Capítulo 46
Me quedo congelada en el lugar con un suspiro en mis labios y el oxígeno no terminando de ingresar a mis pulmones. Estoy en pausa, yo me he detenido y, para mí, es como si el universo también lo hubiera hecho. Mi cerebro parece haber recibido una descarga eléctrica y, por lo tanto, ha dejado de funcionar. Mi corazón también se ha pausado y por un segundo pareciera que tengo a mi alcance la verdad de la vida. Pero no la tengo y aquí sigo como una idiota sin saber qué decir mientras Anna me observa esperando una respuesta. Esperando la respuesta.
¿Estoy enamorada de Milo? ¿Es posible desarrollar sentimientos por alguien en un par de meses, por alguien a quien odiaste por la mitad del tiempo que pasaron juntos? ¿Quién define la cantidad de tiempo que debe pasar para que el corazón se ablande y el cuerpo comience a responder como un idiota ante la presencia de otra persona? La realidad es que no conozco la respuesta a ninguna de esas preguntas y no saberlo me genera un poco de ansiedad. ¡¿A quién quiero engañar?! Me genera muchísima ansiedad y así es como el mundo deja de estar en pausa y todo se me viene encima una vez más. El futuro del genio depende de mis sentimientos y mi corazón nunca me ha llevado por el buen camino. Quiero salvar a Milo, se merece su libertad, pero ¿y si mis sentimientos no son reales o lo suficientemente fuerte para hacerlo? Sería un desastre.
—¿Y bien? —pregunta Anna interrumpiendo mi laguna mental para traerme de vuelta al horrible y caótico presente—. ¿No es una solución esperanzadora? ¿Por qué no estás saltando de la emoción o agradeciéndome por ser increíble?
—Claro, es esperanzador —suelto con un hilo de voz para luego tomar asiento porque las piernas ya no me funcionan y me tiemblan como gelatina—. Solo tengo un problema chiquitito, diminuto, casi insignificante.
Anna frunce tanto el ceño que temo que no pueda volver a elevar sus cejas nunca jamás. Debe creer que soy la persona más idiota del mundo y un poquito de razón tendría.
—¿Cuál? Creí que había hecho bien mi trabajo. —Suena desconcertada y no puedo culparla.
—Lo has hecho genial, no sabes cuán agradecida estoy.
—¿Entonces? —insiste.
—No sé si lo amo.
Mi voz es a duras penas un susurro, aunque ella entiende a la perfección lo que he dicho. Se pone de pie de un sopetón provocando que la silla con rueditas termine estampada contra la pared del salón; bajo el claro efecto de la sorpresa, lleva sus manos a su perfecto cabello y lo revuelve. Luego, me observa por un segundo con los labios entreabiertos y me señala con dedo acusador. Creo que me enviará al mismísimo infierno por haberla hecho trabajar en vano; en cambio, deja caer la mano y comienza a caminar por la habitación como un animal salvaje enjaulado. Me parece que he roto alguno de sus engranajes, que todas mis estupideces por fin han logrado acabarla.
—¿No sabes si lo amas? —exclama después de unos segundos. Poco le falta para gritar y no puedo evitar pensar si sus compañeros están escuchando nuestra conversación porque, vamos, seguimos hablando de un genio—. ¿Me has hecho hacer esta locura y no sabes si lo amas?
—¡Lo siento! Creí que habría una solución más inteligente y menos emocional.
—¡Es un genio! —chilla en un susurro, al menos ha recordado que hay ciertos aspectos que nadie puede escuchar—. ¿Qué esperabas exactamente, Dai? No aparecerá un hada mágica para quitarle la maldición. ¡Es un personaje de un cuento! ¡Por supuesto que el amor iba a salvarlo!
Está claro: ha perdido la cabeza por mi culpo y ahora estoy un pasito más allá de la preocupación. ¿Debería consolarla? Algo me dice que me golpeará si me acerco a ella, parece desquiciada.
—Créeme que sé que es un genio y por eso mismo no sé si lo amo —explico tomando mi tabique con el dedo pulgar e índice, me ha comenzado a doler la cabeza—. ¿Y si mis sentimientos son fruto de su aura mágica?
—¡Ahí lo tienes! —chilla como si hubiera hecho bingo—. ¡Tienes sentimientos hacia él! ¿Qué más necesitas?
—Si pido el deseo y no siento nada por él, ¡¿tienes idea de cómo se sentiría?! ¿Cómo yo me sentiría? —Niego la cabeza, frustrada y asustada en partes iguales—. Afectaría nuestra amistad y no quiero que nuestros últimos momentos sean incómodos. Yo me sentiría como una idiota y él volvería a esa fea lámpara que ni siquiera es una lámpara para pasar el resto de la eternidad allí, sabiendo que, a pesar de todo, no ha sido suficiente. ¿De verdad esperas que haga algo así a la ligera? Estamos hablando de muchísimos años, Anna. Milenios.
Bien, ahora las dos estamos gritando. Al demonio mantener la compostura, al demonio si sus compañeros nos escuchan. ¡Al demonio todo! Estoy a un segundo de explotar.
—No puedo hacerle eso. Sería más cruel que quien lo maldijo en primer lugar.
—Bien, tranquila. —Toma una bocanada de aire y cierra los ojos para hacer con sus manos una posición zen—. Hablemos de esto como personas civilizadas y adultas que saben cómo manejar sus emociones.
