I. 1984
Camino de espinos.
Ese lado de la isla era un terreno inhóspito, no había un ápice de vida a cientos de kilómetros a la redonda, todo se veía lúgubre, muerto y desolado. Era tanta la negrura que ni la luz del día podía aliviar la pesarosa oscuridad, una oscuridad que lo redujo todo a cenizas en un pasado ya muy distante, pero que aún habitaba allí.
Sus pies se posaron una vez más en la tierra quemada de ese tétrico lugar. Solo se oía el rugir de las olas que embestían con furia las afiladas rocas al pie del acantilado. La luz del día se extinguía con demasiada rapidez. Ella sabía que los últimos reflejos de luz estaban siendo recogidos antes de tiempo, sus custodios escapaban presurosos, conocedores de que las sombras de la noche se acercaban ominosas. Un acontecimiento atroz se produciría pronto y nadie quería estar allí, ella misma huiría si esa fuera una opción. Pero uno no podía huir de su propia batalla.
Levantó la mirada para verlos. Ellos se habían reunido allí para recibirla, los hijos del averno. Sus largas garras afiladas como cuchillas, colgaban a los lados de sus monstruosas figuras rígidas. El viento del temporal que se aproximaba apenas quería tocarlos. Tan solo una leve brisa movía sus vestiduras hechas jirones que no acababan de cubrir esos cuerpos inmensos de bestias tenebrosas y los roñosos y apocados pelos que salían de sus cabezas. Con la cabeza gacha la observaban incorporarse muy despacio. Mirar era un decir, puesto que no tenían ojos, no eran más que unas cuencas vacías, llenas de sombras. Esos seres eran los Therion, soldados del infierno. No quedaba nada en su apariencia de lo que fueron un día.
En aquel escenario eran una veintena y ella siendo una sola no tenía intención de subestimarlos. No obstante, solo había un modo de salir de allí. Con cautela, se llevó la mano a la espalda, los demonios no se inmutaron. Ella asió la empuñadura de su arma y al momento de su gesto, percibió otra presencia que la puso aún más rígida.
De en medio de la noche apareció levitando el último ser deplorable que ella hubiese querido ver. La mano derecha del...
-Seas bienvenida, ¡oh poderosa Arami¹! -Manifestó concediéndole grandeza.
A pesar de la noche, él resplandecía. Su piel plateada y sus ojos; aunque tan negros como el abismo, tenían un brillo propio. Arami acabó de desenvainar su espada y la sostuvo con la mano izquierda apuntando hacia el suelo.
-Así que has recuperado tu juguetito -sonrió agrandando los ojos refiriéndose a la espada-. ¿Entonces es cierto que papi te ha perdonado como se decía por aquí?
-Eleazar -pronunció Arami con la voz tan dulce y serena como una brisa delicada-. ¿Es que tenías miedo de venir solo? -Lo miraba fijamente sin quitar la vista de los Therion.
-Oh... -cerró los ojos-. Escuchar tu voz me produce un placer embriagador. No entiendo como has podido abandonarnos. Para nosotros eras y eres; muy valiosa -susurró. Ella torció el gesto, despreciando sus palabras-. Pero la naturaleza acaba ganando, Arami. Volverás a mí, querida. Los iguales se atraen.
-Yo no soy igual que tú. Jamás lo he sido. -Espetó ella entre dientes.
-Estabas en nuestro bando. Te guste o no, eres uno de los nuestros. Y volverás a casa -auguró con la mirada brillante, enseñando el interior pútrido de su boca con una sonrisa triunfante.
-Prefiero la muerte más dolorosa.
La sonrisa dibujada en los labios del demonio se desvaneció transformando su expresión en pura ira.
-No podrás detenernos, Arami -avisó el demonio con dureza-. Si te interpones en mi camino, te mataré con mis propias manos. Y de verdad que no quisiera hacerlo -aseveró convencido de su poder.
Arami cogió su espada forjada en diamante entre las manos y la apuntó hacia él.
-Pues esta situación es algo violenta -manifestó colocándose en posición de ataque-. Yo sí quiero acabar contigo.
Eleazar tembló de furia ante su convicción.
-¡Acabad con ella! -ordenó con voz atronadora llenando el lugar. Cinco de los Therion al unísono sacaron sus espadas. Se acercaban acechando. Arami que resplandecía en la oscuridad, seguía el avance con la mirada frenéticamente puesta en ellos.
Y embistieron.
Los metales resonaron. Los cinco la atacaban a la vez con espadazos por doquier. Uno de los Therion dio un salto y se posó sobre su espalda agarrando la raíz de sus alas. Arami giró la espada en el aire por encima de su cabeza y atizó al demonio pero este no la soltó. Los otros la atacaban de frente.
