Capítulo 47

Lo que sucedió tras mi encuentro con Anna lo recuerdo como un manchón, como si una nube se hubiese posado sobre mis ojos y oscurecido todo a su paso. Tengo presente haber salido disparada del edificio golpeando a un ejecutivo en la carrera y recibir una cara de pocos amigos por su parte, luego subir a un taxi robándoselo a una señora que me gritó un par de insultos y luego viajar al otro extremo de la ciudad. Le pagué un enorme sobreprecio al taxista por haberse saltado unos cuantos semáforos en rojos y finalmente llegué a la tienda.

Y aquí estoy ahora. Me encuentro de pie frente a la puerta intentando reunir el valor necesario para lo que voy hacer y rezando al universo y a todos los dioses para que salga bien. Tengo que liberar a Milo. Necesito liberarlo.

Con un gran suspiro que me desinfla por completo, giro la llave en la cerradura y abro la puerta. La tienda está semivacía y el frío me cala hasta los huesos, pero no le doy mayor importancia. Camino los pasos que me separan de la escalera de caracol que lleva a mi departamento y subo con rapidez los escalones aferrándome a la barandilla para no caer. Abro la puerta con fuerza y me quedo de piedra al observar la habitación vacía.

Las cajas ya no están, quedan tan sólo algunos muebles grandes como la cama y el sillón, y, lo más importante, Milo no está por ningún lado. ¿He llegado muy tarde? No, no... Restan algunos días hasta que deba irse para siempre. ¿Dónde demonios se ha metido entonces?

—¿Milo? —pregunto al aire.

No recibo respuesta y me adentro en la habitación. No hay donde esconderse, la puerta del baño está abierta y no hay nadie adentro. El armario ya no se encuentra por lo que para esconderse debería meterse bajo la cama, aunque el espacio es reducido. Me dirijo hacia la mesada de la cocina y tomo su frasco entre mis manos heladas. Acaricio el material esperando que reciba mi llamado. Lo hago una, dos y tres veces, pero nada cambia.

—¿Milo? —Acerco mi boca hacia la punta del envase para que así le llegue mi voz con mayor intensidad.

Tampoco sucede nada.

Suelto un suspiro y me dirijo hacia el sillón donde me dejo caer con fuerza. Es evidente que no está en casa y tendré que esperar hasta que vuelva. ¿Dónde demonios se ha metido?

Recuesto mi cabeza sobre el brazo del sillón y cierro los ojos. A pesar de que sé que es una mala idea, tomaré una siesta hasta que llegue porque estoy en extremo cansada y sé que él me despertará al llegar porque suele caminar con pies de plomo y sus pisadas resuenan en la escalera.



—¿Daiana?

Escucho mi nombre a lo lejos y me remuevo en mi lugar intentando ignorar la voz que se dirige hacia mí. Aprieto los ojos e intento volver a dormir cómodamente como antes; sin embargo, no lo consigo.

—Pop, despierta.

Pop.

Solo escuchar ese apodo tonto me basta para abrir los ojos, terminar de despertarme e incorporarme de un salto. Mi cabeza choca contra algo duro y suelto un quejido de dolor, llevándome la mano a la zona sensible.

—¡Auch!

Mi mirada se encuentra con el rostro de Milo quien también se encuentra frotando su frente de cuclillas frente a mí. Le he dado un cabezazo, uno bien fuerte porque me ha dejado viendo estrellas. Gran manera de despertar.

—Lo siento, me asustaste —digo bajito.

Es mentira y él lo sabe. Estoy muy nerviosa para pensar en una mentira coherente.

—No te preocupes. Soy inmortal, un cabezazo no me hará nada. Aunque tienes la cabeza muy dura, Pop. No creo que sea normal —bromea.

Estoy por sonreír ante sus palabras y seguirle el juego, pero el sueño termina de abandonarme y recuerdo de pronto su ausencia.

—¡¿Dónde te habías metido?! —exclamo.

—Ayudé a Ximena a llevar tus cosas a tu nueva casa —explica y se pone de pie mirándome extrañado—. Tardaste una eternidad y me pareció que ella necesitaba ayuda.

—Oh... —Debería haberlo imaginado—. Gracias.

Asiente con la cabeza, restándole importancia al asunto.

