Capítulo 19

Las malas decisiones son lo mío. Mi madre lo dijo y yo lo he aceptado, pero aceptar no significa cambiar y meto la pata de manera constante. Esta vez, sin embargo, no puedo hacer las cosas mal o la vida de mi familia se irá al demonio porque alguien, o sea yo, no escuchó las reglas de los genios.

Pese a que mi cerebro está hecho un desastre y la culpa me invade, comprendo que no puedo utilizar mi último deseo para salvar la granja porque es probable que algo horrible ocurra a causa de ello. ¿Gertrudis perdería su tienda, se incendiaría la casa de mis tíos o la de Ximena? Es imposible saber con certeza lo que provocaría decir la palabra deseo seguida de una petición egoísta, aunque necesaria, por lo que tengo que tomar una decisión que no implique el uso de magia. Y es así como ahora me encuentro llamando sin cesar a Anna con la esperanza de que ella pueda ayudarme, una vez más. Por la hora, debe estar durmiendo o dando su caminata matutina por lo que no es de extrañar que me tome varios intentos hasta que por fin me contesta. Para entonces, mis uñas casi han desaparecido y me duele el estómago.

¿Si?

Su voz se escucha agitada y me doy cuenta que he interrumpido su ejercicio. Aun así, no parece molesta. Puedo ser un desastre, pero ellas siempre me dan su apoyo y cariño. No las merezco.

—Hola, Anna. Soy Daiana, ¿puedes hablar en este momento?

¿Sucedió algo terrible? ¿Volviste a la cárcel?

Me aterra saber el mal concepto que le ha quedado de mí. Sí, me he metido en problemas con anterioridad y la estoy llamando para que me saque de otro, pero no siempre he sido así. El hecho de que su madre me haya encontrado muerta de hambre no significa que sea un torbellino andante.

—Sí, sucedió algo terrible. No, no estoy en la cárcel.

Bien, ya me has interrumpido. —Puedo imaginármela encogiéndose de hombros—. ¿Cómo puedo ayudarte?

Siento vergüenza por ser una gran molestia para ella, Trudis y Ximena. Me molesta seguir siendo una piedra en sus zapatos luego de todo lo que esta familia ha hecho por mí. Sin embargo, el tiempo se acaba y no tengo a quien más acudir. Tampoco puedo seguir ahogándome en mi miseria o no solucionaré nada.

—Tu esposo es corredor de bienes raíces, ¿no?

Así es. ¿Estás bien, Daiana? Te escucho un poco agitada, nerviosa.

—¿Puedo hablar con él?

¿Me has llamado para hablar con mi pareja?

Su voz está cargada de asombro y no puedo culparla. Debo parecer una broma de mal gusto.

—Sí, por favor.

Escucho ruido al otro lado de la línea y conversaciones imposibles de comprender. Me encuentro sentada sobre el amplio y cómodo sillón de la sala solo que en este momento no puedo pensar en qué tan afortunada soy por tener un piso valuado en millones sino en que mi familia se quedará en la calle si no me apuro. Mi pierna cobra vida propia y se mueve sin cesar hacia arriba y hacia abajo en una especie de temblor.

¿Hola?

—Hola, Adam. Soy Daiana.

Lo sé.

Claro que lo sabe, si he estado hablando con su esposa. Que idiota.

—¿Crees que puedas ayudarme? Un amigo quiere vender su apartamento. —Las mentiras fluyen con naturalidad de mis labios y siento un pinchazo de culpa por seguir metiendo a gente inocente en mis líos—. Necesita hacerlo realmente rápido. ¿Puedes venir a verlo?

¿Quieres que vaya un domingo cuando es el único día que puedo pasar con mi familia?

—Ajá.

Me siento tremendamente culpable.

¿No puede esperar hasta mañana?

Quiero gritar mil palabrotas distintas y romper en llanto como una cría. ¡No, no puede esperar hasta mañana o te hubiese llamado mañana, idiota! En su lugar mantengo la calma y hablo despacio:

—No. Te he llamado a ti porque la venta te daría una gran comisión con la venta, pero puedo llamar a alguien más si lo deseas. Me pareció que de esta manera podía devolverle a Anna el favor.

