Al momento, Ryan percibió palabras fluyendo en su interior, palabras que brotaban desde lo más hondo de su ser, de una grieta que se abría y estas iban escapando de allí presurosas. Fue como si su conciencia, encarcelada hacía tanto tiempo, de pronto irguiese la cabeza y a través de la grieta alcanzara a verla a ella, a Arami, y reconociendola empezase a pegar gritos que él no llegaba a comprender. No obstante, sentía cuán importante era lo que trataban de decir esas palabras, por tanto trató de escuchar sus palabras, las que desesperado pronunciaba su "yo" enjaulado en el olvido.
Al fin atisbó una frase. Se trataba del anclaje que necesitaban, la unión que los juntaría para siempre. Con una certeza irrefutable como combustible, llevó sus manos donde los puños crispados de Arami causándole un leve temblor al tocarla. Ryan buscó sus dedos, palpó y la acarició con delicadeza persuadiéndola de aflojar las rocas en las que convirtió sus manos. La mirada de Arami se iba tornando cada vez más pasto de las lágrimas mientras las palabras se abríam paso desde el interior de Ryan, decididas a hacerse oír, agolpandose en su garganta, oblogandolo a pronunciarlas.
—No temas... Ahora estamos juntos... Lo sabemos… —aseveró. No tenían ningún significado para él, hasta ver el bello rostro de Arami sufrir un cambio brusco al oírlas. Sus ojos se desbordaron, sus labios se ahuecaron de la absoluta impresión, sus facciones se contrajeron, todo porque esas palabras tenían significado para ella. Arami lo miró de otra manera, como si en ese momento estuviera reconociendo a alguien en él, alguien que hasta ese momento no estaba allí a pesar de ser el mismo cuerpo. La rigidez de su cuerpo desapareció al instante y aflojó los puños prietos entre las manos de Ryan, él, con cautela, fue deslizando sus manos en las de ella hasta tocar sus palmas, las percibió cálidas a pesar del frío y suaves como el terciopelo. Arami seguía mirando dentro de sus ojos, como si acabase de ver a alguien a quien esperaba desde hacía mucho tiempo. Ryan aferró sus manos pequeñas y las depositó sobre su pecho, sosteniendolas junto a su corazón. No podía conmensurar la dicha que lo inundaba en ese momento. Y tal vez por esa misma razón, no lo vio venir.
En el instante en que Arami se disponía a pronunciar algo, Ryan volvió a sentir aquel ardor intenso en su cuerpo. Su pecho y su espalda estaban siendo presas de un incendio, un fuego puro e implacable. El dolor causado era de tal magnitud que sus músculos respondieron tensándose y sus sentidos se bloquearon. Su cabeza era presa de una presión tan intensa que amenazaba con estallarla. Parpadeó repetidas veces pues estaba perdiendo la visión de Arami delante suyo, como si la estuviera viendo a través de una columna de fuego. Empezó perdiendo las fuerzas en los brazos, estos solo no cayeron a los lados porque sus manos estaban sujetas entre las de Arami que lo observaba asustada y preocupada, sin embargo, cuando las piernas le fallaron y empezó a caer, fue el horror el que se apoderó de ella. Ryan podía oírla llamarlo desesperada, pero no podía reaccionar, no podía controlar su propio cuerpo, y entonces cayó de rodillas delante de ella. Para entonces ya la oía lejos. En su mente se encontraba en otro lugar, forcejeando contra el dolor lacerante bajo su piel. Un río de lava ardiente recorría sus venas en lugar de sangre devastándolo todo. Empezó a temblar y cayó de lado. Tumbado en el suelo frío y mojado, con Arami acuclillada a su lado sollozando asustada, trató con todas sus fuerzas hablar con ella.
—Herranz —nombró con suma dificultad—. Llama a Jon —articuló luchando con la presión..
Arami lo entendió y rápidamente buscó el móvil en la chaqueta de Ryan. Al apartar las solapas de su pecho, pegó un respingo por el tremendo calor que emanaba de él. Palpó deprisa hasta dar con el aparato y luchando contra el temblor nervioso de sus manos, buscó el nombre de Herranz entre los contactos. Presa del miedo al no comprender lo que ocurría, marcó y llamó .
