XI


Reencuentro


La lluvia caía con calma, lo contemplaba desde la ventana de su habitación en casa de Marisa. El repiqueteo en las tejas del techo la relajaba. Suspiraba y volvía a suspirar pensando en lo inútil que se había vuelto su existencia. No podía hacer nada más que sentarse a esperar que sus heridas cicatrizacen. Frustrada emprendió un recorrido por la casa para mover un poco las piernas. Llevaba allí un día encerrada, y una mañana que seguramente se convertiría en el segundo día de confinamiento, y ya empezaba a volverse loca. Estaba completamente sola en la casa, con la única compañía de sus inquietos pensamientos que no la dejaban reposar. Fue a la cocina a por un vaso de agua para calmar su sed y sus nervios.

Estaba bebiendo su vaso de agua cuando el suave sonido de una nota se hizo oír en el ingente silencio de la casa. Se volvió hacia la puerta pensando en que igual su confinamiento no la estaba volviendo loca, si no que ya lo estaba antes de empezarlo. Con verdadera intriga reconoció la misma nota solitaria que escuchó en su primer día en esa casa. Asomó vacilante la cabeza en la puerta de la cocina, esta daba directamente al pasillo oscuro donde estaba la puerta del salón del piano. Permaneció recostada en el marco de la puerta contemplando el pasillo, tras dos minutos perdidos, decidió volver a su habitación. Pero en cuanto posó la mano en la barandilla de la escalera, la nota musical volvió a pronunciarse.

Se dirigió hacia la puerta cerrada de la sala del piano decidida a enterarse de dónde provenía esa nota musical fantasma. Pero se detuvo allí, con la mano en el pomo, insegura sobre si entrar o no. Aquel lugar representaba una reliquia familiar para Marisa y no quería inmiscuirse en sus asuntos. Además, escuchar notas sueltas emitidas por un objeto inanimado debería asustarla. Sin embargo, no lo estaba en absoluto, al contrario, estaba deseando conocer su procedencia.

Giró el pomo de la puerta, y tras vacilar un segundo, la abrió. El piano relucía en la claridad del día que las ventanas le regalaban. La tela que lo cubría reposaba en el suelo junto a sus patas. Arami se preguntaba si Marisa lo dejó así. Pensó en cubrirlo de nuevo y salir del salón, pero algo la detenía de hacerlo inmediatamente. Caminó despacio hacia el imponente instrumento admirando su escultural belleza. Cuando fue a por la tela para volver a ponerla en su sitio, vio en el pedestal de las partituras, una carpeta negra de piel. No estaba allí la últimas vez, observó.

Vencida por la curiosidad, se sentó con cierta reticencia en la banqueta del pianista. Pasó los dedos suavemente por encima de las teclas, logrando sacar una suave melodía en crescendo. Después, con ceremonia, abrió la carpeta descubriendo el contenido, eran partituras diversas de piezas absolutamente hermosas. Las hojeó leyendo en el encabezado los títulos de cada una de ellas, miró los pentagramas y las notas musicales dispersas sobre ellas. De un momento a otro empezó a seguirlas, tarareando una nota tras otra y otra más, como si estuvieran cantando en su mente. Emocionada comprobó que le ocurría lo mismo con todas las partituras, y sin haberlas visto ni oído nunca antes.

Echó la mirada sobre el teclado del piano. Quizá... aventuró. Colocó una de las partituras en el pedestal acomodándose bien recta en la banqueta. La pieza se titulaba, Joie de vivre de Fryderyk Chopin. Bajó los dedos sobre las teclas, dio a una detrás de otra creando una armonía cadente y dulce, absolutamente divina para sus sentidos. Poco a poco el ritmo tomó el control de sus manos haciéndolas bailar sobre el teclado bicolor. Al pasar de los segundos ya ni siquiera miraba las partituras, era como si la melodía saliese de ella misma. Entonces cerró los ojos y tocando las teclas con dulce frenesí, salió de paseo surcando las nubes aterciopeladas, planeando sobre el mar que reflejaba el azul reluciente del cielo, sumergiéndose en ellas hasta el fondo solo para volver a subir hasta las nubes rompiendolas a su paso. Hizo lo que siempre la hizo sentirse feliz y libre. Volar...

Cuando acabó de tocar la pieza, buscó rápidamente otra, y cuando acabó con esa buscó otra más, olvidando el tiempo, sus dolencias e inquietudes más mínimas. Solo estaban la música y ella. Acababa de descubrir que había algo más que la hacía sentirse libre y feliz. Al finalizar una pieza más con una aguda nota, esperó a que la melodía se perdiera en el silencio para abrir los ojos. Cuando el silencio abrazó el salón, Arami sintió un toque suave en su hombro. Abrió los ojos sabiendo de quién se trataba antes siquiera de mirarla. Al volverse vio a Marisa observarla con la emoción desbordándose de sus ojos.

-Espero que no te haya molestado -manifestó Arami consternada.

-Y yo espero que puedas honrarme con volverte a escuchar -sonrió la anfitriona.

-Por supuesto -concedió Arami encantada. Siguió con otra composición mientras Marisa acercaba una silla y se sentaba a su lado para oírla tocar.

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-Chicos, tengo una buena nueva que merece un brindis -anunció Camille llamando la atención de sus amigos en la mesa-. ¡Ryan se incorpora mañana al Legrand, como el nuevo subdirector! -exclamó suscitando aplausos y felicitaciones-. Me ha costado pero al fin lo he pescado -manifestó jactándose de su logro.