Ella giró sobre sí misma con el demonio a cuestas y cruzó el torso de uno con la espada, y le dió a otro con la empuñadura en la cara que retrocedió dando traspiés. Arami estaba completamente dibujada por los zarpazos que recibía. Plantó una patada a otro tirándolo y ganó tiempo.
Llevó su espada en punta por sobre su cabeza y la hundió en el demonio que llevaba a cuestas y antes de que aquel que cayó acabase de incorporarse le obligó a volver al suelo con otra patada en la cara, aterrizó de espalda y Arami enseguida clavó la espada en su pecho.
Los tres Therion embestidos por ella se desvanecieron como la ceniza en el viento. De pronto, de en medio de la nada sintió como le quemaban la pierna desnuda, era un dolor que al momento la trasladó al lugar en el que experimentó igualmente esa sensación y durante un momento, todo sonido real se apagó, dejando oír en la atmósfera tan solo un solitario crepitar.
Eran sus manos y sus brazos, estaban calcinados, la prueba fehaciente de su culpa. Ella las observaba horrorizada en medio del silencio más insoportable que enfatizaba el sonido de su piel hecha carbón.
Solo es un recuerdo, Arami, se decía mientras luchaba por deshacer el trance. Es doloroso, pero solo es un recuerdo. El arma más poderosa de los demonios no era su fuerza, sus garras, sus armas o su aspecto grotesco, sino la capacidad de volver contra tí tus peores males. Eso estaban buscando con ella. Volvió al presente y observó de dónde provenía el dolor. Era un látigo hecho de hierro candente enredado en su pierna. Vió al que lo sostenía, era uno de ellos que tiraba del látigo para echarla al suelo.
Arami levantó la espada para cortarla, pero su disposición se vio truncada cuando otro látigo se encaramó de su muñeca frenando en seco sus intenciones. Era el Therion que atizó con la empuñadura de su espada hacía un momento y ahora tenía el rostro aún más desfigurado que antes.
Arami comprendió que debía recurrir a otros medios. Pensaba que si recuperó su condición angélica, tal vez también hubiera recuperado todo lo demás. El tiempo se acababa. Tomó la espada con la mano libre mientras se debatía para no caer al suelo. Entonces con toda su fuerza clavó la espada en el suelo emitiendo un gruñido de esfuerzo. En cuanto la espada se hundió en el suelo rocoso, unas ondas se levantaron y se dirigieron hacia el acantilado. Arami cerró los ojos con fuerza y para ella, el tiempo en la tierra se detuvo.
-Aquarum surgere ²... -susurró. En el vacío de la noche, a espaldas de Arami, desde los confines del acantilado se ponía en pie una monstruosa ola. Los Therion no podían evitar mirar asombrados-. Praemisit ³... -Con un estruendo de tormenta, la gigantesca columna de agua turbulenta se abalanzó sobre el plano de roca donde se estaba librando la batalla, abrazando todo aquel lugar, retumbando al chocar contra la superficie como en una explosión apoteósica.
La fuerza pavorosa del agua tiró a los Therion contra la pared de piedras. Arami no se movió ni un centímetro. Seguía con los ojos cerrados dominando el movimiento del agua. Al cumplir su cometido, dejó que las aguas lentamente volvieran a su cauce en el mar. Abrió los ojos y vio a sus enemigos desperdigados por el suelo. Empuñó con fuerza su espada y se libró de la presa de los látigos que aún envolvían sus extremidades, y a pesar de que la quemaba, se apoderó de uno de ellos. En una mano sostenía su espada y en la otra el látigo ardiente que sacudió en el aire haciéndolo restallar y soltar chispas contra el suelo. Giró el látigo sobre su cabeza y lo lanzó hacia un demonio rodeando su cuello, lo atrajo hacia sí con una fuerza descomunal, como si simplemente arrastrara por el suelo un tronco seco. En cuanto el demonio estuvo a su alcance, lo recibió con la punta de su espada. Para cuando la nube de ceniza de ese demonio se desvaneció, los demás Therion ya estaban delante de sus narices. Arami se dispuso a levantar el vuelo, pero los demonios saltaron sobre ella tirándola al suelo. A puñetazo limpio se liberó y se incorporó de un salto. Lanzó el látigo por la pierna de un demonio y lo tumbó al suelo, con una patada lateral alejó a otro de su costado y cabeceó a otro rompiendo algo en su horrible cara.
Lamentablemente, ella no salía ilesa de la batalla. La estaban vapuleando incombustibles. Arami sentía como iba perdiendo fuerza. No puedo acabar aquí, no puedo dejarme ganar. Tengo una misión y estos demonios pútridos no pueden impedírmelo, se ordenaba.