—Ryan, dime —atendió el doctor.
—No, no soy Ryan. Él no puede hablar —dijo ella presa de los nervio—. Está, está ardiendo —soltó con franqueza con la voz tocada por el pánico—. Se ha caído al suelo y no sé cómo ayudarlo. Me dijo que lo llamara a usted —explicó esperando que eso bastara.
—Tranquila. Iré para allá. ¿Dónde estáis? —apremió.
—En un parque en la ciudad de Bilbao, delante de un Centro Comercial llamado Zubiarte.
—¿Dime en qué parte del parque estáis?
—Estamos cerca de una fuente muy grande, rodeada con una valla baja.
—Ya sé donde es, llegaré lo más rápido que pueda.
Arami colgó la llamada y dejó el móvil en el suelo. Se quitó el abrigo, lo enrolló a modo de cojín y lo colocó debajo de la cabeza caliente de Ryan. Él seguía temblando y su cuerpo estaba tan caliente como las brasas de una hoguera. Arami le pasó la mano por el pelo, acariciando su frente ardiente.
—El doctor viene ahora mismo. Te pondrás bien —susurró todo lo tranquila que pudo parecer tomando su mano caliente.
Arami no soportaba verlo sufrir y que ella estuviera allí a su lado sin poder hacer nada. Durante más de treinta años lo acompañó, cuidó y protegió, sin embargo, sufría sobremanera por no poder pasarle la mano cuando su martirio lo abordaba, deseando con todas sus fuerzas poder contenerlo entre sus brazos, como hacían los humanos. Y en ese momento, aún con su humanidad, no era capaz de hacer nada por él.
La angustia desbordaba de sus ojos ante la idea de perderlo. Había convertido los ojos azules de Ryan en su morada, no había otro lugar en el que pudiera desear vivir. Sentía derretirse cada vez que él pronunciaba su nombre con esa voz tan penetrante. Saberse capaz de respirar su mismo aire la llenaba de una dicha desmesurada, por el simple hecho de poder compartir ese privilegio con él. Entonces se recordó su conversación con él sobre el hogar. Definitivamente ella tenía uno. Su hogar era él. Ryan era su hogar.
—Ryan... —exhaló con un sollozo, acercando su rostro al de él. No reaccionaba a su llamado, no hacía amago alguno de oírla. Tan solo respiraba apesadumbrado e inquieto, exhalando entre temblores un aliento ardiente. Arami absorbió ese aire, sintiendolo avanzar cálido por su pecho hasta depositarse en sus pulmones—. No me dejes, Ryan. Por favor —pidió en un hilo de voz apoyando su frente sobre la de él—. No otra vez —lamentó. Deslizó la mano por su mejilla, y dejándose llevar por el arrebato, acercó sus labios a los de él y los posó con suavidad, besando sus labios inertes. Permaneció allí todo el tiempo que pudo para retener en su memoria la sensación de los labios de Ryan unidos a los de ella, llevando a cabo el definitivo y tan genuinamente primitivo gesto del amor. Absorbiendo con ello la esencia de su amor prohibido, maravillándose con la sensación de acercarse a él sin que obraran oposiciones circunstanciales creadas por sus propias naturalezas.
El doctor Herranz llegó frenando la carrera al lado de ambos. Se arrodilló junto a Ryan
y depositando su maletín en el suelo, extrajo
un estetoscopio. Sin mediar saludos, consultó el estado de conciencia del paciente a su acompañante mientras se colocaba el aparato en los oídos. Arami, afirmó que Ryan estaba inconsciente mientras se apartaba para dejar trabajar al doctor.
El doctor tocó la frente de Ryan y bufó. Buscó en su maletín y sacó unas tijeras. Arami se sobresaltó al verlas. Herranz, sin embargo, procedió a cortarle la camisa con cuidado, separando la tela del pecho de Ryan a medida que lo hacía, para evitar tocarle la piel ardiente. En cuanto el doctor descubrió el pecho de Ryan, Arami soltó todo el aire de sus pulmones. Quedó estupefacta con lo que sus ojos humanos veían, sin embargo, al mismo tiempo, su mente atraía imágenes parecidas a esas dadas en las mismas circunstancias, con la misma víctima del horror. Una vez más el pecho de Ryan era como una lámina transparente debajo de la cual recorrían unas lenguas llameantes virulentas, como si buscaran salir de su aprisionamiento con auténtica desesperación.
