Cap.1: Heredero

Observo mi reflejo en el cristal de la gran ventana, el vaho caliente de mi aliento lo empaña, se ve confuso como mis pensamientos en este instante. No puedo ser eso que quieren que sea, mi cuerpo quiere escapar, salir de aquí, perderse y no ser encontrado nunca más, pero mi corazón pertenece a esta ciudad, a su gente, a sus niños. No puedo olvidarme de todo.

El aire frio de la habitación elimina lo que me impide ver mi reflejo, me quedo mirando a ese retrato vivido pero opaco de un simple chico que no quiere aceptar su destino. Más a ya de él, se levanta el sol, glorioso y libre, dándole matices a todo lo que toca, cumpliendo con su labor, mientras que la proyección doble del chico se desvanece por completo.

Giro y trato de no pensar más, solo quiero que el día de hoy pase lo más rápido posible, pero cuando se oculte el Sol mi destino será inminente. Me pongo el uniforme característicos de los adolescentes de Apsú, un pullover blanco y unos pantalones militares azul, somos la fuerza segundaria de la defensa, aunque hoy para mí no era obligado llevarla. Cumplo la mayoría de edad.

La puerta de mi cuarto se abre con total ligereza, casi con miedo al dejarse tocar, en las sombras una silueta familiar asoma y entra.

–Veo que ya estas preparado para salir–dijo el Gobernador mientras se acercaba a mi.

–Si, llego tarde a mi entrenamiento–le confirmo sosteniéndole la mirada.

–Creo que hoy deberías saltártelo–pronuncia con suavidad y se alejó para darme mi espacio.

Me quedo callado antes de contestar, él se encuentra al otro extremo de la habitación,no permitiría que me viera asustado, arrepentido de un destino que yo no elegí. Mi mente ya no aguantaba tanta presión, me urge la necesidad de adrenalina en mi cuerpo, cada parte de él me suplicaba acción.

–Tu madre estaría muy orgullosa de ti–rompe el silencio con melancolía en su garganta–Ver ese niño tan pequeño que ella cuidaba, convertirse en todo un hombre y futuro Gobernante, hubiera dado todo por estar aquí.

Sus palabras retumban en mis oídos penetrando dolorosamente hasta mí consiente. Me lleno de odio, rabia, solo me faltaba que en este día me recordaran mi madre muerta, una madre que me dejo solo, abandonando a su hijo para ir abrasar las alas del abismo.

Salgo corriendo de mis pensamientos, y sólo asiento , estrategia para no gritarle a la máxima autoridad que tenía enfrente, que era un idiota. Volteo a recoger mis guantes y parte de mi equipo de entrenamiento sobre la cama, echo todo en mi mochila y me la subo al hombro. Camino con energía hacia la puerta, olvidándome de mi compañía.

–¡Alexander!– me llamo con vos fuerte el Gobernador.

– tranquilo papá, a partir de esta noche seré todo tuyo– digo con sarcasmo de espalda a el. Y me adentro a las penumbras fuera de mi habitación.

El corredor es amplio y extenso, una fila de guardias armados cada dos metros llenan la pared derecha, como fuertes titanes a la espera de alarmas peligrosas. Camino seguro ante ellos, sus miradas se clavan en mi, pero no podían hacer nada, solo dejarme llegar a salvo, esa era su responsabilidad. El cuidado interno de los ciudadanos.

Esta ciudad es solo un intento exitoso de lo que alguna vez existió, no era más que un simple refugio contra radiaciones y cambios climáticos, enterrada en los gigantescos peñascos de la costa. Hoy convertida en una de las Ciudades más grandes que surgió después de las explosiones radiológicas masivas que recorrieron el mundo entero. Muchas vidas se perdieron por aquel entonces, igual que bienes materiales. Las grandes metrópolis quedaron desoladas y en ruinas la mayoría.

