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Tierra inhóspita


El metro iba lento. Había atravesado la ciudad dejando atrás el tramo de túneles y avanzaba bajo cielo abierto. Eran solo las seis de la tarde y caía ya noche cerrada. El día se acortaba para dejar paso a la fría oscuridad de finales de noviembre, un gesto que evidenciaba la presencia del ambiente invernal.

La gente del tren conversaba bulliciosa mientras los vagones zigzagueaban en las curvas. Cuando el metro se arqueaba un poco a la izquierda, ella podía verlo bien. Ryan estaba a un vagón de distancia de ella. De pie y reclinado contra una ventana suspiraba por momentos, tenía la mirada perdida y unos cascos metidos en las orejas, concentrándose solamente en aquello que oía. Aunque acababa de volver hacía pocos días a Bilbao después de unos largos cinco meses fuera, él seguía aislado de todo el mundo, dentro de su propio mundo. En ese momento iba al encuentro de sus amigos, para festejar el cumpleaños de Sam en casa de sus padres en un barrio de Plentzia. Ryan no quería asistir a una reunión con tanta gente, pero Sam lo hizo prometer que iría y eso para Ryan se convirtió en un compromiso.

El día del entierro de Madelaine, Ryan se despidió de sus amigos alegando que necesitaba estar solo durante un tiempo. Comprendieron su decisión y lo apoyaron. Ryan desapareció de la civilización ese día. Desde entonces emprendió un largo viaje en coche por carreteras solitarias. Su destino fueron montañas y bosques lejanos por donde Arami lo acompañó constante y discreta, observando y cuidando de él, siempre en silencio, siempre oculta.

Ryan, contemplaba las mañanas en lo alto de los picos montañosos donde la bruma se desprendía de las nubes y lo abrazaban. Dormía a la intemperie contemplando las estrellas, siempre con la melancolía a su lado arrancándole suspiros. Y en los atardeceres, ese momento en el que el día moría y nacía la noche, esa misma melancolía se apoderaba de él con mayor fuerza y lo hacía soltar, además de los suspiros, unas lágrimas que recorrían sus mejillas ofreciendo una imagen desoladora para ella. Arami lo contemplaba a los lejos deseando entender por qué precisamente los atardeceres bañados en miel, lo sumían en semejante tristeza. Era difícil enterarse de algo con Ryan, puesto que, aparte de emitir suspiros apesadumbrados, él solo abría la boca para comer, beber y soltar juramentos a voz en grito, cuando los nervios se le tensaban demasiado en medio de alguna tarea difícil. Pasaron semanas enteras corriendo un peligro constante sin saberlo al estar tan alejado de todo, pero ella debía respetar su voluntad. Ryan estaba allí porque deseaba estar solo, sin embargo, estaba muy lejos de esa realidad. Al menos en el universo paralelo oculto a sus ojos. Arami estuvo muy ocupada tratando de protegerlo de demonios y perros del averno mientras se esforzaba para mantenerse oculta ante sus ojos. Una tarea cada vez más costosa, no por la amenaza creciente, que también era un aliciente, si no por la absoluta soledad en la que se encontraban los dos, propiciando que él pueda percibir mejor los detalles que se camuflarían mejor en el bullicio de una ciudad. En ocasiones, sopesaba la idea de persuadirlo en sueños, un acto arriesgado considerando su condición, pero era una medida desesperada a la que estaba dispuesta a recurrir en una situación de necesidad extrema.

Durante un atardecer, uno más entre todos los anteriores, ella se acercó sigilosa entre los árboles mientras él contemplaba nuevamente la muerte del día en lo alto de una colina. Ella acababa de tener una tremenda reyerta con una jauría de demonios que venían a por él buscando la gracia de Satán, y acabó con numerosas heridas en su cuerpo, pero antes de ir a curarse al río, decidió cerciorarse de que Ryan estuviera bien tras el ataque. Allí lo vio, sentado en una roca, relajado, ajeno a todo lo que ocurría a su alrededor. Tras el paso de una brisa suave, lo vio cerrar los ojos, y cuando pensó que lo hacía para purgar las lágrimas catárticas de cada atardecer, Ryan la sorprendió sonriendo. Aquella era la primera vez que sonreía en todo el tiempo que llevaba lejos de casa. Ella lo contempló con veneración, sonriendo maravillada ante tan bella e inusual imagen.

Ryan seguía con los ojos cerrados, percibiendo con expresión pacífica la ligera brisa que acariciaba su rostro, cuando ella empezó a caminar hacia él, la duda se marcaba en cada paso, pero la atracción era más fuerte y seguía dándolos casi sin querer, uno tras otro, con parsimonia, como si Ryan la hubiera enganchado con un gancho y estuviera recogiendo el cabo con una polea. Ella quería saber lo que él sentía, quería poder compartir con él la genuina felicidad que reflejaba su rostro en ese momento, en ese merecido instante robado del largo suplicio en el que se había convertido su vida.

Arami fue a agacharse delante de él, creyéndose protegida por la invisibilidad de siempre. Se acomodó allí para contemplarlo mejor, como hacía antes, cuando todo era nuevo y no corría peligro de ser descubierta.

La misma atracción que la llevó a acercarse tanto la invitó a extender la mano hacia el rostro de Ryan. Sabía que no debía hacerlo, pero la empujaba un impulso primitivo al que ella se negaba a dar nombre, pero que era absolutamente ineludible. Alcanzó la mejilla de Ryan, pero justo antes de que sus yemas tocaran la piel de su rostro, a milímetros de consumar el anhelo de su alma, Arami paralizó su movimiento, su mirada trémula se congeló y su respiración se detuvo. Ryan había despegado los párpados y ahora sus ojos la observaban atentamente.

La certeza de haber cometido un trágico error heló sus entrañas, no podía más que contemplarlo sin poder decir nada, bloqueada por la culpa, por el lamento de haberse dejado llevar por sus insensatos sentimientos, miraba a Ryan a los ojos, incapaz de apartar la mirada de ese lugar donde había encontrado su hogar, con el tiempo detenido en una interminable incertidumbre. Quizá debía ocurrir así, pensaba. Quizá deba acabar aquí. Ahora lo único que podrá hacer para arreglar el entuerto, será marcharse de su lado. El dolor prematuro de la pérdida empezaba a tomar su curso en ella, cuando, de pronto, él parpadeó y apartó la mirada de ella como si nada. Ella detuvo de inmediato sus elucubraciones comprendiendo que aquella no era más que una oportuna coincidencia. Ryan no la estaba mirando a ella, si no a través de ella. Una tremenda advertencia se había sucedido en sus narices, enseñándole la inmediata consecuencia por si seguía cometiendo esas imprudencias.

De súbito, Ryan se levantó de su asiento sobre la roca y avanzó hacia adelante atravesando el cuerpo de Arami como lo haría a través de un fantasma. Ella respiró aliviada, y cerrando los ojos se desvaneció a su espalda en medio de una neblina blanca, mientras se reafirmaba en su causa y compromiso para con el cielo. Sabía que debía olvidarse de sí misma de una vez por todas. Al amanecer siguiente a ese incidente aislado, como por providencia divina, Ryan decidió que tenía suficiente de la "soledad", y se encaminó de vuelta a casa. Ella lo agradeció profusamente.

Al llegar a la ciudad, Ryan fue a ver a sus buenos amigos, Sam y Camile. Sam comentó que Ryan traía otro semblante. Sin embargo, con su regreso debían retomar el difícil tema que lo había hecho huir de allí. El primer tema a tratar fue el de la lectura del testamento de Madelaine. Habían dejado todo los trámites en un cajón esperando que Ryan estuviera preparado para ello. Y él demostró, que cinco meses lejos de todos y de todo, sirvieron de cura para su alma. Ryan confirmó su asistencia en la lectura del testamento con entereza. Sam lo miró como un padre orgulloso miraría a su hijo tras un logro complicado. Estaba contento de ver que Ryan aceptó el cambio en su vida y eso le había liberado del peso del dolor. Su amigo había vuelto a casa como un hombre renovado, capaz de enfrentar cuanto apareciera en su vida con una nueva actitud. Estaba muy contento por él.

Ryan y Camile acudieron a la lectura del testamento acompañados por Sam. Ryan manifestó su agradecimiento a Camile por haberse ocupado de los negocios de Madelaine en su ausencia y prometió hacer su parte en adelante. El testamento solo hacía oficial lo que ya sabían. Todos los bienes de Madelaine, fueron a parar a nombre de Ryan. Camille Gayten, por otra parte, recibió el nombramiento oficial de Directora General de la empresa. Después de aquello, se ocuparon de liberar el piso de Bilbao en el que vivía Madelaine, donando a casas de caridad todos sus muebles, cuadros, ropa y joyas, como ella misma pidió. Ryan se ocupó de devolver la caja fuerte de su madre a la casa de Zugazarte, junto a sus libros preferidos, las medallas y el uniforme de Jackson de la Marina y fotos de familia.

El metro seguía su rumbo. Era viernes por la noche y había mucho tráfico de pasajeros. El tren se detenía de estación en estación. La gente bajaba y otros más subían, pero ella no perdía a Ryan de vista en medio del gentío. Entraron en un túnel irrumpiendo en la estación de Algorta, y otro aluvión de personas bajando y subiendo se interpuso en su campo de visión, ella no estaba preocupada, era una situación repetitiva, estaba segura de que pronto lo vería de nuevo. Pero cuando el metro reanudó la marcha, Arami miró hacia donde Ryan debía estar y no lo encontró allí. Observó intrigada hacia diferentes puntos del vagón, preguntándose dónde habría ido y por qué no estaba percibiendo su cercanía. Se movió de su escondite buscándolo por otros vagones, mirando cada rostro mientras un temor inexplicable se apoderaba de su pecho a medida que los segundos pasaban y seguía sin verlo. Habrá bajado, pensó. Alterada se disponía a salir del tren atravesando el casco, pero se encontró con una imagen desoladora. De pronto, todo empezó a cambiar a su alrededor y solo podría ser obra de uno...

La luz de los vagones se apagaba y las personas iban desapareciendo, traspasadas a un plano diferente. Un pestañeo después, era como si nunca hubieran estado allí. Ryan seguía allí dentro, resolvió Arami, el problema era que sus enemigos acababan de subir al tren. Levantó la mirada encontrándose el techo de todo el tren plagado de Gusarapientos, demonios creadores de ilusiones. Unos pocos no podrían hacer nada contra ella, pero el ejército arrebujado allí arriba, concentrando su enervante habilidad en ella, sí que eran un problema. La luz se volvió muy vaga. Los Gusarapientos estaban creando aquel escenario para ella, se movían entre ellas como un grupo de anguilas en el mar, y en vez de una corriente eléctrica recorriendo su cuerpo, emanaba de ellos un ligero humo, propio de las brasas de una fogata moribunda. Arami sabía que estaba rodeada, y su temor se volvió real cuando aparecieron cuatro Therion desde la oscuridad, dos delante y dos detrás. El pánico la golpeó en ese momento, no por lo que pudiera sucederle a ella, sino por lo que pudieran hacerle a Ryan con ella fuera de juego. Solo debía echarles de allí. Solo debía deshacerse de ellos, pensaba. Levantó su mano hacia su espada sin dejar de observarlos. Uno de los Therion apoyó sus garras en el cristal y las arrastró creando un chirrido insoportable. Otro de ellos hizo lo mismo detrás de ella despertando en Arami una rabia exacerbada. Más garras arañaban los cristales procurando hacer a Arami perder los nervios.

-¿Qué hacéis aquí? -masculló apretando los dientes y la mano en la empuñadura de su espada.