—Ayúdame a girarlo —pidió el doctor— Sujétalo mientras corto la ropa. —Una vez acabó de cortar las prendas por la espalda, cada uno tiró de un lado. Tumbaron a Ryan boca arriba nuevamente, el suelo mojado soltó vapor cuando la espalda ardiente de Ryan se apoyó sobre él—. Su temperatura es demasiado elevada. Este cuerpo no aguantará mucho más. Hay que conseguir enfriarlo y rápido —advirtió el hombre. Arami lo miraba atenta a sus palabras. Herranz era una eminencia como médico humano, pero como médico de ángeles, era un verdadero portento. Y aquello era cierto, el cuerpo humano de Ryan podría verse colapsado con tales temperaturas. Ningún humano estaba preparado para un incendio interno así, podría acabar sufriendo una muerte horrorosa. Eso que los humanos llamaban, muerte por combustión espontánea. Y una vez el cuerpo moría, el alma del ángel acababa perdido en el limbo.
—¡El estanque! —apremió Arami. El doctor la miró y asintió.
—Estupendo. Pero debemos llevarlo hasta allí —observó el panorama frotándose la barbilla.
—Nos cubrimos con las chaquetas —sugirió ella adivinando la duda del doctor—. Lo soportaremos.
—Adelante —resolvió él.
Herranz de un lado, Arami del otro. Cubrieron sus manos con las mangas de sus chaquetas para levantar a Ryan del suelo. Se colocaron las capuchas de sus abrigos
y se echaron al hombre inconsciente al hombro. Empezaron la marcha notando
ya desde el primer paso la dificultad. Entre el peso desmesurado de Ryan y el calor insoportable que emanaba su cuerpo, la travesía por el sendero cementado hacia el estanque, se auguraba arduo. Aunque les costó sudor y dolor llegar hasta allí,
una vez en el estanque, tuvieron que redoblar el esfuerzo para poder introducir a Ryan en el agua mientras la llovizna se hacía más intensa. Ambos pasaron por encima de la pequeña barandilla de metal que rodeaba el estanque y se metieron sin vacilación en el agua helada que les llegaba hasta las rodillas. Herranz, resoplando, sostuvo a Ryan sólo mientras Arami le levantaba los pies para pasarlo por encima de la barandilla. Otra vez juntos, empezaron a tumbar a Ryan despacio introduciéndolo en el agua, esta emitió un largo chasquido al entrar en contacto con su piel ardiente, como si se tratara de una barra de hierro candente al introducirla al agua.
Tanto Herranz como Arami estaban exhaustos y acalorados por el esfuerzo de transportar al armario humano que era Ryan y por el calor terrible que emitía su cuerpo, por ello en un primer instante agradecieron el contacto con el agua helada del estanque, sin embargo, los minutos pasaban mientras sujetaban a Ryan agachados sobre él, soportando su peso para que no se le hundiera la cabeza en el agua. El frío volvió a atacarlos poco a poco, calándolos hasta los huesos. En circunstancias normales, no se debía echar a un enfermo con tan elevada temperatura en agua fría, podría causarle
un colapso y matarlo, sin embargo era de sobra sabido que Ryan no formaba parte del círculo de los "normales", además de ser
un chico con suerte, pensaba el doctor Herranz mientras sujetaba a Ryan, debido al hecho de que no pasó por allí ni una sola persona desde que llegó, o más que suerte era una bendición, habría sido difícil explicar qué hacían en el estanque, sumergiendo a una persona inconsciente en el agua helada. El frío se tornaba cada vez más intenso a medida que los minutos transcurrían
y las finas gotas de lluvia caían cada vez con mayor persistencia atraídas por la ventisca, pareciéndose a pequeñas púas que se les clavaban en el rostro.
—¿Lo notas? —preguntó el doctor a Arami con una sonrisa y la voz cargada de alivio notando que la temperatura de Ryan bajaba gradualmente.
—Gracias al Padre —exhaló ella.
