DOS
—Tomas...
Hundió su lengua dentro de su boca y le permitió entrar. El pequeño Omega se encogió a su lado cuando sintió sus grandes manos sobre su cuello. Sus ojos se abrieron y sintió que empujaban su cuerpo hacia el sillón, suavemente intentó seguirle los besos pero se sintió invadido y superado, sentía que no podía hacer nada, se sentía tan inexperto, incómodo. Pero se dejó. El chico sobre él se inclinó más, besando su barbilla, sus mejillas, Tomás bajó la mirada apenas cuando sintió que apoyaba sus partes íntimas sobre las suyas.
—Y-yo... —tartamudeó y lo tomaron del rostro nuevamente, Tomas sintió que una lengua intrusa entraba en su boca, ahogó un jadeo e intentó tomar las mejillas ajenas. Sin encargo, sintió que el alfa agarraba sus muñecas y las aprisionaba a los costados, cuando se separaron los grandes ojos claros del pelirrojo lo miraron con sorpresa.
—Te ves tan lindo, Tomas —murmuró y el Omega se removió, liberó sus manos y lo miró tímidamente, llevó sus dedos a las mejillas rasposas, y acarició con suavidad. Tenía un rostro muy varonil, muy hermoso, Tomas levantó apenas el rostro para dejar tiernos besos sobre sus labios. El alfa rió suavemente—. Tan bonito.
El Omega sonrió apenas e intentó levantarse, Tomas miró a su alrededor, la verdad es que le gustaba la idea de tener un alfa independiente, sin embargo, se sentía muy angustiado, lleno, tal vez, de la situación que enfrentaba. Los ojos claros del Omega miraron al alfa una vez más, Diego era un alfa bueno para él, tenía un futuro prometedor y le caía bien a sus padres, tenía un excelente círculo social... Sin embargo, a pesar de lo lindo, lo bello que se sentían sus feromonas Tomas no se sintió tan cómodo con sus toques.
Sus ojitos bajaron a la mano traviesa que acariciaba su cintura, sus manos apretaron apenas los hombros del mayor cuando volvió a sentir sus partes íntimas apretar con las suyas. Tembló un poco cuando levantó la remera amarilla que traía, sus ojos lo miraron, miraron la habitación, la ventana, el atardecer. Su respiración empezó a acelerarse cuando sintió que su mano se adentraba en su ropa interior.
—Diego —murmuró asustado y su cuerpo enteró se puso rígido cuando sintió que lo tomaba de sus partes íntimas. Se sintió chiquito, pequeño, la mano del alfa lo cubría por completo, sabía que su condición de Omega le daba una complexión más pequeña, más delgada y frágil, pero se sintió impotente y asustado cuando Diego tomó su mano de su hombro y lo llevó a sus propios pantalones. Tomas sintió que su corazón iba a salirse de su pecho cuando sus dedos se apoyaron sobre un gran bulto—. Diego yo no...
—Shh, te enseñaré, te va a gustar —sacó la mano de su ropa interior y apoyó toda su atención en la suya. Diego volvió a atacar sus labios y Tomas jadeó bajito, sintió su lengua caliente, sus toques, incluso sintió que todo su cuerpo se ponía rígido, una vez más, cuando Diego metió su mano dentro de sus propios calzoncillos y sintió sus partes íntimas, los dedos de Tomas se quedaron quietos, mientras sentía el gran grosor, el gran tamaño. Rápidamente la sacó de aquél lugar, se quiso levantar pero el alfa lo tomó de la muñeca, Tomás lo miró asustado, temblando—. Oye...
—No —habló y sintió que su voz se volvía frágil y pequeña, su cuerpo tembló por sí solo cuando aquellos ojos lo miraron con atención. Aquél alfa, Tomas miró sus grandes hombros, sus manos, tranquilamente podría tomarlo ahí y romperlo como quisiera, y esa idea asustó al pequeño—. No... Yo... debo ir a casa, se hace tarde y mi mamá... Se enojará.
Sintió que sus mejillas se prendían con fuerza. De repente sintió un gran pesar en su corazón, se sentía como un niño, y Dios, había mencionado a su madre. Tomas sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas y bajo la mirada, ocultó la mano con la que había tocado a Diego. ¿En qué diablos estaba pensando para aceptar ir a su casa? Se sintió fatal, estúpido, Nate tenía razón, eran chicos aún e inexpertos, y la verdad era... Que tenía miedo de ser tomado por un alfa. Sus ojos se levantaron a los ajenos, la mirada de Diego estaba puesta en otro lugar, en otras cosas, Tomas rápidamente observó qué veía.
Habían ido a su casa para jugar el nuevo videojuego que le había comprado después de ver la película en el cine, pero siquiera prestó atención de que la tele estaba desenchufada y que la Playstation todavía estaba en la caja, allá, sobre un mueble cubierta de polvo. Sus ojos claros volvieron al alfa, este se había levantado, Diego era muy alto, musculoso, era un alfa bien dotado.
—Lamento si te hice pasar por un mal momento —murmuró, Tomas sintió que su pecho dolió—. Disculpa, no pensé en tus sentimientos, había olvidado... Que aún eres un poco chico para estas cosas.
—Diego —habló cuando el chico tomó el videojuego nuevo y lo guardó en la mochila de Tomas, se volvió, tenía una suave sonrisa en su rostro.
—Déjame llevarte a casa —el Omega asintió y se levantó del sofá, se acomodó la ropa con las mejillas ardiendo y rápidamente salió junto a Diego.
Llegaron a casa en menos de quince minutos, el alfa tenía una motocicleta muy bonita y aunque Tomas sintiera sus mejillas arder por rodearlo con sus brazos después de lo que pasó en casa Diego este último parecía normal. No lucía afectado, ni preocupado. El Omega no supo cómo sentirse cuando se bajó de la motocicleta.