-Pasar un buen rato -contestó alguno con la voz de Ryan, consiguiendo enfurecerla aún más.

-¿Dónde está, Ryan? -increpó ella amenazante.

-No soy yo quién debería preocuparte ahora, cariño -habló otro repitiendo la voz de Ryan.

Harta de sus juegos, Arami desenvainó su espada. En ese momento, toda luz se apagó. Silencio y quietud absoluta la rodeaban ahora, solo oía su propia respiración. Blandía su espada delante suyo. Esta brillaba con luz propia, pero no veía un palmo más que dos pasos por delante. Caminaba con cautela, girando de un lado a otro, cuidando sus flancos. De súbito, algo cayó con un peso titánico sobre ella tirándola al suelo haciéndola soltar su espada. Esta, sin su toque, perdió todo brillo dejando a Arami en la completa oscuridad nuevamente. Mientras el sujeto trataba de inmovilizarla, ella por su parte trataba de recuperar su espada sin fortuna. Forcejeando como la presa de león entre sus fauces, Arami logró envestir a su captor dando un cabezazo hacia atrás, este perdió la concentración y ella se liberó las manos. Apoyó las palmas en el suelo y con un movimiento ágil extrajo una pierna de debajo de él y le propinó una patada en el pecho quitándoselo de encima. Avanzó rápidamente a gatas hasta su espada, pero antes de llegar hasta ella, la cogieron de los pies nuevamente arrastrándola por el suelo. Arami buscó a tientas algo de lo que agarrarse, hasta que dio con una barra de sujeción del metro y lo cogió con fuerza hercúlea, con ese movimiento logró soltar un pie del agarre del demonio y empezó a dar patadas hasta conseguir liberarse. Se puso en pie de un salto y corrió hacia donde había dejado su espada.

-Fiat lux -ordenó y su espada volvió a brillar.

-No te servirá de nada -dijo alguien burlándose.

Arami seguía corriendo a por su espada que parecía alejarse más y más de ella. Logró llegar hasta ella, pero al empuñarla, un Therion la detuvo pisando la hoja. Arami podía oír su piel de reptil chamuscandose con el contacto, de inmediato todo apestó a azufre. Ella levantó la vista hacia él y la bestia la embistió con una patada en la barbilla y la arrojó de espaldas alejándola nuevamente de su arma. Arami sintió hervir su interior.

-Fiat lux-volvió a ordenar y con la luz de su espada, visualizó a su enemigo. Inmediatamente se abalanzó sobre el Therion y pelearon en un uno contra uno brutal, hasta que se metió en medio otro de los Therion y Arami recibía golpes contra golpes desde todos lados y sin verlos venir. Pronto el tercero y el cuarto se unieron en la reyerta.

Cuando Arami sentía agotarse su fuerza vital, mientras intentaba simplemente soportarlo, uno a uno los Therion empezaron a alejarse, hasta dejarla tirada en el suelo, casi sin aliento, casi exterminada. Seguía sin ver nada y no tenía siquiera fuerzas para pedir a su espada que se hiciera visible. Sabía que no debía relajarse. Si la oscuridad seguía allí obstaculizando su visión, era porque los demonios aún vendrían a por ella. Pronto sus sospechas se hicieron reales. Uno de ellos la sujetó de un brazo y lo retorció a su espalda mientras ella protestaba de dolor. Lentamente la oscuridad se fue aclarando y ella pudo apreciar su entorno. Mientras el Therion que la sujetaba se apoderó de su otro brazo y también lo retorció a su espalda, las otras tres bestias horrorosas se colocaron delante de ella. El que la sujetaba la obligó a levantarse y mirar a las tres bestias. Una de ellas llevaba una caja de metal pequeña entre las garras. Otra de ellas la abrió, y la tercera extrajo una daga negra cuya hoja estaba envuelta en un trozo de tela vieja.

-El Maestro te manda recuerdos -susurró a su oído el Therion que la sujetaba. Y lo siguiente que sintió Arami fue el puñal adentrándose con saña en sus entrañas y cómo éste consumía su ya escasa fuerza vital.

El Therion que la sujetaba la soltó y ella cayó al suelo de rodillas con la boca abierta de la impresión y los ojos desorbitados. No dejaba de mirar el mango de la daga negra asomar por su vientre, horrorizada con todo lo que aquello implicaba. Los Gusarapientos fueron desplazándose, liberando poco a poco el escenario. Las bestias retrocedieron habiendo cumplido su misión. Habían conseguido alejarla de Ryan, dejándolo indefenso ante cualquier ataque hacia él en adelante. Ella había fracasado. Todo se había acabado.

Sin el hechizo de los gusarapos, poco a poco los humanos volvieron a aparecer en el mismo lugar donde estaban. Aquello despertó en ella la alarma. Se levantó del suelo con exhaustivo esfuerzo, temblando y resoplando. Se le acababa el tiempo, debía verlo, debía encontrarlo. Caminó por los vagones arrastrando los pies, buscándolo desesperadamente mientras su visión se nublaba por momentos. Y entonces; de forma providencial, Ryan apareció ante sus ojos parado en el mismo lugar donde estuvo desde que subió al tren. Aquello la tranquilizó, porque evidentemente los demonios no le habían hecho daño, sin embargo, debía salir de allí de inmediato para alejarse de él. Trató de atravesar el casco del tren con sus habilidades ultraterrenas, pero su palma se topó con una barrera tan sólida como las paredes de la cueva en la que se escondió durante sus años de condena. Empezó a temblar y no supo definir si era por su debilidad o por el temor de que Ryan pudiera verla. Miró a su costado y vio a un niño de unos cinco años observar fijamente hacia su posición. Tenía la boca abierta y la mirada trémula por el esfuerzo de no parpadear. El niño estaba atónito observando una imagen borrosa y luminiscente que trataba de atravesar la puerta y que a cada segundo que pasaba se hacía más nítido. Su reacción era perfectamente normal. Lo malo sería si todos los del vagón acababan viéndola al mismo tiempo. Buscó entonces una forma más humana de salir de allí, cuanto antes.

La salida de emergencia del metro era su mejor opción. El metro se hallaba en medio de un trayecto, así que debía detenerlo. Esperar a que el tren se detuviera en la estación podría ser demasiado tarde por su cada vez más evidente imagen. Y menos debía permitir que los humanos presenciaran su transformación. Leyó la inscripción en el cristal de protección sobre el botón de alarma: No utilizar sin causa justificada. La mía está más que justificada, decidió ella. Y lanzó el puño hacia el cristal rompiéndolo y accionando el botón de alarma en un solo golpe. El tren empezó a frenar de inmediato sacudiendo a todo el mundo allí dentro. Rápidamente fue hasta el otro lado para romper otro cristal de protección que cubría la palanca de emergencia con la que se desbloqueaban las puertas. Tras accionarlo, se detuvo un segundo para buscar a Ryan, lo encontró en medio del bullicio ayudando a una mujer mayor a estabilizarse tras el frenazo del tren. Arami contuvo un suspiro, y sin esperar más, desvió la mirada de él con extrema dificultad, abrió las puertas y se lanzó hacia las vías en la oscuridad.



Con la caída, Arami se llevó un golpe terrible, lo sintió diferente, como nunca sintió sus heridas. A pesar de los dolores, rodó sobre las vías hasta el extremo opuesto dándose contra la alambrada, al instante se obligó a levantarse y trepar por la valla de metal mientras sus fuerzas se esfumaban y perdía el sentido por momentos. De súbito, con sorpresa sintió que la cogían de las manos y tiraban de ella, su cuerpo se erguía del suelo hasta abandonarlo sin esfuerzo alguno.

-Somos nosotros -avisó el que la tenía entre sus brazos. Arami lo reconoció de inmediato.

-Toroso... -pronunció ella en un tenue susurro-. Ryan... -dijo sin poder continuar. Su amigo lo entendió al instante.

-Pero estas herida... -protestó Coria al lado con su voz susurrante.

-Esto ya no tiene arreglo. Id por favor. Os lo suplico -habló ella casi sin fuerzas, pero siempre con las suficientes para seguir luchando por Ryan.

-Sí, Arami -contestaron los tres al unísono.

Toroso la posó en el suelo con sumo cuidado y después desaparecieron los tres. Arami ya no podía mover ni un músculo sin que le dolieran. Con esfuerzo visualizó donde estaba. Era un polígono industrial y ella estaba debajo de un tejado medio roto entre bidones de aluminio oxidados. Bajó la vista y divisó la daga negra que aún permanecía hundida en su vientre. Levantó una mano para asirla, lo hizo con cierto temor, pero se apoderó del mango y tiró de ella con fuerza, protestando por el dolor tan intenso que producía en sus carnes. Al sacarlo, lo arrojó tan lejos como pudo.

De inmediato, sin permitir un descanso, como si un director de orquesta implacable diera la orden, se inició otra sinfonía de torturas y martirio. Un atroz dolor se apoderó de cada fibra de su cuerpo crispando sus músculos y deteniendo su respiración. A su espalda, como si cobraran vida propia, sus alas empezaron a moverse obligándola a incorporarse de la pared hasta dejarla a cuatro patas mientras se extendían, abriéndose majestuosas. Una fuerza superior empezó a controlar a Arami en ese momento. La temida transformación.

De entre los omóplatos, allí donde se enterraban las raíces, un dolor lacerante se apoderó de ella al rasgarse su piel con la facilidad de una tela vieja. Sus alas iniciaron su entrada. Arami apretaba los dedos contra el concreto tratando de mitigar el dolor que la torturaba, no lo podía exteriorizar con un grito puesto que su cuerpo soportaba una tensión masiva, igual que si levantara un edificio. El dolor de las alas entrando dentro de su cuerpo con la lentitud del sol atravesando el cielo durante el día, la estaba matando. Sentía como si la estuvieran cortando por la mitad deliberadamente lento, como si lo hicieran con una sierra sin filo. Las alas seguían su curso escondiéndose dentro de ella, suave terciopelo que al atravesar sus carnes se convertía en púas de acero implacable.

Una eternidad después, Arami sintió las puntas rígidas de sus alas rozar su piel rota. Se perdieron en su interior dejando a su paso un destello brillante que sellaba las aberturas por donde entraron como si fuera un soplete soldando el metal, y cuyo único rastro final en su piel no eran más que un par de finas líneas rosáceas. Arami suspiró temblorosa, vencida por el desgaste energético supuesto para ella en esa parte de la transformación. Pero de sobra sabía que aún no había acabado. Volvió a echarse con esfuerzo junto a la pared. Buscando esconderse entre los bidones, cerró los ojos intentando no pensar en lo que ocurriría después, cuando, de pronto, la oscuridad se vio atravesada por unos reflejos de luz que se hacían más intensos a cada segundo. Arami abrió los ojos, ofuscada por su intensidad y buscó su origen. Cada extremo de su cuerpo brillaba con la misma intensidad. Las puntas de sus pies, las yemas de sus dedos, las puntas de sus cabellos, hasta los extremos de su vestidura. Ella observaba atónita lo que acontecía mientras veía cómo estos destellos de luz blanca empezaban a avanzar por su cuerpo, como una carga eléctrica que chispeaba por momentos y consumía su cuerpo como lo haría la mecha de pólvora de una bomba. La luz recorrió todo su cuerpo entumecido deteniéndose en la herida de la puñalada en su vientre y allí se desvaneció. En cuanto esto ocurrió, Arami sintió algo tibio brotar de su interior a través de la herida, era líquido y abundante. Pasó la mano por encima y lo proyectó hacia la luz para ver lo que era. Sus blancos dedos estaban teñidos de un fuerte color rojo. Estaba sangrando.