—Tres minutos más y lo sacamos —decidió el doctor.
—¿Será suficiente? —cuestionó Arami observando a Herranz suplicante.
—Debe serlo, porque si no salimos enseguida, acabaremos con signos de hipotermia y seremos nosotros quienes necesitemos de ayuda.
Al transcurrir el tiempo establecido, incorporaron a Ryan. Con esfuerzo lo volvieron a cargar a los hombros. Una vez fuera del estanque, recostaron a Ryan en
un banco de madera y el doctor fue a por su maletín hasta donde había encontrado a Ryan. Arami se sentó sobre sus piernas poniéndose a la altura de Ryan. Titubeando
un poco, levantó su mano hacia él para tocarle la frente. Cuando lo hizo, suspiró de alivio notando que definitivamente su temperatura había bajado radicalmente. Sonrió emocionada al poder tocarlo sin quemarse. Pensó en cómo se sintió cuando se quemó la mano al tocarlo antes, los recuerdos que la inundaron fueron más dolorosos que cualquier laceración que pudiera haberse hecho. Se quitó la chaqueta
y cubrió el pecho desnudo del enfermo con ella.
—Tienes que ponerte bien —musitó implorante—. Necesito que vivas. Te necesito para vivir —volvió a tocar su rostro—. Cualquiera que me oiga me acusaría de egoísta —pronunció con reproche.
—Creo que ni siquiera sabes lo que eso significa —irrumpió Herranz detrás de ella. Arami se volvió hacia él y se encontró con su mano tendida hacia ella. Cogió su mano para levantarse—. Es un honor conoceros al fin, señora —saludó el doctor con solemnidad
y besó la mano de la joven. Ella, al no creerse digna de tanto respeto, retiró la mano y agachó la mirada.
—El honor es mío, por tener ante mí a un ser humano tan distinguido. Ojalá hubieran sido otras circunstancias las que nos reunieran.
—Lo mismo digo. Pero, tranquila, él se pondrá bien. Hemos actuado rápido
y sabemos que Ryan es un chico fuerte —tranquilizó—. No obstante, he notado algo interesante con todo esto —acotó con seriedad. Arami lo miró expectante al notar su tono—. Tengo entendido que Ryan ya había sufrido otro incidente, cuando tú estabas a su lado. Igual que hoy —habló sin rodeos. Arami sintió la alarma tensar su cuerpo.
—¡¿Está diciendo que yo soy la responsable de lo que le ocurre?! —formuló asustada.
—Responsable, no. Desencadenante, tal vez —habló el hombre con franqueza. Arami sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. Herranz notó su afectación
y apoyó una mano en su hombro—. Pero eso no quiere decir que sea algo negativo, porque sabemos de sobra que en algún momento esto iba a ocurrir. Ninguno sabíamos cómo, pero sí que iba a ocurrir —aclaró—. Las circunstancias se dieron así, contigo aquí para bien o para… —dejó la frase sin acabar—, así que estaremos con él para acompañarlo en este duro proceso.
—Desearía tener un temple como el suyo, doctor.
—Me llena de orgullo oír eso de ti.
—¿De mí? —refutó— ¿Un ser indefinido que para más, fracasó en su cometido?
—Yo prefiero definirte como un ser de contrastes. Una valerosa guerrera que luchó incansablemente y que lo sigue haciendo sin sus armas —alabó Herranz.
—No me merezco su admiración, doctor —objetó ella.
—Permíteme dudarlo.
Arami volvió desviar la mirada. No soportaba que la alabaran, porque estaban enalzando a un ser que ya no existía. Que se había muerto el día que se alzó contra su amado Padre. Si había vuelto a casa no había sido por sus méritos, sino porque el Padre la perdonó, sin embargo ella nunca más sería la misma de antes de la caída. Y que en alguna época ostentara la etiqueta de "demonio inmaculado" no era, ni sería jamás, algo digno de admirar. Sin embargo, ella siempre respetó la opinión de todo ser, aunque discrepara de él, como en ese momento con el doctor. Además, él era un humano al que apreciaba profundamente, por haber sido como un padre más para Ryan.
