Capítulo IV


No entendía por qué los seres divinos lo habían presionado hasta ese abismo que tanto tiempo le había costado ignorar, hacer como si no existiera, pero muy dentro de sí algo dejó de doler.

No fueron sus pulmones a punto de estallar ni su cara teñida por el rojo de su nariz y mejillas. Quizás se trataba de ese agujero negro donde había tirado todo lo que le recordase esa parte de él para intentar olvidarlo.

Ya había salido a flote, ya no estaba bajo llave; dejó de ser necesario callarlo.

Sin embargo, un animal que es golpeado tantas veces con la misma vara suele optar en vivir dentro del miedo y la desconfianza para evitar otro sufrimiento, estaba en su naturaleza.

−Vamos, dilo fuerte.

−Por favor...ya basta −rogó, con un hilo de voz

El gran cuerpo andrógino se deformó en algo más pequeño, se escuchaban los huesos romperse, la boca pronunciar fragmentos de un rezo antiguo y confuso. Las expresiones mutaron hasta dejar en su rastro la ingenuidad adolescente, cambiando sus ropas blancas por una falda que le llegaba hasta las rodillas y una blusa bajo la corbata con los colores característicos de la escuela en la que había estudiado. No demoró en tener el cuerpo de Laura muy cerca de él, sintiendo el rencor y la decepción en los ojos de Vida; no importaba la transformación de su físico cuando ambas lagunas seguían presentes en los iris que lo fulminaban, queriendo desnudarlo por completo al no haber quedado satisfecho por el resultado de su confesión.

−Pensé que éramos amigos.

Y sus sollozos empezaron, los sentía salir desde lo más profundo. No podía mirarla, le dolía saber que tenía razón en cualquier reproche que pudiera hacerle. Quiso evitarlo, quiso pensar primero en ella, en su amistad, pero no pudo. Por primera vez se arriesgó y mandó aquello que le importaba por un caño. Ella posó una de sus manos sobre el colchón, dispuesta acercarse todo lo que pudiera con tal de sacar la respuesta que se estaba callando, esa que intentaba ahogar con lágrimas inútilmente porque las divinidades se habían almacenado tan dentro de su cabeza que era imposible tan solo pensar sin que se dieran por enterados.

−Perdóname... De verdad, lo siento tanto..

−Lo jodiste todo.

Lo sabía, estaba consciente de ello, de su error, de lo enfermo que estaba. Soportar la decepción en sus palabras le cerraba la garganta, le escocía el pecho y hacía a sus manos temblar.

No se merecía a Laura ni a ninguna otra persona, no merecía que alguien le brindara una amistad sincera cuando existiera la oportunidad de que les traicionase. Por eso se cerró, nadie iba a desilusionarse de formar un lazo con el enfermo porque simplemente nadie lo tendría. Ese era su castigo, uno autoimpuesto que le parecía necesario y justo.

Conoció a muchas personas a lo largo de su vida, pero ninguna pudo acercársele debido al muro que interpuso entre él y los demás, donde podía ser una compañía amena en algunas ocasiones sin llegar a ser un amigo en realidad. Mucho menos algo más.

No quería pasar por eso de nuevo ni hacerle lo mismo a otro inocente.

Entonces se encerró, se privó de alegrías y buenos momentos, de las jaranas que no fuesen con los del barrio o de las fiestas que amaba Riñón.

Estaba muerto en vida desde hacía mucho tiempo y solo ahora se daba cuenta de ello.

−Nunca te fui suficiente.

La afirmación llegó del otro lado de su cama, se volvió a divisar la figura de aquel joven trigueño, de manos rasposas y grandes, un recuerdo pesado cuyo sentimiento culpable lo embargó en segundos. ¿Por qué le estaban haciendo eso? ¿Cómo supieron de él?

−Eso no es verdad.

−Siempre pensaste en otro, en alguien antes que yo –El enfermo negaba con la cabeza conforme las palabras se desprendían de los labios delgados y bajo la mirada parda que Muerte, disfrazado de aquel muchacho, le otorgaba sin un atisbo de compasión−. No tuve oportunidad; solo me usaste para intentar olvidarlo, pero no querías hacerlo, ¿cierto?

El hombre empezó a toser, quería hablar y negarse, pero la garganta le ardía y se quejaba con cada bocanada de aire que adentraba a su cuerpo. Tomó la botella con agua de la mesita al lado de su cama y tardó unos minutos en responder.

−Joaco sabe que no es cierto. Yo sí lo quise, pero es tan joven...no tiene ni treinta y cinco, ¿qué esperaba de un viejo como yo? No podía darle nada y luego esto...era lo mejor.

− ¿Lo mejor para él o para ti?

− Para ambos.

Había sido su elección dejarlo ir, apenas acababa de separarse y solo encontró a alguien para pasar el rato, aunque el joven se empeñara en decir que estaba enamorado. El enfermo era el mayor, el maduro en esa especie de relación clandestina que se fue formando con el paso de las horas trabajando en la construcción. Se encargó de la entrevista antes de contratarlo; no negaba que le había parecido atractivo desde el inicio, pero eran sus ganas de trabajo y sus esporádicas experiencias lo que terminaron de convencerlo. Solo fue cuestión de tiempo, el intercambio de un par de anécdotas de antaño, las cervezas luego de la chamba, miradas furtivas, acercamientos de apariencia casual, algunas sonrisas cómplices y todo se acomodó.

Nunca le negó un beso ni una caricia en la intimidad de algún hotel, pero fuera de esas paredes las cosas debían seguir igual.

No solo lo hizo por ellos dos, también por su hijo. Joaquín había estado casado con una mujer y fruto de ese matrimonio tenían un niño de siete años, lo había visto un par de veces y el joven le había sugerido formalizar para que pudiera conocerlo como el novio de su padre y no solo como su jefe del trabajo. Aquel título le daba pavor, no entendía cómo podía tomárselo tan a la ligera sabiendo el tipo de pensamiento que los rodeaba. Además, el pequeño seguramente albergaba alguna esperanza de que sus padres se reconciliaran y él no iba a cargar con la responsabilidad de arruinar su expectativa.

Joaquín era un alma libre, tan diferente a él. Le daba paz, ternura, alegría, todo aquello que desbordaba de su juventud.

Por eso no podía arrastrarlo con él hacia un pozo sin fondo, no se llevaría a la ruina aquel muchacho risueño y enérgico; debía dejarlo ir antes de que su desgracia terminara alcanzándolo. Y esa era una decisión que le correspondía porque, aunque sonara crudo, quien se iba a morir era él. Joaquín debía seguir con su vida, cuidando de su hijo, volver con su ex esposa o encontrar a otra persona que lo llenara tanto como se merecía.

Y esa fue otra despedida que le desgarraba el corazón.

−¿Por qué nunca me lo dijiste?

Otra figura apareció entre las sombras de la habitación, como si estuviera esperando su momento de salir recostado a un lado del reloj. Se sintió confundido; Laura y Joaquín seguían presentes, mirándolo con atención, la primera se había quedado sentada sobre el colchón y el otro, de pie, se sobaba los brazos manchados de arena.

Cuando se acercó lo suficiente, el nudo en su garganta volvió a formarse, impidiéndole hacer más que seguir llorando al ver a su mejor amigo caminando hacia él.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top