Se le cerraron los ojos y dejó caer su mano pesadamente al suelo. Lo último en lo que pensó, fue en la corta humanidad que vivió.

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A lo lejos oía un vago rumor de voces. No identificaba ninguna palabra, solo eran ruidos. Sintió algo. Alguien la tocaba provocando dolor en su cuerpo donde fuera que posase las manos, pero ella no era capaz de realizar ningún movimiento para repelerlo, apenas sabía si era real.

-Está viva. Respira -pronunció alguien cerca de ella demostrándole que su consciencia se fortalecía.

-Aquí hay mucha sangre -comentó una segunda voz.

-Vamos a pasarla -volvió a decir el primero. Ambos estaban muy cerca de ella.

Al momento Arami sintió su cuerpo moverse y el dolor anterior provocado por un simple toque, se multiplicó hasta el infinito. Los que la cargaron la recostaron sobre algo acolchado y colocaron sus brazos pegados a su cuerpo, colocaron algo rígido alrededor de su cuello y sujetaron su cuerpo con unas cuerdas.

-Uno, dos, tres -dijeron ambas personas y Arami sintió elevarse su lecho entre tambaleos.

Percibió la claridad del dia encandilando su rostro. Trató de abrir los ojos, pero los párpados le pesaban demasiado. Los que la transportaban en aquel lecho, volvieron a contar hasta tres y la introdujeron en el interior de algo que se tragó la luz. Una vez allí, volvió a intentar abrir los ojos.

-¡Se está despertando! -avisó uno-. Hola, ¿puedes oírme? -Ella asintió moviendo levemente la cabeza en un intento de hacerles saber su respuesta-. Somos paramédicos. Te estamos llevando en ambulancia al hospital, ¿de acuerdo? -Ella volvió a asentir sin poder terminar de abrir los ojos para verlos-. Te pondrás bien -comentó. Ella movió los labios en un intento de agradecerles su labor, pero la voz se le quedó atascada en la garganta-. Tranquila, no te esfuerces -recomendó el paramédico. La ambulancia arrancó el motor y empezó a moverse. Eso fue lo último que percibió antes de volver a sumirse en el silencio.

Unos pitidos constantes la volvieron a atraer a la consciencia. Intentó abrir los ojos una vez más y se encontró con que esta vez le costó menos trabajo conseguirlo. Se percibió tumbada en una cama, vio que su lecho estaba adornado con sábanas blancas. Las paredes y el techo de la habitación también eran blancos. Había una puerta blanca cerrada y una ventana grande cubierta por cortinas también blancas. Volvió a centrarse en el pitido insistente, lo buscó y vio de donde provenía. Era un aparato cercano a su cama, que curiosamente, no era de color blanco. Notó con aprensión que unos cables unían ese monitor con su dedo a través de una especie de pinza. Intrigada, trató de incorporarse para observar mejor su entorno y de inmediato se arrepintió de haberlo hecho. Algo en su vientre dolía terriblemente y volvió a reclinarse en la cama rogando que parase el ardor. Se llevó una mano hasta la zona y apretó para encontrar la fuente. También se arrepintió de haber hecho eso.

En ese momento la puerta blanca se abrió y apareció una mujer joven de cabellos dorados ensortijados, vestida con un traje azul claro. Entró en la habitación distraída leyendo unos papeles que llevaba en la mano y al mirarla se detuvo en seco. La observó entreabriendo la boca en una expresión de asombro. Enseguida desvió la mirada y carraspeó, al volver a observarla lo hizo con un alegre semblante. Arami no comprendía nada.

-Hey, ¡qué pronto te has despertado! -exclamó acercándose a la cama-. ¿Cómo te encuentras? -consultó. Arami intentó contestar a su pregunta utilizando palabras pero al tomar aire para hacerlo, el dolor proveniente de su vientre la frenó-. No hagas fuerza -recomendó la mujer, pero ella lo intentó aún así.

-Co... Com... -sus labios se sellaron para pronunciar la letra "eme" y le costaba volver a despegarlos para completar la palabra. Por alguna razón también tenía dificultades para hablar-, te... llam... -y volvió a atascarse en la misma letra.

-¿Cómo me llamo? -ayudó la mujer. Ella asintió-. Me llamo Marisa. Soy enfermera -contestó amablemente.

-Marisa... -pronunció ella en susurros y con lentitud-. ¿Podrías por favor, darme un poco de agua?... -terminó de pedir.

-Oh, lo siento mucho -lamentó Marisa-. Hasta que el doctor te revise no puedo darte nada para tomar por vía oral. Pero ya estás despierta, podrá verte ahora y ya veremos -animó. Ella solo asintió-. Puedes decirme tú, ¿cuál es tu nombre? -Ella asintió de nuevo, sin embargo, cuando se puso a pensar en su nombre, no fue capaz de recordarlo. La enfermera se la quedó mirando y continuó-. ¿Recuerdas algo de antes de quedarte inconsciente? -interpeló.

-No -musitó ella mirando al vacío de su mente-. No, recuerdo nada... -agregó pensando en cómo pudo haberse hecho esa herida en el vientre y no recordarlo.

-No pasa nada -tranquilizó la enfermera-. Quizá sea por la conmoción. Es común en estos casos tan traumáticos -explicó la enfermera. Ella la miró con pánico en las facciones al oírla decir: traumático-. Llamaré al doctor ahora mismo -informó y salió de la habitación como una exhalación.

Ella la siguió con la mirada. ¿Traumático?, volvió a sopesar la expresión. Se puso a buscar dentro de su mente algo que pudiera ayudarla. Algo que le pareciera traumático o algo que simplemente le pareciera un recuerdo reciente. No había nada. Siguió buscando durante unos minutos, pero igualmente seguía sin encontrar nada. La angustia de saberse perdida la agobió y decidió incorporarse, tal vez así sus ideas se aclarasen. Aún con los brazos entumecidos y lánguidos, y la herida en su vientre sobrecargando sus nervios receptores del dolor, consiguió sentarse en la cama. Reclinó la espalda sobre las almohadas y respiró con calma para paliar el dolor.

Una vez controlada la situación, volvió a intentar recordar algo. Fue en ese momento que un ápice de color pintó su mente en blanco. Se miró las manos dándoles vueltas, movió sus pies debajo de las sábanas y cogió los mechones oscuros de sus cabellos. Una ráfaga multicolor volvió a pintar su mente dejándole ver esta vez algo insólito. Miró hacia la puerta dándose cuenta de que ya había visto a esa enfermera en otro lugar. Y lo más alarmante de todo, era que la enfermera pudo verla a ella. Mientras estudiaba su situación, la puerta volvió a abrirse. Entró nuevamente Marisa y detrás de ella un hombre joven con bata de médico, traía en las manos una tablilla sobre la que llevaba unos papeles sujetos con una pinza negra. Supo de inmediato quién era él también.

-Dios -masculló él al verla. El joven médico hizo lo mismo que Marisa cuando posó los ojos sobre ella por primera vez, la observó con ojos sorprendidos y la boca ligeramente abierta. Una costumbre curiosa, observó ella.

-Te lo dije -musitó Marisa por su parte manipulando la máquina de los pitidos, que de repente, dejó de emitir ese molesto ruido. El doctor, tras aclararse la garganta se dirigió a la paciente.

-Hola, soy el doctor Herranz, tu médico -se presentó-. Puedes llamarme Tomás -sonrió con amabilidad.

-¿Enserio? -musitó Marisa por lo bajo con un tono burlesco que él reprendió con la mirada.

-Dime, ¿sabes por qué estás ingresada en el hospital? ¿Recuerdas algo? -continuó el doctor Herranz. Ella miró a los dos de hito en hito. Debía estudiar sus palabras antes de soltarlas delante de ellos. Mas bien, delante de cualquier persona. Debía ir con cuidado.

-Me han herido... -susurró sin dar más datos. La imagen de lo ocurrido se cruzó por su mente como lo haría el flash de una cámara de fotos. Ella parpadeó y volvió a mirar al doctor.

-Sí, te han herido. Eso es evidente -certificó el doctor ante su escueta respuesta-. Esta mañana ingresaste en el hospital de Cruces por una herida de arma blanca. Habías perdido mucha sangre -explicaba él. Ella lo miraba fijamente. Su voz era suave y tranquilizadora, agradable de oír. Una sensación de protección la embargaba al estar cerca de él. No obstante, todo lo que veía era nuevo para ella, todo era diferente, extraño. Además, el joven médico desviaba la vista de sus ojos, parecía incómodo, no era capaz de sostener su mirada. Ella decidió entonces dejar de observarlo con tanta fijación, debía ser un comportamiento incorrecto para ellos-. La herida no alcanzó órganos vitales, no ha hecho falta ninguna cirugía, tan solo un tratamiento conservador -continuó él-. Te estás recuperando muy bien. La verdad es que creíamos que no despertarías hasta mañana -rió un tanto nervioso. Detrás de él, Marisa sonreía de un modo curioso para ella-. Ahm, cuando te registraron al encontrarte, no dieron con ninguna identificación. Así que no sabemos siquiera cómo te llamas. Marisa me dijo que no lo recordabas, pero...

-Ara Reindy¹ -dijo sin dudar y ambos la miraron con extrañeza. Hasta para ella resultaba muy extraño oír su nombre como humana.

-¿Cómo has dicho? -replicó Marisa confusa.

-Mejor, escríbelo -sugirió el doctor ofreciendo su tablilla y un bolígrafo. Ella lo escribió utilizando la ortografía humana.

-Ara Reindy -pronunció él. O lo intentó. La segunda palabra no sonó nada bien para ella.

-Ella no lo dijo así -se burló Marisa adelantándose y arrancando la placa de madera de las manos al médico para leer el nombre.

-Pues dilo tú, lista -protestó él amanerando la voz. ¿Aquella era una discusión amistosa?, observó ella intrigada.

-Pues sí que es raro -comentó-. Pero se puede leer como está escrito. Ara Reindy -desdeñó Marisa en castellano, para después devolver la tablilla al doctor.

-Es lo que he dicho yo -reclamó el doctor ante la enfermera que estaba retirando el pulsioxímetro del dedo de la paciente.

-No -contestaron las dos chicas al unísono. Marisa la observó risueña y el doctor la observó sorprendido. Arami agachó la mirada avergonzada.

-Lo siento -musitó.

-Me gusta esta chica -alabó Marisa recogiendo los cables.

-No te preocupes. Tienes razón. Se me dan fatal los idiomas y las pronunciaciones me salen horribles. Así que perdóname tú -resolvió él rápidamente-. Bueno, olvidando este pequeño incidente. ¿Puedes decirme si tienes algún pariente al que llamar o amigos por aquí?

-No. No hay nadie -confesó sin pensárselo. Y era cierto, no tenía a nadie ni a dónde ir.

-¿Estás aquí de paso o eres residente? -continuó él. Ella no sabía qué contestar a todo aquello, no sabía lo que haría en adelante. Estaba completamente sola y absolutamente perdida.

Cuando sentía el corazón bombear peligrosamente rápido ante su desoladora situación, desde un un rincón en penumbra de la habitación, al otro lado de la cama, un movimiento ajeno a todos los presentes la distrajo de su drama personal, donde había solo un estrecho armario de metal junto a una puerta abierta.

-¿Tienes a dónde ir cuando te demos el alta? -continuó el hijo del doctor Herranz sentándose en un rincón de su cama.

De pronto, Arami percibió un susurro detrás de su cabeza. Se concentró en esa voz grave tan conocida posando los ojos en algún punto de sus sábanas, y al cabo de unos segundos, empezó a entender las palabras que decía. Enseguida la voz dijo: "repite", y ella obedeció repitiendo palabra por palabra.