—¿Debería alejarme de él entonces? —consultó mirando a Ryan, temiendo la respuesta—. No quiero causarle ningún daño.
—Falta menos de un mes para que se cumplan sus treinta y tres años de humanización. Todo lo que le pase a Ryan a partir de ahora, no se podrá evitar, lo que deba ocurrir, ocurrirá.
—¿Pero, y si lo que le ocurre con tanta brusquedad y potencia es porque yo estoy cerca? ¿Y si alejándome de él consigo que sufra menos? —cuestionó con un timbre desesperado.
—Arami —llamó el doctor poniendo una mano en su hombro—, vosotros tenéis un vínculo fuerte —Arami se tensó bajo el toque de Herranz al oír esa afirmación—. Es de esperar que incluso si te fueras a vivir a la luna, Ryan sintiera tu cercanía por el simple hecho de que tu estarás pensando en él. Y el que duerme dentro de él, no dudaría un segundo en ir a buscarte cuando despertara.
En ese momento, Ryan se removió inquieto en el banco. Ambos se apresuraron a atenderlo. Ryan construía muecas de dolor, y apretaba los ojos meciendo la cabeza, mientras Arami y Herranz trataban de hacerse oír.
—¿Doctor, qué le está pasando? —preguntó Arami alarmada.
—Está teniendo una de esas pesadillas que lo acosan. ¿No recuerdas sus perturbados lapsos de sueño? —mencionó el doctor. Arami suspiró y se frotó la frente.
—No recuerdo muy bien lo anterior a la transformación. Recuerdo cosas, sí, pero me impresionan mucho al verlas con estos nuevos ojos —admitió un tanto apenada.
—Estás sintiendo con emociones humanas, es normal que tus recuerdos te impresionen en un primer momento. Los humanos no están preparados para ver lo que tú como ser celeste, has visto. Dale un poco de tiempo para asimilarlo —sonrió el hombre aconsejándola.
—¿Cómo ha llegado a saber tanto sobre esto? —consultó ella.
—Una amiga necesitaba mi ayuda, y yo acepté.
—Madelaine —musitó ella. Herranz asintió.
—Cuando se encontró a Jackson, no sabía qué hacer, así que me llamó y yo acudí en su ayuda sin saber en qué me metía —sonrió nostálgico—. Si hago esto ahora es gracias a él. Conocer a Jackson me cambió la vida. Desde entonces me dediqué a estudiar a los humanizados que aparecieron por aquí perdidos y desamparados, buscando la manera de ayudarlos con lo que yo sabía hacer. Jackson era el guía espiritual y Madelaine era la madre de todos, los cuidaba como si fueran niños perdidos. Los tres nos hicimos expertos en el tema —rió quedamente.
Tras la charla, Herranz fue a buscar el coche para poder acercarlo al paradero de Ryan. Arami acabó sentándose en el suelo helado y húmedo junto a él. Tenía mucho frío, sus pantalones y sus botas estaban caladas, y su jersey era apenas una segunda piel. Se soltó el cabello para abrigarse algo el cuello. Se le entumecieron las manos, le dolía la nariz y las mejillas. Acercó sus manos heladas al brazo de Ryan que estaba tibio, pero lo soltó enseguida, no quería perturbar su recuperación. En cambio, apoyó la cabeza en su hombro, acercando su mejilla quemada por el frío a la piel de Ryan. Percibió su calor recorrerla por dentro, como si su sangre congelada fluyera nuevamente al derretirse en contacto con él.
Miró a lo lejos pensando en lo mucho que se estaba acercando a él en ese momento, sintiéndose peligrosamente feliz porque así fuera. Sus emociones humanas podían ser todo lo nuevas que podrían considerarse, pero lo que las despertaba era algo mucho más antiguo, un sentimiento arraigado dentro de ella y que conocía demasiado bien. Un sentimiento que la rodeaba por sus cuatro costados, acorralada por él, no le daba opción de huir y alejarse, tan solo podía enfrentarlo, encararlo y finalmente asumirlo. Pero no sabía qué ocurriría si hiciera eso, era algo tan desconocido que realmente le aterraba hacer.