—Gracias por traerme... —murmuró y Diego sonrió, Tomas se volvió con la intención de meterse en su casa y llorar toda la noche, sin embargo, en menos de un segundo la puerta se abrió y observó a su padre mirar a Diego con brillantes ojos—. Papá.
—¡Diego! —murmuró con alegría, Tomas miró a su padre—. Ah... Hola cariño, tu madre está adentro preparando el té, ¿No quieres entrar tú también, chico?
—Oh, me gustaría —habló y el Omega se encogió de hombros—. Pero creo que Tomas está un poco cansado... No quiero ser una molestia para él.
—¿Tú una molestia? ¡Claro que no! —habló y Diego sonrió con amabilidad, dejó la motocicleta cerca de la casa y saludó al padre de Tomas con un apretón de manos. El pequeño Omega miró todo con el ceño fruncido, preocupado, cuando entró a casa su madre recibió a Diego con un abrazo fuerte, su mirada brillante se posó en él más tarde.
—¿Qué tal estuvo la cita, frijolito? —Tomas sintió que sus mejillas se calentaban, se volvió y chocó con la mirada divertida de Diego y oyó su baja carcajada. Su madre pareció no importarle, tomó su mochila y la dejó colgaba junto a otros bolsos.
—Mamá —murmuró—. Es... Estuvo bien. Me compró un videojuego y fuimos a ver... Dumbo.
Se sintió un idiota al decir eso. Tomas estaba seguro que sus mejillas ya parecían dos ajíes de la vergüenza que sentía. ¡Habían ido a ver Dumbo! Siquiera podía sentir la vergüenza de su decisión, sintió un gran pesar en su corazón y miró a su madre.
—Oh, siempre te gustó ese elefante, me alegra que te hayas divertido —habló dulcemente la mujer acariciando el cabello pelirrojo de su hijo, sus ojos claros observaron los ligeros chupones que se notaban en su cuello—. Cariño, ve a bañarte después, ¿Sí?
—Ah... Claro —murmuró sin entender, se había bañado esa misma mañana. Sin embargo, recordó lo que había tocado su mano y salió disparando hacia su habitación. Tampoco era que su padre le prestará mucha atención cuando Diego estaba en casa.
Fue directo al lavabo, se quitó la remera amarilla y tomó el jabón para limpiarse la piel. Se limpió el cuello, y observó con un poco de molestia las marquitas que había dejado, no sabía por cuánto tiempo iban a estar ahí. Siguió limpiando su cuerpo y finalmente se secó cuando terminó, se puso ropa de casa, que consistía en prendas cómodas, como remeras grandes, pantalones cortos. Se tiró sobre su cama, y tomó su celular dispuesto a hablar con Nate. Calculaba unas dos o tres horas para que Diego se fuera, apostaba que en los últimos diez minutos subiría a su habitación, se besarían y luego se iria.
La verdad era que su padre tenía un gran aprecio por aquél chico, Diego era el primogénito de su mejor amigo, el señor Terrence, hace algunos años volvieron a encontrarse en una conferencia de trabajo y recordaron los tiempos de juventud. Supuso que su padre vio en Diego lo que no pudo obtener de él, un hijo Alfa. Y a pesar del cariño y el amor con el que creció su padre siempre quiso un niño alfa en la familia. Y nada fue mejor que presentarle su hijo Omega al chico.
Pasaron alrededor de quince minutos en los que Nate no contestó sus mensajes, decidió dejar el celular un momento. Había veces en el día en el que el celular de Nate dejaba de andar y los mensajes no le llegaban. Decidió prender la Playstation y preparó todo, buscó su mochila y luego recordó que estaba abajo, dónde su madre la había colgado.
Tomas decidió bajar, pasó por las escaleras, y fue directo a su mochila cuando sintió un piquete sobre su espalda. Su cuerpo entero se puso rígido, el aroma de Diego.
—Hey, peque —habló, Tomas se volvió—. Me tengo que ir. Nos vemos.
Dejó un beso en su mejilla a pesar de que Tomas no dijo nada, salió por la puerta y el Omega apretó la mochila con sus brazos. Diego jamás se había ido tan temprano de su casa, ninguna vez. Su rostro se volvió, la sala estaba silenciosa, pero sintió el aroma que su padre empezaba a liberar.
—Tomas, sé que estás ahí —habló, su voz sonó severa—. Ven aquí.
Se acercó a la sala, su madre estaba de pie, con una tetera en manos y tres tazas sobre la mesa. Notó sus manos rojizas, el vapor que salía, quiso decirle algo que su cuerpo estaba rígido, Tomas empezó a sentir el ambiente pesado alrededor de su padre.
—Cariño —murmuró mirándolo con fuerza, Tomas abrazo con fuerza su mochila, su padre se dirigió a su madre y la miró con severidad—. Déjanos solos un momento, por favor, querida.
—Pero Charles... —murmuró la pelirroja, su padre habló fuertemente al segundo siguiente.
—¡Que nos dejes! —gritó y su madre se encogió de hombros, dejó rápidamente la tetera sobre la mesita de té y se quedó ahí, temblando, su mirada iba de Tomas a su marido—. Debo hablar con él. A solas.
—Charles... Tomas es un niño aún... —habló bajito, su Omega retenida por la presión del ambiente, el pequeño también se encogió de hombros cuando la presencia de su padre se hizo más agotadora, Tomas sintió que sus ojos picaban, no imaginaba lo difícil que era para su madre estar parada ahí, en contra de la voz de alfa de su padre—. Es un niño, Charles, yo te lo dije, Diego tiene razón. Debes darle tiempo...
—Tal vez si no lo hubieses mimado toda su vida él no sería así, déjanos solos, por favor —habló y la mujer miró con tristeza a su hijo, Tomas quiso murmurar su nombre pero su madre ya se había retirado de la sala. Su padre estaba sentado en el sillón, mirándolo—. Arrodíllate.