-No -empezó a replicar mirando al vacío-, no tengo a dónde ir. Porque me asaltaron y me lo quitaron todo. Estaba aquí de paso y en las bolsas estaba todo lo que tenía. Identificación, dinero, pasaje de regreso... -citó con seriedad. Tomás y Marisa observaban atónitos su expresión neutra mientras ella relataba lo ocurrido como si diera las noticias de las dos-. Los ladrones me apuñalaron y abandonaron mi cuerpo dándome por muerta -recitó. Tomas y Marisa se miraron un momento compartiendo el desconcierto.

-¿Ellos te llevaron al polígono? -consultó Marisa.

-Yo estaba por la zona -explicó Arami.

-¿Qué hacías cerca de un sitio así? -preguntó intrigada.

-¿Les has visto la cara? -preguntó Tomás a su vez sin dar lugar a contestar la pregunta anterior-. Tienes que denunciarlos -manifestó con enfado-. La policía vendrá a verte en cuanto se lo digamos y podrás denunciarlos -indicó.

-¿Dónde ibas para estar por esa zona de noche? -increpó Marisa de nuevo cruzándose de brazos-. Francamente es un lugar peligroso. ¿No es verdad Tomás? -azuzó muy interesada en la respuesta.

-Bueno, es un sitio inusual para andar por la noche y sola -comentó Tomás encogiéndose de hombros.

-Sí, la policía te lo preguntará cuando venga a verte, así que si de todos modos lo tendrás que decir... -curioseó Marisa.

-Yo no, yo... -balbuceó ella, la estaban abrumando entre todas esas preguntas.

-Déjalo -intervino Tomás-, ya has hecho suficiente por hoy -decidió extendiendo la mano y tomando la de ella para transmitirle tranquilidad-. Debes reponer fuerzas ahora, no responder a un innecesario interrogatorio -miró a su compañera reprendiéndola, Marisa solo puso los ojos en blanco. Al volver la vista hacia ella, Tomás sonrió. Arami por su parte no se esperaba esa aproximación y miró fijamente la mano del doctor sobre la suya, incapaz de definir su estado de ánimo.

-De acuerdo -susurró ella mirándolo a los ojos, perdida entre sensaciones que no comprendía. Tomás observaba sus ojos embelesado sin intenciones de apartarse de ella, Marisa negó con la cabeza y decidió intervenir con un toque de codo sobre el brazo de su amigo para que este soltara la mano de su paciente. Tomás hizo caso de inmediato volviendo a su estado profesional. Soltó la mano de la chica y se apartó de ella.

-Bueno, Ara, si necesitas algo, dale al botón y vendré a verte -resolvió Marisa señalando dicho botón-. ¿Vamos doctor? -interpeló a su amigo.

-Sí, luego te veo, Ara -se despidió él sin dejar de mirarla a los ojos hasta volverse hacia la puerta.

-Arami -dijo ella y los dos se detuvieron para observarla nuevamente-. Prefiero, Arami.

-De acuerdo... Arami -musitó Tomás.

-Es un nombre precioso -sonrió Marisa-. Bueno, es hora de irse doctor -indicó llevándoselo por delante-. Te traeré un analgésico para que puedas dormir -prometió a la paciente y se marchó cerrando la puerta.

¿Qué es un analgésico? Se preguntaba Arami con curiosidad. Miró a su alrededor con recelo, la habitación ahora daba la impresión de un lugar inhóspito al estar sin ninguna compañía. Pero no se preocupó por ello, achacó esas sensaciones de temor y desconfianza a su nueva condición física. El silencio de la estancia sería absoluto de no ser por el goteo del suero que ella oía como si se hubieran dejado un grifo abierto y las gotas cayeran desde mucha altura sobre una superficie metálica puesta sobre un amplificador de sonido. Tal como sonaban las gotas de agua filtradas tras la lluvia dentro su cueva, donde la soledad y el vacío hacía que sonasen con tanta fuerza como en ese momento, produciendo un eco sombrío en su escondite y en su alma. Dirigió la mirada, con cierta renuencia, hacia la penumbra de la habitación, donde hacía un momento había percibido movimiento.

-¿Ho... hola? -llamó-. ¿Estás ahí? -esperó-. He oído tus palabras, pero no puedo verte -explicó-. ¿Puedes decirme algo?

Un suave soplo de aire en el rostro hizo las veces de respuesta. Arami sonrió feliz al tiempo que comprendía que su visitante no podía hacer más por hacerse notar. Miró hacia la ventana cubierta por las cortinas y sintió una necesidad. Retiró las sábanas de encima de sus piernas y las movió hasta dejarlas colgar por el borde de la cama. Con algo de esfuerzo logró posar los pies desnudos en el suelo. Echó mano del soporte del que colgaba el suero utilizándolo de bastón, lo hizo rodar por el suelo hasta detenerse junto a la ventana. Retiró la cortina y observó la ciudad arropada por la noche y llena de luces. Las personas allí abajo andaban por las calle bien ataviadas con sus ropajes de invierno. Hay tanta gente, observó. La inquietud crecía en su interior creando un nudo cada vez mayor, y juzgando por su situación, seguiría creciendo hasta convertirla en un mero bulto de ansiedad. Miró hacia el cielo oscuro sembrado de estrellas, clamando por un poco de paz.

-Solo quiero saber si él está bien -suspiró con pesadez-. Esto no tenía que pasar. No debía -lamentaba.

-¡Arami! -la sobresaltó la voz de Marisa a su espalda-. ¿Pero qué haces levantada? -preguntó a modo de reproche acercándose a ella-. Vamos, vuelve a la cama -ordenó guiándola hasta allí.

-Estoy bien. Me siento bien -recalcó Arami subiendo a la cama, procurando ocultar sus muecas de dolor-. ¿Cuándo podré salir de aquí? -preguntó con interés cubriéndose con la sábanas.

-No corras tanto. Es imposible que estés tan "bien" siquiera para levantarte -se burló Marisa acomodando el soporte del suero al lado de la cama-. Aún es pronto para decir cuánto tiempo llevarás aquí. Pero si quieres una idea aproximada, basándome en otras experiencias, como mínimo estarás aquí una semana -resolvió.

-¿Una semana? -repitió Arami con inquietud-. ¿Siete días?

-Eso tengo entendido que es una semana -asentía Marisa con una mueca sarcástica. Arami se había hundido en los más profundo de un pozo de la angustia-. ¿Por qué tanta prisa? -increpó sin ocultar su curiosidad.

-Esos son muchos días -meneaba la cabeza demostrando su negación a aceptarlo-. Aunque en este estado -refiriéndose a su estado humano-, no puedo hacer mucho sin acabar llamando la atención. Pero debo intentarlo -hablaba para sí.

-¿Intentar el qué? -formuló Marisa.

-Encontrar a... -se detuvo al observar a su interlocutora tan atenta a sus palabras-... mis cosas, robadas -resolvió.

-De acuerdo -expresó Marisa abriendo mucho los ojos. Decepcionada ante la falta de información-. El doctor ha dicho que podías beber un poco de agua así que te he traído un analgésico oral -anunció dirigiéndose hacia el habitáculo que Arami no sabía para qué estaba ahí. Resultó ser el cuarto de baño.

Marisa trajo un vaso de agua y se lo entregó junto a una pastilla en la mano. Esto es un analgésico, descubrió llevándoselo a la boca. El agua calmó la sequedad de su garganta causando una sensación de frío y cosquillas a su paso hacia el estómago. Extraño, pero agradable, definió ella. Marisa la dejó sola tras cerciorarse de que su paciente estaba cómoda en la cama, apagó las luces y se retiró. Arami se quedó pensando en su nueva condición, barajando sus posibilidades. Marisa quizá no lo sabe, pero Tomás sí, decidió. El doctor debía conocer el paradero y el estado de Ryan, tenía que preguntárselo. Pero solo eso, solo preguntar, bajo ningún concepto debía encontrarse con Ryan personalmente. Los demonios no pudieron elegir peor momento, protestó, bueno, qué otra cosa iban a hacer, ese es su trabajo. Fastidiar.

Los pensamientos humanos se movían frenéticos por su mente, sabía que debía controlarlos para no acabar como otros humanizados, pero la angustia por no saber nada de Ryan la estaba volviendo loca, las especulaciones se sucedían una sobre otra sin control. Pensó en sus amigos, los convertidos, Sotiria, Toroso y Coria, confiaba en que ellos se encargarían de la seguridad de Ryan en su ausencia. Aunque uno de ellos haya hecho una pequeña pausa para venir a echarle una mano hacía un momento. Tendrían que transcurrir treinta y tres meses humanos antes de poder volver a optar a la angelicalidad, pensó con ansiedad. Ese tiempo era inadmisible para ella, Ryan la necesitaba más que nunca en treinta y dos años, su tiempo de humanidad se agotaba y los enemigos irían a por él con más ahínco. La mecha estaba encendida y en cualquier momento todo explotaría. En medio de la preocupación desmesurada taladrándole la cabeza y la ansiedad encogiéndole el corazón, Arami se sumía en un profundo sueño. Será esto lo que hace un analgésico, observó ella.

_______________

-Arami... -escuchó a lo lejos-. Arami, despierta... -la llamaba una voz conocida atrayéndola desde la inconsciencia. Abrió los ojos, pero no vio más que oscuridad-. Arami... -llamaron otra vez.

-¿Uriel? -pronunció ella adormilada-. ¿Eres tú? No te veo.

-Sí, soy yo. Lo siento pero no puedo dejarte verme con ojos humanos. He venido para hacerte una pregunta.

-Dime -accedió ella con toda confianza.

-¿Cómo es que puedes recordarlo todo tras la humanización? No es propio de tu rango recordar lo anterior a la transformación -estudió. Uriel tenía razón, advirtió.

-No lo sé -respondió con franqueza-. Tal vez sea un designio del cielo -aventuró.

-Allí nadie entiende por qué puedes hacerlo. ¿Estás segura de que no lo sabes? -interrogó con cautela.

-Lo siento. Yo tampoco lo comprendo. Bueno, escúchame ahora -pidió de inmediato-, tengo que recuperar mi estado, hermano, no puedo permanecer como humana. ¡Ryan necesita mi protección! Ayúdame a volver, por favor -rogó con desesperación.

-¿Qué te hace a ti diferente a los demás, Arami? -formuló Uriel. Arami notó un timbre extraño en su voz al insistir en su cuestionamiento. Era propio de él, pero cuando estaba hablando de sus enemigos. ¿Qué tenía que ver con ella? Se preguntaba-. ¿Por qué tú eres especial? -preguntó el ángel de nuevo.

-No soy especial, Uriel. Tiene que haber una explicación lógica. Mira, necesito volver, hermano. Pide por mí, a tí te escucharán...

-Si no me lo dices, no te ayudaré -manifestó tajantemente.

-¡No puedo decirte nada, si no lo sé ni yo! -reaccionó ella-. Vamos, hermano, Ryan me necesita...

-Ryan Sheppard ya no es asunto tuyo.

-No digas eso, Uriel, solo tengo que hablar con la corte...

-¡Olvídate de él! -espetó acallándola de inmediato.

-¿Cómo puedes decir eso? -manifestó ella afectada. En ese momento sintió una presión sobre su garganta cada vez más fuerte.

-He dicho que ya no es asunto tuyo -agregó con dureza.

-Ur, no, no, pued... -ya no podía decir nada, la presión sobre su garganta la ahogaba. Lo siguiente ocurrió tan rápido que apenas pudo entenderlo. Escuchó cómo algo envestía contra otra con fuerza, y de repente, aquello que presionaba su cuello desapareció.