Voy llegando al elevador, y me adentro. El plateado interminable de su estructura me abrumaba, me recordaba estar en una jaula, siempre los odie, pero no había de otra para moverse entre los pisos subterráneos. Presione el número 1, la planta más cerca de la superficie. Las puertas se cerraron de golpe, como diciendo, ¡te tengo!.

La sensación de subir me atrapa por completo, recordando la primera vez que Salí al exterior, no eras más que un crio, los científicos dictaron que ya era seguro salir a fuera, aunque tenía sus peligros, cada uno cuantos días habían lluvias radiológicas, humo toxico que salía del bosque más cercano, y para colmo los Drones habían marcado índices térmicos de cuerpos deambulando en las destruidas metrópolis. Aun así el gobernador me saco a la intemperie, simplemente para que probara la libertad.

El crujir del monstro que me trasladaba se detuvo, renuente de soltarme en cualquier instante, pero las puertas se dispararon abriéndose de par en par.

–General Cruz–digo automáticamente a la persona que tenia de frente

–¿Esta dando una pequeña mirada a los preparativos soldado?–pregunta con cautela.

El general Cruz, era el luchador más adiestrado de todo Apsú, también dirigía todas las tropas militares incluido a nosotros los adolescentes. Es alto y con una fuerza increíble, digna de admirar, sus ojos negros como el petróleo y su rostro brusco causaban miedo con solo mirarlo.

–No– contesto enérgico–voy a mi entrenamiento Señor, ¿a un buen soldado se le puede conceder un último deseo no crees ?–termino la pregunta con ironía.

–Por supuesto, se lo ha ganado– me dice agradablemente– ¿Pudiera decirle a mi hijo cuando llegues al Cuartel que prosiga con el resto de la orden?– pregunta

–Así será–le afirme al general

Él se limita a sonreír y cambia de lugar conmigo en el elevador, marca sus números y se va a las profundidades.

Estoy en la planta más alta, para mí el mejor lugar de este infierno, los ciudadanos caminan de un lado a otro como hormigas, pero no como las que andan organizadas en filas, sino esas que ni saben para dónde coger cuando las tocas. Están en los preparativos del gran evento. Escucho murmullos y un espíritu alegre que enriquece la atmosfera.
Es el centro de la ciudad, tan grande como para acoger a todos los habitantes, me adentro y logro llegar al medio de todo el caos. Es una edificación fuerte, las paredes aun rocosas daba el aspecto de caverna, a mi derecha un plataforma se elevaba no más de dos metros, ahí es donde iba a estar hoy, donde todo el pueblo me iba a aclamar, me convertiría en gobernante sin ningún deseo , con tan solo 18 años.

Quiero escapar, miro al cielo, si, al cielo. Sobre nuestras cabezas se levanta una majestuosa estructura con cimientos en las rocas, una grandiosa y enorme cúpula de vidrio. Tan imponente que pareciera que estamos al aire libre, observo las nubes moviéndose, el Sol a lo alto bañando el centro. Magnífica obra de un ingeniero.

De repente alguien choca conmigo.

–disculpa–me dijo casi sin mirarme y sale disparada como una más de las hormigas. Su pelo rubio bailaba al ritmo del trote y su cara se desvanece en mi memoria.

Sigo caminando entre el ajetreado centro, personas llevaban cajas en sus manos de un lado para otro, están instaladas dos estructuras de forma paralela entre sí en el mismo punto central, cubiertas por telas. Tanto vaivén me marea, trato de apurar el paso y salir por el otro corredor que tengo en frente.

Atravesando el hormiguero voy rumbo al cuartel de entrenamiento, está a pocos metros, es una de las áreas donde más paso el tiempo, forjándome como luchador, inundando mi alma de lealtad hacia mi ciudad, pero ¿que lealtad sentía si quería escapar?. Pero no era eso en realidad lo quería, la fuga que estaba planeando en mi mente, no era de mi nación, sino de mi responsabilidad.