—La amiga de Ximena que tiene una empresa de mudanza ha llegado para llevarse el resto de las cosas. —Señala el sillón—. Debes pararte.

Frunzo el ceño confundida. La amiga de Pompis se suponía que venía a la noche.

—¿Qué hora es? —Sueno confundida y es así como me siento.

—Las ocho.

—¡¿De la noche?! —exclamo con sorpresa.

—Sí, ¿eso es malo?

—¿Y por qué no me despertaste antes?

Se encoge de hombros.

—Acabo de llegar.

Oh, por todos los cielos. Maldita sea. Por la constitución y todas las otras palabrotas que existan. ¡Son las ocho de la noche! ¿Y si ya es muy tarde? ¿Y si he arruinado todo por dormirme una siesta en el momento menos oportuno?

Comienzo a hiperventilar sin siquiera darme cuenta y el mundo deja de ser un lugar estable para comenzar a dar vueltas a mi alrededor. Lo he arruinado todo, eso seguro. Las cosas no suelen salirme bien y este es el claro ejemplo de ello. ¡He metido la pata hasta el fondo! Solo tenía una tarea, una cosa por hacer para poder cambiar su vida por completo.

—Hey, Pop... —susurra con calidez, sentándose a mi lado con su muslo pegado al mío—. Tranquila, no ha sucedido nada malo. ¿Qué te pasa? ¿Estás nerviosa por la mudanza?

Miro sus bonitos ojos dorados, su expresión de preocupación y la mirada que me da que dice tanto. Quiero explicarle lo que sucede, abrirme a él por fin y dejar de mantener en secreto lo que he estado haciendo; sin embargo, no me sale la voz y me cuesta respirar.

Como si supiera exactamente qué necesito, sus brazos me envuelven y me traen a su pecho en un cálido abrazo. Acaricia mi espalda de arriba abajo y de vuelta, el sonido de su corazón es como una canción para dormir que me recuerda el ritmo que debería seguir el mío. Pronto ya no siento frío y no sueno tan agitada. Se mece de adelante hacia atrás conmigo en brazos y eso me tranquiliza.

—Gracias —balbuceo.

—No hay... —Sus palabras se quedan a medio camino de su boca y por lo tenso que se ha puesto sé que no es una buena señal.

—¿Milo?

Elevo mi mirada para observar su rostro. Se ha quedado en blanco, como si hubiese visto un fantasma, y por puro instinto, dirijo mi atención hacia el punto que observa con los ojos como platos, pero no hay nada allí. Me suelto de su abrazo, aunque eso me produzca malestar, y tomo su rostro entre mis manos. Tiene los labios entreabiertos y se ha quedado tan quieto que parece una estatua.

—¿Milo?

—¿Qué has hecho, Daiana? —suelta finalmente.

Se pone de pie con rapidez y se aleja de mí de la misma manera, en pocos segundos llega al otro lado de la habitación y lleva sus manos hacia su cabello que revuelve con nerviosismo. Lo miro con asombro, sin poder entender de qué demonios habla.

—¿Qué?

—¡Leí tus pensamientos! —Su voz sale casi en un grito desesperado y el entendimiento llega a mi cuerpo como una ola violenta.

Luce desesperado, lo que sea que ha escuchado en mi cabeza lo ha espantado, como si fuera una completa locura, como si estuviera a punto de cometer un crimen y él fuera el único testigo. Debe haber escuchado mi plan, todo lo que implica y lo que debo hacer, pero creí, imaginé, que se vería feliz.

—Pero es algo bueno —murmuro con confusión.

Niega con la cabeza.

—Claro que no, Daiana. —Ahora es él quien está agitado—. ¡Estoy maldito! ¿Crees que será tan fácil? ¿De verdad crees que el universo me librará así como si nada luego de toda una eternidad?

—Pues sí.

—¡No! No lo será —exclama y suelta una risa carente de gracia—. No lo hagas, pide cualquier estupidez y todo saldrá bien. No tienes por qué hacer lo que habías planeado.

—Pero te irás para siempre.

—Sabíamos que eso sucedería —añade con obviedad.

—No quiero que te vayas —me sincero sin poder apartar mi mirada de él.