Arami abrió los ojos de sopetón e inhaló con fuerza llenando sus pulmones del aire que trataban de arrancarle, se incorporó rápidamente en la cama a pesar de los dolores. Su respiración agitada no hacía más que aumentar la presión en su herida pero no podía relajarse en ese momento. El ruido vago de algo que se agitaba la hizo volver el rostro con cautela, era la bolsa del suero sobre su cabeza. Se balanceaba como si alguien se hubiera dado contra ella. Era un sueño, ¿no? Se cuestionó con temor.

Pero ella de sobra sabía lo que un ser como ellos podía hacer con los humanos sin siquiera tocarlos. Una de ellas era la perturbación onírica, y ella no iba a ser la excepción en sus ataques. ¿Pero a qué venía aquella pregunta?... Hasta utilizaron la voz de Uriel para sonsacarle información. Debía ser información muy importante, caviló ella mientras estudiaba la pregunta que le había hecho el visitante. ¿Por qué yo sí lo recuerdo todo? ¿Qué tengo yo de especial? ¿Y por qué no me había percatado antes de ello? ¿Quiere decir eso que los demonios saben algo que yo no? , se preguntaba. Algo ocurría en el mundo sobrehumano y ella estaba privada de verlo. Sentía como la ansiedad le cogía las entrañas y las retorcía sin pudor. La claridad de la mañana no tardó en iluminar la habitación. La descubrió meditando profundamente, incapaz de reposar. Él ocupaba toda la extensión de su mente.

Arami pasaba a duras penas el tiempo que le llevaba recuperarse. Se le hacía eterno sin saber nada de Ryan. El ansia de salir corriendo en su busca, aumentaba a cada hora que transcurría con extrema lentitud. Lo irónico era que siempre que veía a Tomás e intentaba preguntar por Ryan, las dudas y la cobardía la vencían y acababa reculando. Y cuando él se iba, ella se arrepentía por no haber preguntado, prometiendo hacerlo la próxima vez que lo viera. Sin embargo Tomás aparecía de nuevo y volvía a irse mientras ella permanecía en ese bucle de valentía y cobardía perenne. La humanidad no le estaba sentando muy bien. No obstante, paralelo a sus inquietudes, su herida iba curándose demasiado rápido para estupor de los médicos que la atendían. Algunos le hablaron de pruebas para descubrir el motivo de esa anomalía. Arami no lo entendía muy bien, pero como aquello no le daba buena espina, se limitó a negarse en rotundo ante sus ofertas deseando que aquello acabara rápido.

Cuatro días después de su ingreso a urgencias, recibió el alta. En su mente solo estaba la idea de buscar a Ryan. Lo primero a hacer era conseguir hablar con Jon Herranz para preguntar por él. El doctor tendría que saberlo dada su condición, determinó ella.

-Te he traído algo de ropa -entró Marisa a su habitación con una bolsa en la mano-. No es gran cosa, pero te servirá -se encogió de hombros restando importancia.

-Marisa, te agradezco mucho tu apoyo. No sé qué haría sin ti -expresó Arami.

-Tranquila, entre nosotras debemos ayudarnos -replicó Marisa acercándose a ella-. Será divertido vivir juntas.

-Realmente no sé cómo te lo pagaré -manifestó Arami emocionada recordando el ofrecimiento de Marisa del día anterior. Así como el padre cuida de los lirios del campo con su providencia, cuida de mí enviándome a tan generosa persona, meditaba.

-No pienses en eso. Ahora ve a cambiarte -terció pasándole la bolsa. Arami se acercó a ella y tras coger la bolsa, se dejó llevar por un arrebato y la envolvió en un abrazo de agradecimiento. Marisa rió ante su reacción. Arami la soltó ocultando su expresión de desconcierto y fue al cuarto de baño a cambiarse.

Una vez sola, empezó a cavilar. Tal vez fuera por su inexperta humanidad y no supiera aún cómo definir sus estados emocionales, pero, una sensación desagradable la abordó tras abrazar a la que fuera la enfermera de Madelaine. Una espina de desconfianza se incrustó en su pecho. Esta chica estaba siendo demasiado amable con alguien que apenas conocía. ¿Generosidad exagerada o intenciones ocultas? Revoloteaba en su mente. Inmediatamente luchó para apartar esas dudas considerándolas inaceptables. Marisa solo estaba siendo una buena samaritana al socorrerla cuando más necesitaba, y eso era todo lo que necesitaba saber, decidió.

Toda la ropa y el calzado que le había traído Marisa, le resultó de lo más cómodo e interesante de ver y tocar. Desde la ropa interior hasta la chaqueta que se puso encima. Resultaba excitante hacer esas pequeñas cosas que antes solo veía hacer de lejos a los humanos. Terminó de calzarse las zapatillas y se puso en pie para recogerlo todo antes de salir. Se fijó en algo allí dentro, algo que se había pasado toda su estadía en el hospital, ignorando, o más bien, evitando. El espejo sobre el lavabo. Siempre tuvo curiosidad por saber qué sentían los humanos al contemplar su reflejo en ese cristal de fondo plateado. Algunos parecían muy felices de verse en él. Otros lloraban al hacerlo. Y otros simplemente lo hacían sin entretenerse mucho tiempo. Todas esas personas eran diferentes, tan diferentes como sus maneras de verse en el espejo. Desde que lo vio allí quiso saber cuál de esas personas sería ella si se mirase en él. Suspiró y decidió seguir ignorando, o más bien evitando verse en el espejo. Mientras recogía pensaba en sus motivos. No quería ver su aspecto en la tierra, porque además de ser un recordatorio constante de su fracaso, eso implicaba aceptar su condición humana y nada estaba más lejos de sus intenciones. Era más, no estaba dispuesta a esperar todo ese tiempo para volver a su estado normal. Cogió la bolsa y dejó la bata del hospital que llevaba puesta en el cesto de la ropa de cama. Agachó la cabeza y pasó por delante del espejo.

La humanización era una experiencia que muchos ángeles anhelaban probar, pero a la que no era posible aspirar debido al factor esencial necesario para poder conseguirlo. Ser derrotado a muerte en una batalla contra el mal. Se trataba de un dilema inmenso para muchos de sus hermanos. Ningún ángel se podía permitir una derrota por mucho que quisieran vivir la experiencia humana. Y además, de por medio estaba el juego sucio de los demonios que no se detenían al ganar la batalla, si no que perseguía al ángel una vez humanizado para hostigarlo hasta cobrarse su cordura y después, su vida. Un ángel menos para el ejército del padre, esa era su meta. A lo largo de la historia, muchos soldados fieles del padre perecieron así. Con Arami ya lo intentaron el primer día de su humanidad, cuando fingieron ser Uriel aquella noche. Ella no estaba dispuesta a dejarles jugar con su cabeza, debía permanecer cuerda para ayudar a Ryan a volver a casa. Aunque tuviera que morir en el intento.

Asió el pomo de la puerta, y al abrirla, se ordenó tragar la amargura que pintaba su cara y llenaba su garganta. Marisa, esa humana tan generosa no tenía porqué soportar sus achaques de ángel derrotado. Más aún cuando no podía hablar de ello. En la habitación se encontró a Tomás charlando con Marisa.

-¡Y aquí la tenemos! -exclamó Marisa. Tomás ensanchó la sonrisa al verla.

-Hola, Arami. Ya eres libre -expresó extendiendo un papel hacia ella-. Es tu alta firmada.

-Gracias -musitó ella cogiéndolo.

-Así que te instalas con Marisa. Me alegro mucho que os hicierais amigas -comentó mirando a ambas.

-La generosidad de Marisa es venerable. Y mi gratitud ante su generosidad es realmente inmedible.

-Eso suena muy bonito, Arami -loó Tomás.

-Si, cada vez que abre la boca me recuerda a un libro de hace dos siglos -comentó Marisa.

-Bueno, yo me atrevo a reclamar una cena con vosotras el día que me queráis invitar. Desde ya mi agenda de cenas importantes está vacía.

-Eso está hecho, amigo mío -intervino Marisa-. Arami, ya podemos irnos -avisó mientras cogía su chaqueta de encima de la silla de visitantes.

-Tomás -interpeló Arami. Se acercó a él y sin mediar palabras lo envolvió en un abrazo afectuoso-. Jamás olvidaré lo que has hecho por mí -susurró contra su hombro antes de soltarlo. Tomás no dijo nada, ni siquiera movió un músculo. Tan solo se despidió con la mano antes de verlas salir de la habitación.

-Créeme, él tampoco olvidará esto -comentó Marisa una vez lejos de él, riendo de la reacción su amigo.

Arami siguió a Marisa por el pasillo principal de la entrada al edificio mientras iba leyendo el papel que le entregó Tomás. Informe de alta de Ara Reindy, rezaba. Era extraño leer su nombre impreso en un papel. Se le estaba haciendo una bola en el estómago al pensar en todo lo que implicaba su nueva condición. Debía construirse una vida entera en pocos minutos para contestar a todas las preguntas que le harían. Como que cuántos años tenía, de dónde venía, a qué se dedicaría laboralmente para comer. ¡Los humanos tenían que comer! La bola de su estómago se hizo más grande. Oh, padre, clamó. Pobres de aquellos humanizados que no recuerdan nada de su condición anterior y deben partir de cero. Eso incluso tiene que ser peor que esto. Tendría que decir a los hijos del Padre lo horrible que es la experiencia para que dejen de desearlo, meditó.

-¡Arami, venga! -llamó Marisa-. Ponte la capucha, esta noche hace mucho frío -aconsejó colocándose un gorro de lana en la cabeza. Arami hizo caso cubriéndose la cabeza antes de salir a la noche. En cuanto el aire gélido se coló por su abrigo abierto, Arami entendió a los humanos que se quejaban de lo que llamaban "frío". Sentía su cuerpo rígido y presa de tambores mientras una insistente llovizna caía acompañada de una ventisca congelante. Se encontró pensando en sus alas, lo calentitas que parecían en ese momento y lo mucho que deseaba tenerlas allí para abrigarse.

Acompañó a Marisa hasta el garaje del hospital y subió con ella a su vehículo. El trayecto inició entre comentarios de la enfermera sobre el clima, pero pronto centró su atención en Arami.

-Tus ojos son alucinantes. ¿Son de verdad o usas lentillas? -preguntó mirando la carretera. Arami la observaba preguntándose lo que significaba ese conjunto de palabras. No quería preguntar y delatar su estado de humana novata.

-Son mis ojos -aseveró con seriedad.

-¡Ala! Pues son una pasada -alabó-. ¿Y de donde vienes? O sea, de qué país o continente, o podría decir planeta, porque chica, eres un tanto inusual entre los humanos de a pie, ya me entiendes -comentó ella entre unas risitas que pretendían suavizar sus palabras. No lo lograron.

-La verdad es que no -replicó Arami prefiriendo ser franca.

-Vamos, no me dirás que nunca te han dicho nada sobre tu aspecto -soltó incrédula. Arami recordó las palabras de Ryan cuando la vio aquella noche. Mencionó sus ojos y su vestimenta. Quizá era realmente extraño su aspecto para ellos.

-Algo he oído -murmuró Arami mirando al frente.

-A eso me refiero -aclaró Marisa-. Eres súper guapa. Y me encanta tu pelo tan largo y esos cortes como a cuchillo que tienes -mencionó. Arami se tocó unos mechones intentando ver lo que ella veía-. Se te ve tan atlética. Y esa ropa que llevabas, a pesar de estar llena de sangre, te hacía ver como la princesa de esas películas de la guerra en el espacio, o algo así era el título -desdeñó-. ¿Eres modelo o algo así?

