Capítulo 9

Luego de rogarle casi de rodillas y suplicarle por todo lo sagrado que existe en el mundo, Gertrudis accedió a darme la mañana libre para asistir a la audición. No estaba feliz, todo lo contrario. Me dio un discurso sobre dejar ir sueños absurdos y luego me deseó suerte cuando se percató que sus palabras no tenían el efecto deseado en mí.

En este momento, me encuentro enseñándole conjuntos de ropa a un genio malhumorado que está más concentrado en mirar una serie de comedia que en prestarme atención. Necesito lucir perfecta para obtener el papel y, lamentablemente, no tengo nadie más a quién acudir. Las hijas de Trudis están ocupadas con sus trabajos y mi prima sabe tan poco de moda como yo. Aunque odie admitirlo, Milo parece tener un buen sentido del estilo y lo necesito. La industria del cine se basa en las apariencias y quiero que por primera vez no me rechacen por mi cuerpo delgado o mi nariz no tan respingada. Quiero que sea perfecto y por fin poder decirle a mis padres que he logrado lo que me había propuesto.

Quiero que sea perfecto para que todo lo que he pasado en estos años valga la pena.

—¿Qué opinas de este?

Le muestro un vestido rojo suelto, con unos pequeños tirantes y una tela suave que me llega a las rodillas, lo he combinado con unas botas y pantimedias para no morir de frío. Es un look que me gusta usar, aunque no lo hago seguido porque no tengo donde lucirlo.

Nah. —Es su única respuesta y me ha mirado solo unas milésimas de segundo.

Bufo con cansancio y vuelvo al baño donde me cambio con rapidez. Ha rechazado al menos media docena de conjuntos y me estoy quedando sin ropa. Elijo un pantalón vaquero recto, de tiro alto y de un azul claro, lo combino con un sweater color cobalto que meto en el pantalón. Llevo zapatillas blancas y el cabello recogido en una coleta alta con mi flequillo peinado a la perfección.

Salgo sin muchas esperanzas, es un estilo simple que me vendría bien para ir al cine, pero no tanto para una audición. Pero es todo lo que me queda. Es este o volver a probarme cada uno de los anteriores y buscar alguna posible combinación.

De nuevo, su atención está centrada en la televisión y me saca de quicio que sea lo único que haga. Para alguien que ha estado encerrado tanto tiempo, creí que tendría más curiosidad por el mundo. Sintiéndome un poco como una madre, tomo el control remoto y apago el aparato.

—¡Oye! —se queja—. Estaba viendo.

—Pues ya no más. Tanta televisión te atrofiará las ideas.

—Lo dice la actriz.

—Necesito tu ayuda y para eso tienes que prestarme atención. Si no, todo tu trabajo para conseguirme la audición, será en vano.

Levanta las manos en son de paz y por primera vez en toda la mañana, me mira realmente.

—¿Qué opinas de este? —pregunto esperanzada.

—¿No tienes ropa que no sea de abuela?

Abro la boca con disgusto. Debí haber esperado un comentario como ese, no iba a estar dispuesto a ayudarme sin conseguir algo a cambio.

—¿Qué propones exactamente?

Me cruzo de brazos, harta de él y de todo el esfuerzo que he puesto en vano. Estoy cansada de su negativa a cooperar. Estoy cansada de tener que hacer esto sola. Simplemente, estoy cansada.

—Algo un poco más atrevido —dice a la vez que me observa de arriba abajo—. Tienes buenas piernas y tu trasero no está nada mal, lúcelo.

—Voy a una audición, no a una fiesta —repongo con obviedad—. Debo lucir profesional, no como si fuera a coquetear.

Se encoge de hombros.

—¿Para qué me preguntas si no aceptas mi respuesta?

Tiene un buen punto.

No le doy más vueltas al asunto e ingreso una vez más al baño. Cambio mi pantalón por uno símil cuero color negro que ya rechazó previamente y lo combino con un top blanco sedoso que me regaló Ximena para mi cumpleaños y aún no he estrenado. Vuelvo a las botas porque siento los pies congelados y suelto mi cabello. Me gusta como luzco y si Milo tiene una mala opinión sobre mi atuendo no le daré importancia.

