Capítulo 37
Parker se detuvo más adelante al ver a sus amigos estacionarse.
Bajó del auto mirando a Maddox recargado esperando.
—¿Por qué no lo matamos? —preguntó quitándose la chaqueta para ofrecerla a Melina.
—Porque me será útil —dijo con una media sonrisa.
—¿Puedo preguntar qué hizo? —dijo Maddox—. Yo venía dispuesto a disparar aún sin saber, sabes que lo haría sin dudar pero agradecería nos contaras.
—Voy a contarles —aseguró y Maddox asintió sabiendo que aún no lo haría.
—Bien, ¿entonces lo que sigue es esperar a que haga lo suyo? —inquirió y Parker asintió sin más.
—Lo que sigue es esperar 48 horas —dijo y Melina sonrió.
—Con ganas de poner alarma, cronómetro y cualquier cosa que me indique que esas 48 horas acabaron —dijo divertida.
—Me das miedo —dijo Maddox.
—Me gustabas cuando eras un chico malo —respondió Melina—. Eras divertido.
Parker sonrió y se despidió de ambos sin dar más explicaciones subiendo a su auto y arrancando de una vez.
Melina intentó devolver la chaqueta a Maddox pero este negó y finalmente ella volvió al auto antes de que arrancará, poco después lo hizo Maddox en el suyo y también partió.
Parker condujo con tranquilidad hasta la casa donde había dejado a su esposa, miró el reloj, estaba por amanecer pero contrario a todo, no tenía sueño, más bien, se sentía con insomnio y con ganas de dejar salir toda esa rabia que traía dentro.
Sentía que en cualquier momento explotaría y cada vez estaba más y más seguro de que el momento había llegado.
Recordó que ya no tenía la llave dado que se la había dado a Perséfone y suspiró. Se dio la vuelta dispuesto a irse sabiendo que no eran horas para tocar la puerta. De pronto se abrió dejando ver a una Perséfone envuelta en un cobertor.
Parker la miró sorprendido unos segundos antes de acercarse y entrar a la casa.
—¿Qué haces despierta? —preguntó.
—Esperándote —respondió—. No puedo dormir si no estás conmigo.
Él sonrió y le dio un beso en la frente antes de guiarla a la habitación.
Lo vio quitarse todo aquello que lo hacía a ojos de otros una persona diferente hasta dejar al Parker de verdad. Ella sonrió y se acostó en la cama dejando que su esposo se subiera y la abrazara.
Parker entrelazó sus manos con las de ella y sonrió.
—Estás fría —dijo dejando un beso en su frente—. No era necesario que me esperaras.
—Quería hacerlo y ya sabes que tú no me mandas —replicó con una media sonrisa—. Mi corazón inconscientemente sabía dónde estabas y haciendo qué.
—¿Te molesta? —preguntó.
—En absoluto, yo sí puedo presumir a mi esposo matón, guapo, caliente y princeso a la vez —dijo bromeando aunque él sabía que estaba preocupada—. Solo me preocupa que pueda pasarte algo.
—Pues ha estado todo bien —dijo volviendo a besarla—. Tu princeso sigue bien.
—Me alegra, no me gustaría convertirme en viuda tan joven y verme obligada a buscar consuelo en los brazos de muchos concubinos todas las noches para cubrir el dolor de la perdida —dijo con seguridad haciendo reír a su esposo—. Ya sabes una tiene que controlar la soledad forzándose a cubrir la desolación con cariño de donde venga.
—Por supuesto —dijo como única respuesta.