Parecía que las preguntas sobre su vida se formularían mucho antes de lo que se esperaba, pensaba Arami devanándose los sesos para contestarlas. Sabía que las modelos trabajaban exhibiendo cosas para otras personas, lo había visto en la empresa de Madelaine cuando acompañó a Ryan hasta allí.

-No. No soy modelo -formuló.

-¿Entonces a qué te dedicas? -soltó acorralándola.

-Soy... protectora de personas -contó titubeante.

-¿Protectora de personas? ¿Eres algo así como un, guardaespaldas? -inquirió Marisa sin comprender. Con Ryan había funcionado, pensaba Arami con las dudas a flor de piel. Habrá sido cosa mía y en realidad esto no es verosímil en absoluto, decidió al observar la mueca de renuencia de Marisa.

-Algo así -afirmó Arami manteniendo un semblante serio. Estaba comprobando en primera mano que había perdido mucha confianza en sí misma con la transformación. El cambio de su condición no dejaba de darle disgustos.

-¿No podrías darme unos detalles más? -pidió la enfermera en confianza.

-Ahm... No -decidió contestar. Marisa la miró de sopetón, no se esperaba su tajante negativa. Arami pensaba en que debía recuperar al menos un poco de su fortaleza antes que acabara confesando todo el plan del Padre ante esa mujer o de cualquier otro humano por sentirse presionada. Y francamente, Marisa la estaba interrogando con tanto ahínco y adornando su tremenda curiosidad con esa jocosa personalidad, que podría ser una espía de los demonios y ella no lo vería. Claro que Marisa no era tal cosa, decidió. Pero, ¿y si apareciera un humano haciendo esas preguntas y yo claudicára contándoselo todo? El "todo" estaría perdido, determinó.

-¡¿Por qué dices que no?! ¿Es que lo tienes prohibido o así? -rió al considerar la idea ridícula-. ¿Si me lo dijeras, tendrías que matarme? -formuló con solemnidad. Ryan dijo lo mismo, advirtió Arami.

-Creo que nos matarían a las dos -aseveró Arami con sinceridad, estaba completamente segura de ello. Un segundo después, Marisa se echó a reír como si alguien le estuviera haciendo cosquillas.

-Arami, eres la monda. Si eres comediante, déjame decirte que eres muy buena -expresó entre risas.

Creo que esto es lo que los humanos definirían como, una situación rara, definió Arami desviando la vista. Al poco tiempo, Marisa desaceleró el coche y giró en una entrada particular. Detuvo el coche ante una verja verde que Marisa abrió dándole a un mando. Metió el coche y volvió a cerrar la gran verja. Aparcó el coche dentro de una caseta contigua a la casa. Arami siguió a la anfitriona hasta la entrada principal de la gran casa. Tenía un porche amplio sujeto por columnas gruesas que recordaban a las grandes estructuras de la arquitectura romana. La casa estaba rodeada de grandes árboles de eucalipto y otras especies que formaban todo un bosque en el interior de la propiedad. Lo curioso era que la propiedad estaba rodeada por edificios de viviendas particulares. Aquello era una solitaria casa de estilo victoriano con su bosque particular incluido, en medio de una urbanización.

-¿Dónde estamos? -quiso saber Arami sintiendo una ligera impresión de haber estado allí antes.

-En Algorta. Me encanta este pueblo -expresó Marisa.

-¿Hay una playa por aquí?-aventuró.

-¡Sí! -exclamó Marisa abriendo la puerta-. Siguiendo por esa calle -señaló la calle Bidezabal-, cuesta arriba y sin desviarte, llegas a la playa de Arrigunaga -explicó-. ¿Cómo lo sabías? -preguntó con divertida intriga. Arami podría jurar que estaba contenta porque vio la posibilidad de hacerle más preguntas.

-He olido la salitre -explicó sin mentir, realmente olía la salitre. Antes de entrar detrás de Marisa en casa, cerró los ojos un instante relacionando el olor del mar con Ryan, mientras recordaba la última vez que lo acompañó allí tras la muerte del sacerdote llamado Urbizu. Sus sentidos humanos lo percibían todo por primera vez confundiendo a su memoria, pero allí estaban sus recuerdos, volviendo a ella poco a poco.

-Bienvenida -expresó Marisa tras encender la luz. Arami observó boquiabierta a su alrededor. La casa era inmensa y realmente acogedora. Estaba solo en el recibidor y ya se sentía protegida.

-Marisa, tienes una casa preciosa -exaltó.

-Está un poco roída por el tiempo -desdeñó-, pero después de terminar con los arreglos que he empezado, quedará estupenda.

La anfitriona guió a su invitada en un tour por la casa. Suelos de madera pulida, paredes pintadas de rojo oscuro. El techo era negro azabache y colgaba desde la vigas una araña de cristal monumental, habían apliques en las paredes con focos de luz tenue, todas de aspecto antiguo. A la derecha del recibidor estaba la zona de la cocina, el comedor y lavandería, a la izquierda; la zona de estar y el estudio. Y en el centro, pegada a la pared, una escalera enmoquetada que llevaba a la primera planta. Marisa llevó a Arami hacia arriba y le enseñó un pasillo ancho y largo que conducía a las cuatro habitaciones de las que disponía la casa.

-Esta es la tuya -enseñó abriendo la puerta. Era tan acogedora como el resto de la casa. La ventana daba al bosque de eucaliptos y junto a ella había un banco con cojines. Arami entró vacilante, sintiéndose culpable por no poder decirle a Marisa la verdad de lo que le estaba ocurriendo.

-Marisa, esto es maravilloso -expresó Arami con inquietud. Aún no estaba del todo convencida de la positividad de aquella idea-, pero, ¿estás segura de que puedo quedarme aquí? En fin, no me conoces de nada y...

-Arami. Relájate -la detuvo-. Si fueras peligrosa, ya me habrías matado, ¿no? -bromeó-. Además, has dicho que si hablabas de tu trabajo nos matarían a las dos, eso quiere decir que los malos no están aquí -rió restándole importancia-. Tu y yo, somos las buenas -añadió guiñando un ojo.

-Aún así, aunque tengas la asombrosa capacidad de reírte de todo lo que te rodea, y no seas capaz de tomar en serio nada de lo que digo, tiene que haber algo que te preocupe con respecto a mí, y no quisiera causarte ningún disgusto. A ti no.

-Arami -empezó acercándose a ella-. No tienes a donde ir, no tienes identificación, no tienes dinero encima ni manera de sacarlo del banco sin tus documentos -dio por sentado-. Dijiste que no tenías amigos o familia a la que llamar. Esto que estoy haciendo es un gesto de buena fé y de civismo. ¿Dónde irías si no? -arguyó sonriendo-. Además -agregó cambiando el tono amable y adoptando un aire críptico-, todos en el hospital saben que estás en mi casa. Si me sucediera algo sabrían que fuiste tú -guiñó un ojo para quitar dramatismo a sus palabras. Arami sonrió con gracia. Marisa se volvió para salir de la habitación, pero se detuvo nuevamente llegando a la puerta-. Quizá, quien debería preocuparse sobre dónde se está metiendo, eres tú -sonrió con malicia. Arami deshizo su sonrisa ante tremendo comentario. Su inexperta humanidad le infundía temores que no sabía controlar.

Tras sostener la mirada recelosa de Arami unos segundos, Marisa se echó a reír con ganas y siguió haciéndolo a lo largo del pasillo. Arami no supo qué pensar sobre aquello. Tal vez los humanos tenían ese humor extraño normalmente y ella nunca lo vió. Tendré que acostumbrarme, resolvió. Siguiendo la recomendación de Marisa, Arami abrió el armario "para asegurarse de que había todo lo que necesitaría". Si ni siquiera sé lo que necesito, resopló mirando el contenido. Allí había un montón de prendas de ropa y algunos calzados que según Marisa, fueron donadas por sus compañeras del hospital. También había un estuche cuyo contenido eran enceres personales al que Marisa llamó "neceser", Arami asintió apretando los labios. No quería entretenerse aprendiendo detalles sobre el mundo humano, lo que quería realmente, era volver a casa.

Bajó a la cocina junto a su nueva amiga para ayudarle a preparar la cena. Mientras se dirigía allí, sentía que estaba en unas extrañas vacaciones, pagadas con su sangre derramada aquel día en el tren. En cuanto sus pies tocaron el suelo tras el último escalón, el sonido agudo y solitario de una nota la hizo detenerse. Suspiró y lo ignoró. Sin embargo, antes de llegar a la puerta de la cocina, otra nota se hizo oír en el silencio hueco de aquella casa sobredimensionada. Arami miró hacia allí. Lentamente movió sus pasos hacia el otro extremo de la casa, esperando que sus oídos humanos la estuvieran engañando. Solo había silencio, pero ella siguió adelante, adentrándose en la oscuridad hasta detenerse ante una puerta cerrada. No sabía qué hacía allí, solo sentía que debía entrar a esa estancia. Se abstuvo, no quería hacerlo, no quería abusar de la confianza de Marisa. Iba a marcharse, iba a hacerlo. Pero otra nota sonó, y ya no pudo irse. Extendió la mano y abrió la puerta. Reflejos de luz pintaban el suelo. Levantó la vista y encontró un ventanal sin cortinas que daba a la arboleda y por el que se colaban reflejos de luz de alguna farola cercana de la calle. Era una habitación casi vacía, solo había un par de sillones antiguos junto a los ventanales y un gran bulto en el centro del salón. Caminó hacia él vacilante, quería ver qué había allí, un par de pasos más y podría destaparlo.

-Arami, ¿qué estás haciendo? -sorprendió Marisa. Arami, sobresaltada se volvió hacia ella con las manos en el pecho.

-Marisa... ¡Lo siento! -expresó avergonzada-. Creí haber oído algo y sentí el impulso de entrar, lo lamento soberanamente -se disculpó con efusividad bajando la mirada y juntando las manos con fuerza.

-¡Tranquila! -exhortó levantando las palmas para sosegarla-. Yo te dije que te sintieras como en casa -recordó y dio a un interruptor para encender la luz. Una araña inmensa, toda de cristal, iluminó la estancia pintada de rojo al igual que el resto de la casa.

-Sí, pero esta puerta estaba cerrada y yo aún así entré... -explicó lamentándose.

-No pasa nada. Esta habitación permanece cerrada por eso -sonrió amable señalando el bulto cubierto por una inmensa tela de raso negro en medio del salón.

Marisa se acercó y tiró de la tela descubriendo una reluciente superficie lacada en negro, tan lustrosa que proyectaba bellísimos reflejos de luz de la ornamentada araña colgada justo encima de el. Arami observó anonadada esa joya. Era una imagen maravillosa y nostálgica para ella.

-Es un piano de cola... -musitó asombrada rodeándolo para observarlo mejor.

-Lo tengo aquí cubierto y a puerta cerrada para que no le entre el polvo. Era de mi padre -mencionó Marisa con una sonrisa nostálgica.

-Oh. ¿Es que ya no lo toca? -quiso saber Arami admirando el enorme instrumento.

-No. Murió hace muchos años. Esto es lo que me queda de él. Siempre digo que voy a aprender a tocarlo, pero no lo hago -compartió acercándose al teclado. Deslizó dos dedos por encima de las teclas haciéndolas sonar tímidamente. Arami la observó con verdadera pena-. Echo de menos oírle tocar.

-Lo siento mucho, Marisa. Perder a tu padre es algo que resulta desgarrador -habló con conocimiento de causa. Marisa volvió el rostro hacia ella.

-¿Tú también has perdido al tuyo? -inquirió interesada. Arami agachó la mirada al sentirse embargada por los recuerdos terribles del día en el que el Padre la rechazó. Dolía desmesuradamente solo de pensar en ello.