Regreso a la habitación y tomo mi bolso, así como una campera de abrigo. He decidido que ya tengo suficiente, además, se está haciendo tarde. Prefiero preocuparme por el pronóstico que anuncia fríos vientos y lluvia que por la aprobación de un genio adicto a la televisión. No quiero llegar empapada o enfermarme, quiero disfrutar la oportunidad de probarme como actriz.

—Ahora si nos entendemos —dice Milo con aprobación.

Lo atrapo en el momento exacto en que sus ojos viajan a mi trasero y asiente con una pequeña sonrisa en sus labios.

—¡Oye! Eso está súper mal.

—Lo dice la que me imagina desnudo.

—¡Una cosa es imaginarlo y otra hacerlo en público! Se supone que mi imaginación es privada.

—Tómalo como un cumplido.

—Eres insufrible.

Sonríe a gusto con mi respuesta.

Por norma general, viajo a las audiciones en subte o autobús ya que no me permito salirme de mi presupuesto ni dejar que las falsas esperanzas me consuman y terminen con mis finanzas. Sin embargo, hoy quiero creer que es diferente, que la magia de Milo puede cambiar las cosas y poner la suerte a mi favor. Es por ello que tomo un taxi hacia el estudio donde me encontraré con los directores y guionistas para llegar a tiempo y no tener que preocuparme por demoras del transporte público.

El estudio forma parte de una gran cadena televisiva y tras anunciarme, me dejan pasar. Es lo más cerca que he estado de una cámara en todos estos años. Por suerte, no es difícil encontrar el lugar de la audición ya que una larga fila de mujeres espera en la puerta, abrazándose a sí mismas para soportar el frío. Visten cortas faldas y tops escotados, y me siento fuera de lugar. Sin embargo, no me atrevo a vestirme como ellas con el viento helado que corre.

Los minutos avanzan y poco a poco disminuyen la cantidad de personas frente a mí. Soy la última en la cola por lo que espero ser tratada con respeto al momento de ingresar, los trabajadores suelen estar cansados y no te prestan atención. Caliento mis manos soltando mi aliento sobre ellas y abro el paraguas cuando la primera gota impacta sobre el suelo. Llevo el frasco de perfume en la cartera, no me atrevo a perderlo de vista ni por un segundo.

—Cariño, es tu turno —me anuncia una mujer de cabello rubio.

Dejo el paraguas junto a la puerta y me quito el abrigo que entrego a la misma mujer. Ella es amable y el lugar luce profesional, lo que es un gran alivio en comparación a mis antiguas experiencias. Recibo con gusto el libreto que alguien extiende en mi dirección y camino hacia la zona designada con una luz blanca. Una cámara me apunta y cuatro personas se encuentran sentadas frente a mí, apoyando sus brazos en una mesa larga. Una mujer y tres hombres. No reconozco a ninguno, como ellos tampoco a mí.

—Vaya, vaya... —suelta uno de los profesionales frente a mí y se pone de mi—. Pero que ejemplar más singular.

No sé si sentirme alagada o insultada por sus palabras. Elijo guardar silencio mientras un hombre de escaso cabello y vestido con un sweater negro sale de su lugar y me rodea, observándome con cuidado como si fuera un animal en exhibición y no una persona.

—Eres delgada, sí. Bastante delgada, pero tienes lindas piernas y me gusta tu cabello. Tu nariz —dice suspirando y evito llevarme una mano a la cara para taparla— se puede retocar con maquillaje. Sin dudas tienes algo que ofrecer. Siento que te conozco de algún lado.

—¿A mí? —suelto con sorpresa.

—Sí, querida. ¿A quién más?

—Se parece a Dakota Johnson —interviene la única mujer, que parece ser la guionista.

El hombre aplaude, contento por finalmente saber de dónde me cree conocer.

—Es cierto, eres idéntica a Dakota. ¿Has pensado en actuar como su doble?