Tomas obedeció al instante.
Su padre suspiró—. Dime, Tomas, ¿Acaso quieres terminar como Gibrán? ¿Quieres terminar como tu hermano?
El Omega sintió que sus hombros temblaban, sintió un nudo en su garganta, en su pecho. Tomas negó con la cabeza.
—¿Y qué es eso que Diego acaba de contarme? ¿Que tú no quieres estar con él? —murmuró inclinándose—. Que te sientes incómodo ante su alfa, ante todo.
—N-no es eso —murmuró juntando sus manos, miró a su padre tímidamente—. Yo quiero a Diego.
—Te negaste a pasar tus celos con él, y lo comprendí —habló—. ¿Sabes qué vino a decirme hoy? Que cree que no estás en edad para mantener una relación, un compromiso, que estás chico, un poco aniñado. Que te buscará dentro de tres o cuatro años si es que aún permanece el interés en tí. Pero... No volverá. No volverá. No sabes todo lo que hice para que un alfa como él se fijara en ti. No quiero que vivas mal, no quiero que sufras hambre ni tampoco que ningún alfa cualquiera venga a reclamarte. Este chico era bueno para ti y te ha dejado.
—Pero papá...
—¡¿Quieres terminar como tu hermano?! ¡¿Quieres terminar matándome, es eso?! —rugió y Tomas negó entre llanto—. ¡Si sigues así terminarás igual que él, muerto, muerto y abusado por un alfa cualquiera por su absurda idea de libertinaje! ¡Entiende que eres un Omega hombre, un Omega hombre! Pocos alfas buenos buscan emparejarse con Omegas como tu hermano, como tú. Porque en este puto mundo de mierda es así, ¿Me escuchas? Porque yo no estaré en un futuro para protegerte, porque lastimosamente tu naturaleza te dió un cuerpo débil y lo siento. ¡Lo siento por ti, pero debes dejar de rechazarlo! ¡Sé que no quieres cachorros, que no quieres casarte ahora pero no debes perderlo! ¡Diego viene de una buena familia que te cuidará, que te cuidará a tí y a tus crías en un futuro! ¡¿Es que no lo entiendes?! ¡Podrás tener la oportunidad de estudiar una carrera universitaria si tienes su apellido!
—¿Y qué tiene de malo nuestro apellido? —sollozó y miró a su padre con miedo, el hombre lo miró alterado.
—Tu hermano insultó esta casa, nos insultó a mí y a tu madre antes de irse con ese drogadicto cualquiera —habló y miró con furia sus manos—. Esa porquería de alfa... Ese maldito degenerado... Sé que crees que los ideales de tu hermano mayor son grandiosos, lo sé, pero no es así, no es así Tomas. Eso no solo lo llevó a la perdición, sino que nos arrastró a nosotros con él. Tu madre es repudiada por otras mujeres por los actos de tu hermano, por su crianza, tú eres juzgado. Lastimosamente mi apellido fue insultado y escupido, Tomás. Y no llegarás más lejos si decides olvidarte de Diego. Él te dará la vida digna que yo no pude darte.
—Pero a mí me encanta mi vida papá —murmuró llorando, recordó a su hermano y lloró más, se sentía frágil, desprotegido, recordaba los insultos y el desprecio que había recibido en su anterior colegio, en todos sus institutos privados, hasta que lo golpearon y decidieron mandarlo a un público donde nadie lo conocía.
Tomas sabía la importancia que tenía Diego en su vida. Y la verdad era que él quería estudiar después del colegio, pero estaba asustado, asustado por su cuerpo, por todo, asustado por arruinarlo todo. Pero parecía que ya era tarde. Lo único que quería era ir al colegio y jugar videojuegos, estar con Nate y ocuparse de su tarea. Porque la verdad de todo era que no quería un alfa en su vida. No quería. Pero intentaba convencerse de que sí. Que necesitaba a Diego.
—Lo arreglaré, papá. Yo no... Terminaré como mi hermano, te prometo —murmuró bajito y se levantó apenas, no escuchó nada de su padre.
—Necesitas madurar —habló fuerte y claro, Tomas lo miró asustado, su padre se paró frente a él. Por un segundo, creyó que iba a golpearlo, que iba a abofetearlo, a pesar de que jamás le levantó la mano a sus hijos ni a su esposa. Tomas cerró los ojos, sin embargo, lo único que sintió fue que le arrebataba la mochila de los brazos. Su padre escarbó en el interior, sacó el vídeojuego que Diego le había comprado—. Esto, y todo lo demás se van.
—No... No, papá —murmuró, y observó que su madre miraba con precaución a su padre.
—No, Charles —advirtió—. No puedes quitarle las cosas que le gustan, Tomás es un niño aún, es chico, acaba de cumplir catorce años, debes entender que aún es joven para emparejarse con un alfa como Diego.
—¡Pero lo perderá! —rugió—. ¡Él se distrae con estas cosas tontas y no piensa en su futuro! ¡Debes madurar, Tomas! ¡Debes pensar en una buena carrera y en todo lo que lograrás, serás un Omega respetado!
Tomas lo miró con los ojos llorosos, su respiración agitada era notable y las calientes lágrimas que se resbalaban por sus pecosas mejillas eran brillantes y limpias. Se quedó quieto, llorando, temblando mirando cómo su padre subía a su habitación, su madre le gritaba que no lo hiciera, que no, que no. Tomó su celular con rapidez, y fue directo al calendario. Buscó los días marcados y subió las escaleras con rapidez.
Cuando Tomas entró observó que su padre ya había quitado todos los videojuegos, la Playstation, la notebook... Todo estaba sobre su cama, destendida.
—Lo llamaré para mi próximo celo —habló y su padre levantó la mirada. Tomas tenía los ojos llorosos, el rostro rojizo y los labios tan rosados por morderlos. Su padre lo miró fijamente—. Dejaré que me tome. Si es lo que tú quieres.