-Sí, es muy pesada cuando se lo propone -añadió Ryan suscitando risas.

-Me alegro por ti, amigo -expresó Tomás-, es un paso importante. ¿Cómo te va todo a ese respecto, por cierto?

-Bueno, va marchando. Qué se le va a hacer. La vida es así -desdeñó Ryan encogiéndose de hombros.

-Es verdad. La vida a veces es pura hiel, pero uno tiene que sobreponerse o acabará hundido en ella -formuló Tomás distraído. Sus amigos lo observaban intrigados.

-¿Y a ti qué te pasa, Neruda? -inquirió Ryan jocoso.

-Está enamorado -descubrió Camille sonriendo.

-¿De verdad? -increpó Ryan incrédulo, sin ocultar su sonrisa burlona.

-Bueno, enamorado es llamarlo con palabras mayores -objetó Tomás-. Embelesado, utilizaría yo.

-No le hagas caso -intervino Sam-. Está todo el día colgado pensando en ella. Ya me gustaría conocer a la chica responsable de semejante proeza -agregó delatando a su amigo.

-Pues si eso es cierto, me alegro por tí, amigo -expresó Ryan.

-Sí, pues a ver si la consigue. Lleva todo el día pegado al móvil esperando a que le llame. No lo deja ni para ir a mear. Y nunca suena. Solo el busca, y siempre es por trabajo -se burló Sam, recibiendo la mirada reprobatoria de Tomás y provocando las risas de Ryan.

-No te burles de él, pobrecito -defendió Camile.

-Gracias, Camille -terció Tomás.

-Con lo mal que se pasa cuando te dan calabazas -rió dando la vuelta a su comentario anterior. Tomás rodó los ojos al verse convertido en el blanco de las bromas de sus graciosos amigos.

-Dime algo de ella -pidió Ryan.

-La conocí en el hospital. Estuvo ingresada recuperándose de una herida severa -resumió-. Se recuperó en tiempo récord, por cierto -señaló con admiración-. Me tiene muy intrigado, sabéis. Porque tiene la apariencia de una pluma delicada que revolotea al merced del viento -expresó sin fijarse en las expresiones diversas de sus amigos-, pero es más fuerte de lo que parece. Es como si estuviera forjada en hierro puro. Pulido y hermoso...

-Madre mía. Esto es más grave de lo que creía -comentó Sam frotándose la barbilla.

-Vaya, es impresionante -musitó Ryan.

-Ya te digo. Últimamente me acojono al oirle hablar -asintió Sam a su lado.

-Oh, es tan bonito verlo así -comentó Camille a su vez-. ¿Cuándo la conoceremos? -azuzó.

-Cuando salga del reposo. Tiene dos suturas en el cuerpo que tienen que sanar aún -explicó un tanto ansioso.

-Y evidentemente, eso es lo que lo tiene subiéndose por las paredes -observó Sam con sorna.

-Quiero invitarla a salir, pero no quiero hacerlo de forma que parezca una cita, sabéis. Al menos aún no. Así que la invitaré a salir junto a Marisa -expuso-. Y para eso te necesito conmigo -proclamó mirando a Ryan.

-¿Qué dices? -protestó Ryan enarcando las cejas.

-Las chicas no salen sin sus amigas, es una condición implícita en las "no citas", ya lo sabes -arguyó.

-¿Y por qué tengo que ir yo? -reclamó Ryan.

-Sam no puede ir, Camille no es partidaria de la carta blanca -señaló, recibiendo una mirada de reprobación de su amiga-. Tienes que ir tú.

-¿Es que no tienes más amigos a los que recurrir? -sugirió Ryan.

-No hay muchos como nosotros que sepan apreciar su sofisticada personalidad -profesó Sam-. Sobre todo cuando lleva unas copas demás -criticó entre dientes haciendo reír a su mujer.

-Venga, necesito una pareja para Marisa y tú ya la conoces, tendréis de qué hablar -resolvió.

-¿Marisa? ¿La enfermera que cuidó a Madelaine? -consultó Camille. Sam se tensó a su lado, esa mujer seguía sin darle buena espina.

-Sí, Tomás y ella son muy amigos -informó Ryan.

-Pues es bien guapa esa chica -alabó Camille recordándola.

-¿No te parecerá raro salir con ella después de haber asistido a tu madre en su lecho de muerte? -consideró Sam en un intento de disuadir a Ryan, añadiendo una mirada grandilocuente.

-¡¿Sam, pero qué dices?! -increpó Camile a su marido. Ryan recordó al instante la severa aversión que manifestaba Sam hacia Marisa durante los días que compartieron techo junto a ella. Una aversión mutua, había observado.

-Eso no no me supone un problema -sostuvo con tranquilidad ante la mueca enfurruñada de Sam que solo él entendía por qué la tenía-. Pero yo no quiero líos con faldas ahora -apuntó dirigiéndose a Tomás.

-No habrá líos para ti, el lío es para mí. Tú y Marisa solo iréis de sujetavelas -repuso Tomás encogiéndose de hombros. Ryan suspiró.

-¿Por qué no quieres tener una cita con ella directamente? -intervino Camille mirando a Tomás.

-Porque es una chica especial. Es diferente a todas las que he conocido. Su personalidad, su carácter. Actúa como si lo viera todo por primera vez. Es tan intensa. Y la historia que contaba era tan inverosímil pero a la vez atroz, que solo daban ganas de protegerla -contó afectado.