El cuartel era grande, tiene un ring de lucha en el centro, el rededor complementaba al desarrollo del entrenamiento. Grandes áreas con trincheras de metal, retaba la capacidad de los soldados. Las paredes sirven como práctica de escalada y las sogas con nudos que descienden desde las alturas ponen a prueba hasta el más duro de todos nosotros. La extensa variedad de armas que podemos utilizar era increíble, desde cuchillos simples y pistolas, hasta ametralladoras, por supuesto estos últimos solo teníamos acceso en el exterior una ves al mes.

Me dirijo al banco más cercano, dejo mi mochila y extraigo de ella mis guantes y el chaleco protector. Me los pongo en silencio mientras observo a dos jóvenes enfrentándose sin ningún tipo de armamento.

–Alex– me llama uno de los soldados.

Mi amigo acaba de salir de los casilleros, y se va acercando con pasos firmes. Su nombre es Kuno, tiene la misma edad que yo, la cabeza rapada, y cicatrices en el rostro. Solo con él tengo buena relación, la mayoría de los jóvenes no me dirigen la palabra, ser hijo del gobernante no me convierte en alguien precisamente muy querido.
Aunque de ves en cuando aparece algún adulador, me limito a enseñarle mi personalidad antisocial.

–Pensé que te tomarías el día libre hoy– me dice.

–Parece que todos hoy se han puesto de acuerdo para pensar por mi– le digo con una risa falsa– sabes que no me perdería ni un solo día de entrenamiento aunque estuviera en el lecho de muerte– continuo.

–Pero tengo razón, hoy es el día del acenso, supongo que deberías tomártelo más calmado–afirma y se queda meditando–Pero pensándolo bien es bueno darle un poco de golpes a esa cara fea tuya– me dice doblándose a carcajadas.

–Muy gracioso, pero no vine a hablar– lo desafío con la mirada– hagamos una cosa, el que gane en un combate de cuerpo a cuerpo deberá ir a enamorar a Naibí.

–¿Que Naibí?, la chica extraña y con cuerpo de tabla que trabaja en la sala de medicina– me dice asustado.

Asiento con la cabeza y los dos nos echamos a reír, cerramos el trato y me levanto del banco.

–Antes que se me olvide, el general me a dicho que sigas con las órdenes–le informo.

Caminamos juntos pasando cerca de las lianas colgantes donde se encontraba él área de combate cuerpo a cuerpo, los jóvenes que antes estaban seguramente terminaron su enfrentamiento, porque no había rastros de ellos. Nos dirigimos hacia el centro. Ajenos a nosotros se escuchaban voces lejanas de otros combates y demás soldados usando las instalaciones.

En ese momento me dejé llevar por mis instintos más primarios, solo era un cadete enfrentándose a un cruel enemigo, un calor abrazador estaba inundando mis músculos, mi respiración se aceleraba, y mis ojos observaban con detenimiento hasta el más mínimo movimiento de mi acechador.

Sigo de pie, inmóvil , un momento crucial en nuestra batalla, se muy bien que el triunfo dependía del que diera un paso erróneo. No quiero ser yo. Así que mi amigo se abalanza sobre mi, como lo predecía.

Esquive el primer golpe dirigido a mis costillas con un giro inesperado para mi atacante, regreso rápidamente a él y lo agarró por el cuello dificultándolo para respirar, de pronto mi agresor dobla su cuerpo y tira de mis brazos, cargándome en su espalda me lanza con una fuerza brutal por los aires, caigo en el piso y me doy un fuerte golpe, el se lanza nuevamente sobre mi, pero salgo de su zona de ataque y doy vueltas a un lado . Me levanto adolorido pero de manera rápida y los dos nos encontramos nuevamente frente a frente.

