Capítulo 65
—Ibrahim Hâbbar no pone un pie en este sitio —dijo furioso.
—Majestad —dijo uno de los hombres.
—¡Majestad, nada! —exclamó furioso—. Ninguna princesa va a poner un pie aquí.
—Es hombre, Majestad —respondió el hombre sin entender nada.
—Ya sé que es una hombre, amarrado pero hombre, aún así no pisa este lugar si yo no lo autorizo —dijo de forma pausada—. ¿Y que crees? No lo estoy autorizando.
—Perdone que le contradiga, pero el joven está a solo un par de meses de coronarse como el próximo rey de su nación. Su padre Ahmed Hâbbar lo hace partícipe de cada evento desde hace tiempo —dijo de forma ininterrumpida—. No podemos enviar una invitación excluyendo al príncipe heredero.
La puerta de abrió para dar paso a Perséfone que con ese aire de sabelotodo que adquiría cuando cruzaba la puerta hizo a todos los presentes ponerse de pie y tensarse sabiendo que nada enfadaba más al rey que un desaire o una grosería a su esposa.
Para nadie en la sala era un secreto que el actual rey podía ver caer el castillo en pedazos y no se inmutaría, a menos claro que su esposa estuviera dentro.
Perséfone caminó y casi se echa a reír al ver a todos seguirla con la mirada e incluso girar en dirección a ella conforme avanzaba.
Sonrió discretamente y se colocó al lado de su esposo que de inmediato sujetó su cintura.
—No voy a dar marcha atrás con eso —dijo Parker—. Ni siquiera sé por qué lo estamos discutiendo.
—¿El qué? —preguntó Perséfone.
Parker le dio una mirada que no la intimidó en absoluto.
—De la invitación al príncipe Ibrahim Hâbbar —dijo el hombre que recibió una mirada asesina de Parker haciendo que se removiera.
La sonrisa de Perséfone se acentuó y miró a su esposo.
—Bueno, si mi esposo ha dicho que no pues es no —dijo ella respaldando a Parker.
—No lo entiende, majestad, es…
—No quiero entenderlo, creo que no ha quedado claro que para bien o para mal, mi esposo es ahora el rey y el que decreta quién entra y quién no a su casa —dijo con seguridad—. Dijo que el príncipe no entra y asunto solucionado.
El hombre no dijo más al ver la postura de la reina que como siempre respaldaba al rey en absolutamente todo.
Desde que ambos estaban a cargo, no había una sola decisión que ella cuestionara o que restará autoridad, tanto como él la respaldaba a ella en cualquier toma de decisiones.
Los reyes parecían uno solo, ninguno jamás iba en contra del otro ni remaban a ningún otro lado.
Finalmente y rendido tachó el nombre del príncipe de la lista e hizo anotaciones para finalmente colocar a todos sus amigos que desde que el rey estaba en palacio pululaban por todos lados y en su opinión se metían y disponían del lugar como si fuera un negocio.
Parker sonrió y les hizo señas para que se retiraran, ellos lo hicieron y lo dejaron solo junto a la reina que apenas se quedó a solas con Parker.
—Yo quería que viviera —dijo divertida—. Estoy segura de que ninguno se querría perder el duelo de señoritas.
Parker sonrió a su esposa y la sujetó de la cintura.
—Ninguna rey de barrio va a tocar o a mirar a mi esposa y mucho menos en mi presencia —dijo con la mirada puesta sobre ella—. Además tus gustos parecen ir en decadencia. Es un tipo sin gracias.
—Pues es castaño y trigueño pero negar que es guapo sería mentirte querido —dijo divertida al verlo entrecerrar los ojos—. Estoy segura de que Melina y las chicas dirían lo mismo.
—Es una pena entonces que tu esposo sea yo —dijo con acidez—. Es lo que hay.
—¿Es lo que hay? —preguntó—. Obvio da lo mismo si me mudo de palacio, al fin ambos están en igualdad de condiciones.
—Él es proceso —dijo enarcando una ceja.
—Será rey muy pronto seguramente —replicó con un guiño.
Parker la sujetó de la cintura y la subió sobre el enorme escritorio colándose entre sus piernas y poniendo las manos en el trasero de su mujer.