-¿Qué historia? -preguntó Camille curiosa.

-La encontraron unos trabajadores del polígono industrial de Urduliz, cerca de la estación de metro. Según ella, la atracaron y se llevaron todo lo que llevaba encima. Recibió una puñalada en el vientre y la dejaron allí, desangrándose -informó.

-¡Oh, por Dios! -replicó Camille.

Un lejano recuerdo llegó a la mente de Ryan al oír aquella historia. Se vio a sí mismo en las mismas condiciones cuando despertó en aquel callejón sin recordar nada.

-Y lo más increíble, es que un par de días después de su alta del hospital, salvó a un niño de su captor pedófilo -contó Tomás para estupor de Camille.

-Una hazaña muy heroica -alabó Sam que no dejaba de observar la expresión meditabunda de Ryan.

-Sí, heroica, pero la volvieron a herir. Un machetazo en la espalda -ilustró con un amago de manos-. Con un cuchillo de esos de carnicero, sabéis, de filo rectangular -relató entre gestos y muecas intensas. Camille se cubría la boca abierta, asombrada-. Me informé de cómo acabó el hombre con el que se enfrentó y, ¿sabéis qué?...

-¿Qué?... -apremió Camille.

-El hombre había acabado inconsciente, con dos costillas rotas y un pulmón perforado. Lo salvaron en el último minuto -remató la historia abriendo mucho los ojos, verdaderamente impresionado por todo lo que compartía.

-Este ha visto una película y nos la está contando -repuso Sam en su línea burlesca.

-Ahora quiero conocerla más que nunca -afirmó Camille.

-¿Te lo has creído? -cuestionó Sam a su mujer señalando con el pulgar a su amigo.

-Por lo que cuentas, parece una chica impresionante, Tomás -elogió Ryan por su parte.

-¡¿Entonces cuento contigo?! -preguntó el otro en una exclamación pletórica.

-Yo no he dicho eso -señaló Ryan con la palma abierta hacia él, frenando su entusiasmo.

-Genial, te avisaré cuando lo organice -dio por sentada su participación.

-¡Pero, quieres escucharme! -protestó Ryan.

-El tema está zanjado, no hay que ser repetitivo, Ryan -replicó Tomás con una mueca de disculpa-. Empezad con otro tema mientras voy a por algo de picar -organizó y abandonó su silla a toda prisa. Ryan rodó los ojos ante el comportamiento tan infantil de su amigo. Al final Ryan se echó a reír con las ocurrencias de Tomás.

Al regresar a casa de su largo viaje se había propuesto cambiar de actitud para con la vida que le habían regalado Jackson y Madelaine, no sabía cuánto tiempo duraría, si mucho o nada, pero allí permanecería. El primer paso fue asumir un cargo en la empresa de Madelaine, no porque quisiera controlar el patrimonio que su madre, a efectos legales, dejó para él en el testamento, sino para mantenerse ocupado y entretenido, formando parte del escenario. Disfrutaba en ese momento de una mentalidad positiva, tan positiva que hasta decidió apartar de su cabeza aquel interés voraz y abrumador de descubrir la verdad sobre su pasado. Aunque esa parte tenía más que ver con el hecho de recibir una carta de Madelaine de manos del notario al momento de la lectura del testamento.

En la carta leyó, por puño y letra de su madre, la sugerencia de echar un vistazo en la caja fuerte de la familia, donde podría hallar algo de interés para él. Le dio mucho en lo que pensar, como en el por qué de una sugerencia subjetiva y no directa. Acabó decidiendo que el propio modo de entregar el mensaje, ya suponía un mensaje en sí, por tanto, hasta comprender el significado de ello, no iría a por el contenido de la caja. Y en esas se encontraba hasta el momento, en la interpretación de la incógnita. Resultaba algo curioso e irónico a la vez, él siempre creyó que iría corriendo allí donde fuera que alguien le prometiese una respuesta. Sin embargo allí estaba, esperando a sentirse preparado, como escribió Madelaine en su carta. Cuánto me conocía, pensaba con añoranza.

Se marcharon todos a casa tras una noche de risas y buena compañía. ¿Quién decía que él no podía tener una vida normal? Pensaba caminando hacia casa, relajado, con las manos en los bolsillos y una sonrisa distraída en su rostro. En cuanto a sus rarezas personales, había dejado de tener pesadillas y logró normalizar su ciclo de sueño. De hecho empezó a hacerlo mientras dormía bajo las estrellas durante el viaje. Recordaba que también ocupaba su mente con algo tan bello como las estrellas y el sol para relajar sus ánimos turbados. Con ella, la joven de los ojos turquesas. Si se había esforzado tanto en normalizar sus cualidades peculiares, fue gracias a tenerla en su mente como ideal, pensando en que si algún día volvía a encontrarla, intentaría sin temores vivir con ella lo que tanto deseaba. El amor. Una risa suave escapó de su garganta, al reconocer que nunca se había sentido así con ninguna mujer, y fue a enamorarse justo de la más escurridiza. Dos mujeres le estaban enderezando la vida sin siquiera estar con él. Arami lo ayudaba a reponerse del bache emocional, y Madelaine le enseñaba a aceptarse. Sin el ruido de fondo de la ciudad y las ansiedades que despertaban en él con su ambiente frenético y exigente, Ryan pudo concentrarse en todas las lecciones impartidas para él por sus padres adoptivos durante su última escapada a las montañas. El control de tu vida está en tus manos. Nadie puede decirte qué hacer con ella, nadie, había dicho Madelaine con su último aliento. Y Ryan tomó el control, tardó en hacerlo, pero lo hizo, sintiendo haber tomado una decisión pendiente desde aquella vida que un día tuvo y olvidó.