El alfa frunció el ceño—. No me respondas así.
—¿Y qué más quieres que diga? —sollozó—. Yo quiero mis cosas, quiero seguir jugando. Y estoy seguro que Diego estará perfecto con la noticia —habló y bajó la mirada—. Busca meterse entre mis piernas desde que nos conocimos.
—Me haces sentir como un monstruo —habló el alfa soltando la mochila sobre la cama, Tomas notó que su padre llevaba las manos a su rostro, a sus ojos cristalizados—. Yo solo... Quiero que no te falte nada, que tengas un futuro al qué aferrarte... Pero la verdad es que... No solo le fallé a tu hermano, sino a tí, y a mi propia Omega...
—Charles —murmuró su madre y el alfa dejó caer la mochila al suelo. Llevó una mano a su cabeza, como si le doliera la situación. Su presencia fue desvaneciéndose cuando salió de la habitación con su madre detrás. Tomas se quedó de pie, con los ojos llorosos y las manos temblando. Miró su habitación desordenada, los videojuegos, los muebles. Y lo único que deseó en aquél momento fue escuchar la voz de Nate.
Nate... Su Nate. Tomas se mordió los labios y rápidamente cerró la puerta, se largó a llorar con fuerza, temblando, se sentía tan frágil, tan pequeño que le desagradó la sola idea de perder su virginidad con un alfa como Diego. Ahí, en su habitación, en aproximadamente dos semanas. Su mirada sostuvo los videojuegos con fuerza y lentamente empezó a acomodarlos en sus estantes.
Nate no le contestó los mensajes en toda la noche. Había intentado llamarlo por lo menos dos veces y se rindió, sintiendo vergüenza y tristeza por lo que sentía. Al otro día se levantó, se bañó y se colocó el uniforme con pesadez, cuando bajó solo su madre estaba en el comedor, en silencio, mientras comía su desayuno.
—¿Y papá? —preguntó cuando se sentó, tomó un par de tostadas, su madre estaba ida, como perdida. Los ojos del pequeño Tomas buscaron los suyos, pero su madre miraba un punto cualquiera, notó sus ojeras, su lento masticar. La piel de Tomas se erizó cuando notó la mordida en su cuello reabierta. Rápidamente apartó la mirada.
Trató de dar un trago por lo menos, pero no pudo. Saludó a su madre y tomó su mochila con rapidez, por la mañana tenía extracurriculares y de repente la idea de correr doscientos metros por todo el campo le pareció lo más grandioso. Las clases de educación física no eran sus favoritas, y tenía muchas faltas, pero sintió que la distracción en su cabeza le vendría bien.
Cuando entró al campo dejó su mochila y fue directo a su taquilla a cambiarse de ropa. Los vestidores de Omegas masculinos estaban al lado del de las chicas, por eso el griterío y las risas resonaban con fuerza del otro lado de la pared. Pero ahí, nada. Todos se cambiaban en silencio. Tomas se volvió, mientras se colocaba los pantalones cortos hasta las rodillas y buscaba su remera blanca, miró a sus compañeros, la mayoría lucía cansado, notó que algunos tenían mordidas, chupones, y es que era así. Pocos alfas a veces buscaban algo serio con Omegas como ellos, y era por eso que el primero con el que se topaban debían agarrarlo con fuerza.
Tomas suspiró y se colocó la prenda con cuidado.
—Hola —escuchó la voz de Nate y rápidamente se volvió, la mirada de Tomas se iluminó como nunca y se tiró sobre el chico a su lado, abrazándolo.
—¡Nate! —alardeó—. ¡Desde el otro día no sé nada de ti! ¡¿Qué te ha pasado?! ¡Estuve muy preocupado!
Se separaron y Tomas lo miró sonriente, su corazón empezó a latir con fuerza cuando notó el mismo rostro de Nate de siempre. Su cabello despeinado, su cuerpo delgado, pequeño, el Omega pelirrojo sonrió y lo miró de a ratos cuando notó que su amigo ya se había cambiado. Los hombros de Nate eran pequeños, su rostro, sus pestañas largas. Notó las ligeras ojeras que tenía bajo los ojos como siempre.
—Te extrañé —murmuró cerrando su taquilla, sus mejillas se calentaron y Nate murmuró un "Yo también". Salieron al campo y el profesor les indicó que corrieran cinco minutos por la pista, Tomas permaneció al lado de Nate, esperando alguna explicación por su ausencia en estos días. Sin embargo, no recibió nada—. Tienes muchas ojeras, ¿No has dormido bien?
Preguntó para sacarle charla, Tomas notó que Nate apretaba su vientre apenas, a decir verdad él tenía poca resistencia al correr y a veces la charla no favorecía su estado.
—Mamá estaba mal —contestó y no dijo nada más. Tomas asintió y siguieron corriendo en silencio.
Jugaron por partidos de vóleibol y la clase culminó, todos fueron directo a los vestuarios para buscar sus productos de higiene y dirigirse a las duchas. Tomas renegaba con el cierre de su mochila una vez más cuando notó que Nate preparaba su bolso dispuesto a irse.
—¿No te bañarás? —preguntó y Nate volvió la mirada, los omegas en las duchas estaban desnudos, enjuagando su cuerpo. Pocas veces Nate se atrevió a desnudarse frente a otras personas, y eso era cuando se trataba de ellos dos nada más. Tomas no lo entendió.
Bajó la mirada a su mochila. Muchas veces había visto el cuerpo desnudo de Nate, y era muy bonito, curvilíneo, suave, su piel lechosa le daba un aspecto limpio, como si siempre oliera bien. Tomas miró a su amigo.
—¿Quieres venir a mi casa a bañarte? —preguntó—. Mis padres no están, además, quiero comer algo, no he desayunado...