Ella le abrazó por el cuello y le observó con coquetería.
—De todos modos, esos príncipes machistas no aceptan hijos de otro —dijo divertido.
—No te preocupes querido, yo me encargo —dijo ella—. No hay nada que Perséfone no logre.
Su esposo la observó con pesadez y después la tomó del rostro para besarla.
Ella se sujetó a su cuello y devolvió el beso con toda la emoción de un corazón completamente enamorado.
—Y si vamos a la habitación —dijo Parker entre besos.
—Van a pensar mal de nosotros —respondió mientras sentía los besos de su esposo en el cuello.
—Nadie piensa mal del rey —dijo divertido.
—Tus hijos sí —añadió Perséfone.
Detuvo sus besos para mirarla con ojos entrecerrados.
—Mis hijos no cuestionan a su padre jamás —dijo y volvió a besarla—. Saben que adoro a su madre y además no van por todo el útero de chismosos.
Perséfone soltó una carcajada que le recordó las veces en que salían juntos cuando eran novios.
—¿Estás consciente de que con dos niños, un casino y siendo rey será imposible disponer de tiempo para nosotros? —preguntó Perséfone.
—Lo estoy pero mi casino es mi vida, ser rey es un castigo y mi esposa es mi prioridad —dijo dando un beso—. Así que como mi esposa es feliz con los niños bien vale la pena.
Ella le miró unos segundos antes de darle un beso y abrazarlo. Parker metió la mano bajo su blusa y las subió hasta sus senos dejando que ella besara su cuello y acariciara su rostro al mismo tiempo.
—¡Así los quería agarrar, puercos! —dijo una voz desde la entrada.
Perséfone recargó su frente en el hombro de Parker riendo fuerte mientras esté la sujetaba de la cintura y se mantenía en su lugar.
—¿Podrías tocar? —dijo reprendiendo a su amigo.
—Podría, claro —contestó un Hurs que seguido de los demás encabezaba la procesión de amigos—, pero no lo hago porque tú me hiciste mucha maldades y mi momento ha llegado.
—¿Cuáles maldades? —inquirió.
—¿Por qué sigues pegado a tu esposa? —inquirió Andrew.
—Podría responder con una grosería —dijo Maddox—, pero no lo hago por respeto a la señorita.
—No voy a ofenderme —dijo Perséfone.
—Por señorita me refería a Parker —respondió mientras la veía—. Ya sabes lo delicada que es.
—Claro —añadió su esposa—. Igual no le hagan caso, son las hormonas del embarazo.
—Pues está demasiado hormonal —dijo Hurs—. Aún recuerdo el día que lo encontré como el puerto que es con una erección en la oficina.
Parker sonrió y Andrew enarcó una ceja.
—Eso fue asqueroso —dijo Max—. Además de que descubrí su mentira. Esos 52 centímetros son más falsos que las mechas de Melina.
—¿52 centímetros? —preguntó Andrew.
—¿Cuando carajos subió tanto? —inquirió Christopher—. ¿Duermes con algo jalándolo? Ahora entiendo porque Perséfone se quedó con Hades en un lugar tan sórdido y oscuro.
—53 centímetros me respaldan —dijo divertido.
—A todo esto, ¿a qué se debía esa erección? —preguntó Perséfone.
—No voy a decirlo frente a estos neandertales —dijo tajante.
—Ni viy i dicirli frinti i istis niirdirtilis. —Se burló Max—. Ridículo. Todos sabemos que fue por una conversación con la rusa.
La mirada de Perséfone voló a Parker que frunció los labios.
—Así mismo es —dijo Maddox siguiendo el juego.
—Me consta —dijo Hurs—. Yo mismo vi los mensajes sucios, puercos y enfermos de ambos.
Parker los miró sabiendo que estaban desquitándose pero definitivamente sabía que a su esposa no le hizo ninguna gracia aquello y sobre todo que lo había creído.
—Es más —dijo Hurs haciendo una pausa—. Fue claro al decir que habían tenido una plática caliente, ya sabes cómo es de descarado.
—Eso veo —respondió Perséfone.
—Confieso que me sentí decepcionada de que los 54 centímetros hayan sido más falsos que las promesas de mi ex —dijo Melina—. Es más me siento tomada.