A la mañana siguiente, primer lunes de un diciembre que se resistía aún a recibir al invierno con todas sus maletas, permitiendo disfrutar de un deslumbrante día, Ryan fue entrando a las oficinas del Legrand. Llegó temprano. Había poca gente aún, los saludó con cordialidad. A algunos les decía que era el nuevo becario, a otros solo sonreía mientras se ajustaba el nudo de la corbata azul que adornaba el cuello de su camisa blanca. Subió al ascensor pensando en el trabajo que ejercería allí, tal vez fuera parecido al que ya había hecho años atrás. Acompañar a la directora en las reuniones con los clientes para presentarles el proyecto publicitario o para captar nuevos clientes donde se les suplicaba, con mucho tacto, que confiaran en los servicios del Legrand para sus campañas publicitarias. Otro de sus cargos era el de acompañar el proceso de creación del anuncio en todas sus fases, controlando que las mentes creadoras respeten o sigan las normas de la empresa creadora y las necesidades y objetivos de la empresa cliente. Sencillo, pensó con sarcasmo. Una vez en la última planta, su primera parada fue el despacho de Camille. Como la puerta estaba abierta, se apostó en el marco a esperar que acabase la conversación un tanto alterada que mantenía con su asistente.

-¡¿Lo opuesto?! -chilló desde detrás de su escritorio de roble, mirando de hito en hito una nota en su mano y a su asistente de pie en medio de la estancia-. ¡¿Y eso qué se supone que significa?!

-Creo que les gusta el planteamiento del anuncio, pero no la protagonista -explicó la chica con una mueca de temor.

-Sí, Andere querida, hasta ahí llego -apuntilló Camille arrugando la nota en la mano. Ryan enarcó una ceja con gracia al ver a su amiga con esos nervios desatados-. Me refiero a qué se refieren con "lo opuesto", ¿qué quieren que cambie?

-Concretamente, Oleika -señaló con afectación, conocedora de las consecuencias de dicha petición.

-¿Y ya está? ¿No te han dado características concretas sobre lo que querían? -azuzó Camille.

-Solo han dicho: queremos una chica que sea lo opuesto a esta -citó-. Y que se fiaban de tu criterio para la elección correcta -remató.

-Tócate los huevos -masculló Camille dejándose caer en el respaldo de su silla.

-Hey, esa boca -reprendió Ryan desde la puerta con una mueca divertida en el rostro.

-Hola, Ryan -saludó Camille incapaz de cambiar la expresión frustrada de su rostro-. Pasa.

-Buenos días, señor Sheppard -saludó Andere con timidez mientras Ryan le dedicaba una sonrisa al sentarse delante del escritorio de su nueva jefa.

-Bueno, qué se le va a hacer -bufó Camille-. ¿Para cuándo esta vez? -preguntó a su asistente.

-Dicen que no les corre prisa. Pero en dos semanas como mínimo les gustaría ver el vídeo preliminar -explicó la joven.

-Dos semanas. No sé... No sé... -murmuró cavilando sus posibilidades-. Vale -reaccionó de pronto. Andere tenía preparado el cuaderno y su boli para apuntar-. Convoca un nuevo casting de inmediato, para mañana y pasado. Escribe que buscamos una chica de entre veinte y treinta años -describió- y ya veremos lo que aparece por ahí -desdeñó-. Y diles a los chicos de producción que los quiero a todos mañana a primera hora para hablar del cambio y ayudar a encontrar a la chica nueva. Y lo más importante. Discreción -alertó-. Que el dragón siga dormido.

-Afirmativo -contestó la secretaria y se marchó. Camille inspiró y exhaló sonoramente cerrando los ojos.

Mientras esperaba que se relajara, Ryan miró por el ventanal con vistas hacia la ría. Un paisaje industrial se extendía allí fuera, entre grúas altísimas, embarcaciones enormes y edificios de colores monótonos. Melancólico, pero precioso. El emplazamiento de Publicaciones Legrand estaba situado al borde de la margen derecha, en un polígono industrial de Astrabudua. El nombre de la empresa era en honor al abuelo de Madelaine, el gran Angus Legrand, un hombre cuya familia tenía altas influencias económicas y sociales en varios países, y aún así, Madelaine había adoptado como primer apellido el de su marido, Sheppard. Jackson le había enseñado a apreciar una vida sencilla, a valorar las riquezas que tenía a mano y no las que podía comprar. Ryan no vio a Madelaine sentada allí muchas veces ejerciendo su cargo de jefa, pero sentía que el sitio estaba ocupado por una digna sucesora.

-¿Qué pasa, jefa? ¿Un tropiezo inoportuno? -aventuró. Camille lo miró y resopló.

-Unos clientes importantes a los que les hemos hecho un anuncio, para el lanzamiento de su nuevo perfume, nos han echado todo el trabajo a la basura porque nos les gusta la chica que sale en él -explicó rascándose la coronilla.

-¿Caspa nerviosa otra vez? -observó Ryan, conocedor de su pequeño problema de ansiedad. Camille asintió rodando los ojos.