—Me gustaría —respondió Nate y Tomas sonrió feliz y animado, ambos prepararon sus mochilas y salieron del establecimiento, tenían dos horas libres antes de entrar a las clases y sería tiempo suficiente para bañarse y comer algo. Su padre estaba trabajando y su madre siempre se iba a su club de huerta, y tejido a la luz del sol. Ambos omegas charlaron de cosas triviales de camino a casa, ignorando los silbidos y algunas cosas que otros hombres le gritaban de lejos. Nate sonrió apenas cuando Tomas le contó algún que otro chiste.
—Tengo un juego nuevo —habló mientras abría la puerta de su casa. Nate entró y la cerró nuevamente, su casa estaba silenciosa, rapidanen subieron a su habitación, ya ordenada y arrojaron sus mochilas al suelo. Tomas prendió la televisión y puso un poco de música cuando Nate entró al baño—. Puedes usar mi shampoo si quieres, ¿Quieres usar mi ropa? Falta mucho para ir al colegio.
Se levantó de su cama y buscó en su ropero, Tomas eligió una remera azul y un par de pantalones cortos negros, fue directo al baño cuando abrió la puerta y Nate se volvió sorprendido. Los ojos del Omega pelirrojo se abrieron y sus mejillas se sonrojaron cuando observó la pequeña espalda de Nate, su cintura, sus costillas. Estaba en ropa interior y pudo notar las ligeras marcas en sus muslos, como hematomas.
—Perdón —murmuró dejando la ropa sobre el mueble del baño y cerrando la puerta. Nate no dijo nada y rápidamente fue a sentarse en su cama. Escuchó el agua del baño abrirse y sus mejillas se calentaron, se dejó caer sobre la cama y frunció el ceño. Sus dedos pasearon por su estómago, su vientre, se suponía que Nate tenía similitudes con su físico, ambos eran Omegas, pequeños, capaces de dar vida. Sin embargo, verlo ahí... Ver su espalda, su cintura, Tomas recordó el beso que se habían dado el otro día, en sus pantalones húmedos, en la necesidad de obtener más de aquél chico.
Pensó que algo mal tenía en la cabeza. Tomas se sintió un poco incorrecto, desear a Nate por sobre todo... Recordó a Diego, un alfa, su alfa. Con el que debería tener intimidad y ponerse húmedo, pero recordaba sus besos, su gran cuerpo y su tamaño... Y lo único que sentía era el terror de salir dañado, en sentir sus colmillos rompiendo la piel de su cuello, en sentir su nudo desgarrando su interior solo para descargar todo su semen en su útero. En los cachorros... Nate había estado con alfas antes, y se preguntó si su cuerpo curvilíneo y sus grandes caderas se debían a que ya no era virgen, que ya tenía un cuerpo que reconocía la sexualidad con un alfa. ¿Su cuerpo cambiaría mucho después de estar con Diego? Tomas toqueteó su cintura, sus caderas. Acarició sus muslos... Estaba seguro que si Diego se acostaba con él su pene le llegaría hasta el estómago, era muy grande, tal vez, si buscaba a alguien de su edad no dolería mucho. Los alfas de catorce años apenas estaban en desarrollo. Y él también estaba en desarrollo, ¿Estaría bien entregar su cuerpo en ese estado? ¿No afectaría algo? Tenía apenas catorce años y recién el año pasado había descubierto que era Omega. Su útero era del tamaño de una nuez y a penas estaba criando sus curvas. Si lo hacía... Tal vez sería igual de curvilíneo que Nate, y sus hermosas piernas.
Cuando el Omega salió del baño traía su ropa puesta, su cabello húmedo, su mirada risueña. Tomas se relamió los labios y bajó la mirada.
—¿Te irás a bañar? —preguntó y Tomas asintió vagamente, miró su habitación, sus juegos, Nate se sentó a su lado y pudo sentir su aroma agradable, dulce, realmente quiso besarlo.
—Mi padre quiere que me acueste con Diego a toda costa —confesó y lo miró de soslayo, Nate observó su ventana, el día, notó sus ojos perdidos, su cabello húmedo—. Ayer estaba en su casa, nos besamos, como... Cómo tú me enseñaste, él quiso más pero... La verdad es que me dió mucho miedo. Él es muy grande, lo sentí sobre mi vientre, su bulto, me dolerá. Me dolerá mucho.
—Estarás excitado —murmuró Nate removiendo su cabello húmedo, Tomas lo miró—. Sentirás mucho placer y el dolor solo será un poco, además, los alfas emiten feromonas que te embriagan demasiado.
—Pero Nate —murmuró frunciendo el ceño—. Es demasiado para mí, no me sentí excitado ni de cerca cuando me tocó, ¿Qué pasa si cuando estemos no me siento como debería? ¿Si no quiero que me penetre? Será mi primera vez, mi primera vez y me meterán más de veinte centímetros.
—Vaya —murmuró el Omega y lo miró, Nate se sentó más sobre la cama y Tomas también—. Tal vez sangres.
—No quiero sangrar —murmuró bajito—. Ya no sé si quiero estar con él, tal vez debería salir con niños de mi edad, Diego cumplirá diecinueve muy pronto.
—¿Y en tu celo? —preguntó Nate—. Generalmente en los celos solo quieres que te penetren hasta el fondo. Puedes intentarlo ahí, el miedo no te tomará porque solo buscarás satisfacer tu calor. Si lo único que te inquieta de Diego es el sexo, deberías intentarlo en ese estado.
—Lo dices tan fácil... —murmuró Tomas abrazándose un poco. Nate se encogió de hombros—. La verdad es... Que tal vez, no me asusta el sexo con Diego. Sino su condición de alfa. No sé... Empezó a darme cosita... Cuando lo probé... Ya no me gustó.
—Puede que seas Omega de Betas —habló Nate y se concentró en arrancar algo de sus uñas. Tomas observó sus clavículas, su rostro, realmente quería besarlo.