Hasta el último nervio de su ser se estaba cargando de furor. Cerró los ojos sin dejar de pelear. Percibía la fuerza celeste que hacía tanto tiempo perdió expandiéndose en ella nuevamente. No obstante, podría ser por la falta de costumbre, pero mientras el poder avanzaba, juraría que lo que sentía en ese momento era mucho más fuerte que lo que sentía antes de su condena. Volvió a abrir los ojos y ahora los sentía literalmente en llamas.
Empezó entonces a atacar a los demonios sin que la pudieran ver venir. La espada de diamante describía movimientos vertiginosos atrevesando el cuerpo maltrecho de los Therion uno detrás de otro. La negrura voraz de la noche se rompía por la luz del resplandeciente ángel que luchaba implacable contra un enemigo numeroso e impío.
En un momento dado un Therion se encaramó del cuello de Arami rodeándola desde su espalda, ella soltó el látigo y cogió el brazo del demonio que la ahogaba sin poder deshacer su presa, los demás demonios intentaban agarrarla de las extremidades.
-¡No! -bramó. Otra vez la estaban acorralando. Otra vez amenazaban con ganarle, y no podía dejar que ocurriera...
Empezó a dar pisotones con un pie en el suelo causando un leve temblor con cada golpe. El Therion la ahogaba cada vez más. Arami dió otro pisotón y el temblor aumentó en grados siendo más evidente, los guijarros saltaban sin cesar. Arami golpeó entonces el suelo solo una última vez, y fue cuando las rocas más grandes empezaron a elevarse del suelo. Aún ahogada por el Therion, logró articular:
-Adiuva me ⁴...
De súbito los enormes bloques de roca se dirigieron a toda velocidad hacia el círculo apretujado que formaban los Therion alrededor de ella. Las rocas iban lanzadas embistiendo a los demonios, apartándolos de Arami como si fueran manotazos contra las moscas. Aplastándolos contra el suelo y tirándolos por el acantilado.
Ella aprovechó la distracción y cogió de los pelos roñosos al Therion que la ahogaba y lo tiró al suelo. Hundió su espada en el pecho del demonio que fue desvaneciéndose en una nube de ceniza, dejando un lamento agónico que erizaba su piel mientras se perdía en el aire. Tras oír el grito desolado de ese ser, Arami parpadeó y sus ojos recuperaron su estado normal. Las rocas que seguían persiguiendo a los demonios cayeron por los suelos partiéndose en pedazos.
Escrutó su rededor y observó al enemigo disminuido en absoluto. Sólo quedaba uno.
El último Therion se incorporó enfrentándola con su portentosa postura. Llevaba en la mano una daga que Arami conocía muy bien y de la que caían hilos de un fluido negro del que también conocía el efecto nocivo contra los ángeles. La daga negra y la sangre de demonio eran el peor veneno para los habitantes del cielo.
De súbito el Therion echó a correr con la daga en la mano apuntándo hacia ella. Arami lo esquivaba a toda costa, lo último que debía permitirse era ser embestida y sufrir una humanización. En lo que el Therion intentaba apuñalarla, Arami consiguió encaramarse de su mano, el demonio se resistía con fuerza extraterrena pero ella utilizaba hasta la fuerza que no tenía para dirigir el puñal hacia el cuerpo del demonio.
Arami dió un cabezazo al Therion haciéndolo perder el equilibrio, y aprovechando su vacilación, hundió la daga en su pecho en el sitio donde una vez estuvo su alma haciendo que cayeran ambos al suelo. Arami se encontraba tumbada sobre el Therion cuando este dio su última exhalación. El demonio se iba desvaneciendo en una nube de ceniza que el viento se llevaba de debajo de ella hasta que su cuerpo tocó el suelo.
Arami permaneció allí en cuclillas, respirando pesadamente. Realmente exhausta. No había ningún ruido a su alrededor más que el viento sibilante y el mar turbulento al pie de la gran roca. Suspiró y relajó los músculos. Todo apestaba a azufre, el viento no podía con el hedor.
Aún con las fuerzas menguadas, se incorporó ayudándose con su espada. Observó sus brazos y piernas desnudas cubiertas de arañazos y zarpazos, manchada por el fluido negro que emanaba de la daga. De súbito, la lejana tormenta se pronunció con un robusto estruendo, llamándola. La avisaba y pedía que llegara presurosa.