Suelto el aire contenido en mis pulmones de un sopetón y me cruzo de brazos a la altura del pecho. Sé que luzco como una niña regañada, solo no me importa. Esto es mucho más grande que mi malhumor y me cuesta ser racional sabiendo que la vida de una persona depende de mis decisiones y, peor aún, de mis sentimientos.
—¿Qué sientes por él? —quiere saber con tranquilidad.
Toma asiento en la cabecera de la mesa una vez más, tras recuperar la silla fugitiva, y extiende su mano para tomar la mía. Le permito hacerlo y el calor de su mano me reconforta.
—No lo sé —admito—. No es como que tenga con quién compararlo. No es como si pudiera ponerle un nombre a todo lo que ha sucedido y ser racional cuando su aparición en mi vida es todo menos racional.
—¿Y ese muchacho Tobias del campo? ¿No puedes poner en una balanza tus dos experiencias?
Bufo. Claro que iba a mencionar a Tobias, ese muchacho me sigue hasta en los sueños.
—Es distinto, ¿sabes? —intento explicar—. Con Tobias me sentía atemorizada todo el tiempo, tenía pavor a que mi familia se enterara y quisiera separarnos. Temía que su familia me odiara tanto que me hiciera la vida imposible y que él me abandonara. Fue un poco lo que sucedió y eso me traumó de maneras inexplicables —resumo con rapidez, las palabras se atropellan unas a otras—. Con Milo es distinto. Él me alborota entera y a la vez me da una sensación de paz; me enloquece al punto de querer matarlo, pero calma mis nervios y mis pensamientos negativos. Cuando lo veo es como si mi cerebro soltara el timón y mi corazón estúpido y juvenil tomara el control. Soy un manojo de hormonas y pensamientos propios de la pubertad.
—Eso se escucha bien —me anima.
—Aunque también tengo miedo —continúo—, miedo a dejar mis sentimientos fluir porque sé que se irá y que me olvidará porque, a pesar que yo lo recuerde por el resto de mi vida, él seguirá en esa botella y conocerá personas más interesantes. Eventualmente me olvidará porque el olvido es inevitable. Y no quiero ser olvidada. No quiero ser otra más del montón.
Anna me observa de una manera distinta, como una madre a su hija. Se siente bien y me ha dado la seguridad que necesitaba para soltar todo lo que habita en lo más profundo de mi alma. He dicho lo que siento, todo lo que me atormenta y me paraliza y no encuentro rechazo en su mirada.
—¡Ajá! —exclama finalmente, sobresaltándome—. ¡Estás enamorada hasta la médula!
—¿Lo estoy? —dudo.
Asiente con la cabeza y una sonrisa enorme se forma en sus labios.
—¿Estoy enamorada de Milo?
—Si eso que acabas de explicar no es amor, pues que me devuelvan los años perdidos con mi esposo.
No puedo evitar soltar una risita tonta.
—Estoy enamorada de Milo —repito en un susurro para terminar de procesarlo por mí misma.
—Estás enamorada del genio —me asegura.
—¡Estoy enamorada de Milo!
—¡Estás enamorada de Milo! —repite.
Anna acorta la distancia que nos separa y me envuelve en un abrazo fuerte y lleno de calidez. Quiero llorar y bailar a la vez por el descubrimiento, porque nunca se sintió tan bonito admitir lo que siento. Nunca nada me había generado tanta emoción y esperanza.
—Espera... —La separo cuando el entendimiento llega a mí como un baldazo de agua helada—. Luego de la parte del enamoramiento dijiste algo más.
—Ah, sí. —Luce confundida—. Debes pedir el deseo antes de que transcurran 24 días del último.
Abro los ojos de par en par, los labios se me separan de asombro y me pongo de pie como si alguien me hubiese empujado hacia arriba.
—¡Eso es hoy! —grito porque en este punto no puedo dejar de hacerlo.
—¿Qué?
—Hoy es el día 24 —le explico.
—¿Y qué haces aquí, Daiana? ¡Ve a la tienda y salva a tu hombre!
—Claro, eso haré.
Camino hacia la puerta con pasos rápidos, pero me detengo antes de abrir.
—¿Me prestas dinero? —Sonrío con incomodidad—. He salido sin billetera y no quiero volver a pie.
Ella asiente y se dirige hacia la puerta. La abre con fuerza, asombrando al resto de los empleados; sin embargo, no les presta atención y yo hago lo mismo. Camina con energía hacia su oficina que al igual que el salón de conferencias es de cristal y en la puerta tiene grabado elegantemente su nombre. La sigo de cerca y la observo buscar su bolso de diseñador, sacar del interior su billetera y luego extender en mi dirección un par de billetes. No dudo en tomarlos.
—Llámame cuando hayas solucionado el problema —me pide.
Asiento y le doy un corto abrazo lleno de gratitud. No me quedo a esperar una respuesta, salgo disparada hacia la puerta, atravieso el pasillo bajo la atenta mirada de los pasantes y me meto de lleno al elevador que se ha detenido milagrosamente en este piso. Golpeo con impaciencia el botón de la planta baja y, cuando las puertas se cierran ante mí, comprendo lo que estoy a punto de hacer.
Salvaré a Milo. Le diré que lo amo.
Terminaré con su maldición.
¡Hola, gente bonita! ¿Cómo están?
Estamos a un capítulo del final y el mismo lo subiré en unos minutos, así como el epílogo.
Gracias por seguir esta historia.
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