Escuchó la risa de su mujer, esa aniñada que tanto le gustaba y que solía emitir cuando sabía que debía controlarse para no ser escuchada, aunque debía reconocer que amaba sus risas escandalosas, esas que podían oírse por toda la casa. Perséfone era todo lo que una reina no debería ser, no se guiaba por protocolos, tampoco vestía demasiado femenina y mucho menos estaba preocupada por la tendencia, solía usar zapatillas de deporte casi todo el tiempo, recogía su cabello de forma poco estética, no usaba demasiado maquillaje, salvó en ocasiones especiales, en opinión de ella porque así sorprendía, para bien o para mal, pero sorprendía según sus palabras; a ella le gustaba la ropa de algodón, los calcetines con dibujos, hablaba fuerte y pasaba de un tema a otro, subía los pies al sofá, comía en el sillón para no perderse algo en la televisión; cuando algo le daba risa solía reír de forma escandalosa y sin miedo, Parker podía escucharla en la segunda planta fuerte y claro cuando reía o sufría sus ataques de carcajadas. Era gritona, escandalosa y para nada una dama delicada, nada de lo que una reina debía ser, pero al fin y al cabo, era su reina y el mundo se podía ir al infierno si no la aceptaba. Ella era quien había nacido para gobernar y poner una nación a sus pies tanto como lo había puesto a él.
La observó mientras estaba roja por la risa y colocarse la almohada en la cara.
—Me imaginé con mi grupito selecto de 15 esclavos sexuales —dijo entre risas.
—¿15? —preguntó enarcando una ceja—. Creí que Melina era una aborazada pidiendo 10 pero veo que me equivoqué.
—A Melina le voy a prestar tres de vez en cuando —dijo con una sonrisa.
—Creí que estabas enamorada de tu esposo —dijo enarcando una ceja.
—Sí, pero habló de en muchos años, cuando sea una anciana y reina viuda —dijo moviendo la mano restando le importancia—. Ya sabes cuando deje ser sugar baby para ser sugar mommy. Ya me vi consintiendo a todos mis hijos sexuales.
—Yo también podría tener concubinas —dijo él enarcando una ceja.
—No porque a ti a los 70 no se te va a parar. Bye —dijo ella haciendo reír a su esposo—. Ya duérmase señor porque al rato no va a poder ni con su alma.
Le dio la espalda envolviéndose con el cobertor y prácticamente dejándolo sin cubrir a él que solo sonrió y se acercó a abrazarla para taparse.
—Te amo —dijo y ella sonrió tomando su mano.
—Igual no vas a conseguir que tengamos sexo —dijo tajante.
Parker comenzó a reír y la sujetó de la cintura para besarla en el cuello.
—¿Segura? —preguntó colocando su mano debajo de su blusa de pijama y acariciando su vientre.
—Muy segura —respondió—. No has dormido, deberías hacerlo.
—Tengo todo el día para hacerlo —dijo acercándose a ella un poco más y subiendo las manos hasta sus senos. Quiero hacerte el amor.
—No me gustan las relaciones lésbicas —dijo jugando con él—. Tú usas más maquillaje que yo.
Parker le dio la vuelta dejándola boca arriba y se subió sobre ella con una sonrisa que ella conocía bien.
—¿Vas a abusar de mí? —preguntó y él negó.
—Jamás —respondió—. Tengo la esperanza de poder convencerte.
Comenzó a quitarse la camisa aún estando encima de ella mientras Perséfone se colocaba la almohada en la cara cubriéndose entre risas.
Por un momento Parker se olvidó de todo como siempre que ella ocupaba su espacio.
Enfrente de sus amigos le costaba muchísimo mostrar indiferencia, sobre todo cuando la escuchaba reír o interactuar con alguien. Él sabía que Perséfone a dónde iba siempre atraía la atención.
Sonrió quitándole la almohada mientras ella solo extendía los brazos para que se acercara y él no hizo.
Perséfone lo besó y lo hizo recostarse sobre la cama siendo ella quien terminó de desvestirlo.
Parker esperaba solo en calzoncillos acostado mientras sus azules ojos estaban clavados en cada movimiento de su esposa, que sin más, comenzó a quitarse la ropa quedando solo en bragas.
Miró hacia la ventana donde la luz del día empezaba a colarse y ella sonrió.
—Colócate boca abajo —dijo ella dando la orden mientras Parker obedecía sin cuestionar.
Se colocó la almohada debajo de la cara y se acomodó esperando lo que su esposa tuviera que darle.
La vio bajarse de la cama y volver algunos segundos después con unas botellas.