Arami se encontraba en una isla llamada Tristán Da Cunha, monumental y solitaria en la lejanía. Cuna del mal en la tierra, lugar donde se abrió la primera puerta de salida de los infiernos. Ese paisaje era el resultado de aquella lucha desesperada por encontrar una escapatoria. Habían construido la torre más alta para poder llegar al extremo del infierno, y su persistencia obtuvo frutos al encontrarse con un obstáculo palpable y sólido. La bóveda del infierno. Lucharon para romper el obstáculo que los separaba de su libertad. ¿Cómo pudo ocurrir? Ella jamás pudo comprenderlo. Tal vez sería porque el Padre les había olvidado allí abajo y no pensó en que encontrarían un modo de salir y por eso no lo evitó. O tal vez era algo que debía ocurrir. Era un misterio del cual solo él conocía la respuesta.
Cuando estaban allí abajo, oír las voces de los humanos al otro lado los volvía locos, era como un combustible que incendiaba sus ansias de venganza y muerte. No se detuvieron por muchas veces que cayeran desde lo alto de la torre, sería una persistencia admirable si no fuera por sus intenciones. Una vez abierta la puerta, el mundo de los humanos y el infierno quedaron conectados. El veneno se extendió hasta los rincones más ocultos de la tierra, y aquel lugar quedó marcado por la oscuridad para siempre.
No obstante, aunque lugares como el lado oscuro de esta isla se mantenían a la vista del hombre sin que ellos supieran el porqué de ese escenario, había un lugar en la tierra donde cayó un condenado y que por generosidad de la naturaleza, quedó sepultada bajo un bosque tupido y silencioso. Sonrió agradecida por ello. Sin embargo, aunque ahora ese lugar ya no era visible, ella no podía olvidar su paradero. Sabía que así como no podía ignorar su pasado, no podría nunca cambiar que una vez fue un demonio.
Había oído decir a un hombre sabio, que si uno se arrepentía de corazón de sus pecados, quedaba perdonado. Pero ella era consciente de que aunque recibiera el perdón, el error que cometió nunca la abandonaría, nunca dejaría de existir en el tiempo, insistiendo en perdurar en su memoria, haciéndola lamentarse día sí y día también por haberlo hecho.
Ojalá pudiera olvidarlo. Pero aquí está, ardiendo en mi pecho cual llama eterna del averno, se lamentaba. Mas no importa, me servirá para recordar que no debo cometer otro error. Ningún paso en falso. Se miró las palmas, en ellas ya no había marcas, ni siquiera las cicatrices, pero le seguía sonando en los oídos el chisporroteo de su piel carbonizada por haber tocado la espada de un ángel. Los demonios se queman como el papel al contacto con un arma celeste. Y ella era bien consciente de que aún gozando de un indulto, seguía siendo un sucio demonio. Este hecho estaba tan marcado en ella como el hueco oscuro que dejaba un clavo en la madera. Más aún con todo ese remordimiento, no iba a permitir que aquel bando innombrable la doblegase.
Suspiró entonces y se puso en pie al borde del peñasco. El viento movía sus cabellos broncíneos infinitos, apoyó la espada en el suelo, una valiosa pieza cuya hoja de diamante se componía de una empuñadura tallada en acero, con una figura de dos alas que cubrían su mano. En su cintura se ceñía la señal del soldado celestial; un lienzo rojo oscuro que ella llevaba a modo de cinturón anudado a su espalda. Las puntas ondeaban en el viento junto a sus cabellos entretanto ella oteaba el horizonte.
Todo en un ángel era un arma, todo en un ángel era majestuoso. Pero ella sabía que todo aquello que ahora la ataviaba: la espada, la coraza de su armadura y el lienzo rojo, que aunque alguna vez todo fue suyo; ya perdió el derecho sobre ello y ahora solo era un préstamo. Cuando acabe su misión, deberá devolverlo y volverá a ser nada más que un condenado. Otra vez...
La tormenta a lo lejos la volvió a llamar. Levantó su espada por encima de la cabeza y la envainó en la funda que colgaba a su espalda entre sus alas. Debía ponerse en camino.
Extendió sus alas blancas y saltó al vacío para dejarse caer en el mar embravecido. Dócilmente el mar limpió sus heridas de batalla y el turbio fondo se iluminó con su presencia, la del ángel que nació de las aguas.
Empezó a batir las alas para poder emerger y con cada movimiento causaba olas inmensas en la superficie. Con las fuerzas recargadas se dispuso a ir en busca del humano que protegería con su vida hasta que llegase el momento.
¹ Arami: nombre en Guaraní, se pronuncia, Aramí, según la acentuación del idioma.
² Aquarum surgere: Aguas, levantaos.
³ Praemisit: Adelante.
⁴Adiuva me: Ayudadme.
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