-No, mi padre vive. Solo digo, que entiendo lo que sientes -expresó. Tenía que desviar la atención de sí-. ¿Y tú madre? -preguntó dirigiendo la mirada hacia ella.

-Mi madre aún vive -contó con desdén. Arami recordó en ese momento una historia que ella había contado a Ryan cuando ejercía de enfermera para Madelaine. Habló de su padre con amor, pero de su madre hablaba con desprecio-. Suelo ir a visitarla cuando puedo.

-¿Dónde está? -inquirió Arami.

-En un psiquiátrico -expresó sin vacilar-. Está loca -aseveró sosteniendo la mirada de su invitada-. Sabes, tú me recuerdas un poco a ella -mencionó alejándose del piano, dirigiéndose con parsimonia hacia Arami. Ella frunció el ceño al no comprender el comentario-. No por lo de estar loca -aclaró Marisa con un aspaviento al ver su expresión confusa-, lo digo por cómo eres. Por cómo hablas. Son detalles de ella, que veo en ti -declaró con semblante un tanto sombrío. Arami aún no sabía cómo tomar aquello. Marisa no mostraba afecto alguno hacia su madre y en ese momento le estaba diciendo que ella le recordaba a esa mujer.

-¿Y eso, te disgusta? -titubeó al preguntar.

-No -repuso Marisa con una mueca de desdén-. Me recuerdas a tiempos más felices en familia. Antes de que se volviera loca por completo y dejara de ser, en fin, mi madre -sonrió tras apuntillar-. Bien, ¡vamos a preparar la cena! -exclamó cambiando drásticamente de semblante y emprendió la retirada del salón.

Arami permaneció en el salón un instante más permitiéndose ese minuto para digerir su desconcierto. Marisa estaba siendo muy generosa, pero había algo en ella que hacía a Arami dudar de esa generosidad. Concretamente algunas expresiones verbales o gestuales un tanto duras o impertinentes, preguntas demasiado certeras, o miradas de escrutinio que entraban en conflicto con su divertida personalidad. No obstante, Arami no quería ser una desagradecida dejando que su falta de experiencia juzgando impresiones, rigiera su reciente vida humana.

Salió del salón dispuesta a ser una buena invitada que no juzga a su anfitriona por muy siniestra que pueda ser su personalidad.

Marisa era capaz de hablar durante horas sin necesidad de que Arami interfiriera. Era un monólogo que tan solo requería asentimientos de cabeza para dar continuidad a su parloteo, cuyo contenido iba de trucos de cocina, comida preferida, su afición a la navegación y otros temas que a Arami se le juntaron en la cabeza haciéndose un revoltijo. Más tarde, tras la cena, las chicas fueron a ver la tele, visualizando lo que Marisa llamó "series", iniciando esta vez el relato del argumento de la historia que visualizaban. Toda una aventura informativa, había calificado ella cuando Marisa decidió que era hora de dormir.

Por supuesto lo de la hora de dormir no iba por ella. Arami se pasó la noche en vigilia, incapaz de conciliar el sueño. Se había dedicado a pasear por la casa, observando al detalle cada marco de foto de la familia de Marisa, cada cuadro, objeto decorativo, interior de cajones y armarios. Todo era monótono para ella. Cada recoveco estaba muy ordenado. Ella suponía eso normal, Marisa no podía usar toda esa casa ella sola. Pero entonces, ¿no debería haber huecos desocupados o polvo en las superficies sin uso? Todo parecía impoluto. No pudo evitar pensar en que aquello era como un hotel y las dos eran solo huéspedes en un lugar donde todo estaba dispuesto a propósito para que pareciera una casa. Tras cavilar un rato, decidió volver a su habitación y dejarse de pensamientos absurdos. Porque solo eran eso, tonterías suyas. Demasiado tiempo libre, acusó. Bufó fastidiada por su condición. Ella no quería tener tiempo libre.

Iba andando por el pasillo hacia su habitación, cuando algo curioso llamó su atención justo cuando pasaba por delante de la habitación de Marisa. Unos vagos susurros llegaron a sus oídos, y eso que ya era tarde para que un humano con compromisos laborales a tempranas horas estuviera despierto. No descansaría lo necesario. Eran susurros enérgicos, como si estuviera discutiendo con alguien, pero Arami no oía a nadie más allí dentro a parte de su anfitriona. Hubo un instante en el que parecía caldear más la discusión y Arami sopesó la idea de entrar a ver si necesitaba ayuda, pero cuando posó la mano sobre la manilla de la puerta, los susurros cesaron completamente. Supuso que Marisa estaría teniendo una pesadilla y hablaba sola, por tanto, se tragó sus intrigantes pensamientos y soltó la manilla de la puerta.

Después de ordenar meticulosamente la ropa amontonada en el armario de su habitación provisional, se sentó en el banco junto a la ventana. No pasó mucho tiempo hasta que empezó a percibir el leve claro del día. Recordó a Ryan contemplando el amanecer en la azotea, el día que la muerte fue a por la vida de Madelaine. Quizá lo esté contemplando también esta mañana. Quizá estemos compartiendo este momento sin saberlo, pensó con melancolía.

Antes de marcharse al trabajo, Marisa le dejó las llaves de la casa y las órdenes estrictas de descansar. Como nada estaba más lejos de sus intenciones, Arami se dedicó a hacer otras cosas como limpiar toda la casa con ese aparato tan extravagante llamado "aspiradora", a regar las plantas y limpiar el polvo de sus hojas una por una con infinita paciencia, y cuando llegó la hora, a calentar la comida en otro aparato, llamado "micriondas", o más o menos eso era lo que entendió de Marisa. Tras comer y recoger la mesa, salió al patio a apreciar la tarde fría y reluciente que se había formado. Caminó por el patio contemplando los árboles y escuchando el canto de los pajaritos. Lamentablemente el recorrido duró poco. Se puso entonces a deliberar bastante rato delante de la verja, si debía salir o no. Al final decidió que sí, debía salir.

Caminó hacia la derecha de la verja hasta el final de la calle. Le llamó la atención unas soberbias palmeras custodiando un parque. Estaba lleno de niños a pesar del frío. Fue hasta allí y se sentó en un banco alejado a observar con alegría a los inquietos y tiernos niños corretear y pegar gritos. Mientras recorría el parque con la vista, se topó con algo, o más bien alguien, quien le llamó la atención incluso más que los niños. Un hombre miraba a los infantes con fijación desde un banco igual de alejado que el de ella. En su interior se clavó al instante una espina de desconfianza. Arami cambió su objeto de observación de los niños a él. Con reprobación contemplaba sus gestos cuando algún niño le pasaba cerca con su bicicleta o corriendo con un juguete en la mano. Se relamía los labios por momentos, movía las extremidades como si le costara controlarlas, como si algún tipo de ansia lo obligase a hacerlo. Ese hombre le recordaba a algunos humanos repugnantes con los que lidió en su época rebelde. No pensaba dos veces antes de castigarlos por sus actos. Permaneció en el parque el mismo tiempo que aquel hombre. Sopesó la idea de seguirlo, pero no quería acabar perdida por el pueblo y causar un disgusto a Marisa. Así también, al igual que hizo con Marisa, intentó convencerse de que quizá estuviera juzgando de forma anticipada a ese hombre extraño. Entonces la espina de duda en su interior se clavó más hondo indicando que quizá no fuera así, que quizá tuviera razón y efectivamente ese hombre, no tenía buenas intenciones.

Regresó a casa sobre sus pasos aún con esos pensamientos rondando su cabeza. Cuando llegó Marisa, hablaron de lo que cada una hizo en el día. Marisa habló del hospital, detallando su papel en el quirófano durante una cirugía en la que asistió al doctor que la practicó. Arami habló de su paseo corto hasta un parque cercano, evitando la parte en la que divisó a un potencial hombre del saco. Tras oír la historia, la anfitriona la animó a conocer el pueblo más a fondo, y mencionó, que si se perdía por el camino, siempre podía volver a casa preguntando.

Al siguiente día, Arami volvió al parque con la idea de distraerse contemplando la alegría de los niños, además de llevarse consigo un libro muy estrecho llamado "revista", que Marisa le había traído la noche anterior. Lamentablemente el hombre extraño había tenido una idea parecida. Estaba sentado en el mismo banco alejado del parque. La espina de duda en Arami se hizo sentir más fuerte que nunca. Tomó asiento en un banco a su vez, mirando de hito en hito las páginas de su revista y al hombre de los tics nerviosos. Permaneció allí aguantando el frío, vigilando constantemente, siguiendo una intuición que se hacía cada vez más intensa.

Con la humanización había perdido todas sus habilidades, entre ellas estaba una que le habría ahorrado mucho tiempo de meditación a la hora de alcanzar la huidiza decisión sobre si hacer caso o no de sus pensamientos prejuiciosos. Esta era la capacidad de percibir los sentimientos de los humanos con solo fijar los ojos en ellos. Qué bien me habría venido, bufó. Se distrajo un instante con unos niños que peleaban cerca de ella por un balón. Sonreía con ternura por los motivos tan inocentes que les hacían pelear, cuando al volverse hacia el hombre, se encontró con que este ya no estaba en el banco. Arami sintió la alarma apoderarse de ella. Se levantó de un salto buscándolo con la mirada. Algo le decía que debía ir tras él. Siguió buscando hasta que al fin dio con él. Un niño, de unos siete años, se había alejado hacia unos edificios junto al parque y el hombre se dirigía allí. Arami observaba aquello al tiempo que buscaba a la persona responsable de ese niño en el parque que pudiera estarlo buscando preocupada. Nadie buscaba a su hijo, solo hablaban animadamente en un grupo, ajenos a lo que pudiera estar pasando fuera de ese círculo. Volvió a mirar al hombre, con aflicción observó que iba hablando con el niño y este caminaba a su lado alejándose cada vez más del parque.

No podía vacilar más, decidió seguirlos apresurando el paso. Lo hacía con disimulo y escondiéndose detrás de cualquier cosa que la ocultase. Estaba familiarizada con la práctica puesto que lo hacía desde hacía un tiempo, por si Ryan experimentaba uno de esos episodios de criptestesia o clarividencia, en la que podía verla sin que ella hiciera nada para que eso ocurriera. El hombre seguía alejándose, con una mano puesta en la espalda del niño lo hacía caminar cada vez más rápido. El niño miraba hacia atrás con más frecuencia, tenía miedo. ¿Qué tipo de patrañas se inventaría el hombre para convencerlo de irse con él y alejarse de la persona que lo estuviera cuidando en el parque? Y el responsable del niño, ¿cómo ha podido dejar que se alejara tanto como para que lo secuestraran y seguir sin buscarlo? Se preguntaba ella con turbación. El hombre llegó hasta un camino paralelo a las vías del metro y siguió cuesta abajo. Cruzó la carretera y siguió andando por una calle secundaria pavimentada, flanqueada por altos arbustos. El niño estaba llorando, el hombre lo consolaba inútilmente sin soltar la presa de sus garras del antebrazo del pequeño.

De pronto, el hombre desvió hacia un claro entre los arbustos perdiéndose con el niño. Arami corrió hasta allí encontrándose una entrada particular hacia una casa en ruinas prácticamente cubierta por la maleza. Había una cadena en medio de la entrada, una placa colgaba de ella prohibiendo el paso a los extraños. Entonces Arami escuchó el llanto sonoro del niño. Avanzó de inmediato hacia la edificación. Buscó un sitio por donde acceder mientras oía al niño pedir por su madre, el hombre le susurraba palabras que ella no comprendía a esa distancia y solo suscitaban más llantos del infante. De repente, Arami dejó de oír al niño y sintió el corazón subirle a la garganta. Encontró una ventana, pero no le permitía ver nada del interior a causa de las tablas que lo tapaban desde el interior, por fortuna encontró una rendija un poco más allá. La escena que contemplaron sus ojos provocó en ella un ramalazo de odio y ansias de muerte.