Perséfone se colocó la loción en las manos y recorrió la espalda de su esposo que de inmediato sintió la frescura y el aroma.
Sintió los dedos de su esposa recorriendo su cuerpo con lentitud, masajeando sus músculos y relajándolo; se dejó hacer totalmente rendido y cerró los ojos disfrutando como sus dedos apretaban cada músculo. Perséfone tomó sus manos y las estiró por encima de su cabeza dejando que su rostro y el de Parker quedarán a solo centímetros uno del otro.
Le dio un beso en la mejilla que lo hizo sonreír.
Sintió las manos de su esposa recorrer su piel una y otra vez, sus brazos, mientras seguía sentada sobre él.
Apretaba sus pequeñas manos sobre sus brazos y sus hombros estirando todo su cuerpo sobre su espalda y a veces dejando besos en su cuello y espalda.
—¿Te gusta? —preguntó con su tono dulce y meloso estremeciendo a Parker.
—Mucho —dijo y suspiró cuando sintió los labios de Perséfone en su cuello y su lengua recorrer con lentitud el mismo.
De inmediato, los pensamientos de Parker fueron a recordar su figura, las curvas de su cuerpo, el trasero, incluso sus senos, esos de los que había disfrutado tanto y de los que jamás se cansaría.
A su mente llegaron las imágenes de ella embarazada, recordó cuántas veces le hizo el amor mientras acariciaba su prominente vientre; las veces incluso en que se sintió avergonzada y gorda para desvestirse frente a él pero que a Parker le resultaba hermosa, más de lo que ya era.
La sintió bajarse de él y acostarse a su lado con una sonrisa.
—¿Me das un masaje? —preguntó entregando la pequeña botella.
—Los que tú quieras —dijo él en medio de una sonrisa.
Ella sonrió y se recogió el cabello colocándose boca abajo como antes había estado él.
—En cualquier momento vendrá tu madre a despertarte —dijo divertido mientras colocaba la mezcla en sus manos y las frotaba.
—No lo creo —dijo ella—. Sabe que estuve esperándote.
Se estremeció cuando Parker colocó la mezcla sobre su espalda desnuda y comenzó un ligero masaje sobre sus hombros y sus omoplatos.
La besó en el cuello mientras recorría despacio sus hombros y sus brazos.
Recorrió su cuello, primero con las manos y después con los labios; dejó un pequeño mordisco que la hizo suspirar y a él le encantó escucharla.
Pasó entonces sus manos por toda la espalda, presionando con los pulgares algunos puntos con algo de fuerza y haciendo pequeños movimientos circulares.
Con las palmas completas tocó su costado y los masajeó lento, disfrutando la piel de su mujer y dejando que ella disfrutara de las sensaciones.
Susurró más de una vez lo mucho que la quería y necesitaba en su vida.
—Eres mi reina —dijo mientras mordisqueaba su lóbulo—. La única que puede frenarme, la que conoce mis límites, la que puede deshacerme y reconstruirme. Tú eres y serás siempre la única que podrá lograr que me postre a sus pies.
Dejó una serie de besos en su cuello mientras recorría su cuerpo con las manos. Ella permanecía quieta, escuchando y disfrutando de su toque, como siempre, rendida completamente a ese hombre que sabía hacerle el amor con besos, con palabras, incluso con miradas.
Parker acarició su cabello y con sus dedos masajeó su cuero cabelludo al mismo tiempo que la besaba en la mejilla, la sien y que a su vez seguía susurrando los porqués era la mujer de su vida.
La besó hasta saciarse y hasta que ella estaba con los ojos cerrados completamente rendida a él. Adoraba verla así, sabía que ella era más de lo que se veía y era por mucho una mujer en toda la extensión de la palabra, podía ser tímida y desatada, mesurada y una fiera cuando era necesario, débil y fuerte, ella era el blanco y el negro; Parker sonrió sabiendo que si le daba la gana Perséfone era cualquier color, en cualquier mañana y que tenía el poder de hacer el infierno luminoso. Ella era después de todo la mujer que todo lo podía, suya. Ella era Perséfone Walsh Welshmen...
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