-Vale que son importantes. Pero podrían haber dado más detalles sobre lo que querían desde el principio. Podrían habernos dicho: a Oleika concretamente no la queremos -remedó a quien sea que la estuviera fastidiando-. Esto nos supone pérdidas, hombre -protestó haciendo aspavientos-. ¡¿Y como cojones le explico yo ahora a Oleika que los clientes la han descartado?! ¡Ha grabado el anuncio y no va a cobrar! ¿Cómo iba a saber yo que nuestra mejor chica no les gustaría? ¡¿Sabes lo insoportable que se va a poner?! -profirió. No hacía falta decir que aquella era una pregunta retórica. Pero Ryan tuvo la necesidad de preguntar el motivo.

-¿Por qué? -dijo sin más. Camille lo miró de reojo.

-Porque la muy zorra me oyó decir que los quería para nosotros, y fue y se acostó con el representante, alias consejero, alias abogado del cliente, para ponernoslo en el camino y convencerlo de que ella fuera la chica del anuncio. Con lo que la muy estúpida no contaba, es con que el cliente no la querría a ella.

-Vaya. Creo que ha sido un revolcón, alias negociación, sin final feliz -comentó Ryan mordaz-. ¿Y por qué no se acostó directamente con el jefe?

-Porque es gay -contó Camille. Ryan se echó a reír.

-Pues haber mandado a Beomund -replicó. Camille acompañó sus risas.

-¡Cállate! -pidió como una hermana pequeña pide a su hermano que la deje de molestar-. Esto es serio -expresó recuperando la seriedad.

-Vale. ¿Qué toca hacer ahora?

-Encontrar al opuesto de Oleika -simplificó-. Quién mejor que tú para escoger a su antítesis.Ryan pensó en la chica perfecta. Lástima que no fuera fácil de encontrar. Y algo le decía que tampoco habría aceptado semejante trabajo.

Al día siguiente estuvo ocupado viendo desfilar a un montón de chicas durante todo el día. Sin bien al principio estuvo bien, para las últimas horas ya estaba mareado y agobiado, veía a todas las chicas iguales. Llegó a casa mentalmente agotado. Se dejó caer en el sofá y subió los pies sobre el baúl que hacía de mesilla de centro. Y como todas las veces que se sentaba allí, recordó el día que ella también lo hizo. Estaba tan cerca de él... Evocó su imagen y lamentó profundamente no saber nada de ella. Con un bufido decidió sacudirse de encima esa sensación, levantándose del sofá y yendo a darse ducha de agua fría. Ni iba a caer en lamentos.

Como todas las noches, después de su regreso del viaje, Ryan pasaba por delante de la habitación cerrada de Jackson y Madelaine a través del pasillo a oscuras, y oía un siseo insistente desde allí dentro, como si una conversación en susurros se estuviese sucediendo. Se le erizaba la piel al oírlo. Recordó cómo las primeras veces lo perturbaba tanto que reunía coraje suficiente y se asomaba a ver entrando en la habitación. Sin embargo, después de un tiempo dejó de hacerlo. Aprendió a ignorarlo, o más bien, a vivir con ello. Si estaba condenado a vivir con sus rarezas, debía aprender a tratarlo como algo normal.

Mientras se llevaba a la boca el bocadillo que se preparó para cenar, recibió un mensaje en su móvil. Era Tomás avisándole sobre la salida con las chicas. Sería al día siguiente a las ocho. Ryan soltó un gruñido, no quería ir a la cena, no obstante se sentía en deuda con sus amigos después de todo el apoyo que supusieron para él con lo de Madelaine, así que calló sus reparos y envió una respuesta afirmativa a Tomás.

El miércoles por la mañana empezó con otro desfile de modelos. Por fortuna, sobre las seis de la tarde, Camille dio el aviso de que los clientes habían escogido a la chica, los empleados recibieron con júbilo la noticia. Estaba tan contenta que dejó a todos irse a casa antes como recompensa. A todos menos a Ryan.

-¿Pero por qué? Esto es un abuso de poder, que lo sepas -increpó.

-Venga, si se lo dices tú, tal vez pueda ser más comedida en su reacción. Estoy harta de gritos. Por favor, Ry -rogó Camille poniendo morritos infantiles y juntando las manos a modo de súplica.

-Vale, pero tiene que ser rápido. Tengo ese coñazo de cita doble con el tonto de Tomás a las ocho -refunfuñó.

-Vaya, se ve que estás entusiasmado -se carcajeó ella.

-No. No te burles o irás tú sola a por el dragón-advirtió. Camille borró su sonrisa burlona de inmediato.

Los planes no salieron muy bien y Ryan llegaba con retraso a la cena. Estaba hecho un manojo de nervios al no saber lo que le esperaba tras los cientos de llamadas de Tomás. Eran las nueve menos cuarto cuando llegó corriendo al centro comercial de Bilbao, con la chaqueta revoloteando en la mano. Jadeando, se dobló y apoyó una mano en el muslo y la otra en el hombro de Tomás que lo miraba enfadado.

-Lo siento, tío -se disculpó sin aliento-. Pero ahora tengo trabajo, horarios -calló un momento para tomar aire-, compromisos. Y la culpa ha sido de Camille -acusó sin miramientos. Se incorporó y miró alrededor entornando los ojos-. ¿Soy yo o aquí falta gente?

-Ellas también llegan tarde -repuso Tomás enfurruñado.

-¿Podías haberlo dicho, no? Casi me atropellan allí fuera cruzando la carretera en rojo -reclamó aflojando el nudo de su corbata. Se la quitó y la guardó en el bolsillo.