—O un Omega... —murmuró, Nate seguía con sus cosas—. De Omegas.
Se detuvo. Notó que sus dedos se detenían y su rostro no se levantaba, de repente, las mejillas salpicadas en pecas se tiñeron de un carmesí puro. Tomas se encogió de hombros cuando Nate levantó la mirada.
—¿Tú... Quieres estar con Omegas? —preguntó lentamente y Tomas sintió que el corazón se le saldría del pecho, sus ojitos se llenaron de lágrimas y su rostro se calentó con furia. Sus manos temblorosas rápidamente fueron hacia su rostro y rompió en llanto—. Hey, Tomas.
—Soy un puto asco... —sollozó y se cubrió el rostro, no quería ver a Nate, no quería que pensara mal de él. Pero se sintió frágil, tan... Desnudo, tan expuesto, porque, dios, realmente le había gustado, le había gustado los toques de Nate, su aroma, su cuerpo. Todo en su interior se volvió como bombas cuando sintió las manos de su amigo sobre sus hombros, su calor, su calidez, Nate lo abrazó con fuerza—. No... No...
—Ya, ya, no es nada malo. No es malo que te gusten otros Omegas.
—¡Sí es malo! ¡Lo es, lo es! ¡A ningún otro niño le pasa esto! —Tomas se encogió, llorando, no podía parar, pensó en su madre, en su padre. En lo decepcionado que estaría por él—. ¡Mi papá me odiará, sentirá asco, mucho asco por mí! ¡No es normal, no es normal sentir esto!
—¡Lo es, lo es...! —Nate lo tomó del rostro, Tomas se sentía devastado, feo, sentía que sus mejillas estaban bañadas en lágrimas y su rostro como un tomate, y lo veía ahí, tan majestuoso, calmado, tan lindo. Nate. Su Nate. El maldito Omega que quería que lo tomara, que le comiera la boca, que se adueñara de su virginidad, de todo—. Es normal... Pero no común. Estoy seguro que hay muchas personas allá afuera que se sienten igual que tú.
—Yo... No quiero acostarme con Diego —habló y limpió sus lágrimas, Nate lo abrazó nuevamente y los brazos de Tomas rodearon su espalda—. No quiero, no quiero.
—Ya... —Nate lo tomó del rostro y lo miró, sus labios se encontraron en un casto beso y rápidamente se separó de él. Se miraron, los ojos claros de Tomás se abrieron y dejaron de llorar. Su corazón latió con fuerza y rápidamente lo tomó del cuello y lo besó, lo besó. Se arrojó a los labios de Nate con tal hambre que el otro Omega lo abrazó se la cintura. La euforia y alegría que inundó el cuerpo del pelirrojo no se comparó con nada, porque lo sentía, sentía la suavidad y la calidez de Nate por el cuerpo, por el ambiente. Sus lenguas chocaron, húmedas, calidad, los gemidos que Tomas dejó escapar y el calor provocaron que se acercara más al ajeno. Nate adentró una mano dentro de su remera blanca y acarició su cuerpo, Tomas le respondió con un beso ruidoso. Se separaron y ambos se quitaron las remeras. Sus pequeños torsos de piel lechosa quedaron a la intemperie, sus pequeños hombros, sus delicadas clavículas, Nate se arrojó hacia el cuello de Tomas y lo besó, chupó y succionó su piel al oír sus gemidos. El cuerpo del pelirrojo se recostó en la cama y ambos se miraron, agitados, con la respiración acelerada y el cuerpo brillante en una capa de sudor.
—Me gustas —susurró con la voz quebrada, Nate sonrió risueño cuando observó el cabello anaranjado del Omega, las pecas de Tomas eran notorias, en sus hombros, su cuello. El Omega sobre él toqueteó su pecho hasta llegar a sus pantalones cortos de elástico. Las piernas regordetas de Tomás rodeaban la cintura delgada de Nate y desesperadamente ambos se quitaron las prendas. Cuando quedaron en ropa interior volvieron a besarse, Nate sobre Tomas y Tomas rodeando el cuerpo ajeno con sus piernas y brazos, la humedad en sus partes íntimas reveló la excitación de cada uno, los pequeños bultos que se frotaban, las piernas de Tomás que se aferraban con fuerza a una delgada cintura que empujaba para sentirlo más. Más. Más para todo.
Quería sentirlo, quería sentirlo en su cuerpo, en su interior. Nate lo besó con furia, con intensidad mientras su mano se adentraba en la ropa interior de Tomás y la bajaba un poco. Sus miembros hicieron contacto y ambos gimieron, mientras se frotaban entre ellos y el lubricante natural chorreaba entre ambos cuerpos.
Nate casi se golpeaba la cabeza cuando su cuerpo quedó debajo de Tomas. Las piernas regordetas del chico rodearon su cuerpo y su desnudez quedó ante toda intemperie, sus manos se apoyaron en su pecho y sus ojos lo observaron, caliente, ahí, gimiendo entre el calor y el baho de sus respiraciones aceleradas. Sus miembros se frotaron hasta que Tomas se acomodó más y el Omega debajo de él sintió como su pelvis se mojaba por el lubricante natural ajeno, la entrada húmeda del otro se frotaba con su miembro y Nate gemía temblorosamente. La humedad que salió de su miembro no se comparó a la que tenía entre sus glúteos, allí, deseando ser llenado mientras tenía a otro ser de su mismo género frotándose sobre él.
Nate lo tomó de las caderas, sus dedos buscaron su entrada y la humedad los bañó en un lubricante espeso con aroma dulzón, los dedos de Nate se hundieron con facilidad y Tomás gimió, moviendo sus caderas sobre la ligera penetración que le brindaba. Sus jadeos y gemidos pedían más, más de él, hasta que lo apartó y el pelirrojo Omega tomó su miembro y lo acomodó sobre su entrada, la mirada de Nate se cubrió de un deseo extraño, de un placer bizarro cuando Tomas se sentó sobre su miembro, dejando escapar un fuerte gemido. Las manos del Omega que lo penetraba apretaron con fuerza en su cintura, jadeando. Los ojos cegados de placer de Tomás lo miraron desde arriba, arqueándose, moviéndose sobre su pelvis mientras sus delgados deditos rodeaban los pulgares que apretaban su carne.