–Has aprendido–me dice el atacante con sonrisa falsa

Ahora soy yo el que me lanzo hacia el, lo agarro por la cintura empujándolo para que caiga al suelo, pero es sólido como una torre, siento presión en mis hombros y en menos de un minuto ya se había zafado. Un puño fuerte se aproxima a toda velocidad contra mi rostro , no puedo hacer nada, ya está muy cerca, el impacto me atonta, un dolor permanente se apodera de mi cara, me doblo y escupo sangre. Otro segundo impacto arremete contra mi abdomen y caigo al suelo, mi enemigo me tenia sin escapatoria, como un animal herido sin esperanza.

Recupero la fuerza y me arrastro hacia el, con un golpe brusco en el femoral bastará, lo intento y el cae arrodillado. Me levanto borboteando sangre por mis labios y utilizo mi codo para hacerle un daño terrible en su cabeza, un grito de dolor proviene de su garganta y saboreo el dulce placer que me provoca.

Ya es hora de terminar lo que empecé, de destruirlo por completo, lo tengo de rodillas, adolorido, mi atacante está indefenso, la adrenalina que siento es exquisita, levanto mi brazo, coge impulso para atacar. Inmediatamente mi amigo se levanta sin que yo pueda ejecutar mi maniobra, una punzada aguda se extiende debajo de mi barbilla, mi cuerpo se desliza hacia atrás en caída libre, las lámparas del techo no parecían más que pequeñas estrellas fugaces. Toco el suelo y la oscuridad se apodera de mi vista.
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Un olor a estéril se adueña de mis pulmones en sintonía con mi respiración pausada, mi cuerpo está en reposo  y mis brazos sienten el frío metal que los acoge. Intente abrir los ojos, pero el dolor de mis rostro le impiden la labor. Sonidos de instrumentos golpean lo que parece ser una bandeja, provocando ruidos incoherentes a mi izquierda.

Siento un ardor quemándome la orilla de mi labio, proyecto un quejido de dolor, y una presión suave controla mi boca. Logre divisar un rostro afable, un tanto inquietante concentrado en mi cara, la muchacha tiene el pelo recogido hacía a tras, tan apretado que desde mi punto de vista parecía que no tenia. Trabajaba con una pinza y un algodón limpiando mis heridas, sin apartar la vista de ellas.

–Tranquilo, ya estoy terminando– me calma la muchacha.

Después de un par de chorros más de alcohol en mi rostro y limpieza, puedo por fin levantarme de la camilla y sentarme. Estoy aturdido, pero increíblemente recuperado gracias al cuidado de mi salvadora. La observo de espaldas, está poniendo todos los instrumentos de tortura en un balde metálico, no parecía ser muy alta, solo 1.60 ,20 cm menos que yo. Era muy delgada, y usaba unos pantalones y blusa blancos, aún así su ausencia de masa muscular es evidente.

–Eh!!, noto que le estás echando una mirada a Naibí– dijo una vos que proviene de mi derecha.

Claro!! Naibí, la ayudante de medicina, si que se parece a una tabla.

–Ya le dijisteis que saliera contigo después del espectáculo de esta noche– me dice kuno, que ya se encontraba a mi lado–mmm, se verían tan lindo juntos, la pudieras usar para clausurar la ventana de tu cuarto– terminó la frase con malicia y los dos echamos una risa silenciosa.

–A lo mejor– le digo riéndome pero sin que se percatara.

–Deberías irte ya , a sido bastante entrenamiento por hoy–me dijo.

–Tienes razón en eso, me he pasado todo el tiempo tratando de que hoy sea un día común–pauso un momento para recomponerme–hasta eh maltratado a mi padre cuando salir– termino diciendo.

Un fuerte ruido nos asombra, a Naibí se le han caído las herramientas al suelo moviéndose como arañas saltarinas. Me levanto de golpe y la ayudo a recoger las cosas, ella se queda mirándome, su expresión es de preocupación, tratando de contactar conmigo de alguna manera, pero se queda muda al mismo tiempo. La ayude a levantarse y le pregunto si está bien, ella asiente y me retiro donde mi amigo.

–Ve y date una buena ducha– me dice él–y si puedes habla con tu padre, el pasó por lo mismo que tú, seguro te comprende–finalizó.