Mis palabras lo detienen y ablandan. Sus ojos dorados vuelven a encontrarse con los míos y el labio me tiembla anunciando un llanto que no podré detener. No quiero que se vaya, quiero que se quede conmigo hasta que se canse de mí. Quiero que pueda elegir qué hacer con su vida y si eso es mantenerse a mi lado pues bienvenido sea.

Quiero que sea libre.

Quiero que recupere su libre albedrío.

Quiero que sea él.

Entiendo que está oyendo mis pensamientos por el brillo que de pronto adquieren sus ojos. No puedo atrasar esto mucho más, no sé con exactitud cuándo termina el día número veinticuatro, no sé con qué huso horario se maneja la magia y tampoco comprendo bien todas las reglas, pero lo haré de todas formas.

—Sé cuál será mi último deseo.

—No lo hagas, Pop —me pide.

Sus ojos son la representación misma de la tristeza y el sentimiento que transmite con tanta intensidad me deja sin respiración. Sacudo la cabeza, es ahora o nunca.

—Conozco las reglas y sé que puedo hacerlo. Debes confiar en mí. —Suspiro y con un susurro añado las siguientes palabras que me queman como brasas—. Debes obedecerme.

—¿Y qué sucederá después? —insiste.

—Serás un hombre libre.

Chasquea la lengua como si hubiese dicho una tremenda estupidez.

—¿Y si algo sale mal? ¡¿De qué me sirve la libertad si no puedo utilizarla para estar a tu lado?!

Niego con la cabeza y agacho la mirada, no puedo escuchar sus dudas o daré marcha atrás. No puedo dejar inconcluso el plan porque es uno bueno y por el cual vale la pena arriesgarse. Él vale la pena los riesgos.

—Deseo que seas libre y que tu maldición no recaiga sobre ningún ser vivo o muerto en el universo, ni hoy ni nunca.

—Daiana...

Estoy a un segundo de llorar. Todo irá bien, saldrá bien.

—Cumple mi deseo, Milo —le ruego.

Espero que se niegue otra vez, en cambio, dice tres palabras que no pensé jamás oír.

—Te quiero, Pop.

Elevo mi rostro con rapidez al escuchar sus palabras y abro los labios para responder que yo también lo quiero. Que lo quiero más de lo que he querido a alguien en mucho tiempo, que sus días aquí le han vuelto a dar sentido a mi vida y que no cambiaría ni un momento de los que hemos vivido juntos. No puedo hacerlo, no consigo hacerlo porque con un chasquido de dedos cumple mi deseo y tan pronto como lo hace, desaparece de mi vista, dejándome sin la oportunidad de decirle todo lo que siento por él.

Recorro la habitación con los ojos buscándolo una vez más en cualquier lugar donde podría haberse escondido. Busco el frasco, aunque tampoco se encuentra donde lo dejé antes y comprendo que me he quedado sola. Comprendo con pesar y un nudo inmenso donde antes estaba mi corazón que he hecho algo mal. No quiero perder las esperanzas con tanta facilidad, pero es en vano. Lo hecho, hecho está y Milo no está aquí.

Ahogo un sollozo y tapo mi boca con mis manos temblorosas. Las lágrimas no tardan en llegar y recorren mi rostro con furia, empapando mis mejillas y enrojeciendo mi piel. Lo busco una vez más, camino por cada rincón del departamento y también en la tienda esperando que esté allí haciéndome una broma. Pero no está y al subir de nuevo en la habitación, tampoco está.

Me arrodillo en el centro del departamento, poso las manos sobre el suelo frío y dejo escapar un gemido de dolor que viene de lo más profundo de mi ser. Lo he estropeado, he hecho algo mal.

La he cagado.

No puedo dejar de llorar y en ese momento, en una habitación vacía que marca el fin de todo lo que he sido, comprendo que nunca más veré a Milo.

—Adiós, genio —sollozoesperando que donde sea que esté mis palabras le lleguen—. Te amo.

Hemos llegado al último capítulo y al último deseo. Las cosas no han salido como Daiana esperaban y Milo se ha ido. Editando este capítulo, me ha dolido el corazón como cuando lo escribí.

¿Esperaban este desenlace?

Todavía nos queda el epílogo y todo puede pasar.

Gracias por leer.

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