Recordó que una vez lo llamó debilidad, una debilidad a la que debía pasar por encima, superarla, pero allí, al lado de Ryan, ya no lo veía así. En realidad sus sentimientos por él la habían hecho más fuerte al enfrentarse a los demonios, más fiera a la hora de protegerlo. Y él, a pesar de su amnesia, la recordaba de alguna manera, de una forma que no comprendía, pero, la recordaba aún así. Debía ser el vínculo que mencionó Herranz y que ella tanto negaba que existía. Pero no lo negaba por rechazarlo, sino por ser el causante de todos aquellos problemas. Sin embargo, ahí estaba la prueba. Tanto ella a él, como él a ella, se tenían tan arraigados uno dentro del otro, que ni la transformación, ni la amnesia, ni toda una vida bastó para desclavarlos el uno del corazón del otro.
Ryan empezaba su proceso de transformación, y una vez en este punto era inminente que ocurriera, y si ella tuviera que quedarse a cumplir con su humanización, no volvería a verlo en mucho tiempo. O tal vez nunca más. Un amor dura tanto tiempo como aguanta una vida, sin embargo, hay algo que lo convierte en un bien eterno. La intensidad con la que uno lo vivió y lo sintió. Tanto si dura años, o un solo suspiro, lo importante es haberlo vivido bien. Ella siquiera se imaginaba lo que pasaría con ella cuando todo aquello acabase. Pero de algo sí estaba segura, no le permitirían acercarse otra vez a Ryan, y para ello, lo más probable era que la exiliasen. Se le encogía el alma solo con imaginarlo. Sin embargo, al pensar en el posible exilio, elucubró la posibilidad de llevarse consigo un recuerdo que evocar en su aciago porvenir. Ryan y ella juntos, entregándose a su amor, pensando en que fue mejor haberlo hecho y lamentar las consecuencias, que no haberlo hecho nunca y lamentarlo toda su existencia.
Miró a Ryan sopesando esas duras consecuencias. Algo bueno había en medio de ellas. Y era que la única en pagar por
sus decisiones iba a ser ella. Porque solo comete pecado aquel que lo hace aún sabiendo que está mal. Suspiró con pesar, de pronto avergonzada por las intenciones que cruzaban por su cabeza, porque el Padre conocía todos sus pensamientos y sus más profundos sentimientos.
—Una moneda por tus pensamientos —oyó decir muy cerca, una voz alarmantemente conocida.
Arami se volvió de inmediato y buscó con la mirada en la oscuridad. Era una voz que deseaba oír desde hacía mucho tiempo. A quién estuvo llamando todos los días cuando la soledad la golpeaba y el miedo le encogía la voluntad. Su mejor amigo por los siglos de los siglos. Su hermano.
—Uriel… —llamó ella sin levantar apenas la voz. Sin embargo, la sonrisa se le borró cuando de pronto una duda le surgió. Temía que se repitiera lo del hospital en su primera noche como humana y esta vez estaba Ryan convaleciente junto a ella—. Muéstrate, en el nombre del Padre, muéstrate —ordenó con severidad.
Al momento de su petición, una vaga luz se filtró por entre las copas de los frondosos árboles. Ella miró hacia allí maravillada mientras se ponía en pie. Observó como el halo de luz roja iba bajando a su encuentro
y notando a cada paso, que cuanto más se acercaba a ella, menos frío sentía. Las facciones de Uriel se hicieron visibles para ella con sus ojos ámbar y su sonrisa cargada de ternura. Al posarse ante ella, replegó sus alas. Arami notó de inmediato que su ser no brillaba como debería y supuso que lo hacía para no deslumbrar sus ojos humanos.
Uriel vestía la armadura de bronce pulido de su regimiento y llevaba el lienzo rojo atravesado sobre su pecho, con su mano puesta sobre la empuñadura del sable. Arami sentía la emoción de verlo desbordando por sus ojos, tan solo quería envolverlo en un abrazo y abandonarse allí.
—Hola, mi pequeño cielo —saludó él pronunciando su nombre en la lengua humana. Arami abandonó todo asomo de duda al oírlo llamarla así. Era él, el auténtico
Uriel.
—Cuanto me regocija verte, hermano. Te he necesitado tanto —declaró efusiva.