-Eso da igual. Aunque sea una cita informal, los caballeros deben ser los primeros en llegar y esperar a las damas. No al revés -regañó. Ryan lo miraba atónito por su manera de expresarse. Sam tenía razón. Esa chica lo estaba dejando hecho polvo.

-Ya te he dicho que lo siento. Y que la culpa es de Camille -recordó-. ¿Y por qué ellas llegan tarde?

-Marisa tuvo un imprevisto en su turno y

salió más tarde. Están al caer.

-Yo estoy sudando como un caballo. Voy al aseo antes de que lleguen -avisó antes de salir apresurado hacia los servicios.

Cuando iba saliendo, le llamó la atención un mensaje en su móvil. Era Sam preguntando cómo iba la "no cita" con la "rara de Marisa". Sonrió divertido por sus ideas. Se disponía a contestar al mensaje cuando escuchó su nombre.

-Ryan -era Tomás desde la entrada. Lo vió junto a Marisa, guardó el móvil y se acercó a ellos a paso ligero.

-Hola Marisa -saludó Ryan desde lejos-. Me alegro de verte-. ¿No venías con alguien más? Hay alguien aquí un poco ansioso -bromeó señalando a Tomás, quien lo reprendió con la mirada. Marisa rió divertida.

-Sí, viene ahí mismo -señaló.

Cuando Ryan vio a la otra joven entrar por la puerta del centro comercial, la imagen lo petrificó. Ella caminaba sonriendo al lado de una mujer embarazada, se despidió de ella y caminó con tranquilidad hacia ellos. Cuando miró hacia el pequeño grupo que la esperaba, su sonrisa desapareció. Ryan clavó sus ojos en ella. Su corazón palpitaba con fuerza, su respiración se agitaba hasta casi ahogarlo. Ella se acercaba más y más. No podía pensar, no podía reaccionar. Cuando Tomás se disponía a acercarse a ella primero, Ryan se adelantó.

-Arami... -pronunció totalmente anonadado.

-Ryan... -pronunció ella igual de afectada.

___________

Una profunda y maravillosa alegría la invadió al verlo después de tanto tiempo, eran innegables las ansias voraces que la empujaban a ir a su encuentro y echarse a sus brazos. Sin embargo, algo en ella tan fuerte como sus deseos de abrazarlo, le había atornillado los pies al suelo. La prudencia, pensaba ella, porque aunque ahora fuera humana, sus deberes seguían siendo los mismos. Azar, destino, sea cual fuere el motivo, lo importante en ese momento era prever las consecuencias de cada uno de sus actos a pesar de que los latidos desbocados de su corazón le pidieran lo contrario. Estaba segura de que los mismos que la convirtieron en humana, propiciaron ese encuentro. Estaba claro que pretendían alterar el orden. Con todas sus fuerzas se obligó a pensar como el soldado que era y reconocer sus debilidades para no caer en ellas. Y en este caso su debilidad más peligrosa eran sus sentimientos hacia Ryan. Puesto que, probablemente, estos se habían potenciado con la humanización volviéndose irracionales, debía frenarlos a toda costa, de lo contrario, su inexperta humanidad se convertiría en la peor amenaza para la causa por la que luchaban tantos y desde hacía tanto tiempo. ¿Y ahora qué debo hacer, cómo comportarme ante él? Se preguntaba con desesperación mientras él seguía aproximándose a ella.

Su lucha se volvía más complicada a cada segundo que pasaba mirándolo a los ojos. En un primer momento, Ryan pareció haber recibido un puñetazo en el estómago al verla, pero cuando pronunció su nombre con aquella voz afectada, al instante quedó claro para ella. Con emoción observó que Ryan, la estuvo esperando todo ese tiempo, y una cálida caricia llenó su interior. Pero tenía que resistirse a él. Debía hacerlo. Presa de tal confusión entre el deber y el querer, trató de ganar tiempo abriendo el panorama para incluir a los otros dos presentes a los que por un momento, había olvidado por completo. Parpadeó y logró desviar la vista de los ojos azules de Ryan que la sometían a un implacable escrutinio, y sonrió débilmente saludando a Marisa y Tomás. Cuando inevitablemente lo volvió a mirar, él ya mostraba una amplia gama de sentimientos enrevesados en su rostro. Parecía confuso, apenado y ansioso a la vez, resultaba difícil determinarlo con claridad. A Arami siempre se le dio bien interpretar sus expresiones faciales, se había pasado años estudiandolo. Solo que ahora era distinto, porque ahora era ella quien los provocaba directamente. Se sentía como una enemiga despiadada al provocarle tamaño desasosiego.

-¿Es que ya os conocíais? -preguntó Tomás mirando a ambos con aires contrariados. Arami no sabía cómo responder, se le atascaron las ideas.

-Sí -empezó a decir Ryan con la mirada clavada en ella-. Nos habíamos visto antes -contestó ambiguo.

Oh, su voz. Cuánto lo echaba de menos, admitía Arami sintiendo derretirse. El tiempo que pasó sin poder verlo fue tortuoso, pero allí estaba al fin, como la recompensa al final del largo camino de un buscador de reliquias, tan cerca que podía tocarlo, sin embargo, ella debía resistirse a hacer lo que el cuerpo le ordenaba a gritos que hiciera, haciéndola considerar, que tal vez fuera mejor, seguir lejos de él. No, descartó de inmediato esa barbaridad.