Arrugo la nariz. En primer lugar, no me parezco a nada a Dakota Johnson. Ella es puro estilo y elegancia, es simpática y muy bella. En segundo lugar, ¿qué clase de pregunta es esa?

—¿Si he pensado en ir a Hollywood y actuar como su doble? —repito buscándole algún sentido a lo que ha dicho.

—Ajá.

¿Es una broma?

—No, no lo había pensado. Tampoco se me da muy bien el inglés —bromeo, intentando romper el hielo.

—Bueno, suerte para nosotros. —Ríe y ya me parece un idiota—. Puedes servirnos para un papel secundario, hay muchos hombres que tienen ciertas fantasías con Dakota.

—¿Disculpe?

Me ignoran completamente.

—Totalmente de acuerdo —dice otro de los hombres, uno panzón y de cabello rubio—. Desde que apareció en la trilogía Grey, Dakota se ha vuelto un símbolo para muchos hombres.

—Y también mujeres —acota el último de ellos, más joven que los demás—. Podríamos ir incorporándola en pequeños papeles y en algún momento, darle su lugar.

Eso suena prometedor, obviando la parte de las fantasías. No quiero ser el objeto de ningún sueño sexual para nadie. Solo quiero actuar y poder vivir de ellos. Ser conocida por el talento que creo tener, inspirar a alguien.

—Dalia, ¿tenemos algo disponible para ella? —pregunta el primer hombre, el que sigue junto a mí mirándome como a un animalito adorable.

—¿No quieren que actúe primero?

—Sí, tenemos lugar como... —dice la mujer, Dalia, ignorándome y leyendo una lista que tiene en sus manos— enfermera número tres.

—Perfecto. ¿Estás interesada?

—¿No quieren que lea el libreto? —Insisto, mi voz está cargada de confusión.

Niega con la cabeza.

—No, cielo. Leer libretos es para gente fea y tú no lo eres.

Siento que la cabeza me va a explotar porque nada de esto tiene sentido. ¿Dije que se veían profesionales? Pues cambié de opinión. Nadie profesional da un papel sin asegurarse que la persona frente a ellos sabe actuar. A menos que...

—¿Podría repetirme el nombre de la película? —pido temerosa, imaginando lo peor.

—Claro, se llamará «Pechos Candentes ¡tres!»

Trago con fuerza y disimulo lo mejor que puedo mi disgusto. Debe ser una broma, no encuentro otra razón para lo que estoy viviendo. Milo debe haberse comunicado con ellos para pedirles que me tendieran una broma, de lo contrario, estaría viviendo una de mis peores pesadillas.

—Estupendo, veré mi agenda y me comunicaré con ustedes —miento sin saber cómo zafarme de la situación.

—Excelente, Dakota. —Ríe ante su propia broma—. ¡Nos vemos!

Me abrigo con rapidez y tomo el paraguas para salir tan pronto como mis piernas me lo permiten del interior de ese estudio. Mis pasos repiquetean contra los charcos de agua y el estómago se me revuelve con cada zancada rápida que doy. El cielo parece caerse sobre mí, pero no le doy importancia. Solo quiero alejarme.

Guardo silencio mientras avanzo entre los autos y me detengo cuando la respiración me pesa en una cafetería casi vacía. Pido mesa para uno y tomo un café en soledad, con un único pensamiento en mente que me brinda cierta tranquilidad. Luego de pagar la cuenta y agradecer al mesero, busco el baño de mujeres más cercano. Suelto un suspiro de alivio al tener privacidad y me aseguro que no haya nadie en su interior, no quiero que nadie vea el espectáculo que voy a montar. Cierro con pestillo la puerta y busco en el interior de mi bolso el recipiente de perfume.

—Genio, ven aquí en este instante —demando empleando mi voz más tranquila.

Milo no tarda en aparecer frente a mí y sus labios se arrugan al notar que nos encontramos en el interior de un baño público.

—¿Qué tal tu audición?

Y sin pensarlo, presa de un impulso nervioso, le doy un cachetazo con todas mis fuerzas.

Capítulo 1 de 2, sigue leyendo que aún hay más.

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