—Lo he oído. Pero no pude acudir —lamentó—. Ya conoces las normas —argumentó. Arami asintió atajando los sollozos—. He visto que te tocó vivir el lado cruento de la creación del Padre. Quise acudir en tu ayuda entonces, pero lo teníamos prohibido —explicó con afectación. ¿Prohibido? ¿Entonces cómo es que Baraquiel apareció para detenerme? Caviló ella. Sin embargo, decidió dejar ese tema por el momento.
—¿Te han enviado ellos? —preguntó con esperanza.
—No. Yo solicité verte. Ya no soportaba oírte llamarme y no venir.
—Necesito volver, Uriel —promulgó juntando sus manos en un gesto inconsciente de súplica—. Por favor, intercede por mí. Tú sabes cuánto he luchado por hacer bien las cosas, pero ahora, con esta humanidad, temo por mis propias decisiones, estoy asustada —declaró estirando la mano hacia su hermano, buscando su consuelo. Pero Uriel no se acercó a ella. Arami conocía de sobra las condiciones que debía seguir un ángel para aparecer ante un humano.
—Arami, ya lo estuve haciendo. Desde el primer día, te lo prometo. Pero solo he recibido negativas —admitió agachando la cabeza—. Pedí venir personalmente para decírtelo. No quería que creyeras que te he abandonado.
—Nunca creería eso de ti, hermano —concedió mientras una ligera punzada de duda se clavaba nuevamente en su pecho—. Es solo que, la desesperación es la que me rige desde que me volví humana, y me siento perdida —expresó con zozobra, achacando sus dudas al estado nuevo e inexperto de su existencia.
—Debes ser fuerte, hermanita. Prudente
y muy paciente. Esto apenas acaba de empezar —auguró el ángel. Arami sentía quemarse su garganta al agolparse allí el temor que pugnaba por expresarse. Uriel tenía razón, debía ser fuerte y más prudente. Sabía que había hablado demasiado y debía desde ese momento callar sus pensamientos para que el enemigo no lo usara en su contra—. Lo estás haciendo bien, créeme. Sigue cuidando de él —señaló a Ryan—. Pero sobre todo, cuida de ti, estás expuesta y en peligro constante porque sabes demasiado —advirtió—. Por favor, ten mucho cuidado.
—Lo haré — consiguió decir con la voz rota.
—Aborrezco sobremanera verte así, cielo mío. Pero piensa en esto, el dolor un día se acaba.
Dicho esto, el ángel empezó alejarse de ella, desvaneciéndose poco a poco en la oscuridad. Arami podía oír su corazón rompiéndose al ver a su hermano alejarse y dejarla sola en aquel mundo infame. En ese momento su mente desplegó ante sus ojos las imágenes funestas del día de su destierro. Estaba evocando todo el dolor de aquel día ante la condena y la consiguiente caída de los traidores que se alzaron contra el padre. Una vez más se sentía rechazada y terriblemente sola. Aunque el presente no tenía nada que ver con aquello, no podía evitar sentirse de esa manera. Era como si algo de aquello estuviera ocurriendo nuevamente. Se enjugó las lágrimas con las mangas del jersey y se volvió hacia Ryan. Tenía mucho en lo que pensar. Sobre sí misma, sobre Baraquiel y su extraña aparición aquel día nefasto, y la extraña sensación de desconfianza que la invadió en el momento de la visita de Uriel, sin embargo no se veía en condiciones de hacerlo en ese momento. Se sentía aturdida, abrumada, sobrepasada, además, Ryan era la prioridad esa noche. Por esa razón, barrió su mente de todo cuestionamiento personal, como si pasara el brazo sobre un tablero de ajedrez. Llegaría el momento adecuado para reordenar las piezas y pensar en el siguiente movimiento.
Herranz llegó junto a ellos nuevamente, y entre los dos, y con mucho esfuerzo, volvieron a cargar a Ryan para meterlo en el coche. Arami iba detrás con él, sosteniendo su pecho y su cabeza entre los brazos. Estaba preocupada y angustiada por todo aquello, sin embargo, la tibieza que emanaba del cuerpo de Ryan la reconfortaba como si él la estuviera consolando, y deseó quedarse allí junto a él, en aquél instante, para siempre.
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