-¿Y de qué os conocéis? -preguntó Marisa a Arami, sonriendo animada.

-De vernos por ahí... -contestó ella alargando las palabras.

-En un viaje -repuso Ryan interviniendo-. Hace poco. ¿No? -miró a Arami buscando su respaldo. Ella lo miró un tanto desconcertada y tan solo asintió. No sabía a qué venía esa mentira, pero lo agradecía.

-Bueno, parece que todos ya somos amigos -masculló Tomás. Evidentemente había notado la tensión entre ella y Ryan, y estaba claramente disgustado por ello, aunque Arami no comprendía las razones o los motivos de ello.

-Bueno, mejor subamos a cenar algo antes de que se nos vaya la noche intentando aclarar este insólito encuentro -sugirió Marisa claramente divertida con la situación. Compartió una mirada con Tomás solicitando su calma y colaboración, seguido se acercó a Ryan, se encaramó de su brazo con toda confianza y tiró de él. Tomás a su vez, se acercó a Arami, y posando una mano en su espalda, con una propiedad con la que ella no se sintió muy bien, le dio una ligera presión para que echara a andar.

Arami miró el modo atrevido en el que Marisa cogía el brazo de Ryan y lo acariciaba de arriba abajo, sintió una punzada en el pecho, amarga e intensa. Lo único que deseaba era que ella lo soltara o la obligaría a hacerlo estampándola contra la pared. Estos deben de ser los celos, descubrió ella. Sacudió la cabeza y apartó la mirada para deshacerse de esas ideas espeluznantes, no quería hacer daño a nadie, y menos a Marisa. Aquella situación estaba siendo, con diferencia, una experiencia humana muy dura para ella.

Un castillo de naipes. Así se imaginó Ryan a sí mismo, así de endeble se sentía. Odiaba el modo en que Tomás se apoderaba de ella y no quería que Marisa le estuviera tocando, pero no se apartó, no quería ser descortés. Solo tenía ojos y atención para Arami. Estaba increíblemente feliz de verla, pero detestaba aquella situación. El pánico y el dolor se entremezclaban en su interior junto con sus demás estados de ánimo al darse cuenta de que Arami, era la mujer de la que Tomás hablaba con tanta admiración y afecto. Estaba claro que habían compartido más tiempo y experiencias, que él con ella. Por tanto Tomás tenía muchas más posibilidades con ella que él, y esa idea lo estaba resquebrajando por dentro, además del hecho de verlo tan cerca de ella, tocándola, reprimió un gruñido y apartó la mirada. La clave de todo ahora es, ¿qué siente ella por él?

En medio de sus celos enardecidos, recordó la historia inverosímil de Tomás sobre ella. Al tratarse de Arami, esa historia debía de ser cierta, dedujo. Con desasosiego recordó los detalles, Tomás dijo que la habían herido y abandonado a su suerte. Debió ser a razón de ese trabajo tan peligroso del que había hablado, determinó contrariado. No sabía cuál deseo imperaba más en él, si reñirla por exponerse de esa manera o abrazarla y protegerla para siempre jamás. Desde luego ninguna opción importaba, resolvió desanimado, porque ambas opciones requerían tenerla cerca, solo para él, solo ellos dos, y no era así.

La veía diferente a la última vez. Notaba un aire distinto en ella. La veía vulnerable y algo insegura. Cuánto deseaba poder hablar con ella abiertamente. Mientras Tomás pagaba el pedido de la cena en uno de los restaurantes de comida rápida, él estaba a su lado de espaldas al mostrador con la mirada fija en ella. Arami se veía intranquila. Él también, pero lo disimulaba mejor que ella. La veía tan hermosa. Una trenza ladeada recogía sus largos cabellos, los mechones cortos y sueltos dibujaban el contorno perfecto de su rostro, sus ojos turquesas brillaban en la semisombra proyectada por la columna detrás de la que estaba sentada a la mesa junto a Marisa. Sus mejillas estaban rosadas a causa del frío y sus labios teñidos de un rojo vivo, invitaban a besarlos. Estaba completamente absorto en ella. Un castillo de naipes era él, y la mirada furtiva de Arami era el viento huracanado que amenazaba con derrumbarlo.

-¿Te gusta? -interrumpió Tomás sus cavilaciones. Ryan, abstraído observándola, respondió a la cuestión con total sinceridad.

-¡Sí!... -musitó con vehemencia. Pero cuando escuchó a su amigo proferir una risita amarga, comprendió lo que acababa de hacer. Volvió su atención sobre él-. Digo que a mi me da igual la comida. Escoge lo que quieras -intentó arreglarlo.

-Ryan, me ofende que creas que puedes engañarme. Te conozco y sé cómo miras a las mujeres. Todas te habían sido indiferentes, hasta ahora -refutó-. Dime, ¿habéis estado saliendo? -preguntó con recelo.

-No -negó Ryan, y de inmediato sintió una punzada de indignación. ¿A qué venía esa actitud? Como si hubiera cometido una infracción al conocerla primero.

-Ella me gusta Ryan, y lo que creo es que si ya la habías conocido y no pasó nada entre vosotros, a pesar de la evidente tensión entre vosotros -puntualizó-, es que tu oportunidad ya pasó. Y te agradecería que...

-¡¿Enserio?!... -detuvo a su amigo-. No tienes ni idea de en qué condiciones nos conocimos o qué relación tenemos, ¿y me pides que me aparte de tu camino porque supones que ya perdí mi tren?