El niño estaba amordazado y con los ojos vendados. Se retorcía con su escasa fuerza bajo el peso de la rodilla del hombre que lo sujetaba contra el suelo mientras le ataba las manitas a la espalda. Luego lo levantó como si fuera un saco de patatas dejándolo sobre una mesa tumbado boca abajo. Cuando el hombre empezó a desabrocharse el cinturón Arami quiso romper la ventana a puñetazos y entrar a por el niño. Pero no era posible debido a las trabas del interior. Rodeó rápidamente la casa hasta dar con la entrada. Tropezó con unas cajas de botellas y cogió dos a modo de arma. Atravesó la puerta sin dilación encontrando al hombre con los pantalones caídos hasta los tobillos y bajandole al niño los suyos. El hombre estaba tan inmerso en la realización de su repugnante crimen que no se percató de su presencia. Levantó una botella en alto y golpeó al hombre en la cabeza con ella con todas sus fuerzas. La botella se hizo trizas al chocar contra su cráneo haciendo que se desmayara al instante. Arami arrojó al suelo lo que llevaba en la mano y se encaramó con suma rapidez del niño. Lo puso de pie para acomodar su ropa y quitarle las ataduras. Retiró de sus ojos las vendas y en cuanto le quitó la mordaza de la boca, el pequeño pegó un grito desesperado. Arami lo miró a los ojos y al hacerlo, descubrió en ellos lo que lo hacía gritar al tiempo que la sombra de amenaza se ceñía sobre ellos. Cubrió al niño con su cuerpo preparándose para el inminente impacto. Sintió un filo grueso adentrarse en las carnes de su espalda.

El hombre retiró el arma levantando la mano en alto, dispuesto a volver a atacar, al tiempo que Arami susurraba palabras destinadas a tranquilizar al niño. Un acto un tanto ambiguo considerando el escenario, pero al que ella estaba dispuesta a plantar cara. Cuando el hombre se disponía a acuchillarla nuevamente, Arami se levantó girando hacia él, detuvo su brazo a mitad de trayectoria y golpeó su entrepierna con la rodilla, haciendo que el hombre retrocediera con la embestida. Lo único que ocupaba la mente de Arami en aquel momento era la intención de acabar con él.

Sobreponiéndose del golpe más rápido de lo normal, el hombre la miró iracundo, aquel rostro no tenía nada que ver con el que mostraba ante el niño para convencerlo de su bondad, Arami comprendió que dentro de su cuerpo había algo más, y lo estaba dominando. Pero no podía disculparlo, solo podía ver que ese humano era una escoria igual a los demonios contra los que luchaba, capaz de dañar a otro ser humano para su provecho y nada menos que a un niño indefenso.

El hombre, avanzó envarado hacia ella. Arami hizo lo mismo. Al estar lo suficientemente cerca, dio un giro sobre sí misma para impulsarse y con todas sus fuerzas lanzó una patada contra el estómago del hombre que salió despedido. Cayó sobre la mesa tumbándola con el impacto, solo entonces el hombre dejó caer el enorme hacha de carnicero de punta rectangular que empuñaba con tanta fuerza. Arami volvió a avanzar hacia él marcando sus huellas en el suelo con la sangre emanada de la herida abierta en su espalda. Propinó una patada a una de las patas de la mesa para romperla, cogió la pata rota y tiró la mesa a un lado para apartarla de su camino, colocándose después delante del hombre que se retorcía de dolor.

-Me has roto los huesos -acusó con esfuerzo, con las manos puestas en su costado y la cara roja de ira.

-¿Por qué? -increpó ella con los ojos empañados en lágrimas-. ¡¿Por qué lo haces?! -requirió con los dientes apretados, amenazándolo con el extremo astillado del palo.

-Tengo necesidades, igual que todo el mundo -masculló el hombre como pudo.

-¿Cómo puedes decir eso? ¡Solo es un niño, por el amor del Padre! -profirió ella. De pronto el hombre se echó a reír en medio de sus quejas. Cuando volvió a enfocar en ella la mirada, lo hacía con los ojos encendidos y una sonrisa perversa en los labios.

-Los pequeños tienen la carne más tierna -declaró con aires diabólicos.

Arami sintió su interior hervir, su respiración agitarse y sus músculos tensarse. Sin mediar palabras, empuñó la estaca de madera entre ambas manos y con toda su determinación la dirigió hacia el corazón del hombre.

-¡Detente, Arami! -irrumpió alguien. Ella paró en seco, interceptada por un robusto ser celeste que se acababa de materializar delante de ella. Arami lo miró totalmente desconcertada.

-Baraquiel... -balbuceó sin poder creerse lo que estaban viendo sus ojos humanos. El ángel apartó despacio la estaca en las rígidas manos de Arami de su trayectoria mortal, valiéndose de su arco.

-No debes hacerlo -aconsejó el ente de largas barbas y cabellera plateada.

-Pero estaba haciendo daño a un niño indefenso -reclamó ella en un susurro suplicante-. No merece el don de la vida -proclamó con la voz quebrada.

-Eso no lo puedes decidir tú -advirtió el ángel.

-Es una mala persona -refutó ella apretando nuevamente los dientes.

-En el mundo de los humanos existen leyes, estas lo juzgarán y decidirán su suerte. Tú, no.

-Volverá a hacerlo. ¡Lo sé, lo he visto! -evidenció ella recordando a otros humanos repugnantes como ese que estaba tirado en el suelo.

-Sé que te has tomado la justicia por tu mano en tus años oscuros, Arami, y créeme, aplaudí muchos de esos ajusticiamientos tuyos -recordó Baraquiel con efusividad-, pero ahora ya no es así. Ya has hecho tu parte impidiendo la barbarie que este hombre iba a cometer. Ahora tira esa estaca y llévate al niño. Devuelvelo a su madre, eso es todo lo que debes hacer.

Arami miró al niño, estaba hecho un ovillo en una esquina de la casa en ruinas, sollozando y temblando aterrorizado. Aquello le rompió el corazón. Volvió a mirar al hombre a sus pies. Apenas estaba consciente. Le había golpeado en las costillas al propinarle la patada y es probable que le hubiera perforado un pulmón o provocado una hemorragia interna. No lamentaba haberlo hecho. Un último vestigio de resistencia la mantenía allí con la estaca en la mano aún. Había visto la justicia de los humanos, estaba muy condicionada y temía que este hombre contaminado por el mal no recibiera su merecido.

-Arami, por favor, escúchame. No permitiré que te condenes nuevamente-amenazó Baraquiel con aire paternal. Arami seguía parada en el mismo sitio-. Hay muchos humanos contaminados en el mundo haciendo fechorías, ¡¿es que piensas matarlos a todos?! -reprendió con un timbre desesperado. Arami hizo caso al oír ese cuestionamiento y soltó al fin su arma improvisada. Se apartó del hombre admitiendo que Baraquiel tenía razón, pero así también era muy difícil presenciar un crimen y permanecer con los brazos cruzados. Las lágrimas recorrían su rostro empujados por la indignación. Baraquiel dio un par de pasos hacia ella-. Así también, recuerda que hay muchos otros humanos bondadosos y justos. Y es por ellos por los que luchamos. Debes ser fuerte, pequeña mía. No nos abandones.

-¿El niño estará bien? -preguntó, incapaz de mirarlo a los ojos.

-Estará bien -afirmó él-. Y ahora, idos -azuzó-. No sabes qué número de espectadores tienes aquí ahora mismo -añadió sombrío mirando hacia algo que ella no podía ver.

Arami se volvió al instante, sin despedirse de él. Estaba demasiado aturdida para saber siquiera qué decirle. Corrió a por el niño y lo cogió en brazos susurrándole palabras tranquilizadoras. Salió de la casa encontrándose con que el anochecer impedía ver bien el camino. Consiguió salir a tientas hasta encontrar la calle y se dirigió a la carretera sin detener el paso. Una vez llegó al paso de peatones, sus fuerzas desaparecieron. Avanzó a trompicones carretera adentro y se acuclilló sobre el paso de peatones con el niño encima al tiempo que un coche se detenía antes de atropellarlos. El conductor bajó enseguida para socorrerlos.

Arami rogó que alguien fuera a buscar a la madre del niño al parque. Efectivamente, la mujer llegó corriendo acompañada de un agente de policía al que seguramente había llamado al no encontrar a su hijo. Una vez entregado el niño en brazos de su madre y de haber indicado al agente el paradero del hombre que se lo llevó, Arami dejó que el sopor la invadiera, aliviada de haberse acabado al fin. Sin embargo, cuando la mujer se acercó a ella para agradecer su rescate, Arami aunó unas pocas fuerzas para aconsejarle con verdadera dureza atender a su hijo en vez de estar parloteando con otras personas, advirtiendo la terrible suerte que esperaba al niño. Llegaron dos ambulancias al lugar, una fue a por Arami y la otra a por el hombre en la casa en ruinas.

-¡Arami, hija de mi vida! -exclamó Marisa al ver la herida en proceso de sutura al entrar a la habitación de primeros auxilios del hospital de Cruces.

-Estoy bien. No es nada -resopló Arami.

-¡¿Cómo que nada?! ¡Si ya llevas más de veinte puntos! -chilló-. ¿Pero por qué te metes en eso? ¡Haber alertado a alguien más, tú no podías!

-Sí, podía -refutó. Marisa, atónita cruzó miradas con la enfermera que le estaba haciendo la cura.

-No le riñas. Es una heroína -intervino.

-En fin -bufó-. La policía quiere tomar tu declaración después de acabar con el hijo de puta ese -mencionó. Arami sintió una punzada de ira al saber que seguía vivo. Tenía la esperanza de que muriera asfixiado. En ese momento sonó una melodía, era el móvil de Marisa-. ¿Sí? -contestó-. Sí, está bien. Bueno, tiene un corte algo profundo y con veinte puntos -informó-. No importa, de todos modos estamos esperando a la policía, no podemos marcharnos antes. Hasta ahora -se despidió y colgó-. Era Tomás. Viene luego a casa para ver cómo estás. -Arami no contestó. Su mente ya no estaba en la habitación de curas a esas alturas. Había mucho en su cabeza como para concentrarse en una sola y la descarga de adrenalina le estaba pasando factura.

Tras el interrogatorio minucioso de los hechos, los agentes de policía felicitaron su hazaña y se dispusieron a marchar de la sala de urgencias, pero antes de alejarse, uno se detuvo

-¿Cómo una chica de tu complexión ha podido romperle dos costillas solo con una patada a un hombre de ese tamaño? -quiso saber.

-Mi intención era matarle -manifestó ella mirando al vacío-. Supongo que a causa de mi complexión, no lo logré. Mi ímpetu solo consiguió unos huesos rotos. -Los presentes la observaron con estupor, y Marisa se echó a reír nerviosamente.

-Ay, qué cosas dice una persona con bajos niveles de azúcar y conmocionada por una experiencia traumática tan reciente -restó importancia recurriendo al diagnóstico técnico-. Bueno, ha sido un placer ayudar, gracias, hasta luego -despachó cantarina a los agentes que aún observaban a Arami cuando Marisa cerró la puerta prácticamente en sus narices.






¹Ara Reindy: fonología del idioma Guaraní. (R: se pronuncia de forma singular, como "ere". "Y": pronunciación gutural, como una serie de letras "g" alargadas).

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