—Nate... Nate... —gimió presionando con más fuerza su trasero. El Omega debajo suyo gimió quedito, el calor, el placer, los gemidos y las caderas de Tomas no pararon hasta que el pelirrojo empezó a sentir cosquilleos en el estómago, sus jadeos, los ruidos sonoros que salían de sus labios subieron de tono, sus ojitos cristalizados por la penetración miraban a Nate cegados, bañados en un sueño del que jamás quería despertar. Pero su burbuja se rompió con furia cuando escuchó que abrieron la puerta de su habitación de golpe, Tomas sintió que el tiempo se volvió lento, espeso, cuando volvió su mirada a los ojos sorprendidos de su padre.
—Nate... ¿Qué...? —murmuró el alfa y el jovencito rápidamente salió de arriba de Nate. Su cuerpo cayó al suelo y el Omega sobre la cama cubrió rápidamente su cuerpo con las sábanas. El rostro de su padre enrojeció, y sus ojos, dios, sus ojos se pusieron de tal carmesí que Tomas se encogió de cuerpo entero al sentir su presencia. Su mundo se congeló cuando Nate empezó a vestirse desesperadamente, cuando su padre se acercó peligrosamente a su brazo y lo jaló con fuerza—. ¡¿Qué mierda estaban haciendo?! ¡Tomas!
—¡Me lastimas! —gritó sosteniendo la sábana con fuerza sobre su cuerpo, sintió que las manos de Nate se pusieron en medio de él y de su padre—. Nate...
—Es mi culpa, Señor —habló fuertemente y el ambiente de la habitación se volvió pesado, el aroma agrio de su padre inundó no solo el cuerpo desnudo de Tomás, sino que descompuso a Nate también cuando este se colocó frente al pelirrojo.
—Vienes conmigo —murmuró furioso, tomó a Nate del brazo y lo jaló fuera de la habitación, los ojitos de Tomás se llenaron de lágrimas, de vergüenza cuando su padre volteó la mirada, devastada, terriblemente decepcionada—. ¿Sabes? Puedes hacer lo que quieras de tu vida, vete si quieres, acuéstate con quién se te dé la gana, pero ten un poco más de respeto por esta casa. Y toma un baño, por favor.
El alfa cerró la puerta fuertemente y bajó a la sala, su mirada observó al Omega y le indicó que saliera. Subieron a su auto, el día se había puesto nublado, terrible, y el clima no ayudaba a calmar su cabeza. Había vuelto con la intención de tener una charla seria con Tomas, donde acordarían el tiempo y la edad para permitirse salir con Diego, había pensado que la mayoría de edad sería la correcta, que si se enlazaban todo saldría bien. Sin embargo... Sus manos no podían dejar de temblar sobre el volante, podía escuchar los latidos acelerados del Omega a su lado. Condujo alrededor de diez minutos hasta que se detuvo una cuadra antes de la casa de aquél chico. El amigo de su hijo. Su mirada se desvió, notó su rostro pálido, su cabello despeinado, el aroma dulzón que mantenía su cuerpo le hacía doler la cabeza.
—Señor yo...
—Escucha, Nate —murmuró—. Tomas es el único hijo que me queda, es mi niño, y yo siempre quise lo mejor para él.
Notó que el Omega fruncía el ceño levemente—. Yo también...
—Él tiene un futuro que lo espera, tiene un alfa dispuesto a tomarlo... No sé en qué momento ustedes dos empezaron a hacer eso... No... Sé que eres un buen chico, Nate, y sé que vas a querer lo mejor para Tomas, él no... No es muy seguro de todo, todavía no suelta las cosas infantiles y aunque eso joda no quiero que se desvíe... ¿Lo entiendes no?
El Omega no respondió, su mirada estaba ida, perdida, Nate mordió sus labios apenas.
—No quiero que vuelvas a acercarte —habló, y el corazón de Nate dolió—. No quiero que vuelvas a hablarle y a decirle cosas extrañas. Mi hijo ya tiene un alfa.
—Tal vez a él no le gusten —contestó Nate y lo miró a los ojos, el viejo hombre apretó los dientes—. Tal vez él no quiera un alfa en su vida —el Omega apretó los puños y abrió la puerta del auto, su mirada se volvió al hombre con rapidez—. Si escuchara mejor lo que intenta decirle y entender sus sentimientos en vez de buscar desesperadamente meterle un alfa entre las piernas nada de esto pasaría. Usted ya se equivocó con uno de sus hijos por los mismos problemas, no busque hundir a Tomas en la miseria de esos hechos.
—Insolente... ¡Maleducado! —rugió el alfa justo cuando Nate cerró la puerta con fuerza, su corazón latió desesperadamente y corrió directo a su casa. Había tardado en abrir la puerta, sus dedos temblaban demasiado y el llanto estaba al borde de sus ojos. Nate dejó caer su bolso, su ropa sucia al suelo cuando corrió al baño de su casa y descargó todo lo que había comido sobre el lavabo. El dolor que se extendió por todo su cuerpo causó que se encogiera, que su garganta ardiera con fuerza. El llanto y las arcadas lo volvieron frágil, pequeño. Aún sentía el calor en su piel, aún sentía su ropa interior húmeda, sus ojos irritados dejaron caer lágrimas tras lágrimas cuando prendió la canilla y dejó correr el agua.