—Lo siento querida pero no sabrás nunca si los 55 centímetros fueron reales —dijo Parker sujetando la cintura de su esposa que se alejó para satisfacción de Hurs.
—Voy a mi habitación —dijo enfadada aunque Parker intentó detenerla.
Finalmente se quedó observando cómo se iba.
—Alguien va a llegar a su coronación con fracturas y moretones —dijo Andrew—. Adoro los finales felices.
—Me la debías —dijo Hurs.
—Me las van a pagar —dijo Parker.
—¿A todo esto me puedo acercar a ti sin que tus 56 centímetros me piquen un ojo? —preguntó Maddox.
—Lo de menos es que te pique un ojo —dijo Parker—. No se acaben la comida ni la bebida, voy a ver a mi esposa.
—Vuelve el perro arrepentido... —dijo Max.
Andrew comenzó a hacer un sonido de cachorro llorando al verlo caminar.
—Mueve ese trasero y haz resonar tus tacones —dijo Maddox.
—Así me gusta esclavo —dijo Hurs—. Directo donde su Ama.
—Derechito al infierno —dijo Melina.
—¿Por qué todo me lo mandan a mí? —preguntó enojado—. No me gusta que sean así, ya no hay lugar para señoritas virginales en mi casa.
—Parker es un crío pero no es tan virginal que digamos —dijo Hurs—. Es más bien un puerto pajero.
—Bueno, esos tampoco entran —dijo Maddox—. A mí casita nadie lleva porno.
Comenzaron a reír mientras veían al Parker en la puerta observarlos con una sonrisa y después seguir su camino hasta la habitación, donde sabía su esposa estaría enojada.
En cuanto entró la vio sobre la cama leyendo un revista.
—¿Desde cuándo lees revistas de moda? —preguntó al verla.
—Yo no las leo pero parece que tú sí porque está es tu habitación.
Parker dio un suspiro y se acercó lanzándose a la cama.
—Es nuestra habitación —dijo rodando los ojos—. Deja de ser tan celosa, sabes que ellos estaban bromeando.
—¿Qué hay de cierto en lo que dijeron? —preguntó molesta—. Entre bromas debe haber algo cierto.
—La erección —dijo Parker—. Tuve una porque me estaban mandando mensajes y después fotos.
Ella le observó tratando de deducir si era cierto.
—No entiendo los celos.
—No entiendo los celos —repitió Perséfone—. Deberías invitar al príncipe.
La mirada de Parker se encendió al escuchar aquello.
—No quiero discutir, Perséfone —sentenció—. No es lo mismo Lydia que ese estúpido.
—Claro ella tiene tetas y es favorita del rey mientras que él tiene pene y al rey no le gusta —dijo ofendido.
—No, la diferencia además de las evidentes es que ella no va llamándome precioso y toda esa basura que usa ese imbécil para intentar acercarse a ti —dijo enojado.
—No me vengas con eso —replicó—. Eres de lo peor.
Sus ojos se llenaron de lágrimas y Parker quiso echarse a reír al darse cuenta de que últimamente se enojaba por todo y por supuesto siempre era el blanco de la ira de su mujer.
Cada día lanzaba más de un suspiro resignado.
—Yo no voy coqueteando con Lydia —dijo ganándose una mirada reprobatoria—. Tampoco con las mucamas, ni con las duquesas, ni con las hijas de los ministro, ¡por Dios, Perséfone! Llevo años queriendo llevarte de la mano a todos lados como para justo ahora que puedo hacerlo, ponerme a coquetear con otras.
Ella le miró y una lágrima escapó de sus ojos.
—Siempre has sido un pene regalado no te hagas —dijo y él contuvo la risa.
—Solo soy pene regalado contigo —dijo abrazándola—. Deja de estar enojándote por todo, siempre has sido tú, solo tú.
Perséfone le miró enojada y después sonrió a medias antes de recostarse en su pecho.
—Me moriría si te enamoras de otra —dijo y él sonrió.
—Bueno, no puedo prometer que no voy a enamorarme de otra —dijo y de inmediato ella le miró—. Me temo que si tenemos niñas, vas a tener que compartirme con otras dos chicas, porque estoy seguro de que será amor a primera vista...
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