La llamada queda en silencio y por un momento temo que me haya cortado por ser un dolor de cabeza.

Bien. Iré en una hora, envíale la dirección por mensaje a Anna.

—Gracias, Adam.

No dice nada más, yo tampoco lo haría en su lugar, y da por finalizada la llamada. Por primera vez desde que mi prima se comunicó para darme la mala noticia, siento que puedo respirar con normalidad. De verdad espero que pueda vender el departamento en breve o, de lo contrario, todo mi plan se irá por el excusado. He enlistado todos los finales posibles y solo uno parece tener un desenlace feliz. Espero que por primera vez el universo se vuelque a mi favor.

Me siento como Dr. Strange, solo que él al menos tiene buenos poderes. Yo soy una humana con tendencia a cagarla.

—¿Y bien?

Milo me observa con una mueca de preocupación adornando su rostro. He dejado en pausa el enojo que me carcome lentamente por dentro, en este horrible momento lo que menos necesito es discutir con el genio. Él puede haberme concedido el deseo, aunque la idea fue mía, así como fui yo quien asumió saber las reglas.

Esto no es para nada como en Aladdin.

—Vendrá en una hora —contesto con cansancio—. Tendrás que fingir que es tu casa y hacerle un recorrido, convencerlo de que esta casa necesita venderse ya.

—Lo haré —acepta sin dudar—, pero en los papeles de venta dirá tu nombre.

Rayos.

—Nos preocuparemos de eso luego.

—Podría usar un poco de magia.

—Sin magia —le suplico—. Tu magia no ha hecho que mandar todo a la mierda. Sin ofender.

—No me ofendes, lo sé.

No decimos más, el silencio nos rodea y cada uno intenta fingir que tiene algo para hacer. Yo estoy nerviosa y asustada por todo este embrollo. En cuanto a Milo, no tengo idea de qué le pasa. Me permito ser egoísta y no preguntarle porque no puedo añadir a otra persona a mi lista de preocupaciones.

Cuando la hora finalmente se cumple y Adam arriba poco después al departamento, no dejo de soltar mentira tras mentira para que se crea la farsa. Le he dicho que he conocido a un señor multimillonario y que me ha regalado el departamento luego de aceptar tener una cena con él. Milo respalda cada una de mis invenciones con historias que parecen verosímiles y por un pequeño momento agradezco que esté a mi lado. No podría hacerlo sin él, sin importar si la culpa es de él o mía.

El hombre observa la casa por completo, cada rinconcito y cada armario. Hace anotaciones en una tableta electrónica, toma algunas fotografías y no deja de hacer preguntas que no sé cómo contestar. Es bueno en su trabajo, debo admitir eso.

—La pondré en venta en este momento. Les avisaré si tengo alguna noticia.

—Gracias, Adam.

—Tendrás que firmar el contrato, ¿cómo lo harás si estás en el campo?

Le he explicado con pocas palabras lo que ha sucedido y cómo la única manera de salvar la granja es vendiendo mi nuevo piso. No parece convencido con la historia del multimillonario generoso y no puedo culparlo. Ante sus ojos debo lucir como una lunática o una criminal en ciernes que ha conseguido una lujosa vivienda como por arte de magia.

—Puedo hacer a Anna mi apoderada, ella finalizará la venta, ¿no?

Asiente con la cabeza.

—Correcto, le haré saber que tenga los papeles listos para que pases a firmarlos.

—Gracias.

Camina hacia la salida cuando los detalles quedan acordados, pero se detiene antes de subir al ascensor. Me dedica una mirada de preocupación y le presta especial atención a Milo, no luce convencido de dejarme sola.

—Procura mantenerte lejos de los problemas, Daiana. Y de los criminales.

Le dedica otra mirada rápida a Milo y luego se marcha. Para ser sincera prefiero que lo considere un criminal que escapa de la justicia antes que un genio, no sabría cómo explicar coherentemente la verdad.