–Está bien, ya es hora de afrontarlo– le digo mientras le toco el hombro.

Me retiro lentamente de la enfermería totalmente blanca.
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Con gran estruendo me abre las puertas el monstruo metálico al descender, doy pasos continuos por el gran corredor. Solo pienso en mi padre, seguro estará pensando en lo mucho que lo he decepcionado hoy. El día del asenso, es un evento de liberación para el, nuestros antepasados lo impusieron con el motivo de que un representante joven y fuerte llevara siempre el cargo, por lo cual el primogénito del gobernante en ese momento debería ocupar su lugar a la edad adulta de 18 años.

No quiero llevar a una ciudad entera, siento que no se me daría bien, lo mío es el combate, salir al exterior cuando se puede y seguir con mi vida, ser un chico normal. Pero aún así tengo que respetar las tradiciones, mi padre a tenido bastante desde la muerte de mamá, no pudo llorarla, tenía que ser ese líder fuerte que la nación exigía, y yo no se la ponía fácil tampoco. Era indispensable hablar con el, decirle que voy a asumir el cargo como el hijo fuerte que él convirtió, llevando a este pequeño mundo salvado a la gloria.

Me resulta extraño ver un guardia parado frente a mi dormitorio, miro hacia atrás y noto que solo estamos yo y el. Los guardias de defensa se han ido. Me preocupo; el guardia se echa a un lado dejándome pasar al interior de mi recámara.

–Al fin llegas– Las palabras del general viajan a mi tan sólo entrar.

Me quedo pasmado, mi padre se encuentra tirado en el piso y herido, sangre bota de su abdomen, está amarrado. Me lanzo con brutalidad sobre el general Cruz, pero algo me tira del costado sin permitirme hacerle ni un solo rasguño. Dos guaridas me tiene sujeto, mientras grito desesperado que suelten a mi padre, doy patadas, estoy eufórico, lleno de rabia , dolor, ¡Que le han echo a mi padre!. Sigo gritando que me suelten, pero los guardias pueden conmigo.

Uno de ellos intenta ponerme un artefacto mecánico en la boca, en su primer intento le muerdo la mano y le provoco una herida que se ve peligrosa, me arremete con su arma en la sien y me desequilibra. Logra ponérmelo en su segundo intento, cuando aún estoy mareado. El traste se adentra en mi boca y ocupa toda ella , casi al punto de rozarme la garganta, era molesto, el sabor metálico a sangre que tengo en la boca no lo hace más fácil.

Estaba sin voz, mientras más grito menos se escucha, solo serios quejidos como las de un cachorro lastimado, mis lagrimas se desparramaban incontrolablemente de mi rostro, todavía me tienen en sus garras, mientras diviso el rostro pálido de mi padre en el suelo.

Me sacan con furia del cuarto y me llevan dando traspiés hasta el elevador, sigo intentando gritar y moverme, me rindo no tengo otra opción, hacendémoos los dos guardias y yo como su cautivo, privado de mis facultades física. Nos detenemos en el segundo piso y a su ves nos adentramos a la zona más triste de todo Apsú, la prisión.

–En cual numeración dijo el general–dice uno de mis captores.

–La 16– responde el otro mientras me impulsaba a caminar.

La prisión era oscura a excepción de algunas lámparas flotando del techo, caminamos en silencio hasta una de las celdas, la número 16. Uno de los soldados saca un targeta y la pasa por un sensor de verificación, y se habré de un extremo la gran puerta metálica. Intenta meterme dentro pero yo me resisto, vuelvo a coger las energías que tenía al principio, batallo con ellos, pero son dos contra uno, no sirve de nada, y soy lanzado con brutalidad dentro del calabozo. Observo cómo cierran la puerta mientras arremeto golpes contra ella. Mis puños ya no pueden más hasta sangrar, solo me queda deslizarme hasta el suelo, a la ves que me percato que no estoy solo, 2 chicos y una chica están conmigo.

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