-¿Eso es que no te apartarás? -interpeló Tomás con el ceño fruncido. Ryan no se estaba creyendo lo infantil de su comportamiento.

-Tomás, esta riña empieza a ser ridícula -calificó.

-No te metas en medio, Ryan -replicó entre dientes antes de darle la espalda. Ryan lo miró atónito.

-Tomás, deja de ser un crío -lo detuvo-. Sabes que yo jamás haría nada para perjudicarte, pero ella y yo...

-Que gane el mejor entonces, amigo -terció Tomás-. Y esta vez pienso serlo.

-Su pedido -irrumpió el camarero desde el otro lado de la barra. Ryan sintió hervir su interior. Arami no era un trofeo para el mejor jugador.

Cada uno cogió una bandeja con la mirada combativa clavada en el otro. Ryan iba tras él deseando estampar la bandeja en su cabeza. Tomás llegó a la mesa sonriente y hablando con simpatía a las chicas, y para rematar los nervios de Ryan, se sentó al lado de Arami. Cínico de los huevos, calificó Ryan sentándose a su vez al lado de Marisa. Sin poder evitarlo miró hacia Arami y le dio un vuelco el corazón al encontrarse con su mirada reluciente puesta en él. Sintió una ansias terribles de estirar la mano y coger las suyas que jugueteaban con las mangas de su jersey sobre la mesa. Hormigueaba su piel solo con imaginarlo. Observó que no vestía igual a las otras veces, pero aún así estaba infinitamente guapa.

-¿Entonces ya habéis ido a denunciar la documentación perdida, chicas? -habló Tomás logrando romper el momento.

-Sí, hemos ido el viernes -contestó Marisa. Arami solo asintió con una leve sonrisa y agachó la mirada-. Tenemos que reunir unos papeles y volver, pero al menos ya hemos empezado -contó mientras acomodaba la comida delante suyo.

-¿Y cómo van las heridas? -preguntó Tomás dirigiéndose a Arami, acercándose a ella con confianza. Ryan giró la cabeza en dirección contraria. No podía verlos juntos, no era capaz.

-Van bien. Duelen menos -repuso ella. Ryan reprimió un suspiro al oír su voz, tan cercana, tan dulce, tan intensa. Arami dijo tener heridas cicatrizando en ese momento que le producían menos dolor, él, al contrario, sentía su alma agrietándose, provocando un dolor lacerante en todos sus músculos. ¿Por qué tuvo que ser así, por qué tuvo que volver a verla y que estuviera tan fuera de su alcance? Se preguntaba con amargura.

-¿No comes, Arami? -preguntó Marisa al ver que no tocaba la comida. Ella no contestó. Ryan no se atrevía a levantar la mirada de su comida. Estaba cada vez más seguro de que ese encuentro fue un error. La incomodidad de todos no era más que la resultante de su presencia allí. No debió ir a esa cena-. Vale... -contestó a lo que debió ser un gesto de Arami-. Eh, Ryan, me ha dicho Tomás que has empezado a trabajar en la empresa de tu madre -se dirigió a él-. ¿Qué tal te va? -Ryan no tuvo más remedio que contestar con cortesía a pesar de preferir gruñir.

-Sí. Empecé el lunes. Pero no es nada nuevo. Ya lo había hecho antes -comentó sin entusiasmo.

-Oh, eso es bueno. ¿Y cuál es tu rol, eres el modelo de turno? -contempló ella con una pícara sonrisa tocando su brazo. Arami giró el rostro en dirección contraria para no verlos interactuar de ese modo.

-No, soy el subdirector. Un cargo que se inventó la jefa para mí -repuso mientras veía a Tomás incitar a Arami a comer algo.

-¡Un enchufe! Eso es nepotismo bien utilizado. No te quejarás -replicó Marisa mordisqueando unas patatas.

-Está bien. Me gusta el ambiente. Es como estar en casa -calificó cogiendo distraído unas patatas fritas a su vez.

Un movimiento atrajo su atención hacia la pareja de delante, concretamente hacia ella. Ante la insistencia de Tomás, Arami descubrió sus manos del interior de las mangas, dejando ver unas vendas blancas que rodeaban sus palmas y sus muñecas. Lamentaba ver así su piel de porcelana. Lamentaba no haberla podido ayudar cuando la hirieron junto a la estación del metro. Y lamentaba que Tomás estuviera ahí y no él. Sobre todo lamentaba profundamente que Tomás estuviera cogiendo su mano en ese instante. No podía más. Sus sentimientos se estaban haciendo cada vez más fuertes y difíciles de contener. Corría el riesgo de echarse encima de su amigo y convencerlo a golpes de que dejara de tocar a Arami, y eso sería terrible. Arami tenía el derecho de estar con quien quisiera. Y él tenía el derecho de marcharse si no soportaba la situación. Y eso mismo es lo que iba a hacer.

-Lo siento, chicos, pero yo me abro. Ehm, mañana tengo trabajo, y tengo que madrugar -se disculpó balbuceando y se levantó como un resorte abandonando su asiento-. En fin. Ya nos veremos -dirigió miradas a Marisa y Tomás, evitando deliberadamente a Arami porque creía que no podría marcharse si volvía a mirarla.

Emprendió la huida de inmediato dando grandes zancadas hacia la salida, sintiendo sus nervios crisparse al pensar en lo que acababa de hacer. Marcharse de su lado. Pero no podía estar allí, viendo cómo la perdía.

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