Anna no tarda en llamar, tan solo unos diez minutos luego de que su esposo se retira. No quiere los detalles, lo que es mejor para mí, solo me pide que vaya a su oficina. Con una profunda mirada de culpa me dirijo hacia allí para hacerla mi apoderada. Ha hecho la documentación necesaria para que se encargue de la venta en mi nombre y comprendo por la forma en la que me observa que su esposo le ha hecho saber lo que ocurre o, mejor dicho, una versión menos complicada de la realidad.

Espero que la magia no le traiga problemas a ella.

—Déjame saber si necesitas algo más.

Envuelve sus brazos a mi alrededor y, por primera vez desde que he recibido las malas noticias de boca de Isabella, me permito derramar unas cuantas lágrimas. Siento una mochila gigante de preocupaciones descansando en mi espalda, amenazando con romperme. No suelo llorar cuando estoy en compañía, me he hecho la fuerte todo el tiempo y he compartimentado todo. Pero estoy agotada y no recuerdo cuándo fue la última vez que alguien me abrazó de manera protectora, tal como Anna está haciendo conmigo en este momento.

—Y prométeme que si tienes problemas legales me los harás saber —me susurra—. Tengo la obligación de denunciarte si tengo conocimiento de actividades que se enmarcan fuera de la ley, pero podría hacerme la loca si es tus razones son buenas.

Asiento y seco el camino de lágrimas que ha quedado marcado a fuego en mi rostro.

—Descuida, no causaré más problemas.

Ambas sabemos que es mentira, aun así, me deja ir sin decir más.

El próximo paso en mi plan mal diseñado es conseguir un medio de transporte. Podría comprar un billete de autobús o alquilar un automóvil; sin embargo, conozco una mejor opción que llevará a más explicaciones sin sentido.



Es de noche cuando llego a casa de Gertrudis acompañada de Milo, quien me sigue como un leal perro guardián, solo que mucho más letal y silencioso. Ha soltado pocas palabras desde la mañana y no sé cómo sentirme al respecto. ¿Aliviada? ¿Preocupada?

El rostro de mi jefa no esconde la sorpresa de verme allí con su nuevo empleado, pero la preocupación le gana a todas las emociones. Anna ha hecho su trabajo y le ha comentado a su madre los acontecimientos del día. Seguro para esta hora Ximena debe saberlo también y pronto comenzará a enviarme textos repletos de emoticones y frases alentadoras.

—Niña, ¿te encuentras bien?

Abre la puerta para dejarnos pasar a su cálido hogar. La chimenea se encuentra encendida y el olor a la leña consumiéndose poco a poco me reconforta. Puedo ver que tiene la mesa preparada para la cena. Un plato para ella, uno para mí y otro para Milo. Supongo que su hija le ha explicado también que he ido de arriba debajo de la ciudad con un muchacho misterioso.

—Estoy bien, Trudis. Lamento venir sin avisar.

—Tonterías, eres siempre bienvenida —me asegura—. No sabía que Milo vendría también.

—Me ha estado ayudando, nos hemos hecho buenos amigos.

Sus delgadas cejas se elevan al cielo, más no suelta ningún comentario. No es la única que luce sorprendida, el genio tampoco parece creer que he dicho que me agrada.

Gertrudis nos invita a sentar y pronto sirve la comida, guardando silencio mientras se mueve con soltura entre las habitaciones de su hogar.

—Necesito que me preste su vehículo, Trudis —digo sin más rodeos porque a ella no le gusta que se le adornen loa favores—. Tengo que llegar a casa de mis padres lo antes posible.

—Por supuesto, niña. Lo que necesites.

Le dedico una mirada de agradecimiento. Al igual que hace unos años, no sabría qué hacer sin ella.

—¿Por qué el muchacho está contigo?

—La acompañaré para asegurarme que llegue a salvo, señora Koskovish. Las carreteras pueden ser peligrosas para una chica como Daiana.

—¿Prometes cuidarla, muchacho?

Lo amenaza con su tenedor y no puedo evitar reír.

—Lo prometo.

—Bien, pero se marcharán por la mañana. Lucen como si necesitaran una buena noche de sueño, pueden dormir aquí.

—Gracias, Trudis.

—No creas que no me debes una buena explicación, Daiana Gardino.

Ya casi llegamos al final de esta maratón

4/5

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