—Mira nada más, ¿Porqué mierda volviste tan temp...? —la voz de Leonardo se cortó de repente, Nate se volvió, asustado, temblando, sus manos rápidamente corrieron a su vientre cuando su hermano se quedó en el umbral de la puerta, quieto, mirándolo con grandes ojos. Nate notó el destello carmesí que brotó en aquellas orbes—. Hueles distinto.
—No —murmuró y se atragantó, Nate llevó una mano a su boca y se encogió contra la pared, el ambiente empezó a llenarse del aroma picante de Leonardo, su cuerpo tembló. El vómito y las arcadas volvieron al segundo siguiente que dejó caer restos de comida sobre el lavabo, sabía dulce y supo que ahí se encontraba el té y las galletitas que había desayunado aquella mañana, el mareo, el dolor, su cuerpo se llenó de un terror incomprensible cuando sintió las manos de su hermano sobre la cintura—. Déjame. Déjame.
—Estás húmedo —habló y sintió una mano ajena bajar sus pantalones cortos, Nate sollozó cuando Leonardo presionó su estómago y se apoyó contra el lavabo, el dolor y las arcadas volvieron cuando aquél se atrevió a meter dedos dentro suyo. Intentó removerse pero la bilis volvía en marcha para salir de su interior. Se sentía enfermo, descompuesto, sus piernas perdieron fuerza cuando sintió que su garganta se desgarraba y la bilis y la sangre desprendían su lengua. Cuando levantó la mirada notó la rojiza de su hermano sobre el espejo, ahí, cegado, su aroma le de nauseabundo, asqueroso, tanto que Nate sintió que el estómago se le saldría por la boca al impulsarse en la primera estocada. Gritó con fuerza, a pesar de haber estado húmedo, necesitado, sentía que lo llenaba demasiado. Las manos de Nate rasguñaron con fuerza el brazo que presionaba su estómago, sentía las arcadas, el vómito, el dolor cada vez que Leonardo lo llenaba.
—No... ¡No! ¡Mamá, mamá! ¡M-ma...! ¡Aagh! —volvió a vomitar y esta vez manchó todo su pecho, la bilis se derramó por toda su barbilla, por todo su pecho. El dolor y el cansancio lo tomó con fuerza y Nate lloró en silencio, mientras su cuerpo se impulsaba, mientras sentía la intromisión, la mano de Leonardo fue directo a su cuello y sintió su respiración fuerte, acelerada sobre su oído. El Omega llevó las manos al cuello ajeno y rasguñó con fuerza, el alfa lo soltó y lo empujó contra la pared cuando gritó adolorido, Nate se estrelló y cayó al suelo de estrépito, sus ojos aturdidos miraron sus dedos ensangrentados y sus orbes se levantaron, el cuello de Leonardo estaba rasgado, estaba sangrando y las gotas cubrían su remera desgastada. La furia que se presentó en sus ojos no solo causó miedo y terror en su cuerpo, sino que Nate se acomodó los pantalones y salió de allí corriendo por puro instinto. Sus piernas dolieron y tardó en estabilizarse cuando buscó salir de la casa.
—¡Ven aquí! ¡VEN AQUÍ! —rugió el alfa y Nate se sintió débil y frágil, su Omega interior se encogió y sus piernas cayeron al igual que su cuerpo, el poder de aquella presencia se volvió como choques eléctricos contra su cuerpo, Nate lloró con fuerza, se arrastró hacia su mochila y tomó su celular con rapidez, sus dedos temblorosos y ensangrentados marcaron con rapidez a emergencias, cuando escuchó el primer llamado gritó, gritó con furia justo cuando sintió que Leonardo pateaba su mano con fuerza, rasgando su piel, sus dedos, estrellando el celular contra la pared. Nate se alejó con rapidez, llorando, cubrieron su mano ensangrentada y negando efusivamente.
—Perdón, perdón, perdón —murmuró con el rostro lloroso, Leonardo se acercó y lo tomó del cabello, Nate gritó, lloroso, cuando el alfa lo puso boca abajo y empezó a quitarle los pantalones. El Omega se removió, asustado, empezó a patalear, a luchar inútilmente cuando logró volverse. Leonardo lo abofeteó con fuerza y le abrió las piernas, las manos de Nate fueron directo al rostro ajeno y rasguñaron las mejillas, los labios, todo, antes de que golpearan sus muñecas contra el suelo una y otra vez, el grito que dejó salir desgarró su garganta, el dolor en sus manos, en el color violáceo que empezó a tomar.
Porque Nate dejó de luchar al segundo que sintió que no podría salvarse, porque las arcadas volvieron, porque a pesar de todos los minutos que pasaron, a pesar de sentir la calidez que los rastros de Leonardo dejaba en su interior parecía no parar. Porque volvía, volvía a tenerlo una y otra vez, sus caderas volvían a doler, y su cuerpo volvía a ceder a los deseos sexuales ajenos. Porque los ojos de Nate estaban a punto de perder la luz cuando observó sombras en la ventana de la puerta, porque soportar a un alfa lo arrastró al borde del desmayo, porque Leonardo era mucho para su cuerpo, porque entre la desesperación, el llanto, la resignación y la sangre y el semen que sentía debajo suyo observó que otras personas entraban en su casa. Que gritaban, que apuntaban a Leonardo y lo alejaban de su cuerpo.
Nate quiso cubrirse pero el llanto que sintió cuando lo alzaron le trajeron cierta paz, a pesar de las heridas, a pesar de que le habían roto las muñecas, que estaba desgarrado por dentro y que tenía innumerables hematomas en el cuerpo.
Porque esa fue la última vez que Nate pisó el suelo de aquella casa, porque entre llanto y sangre le dió un último vistazo, ahí, rota, abandonada. Porque esa misma tarde Nate se enteró que había despedido de su cuerpo a un futuro cachorro, que entre las violaciones y los golpes, el vómito y la sangre Nate había perdido al primer rastro del que sería su primer cachorro.
También, porque desde esa noticia, él jamás quiso volver a aquél lugar.
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