Capítulo 18

Intento calmar mi respiración mientras escucho, o intento escuchar, las palabras de Isabella salir a tropezones de sus labios; frases y más frases lanzadas a toda velocidad que no alcanzo a procesar y se vuelven una mancha en mi cerebro. Nada parece tener sentido y el latido de mi corazón retumbándome en los oídos no ayuda a mejorar mi capacidad auditiva y, mucho menos, mi comprensión. Tengo las manos en puño y el cuerpo helado, creo que se me ha bajado la presión sanguínea a un punto de alerta. En otro momento, intentaría comer azúcar o sal, lo que sea que funcione según Google, pero ahora mismo no puedo pensar en nada que no sea mi familia.

—Isabella... —susurro con un hilo de voz, lo mejor que puedo conseguir dadas las circunstancias—. ¿Puedes comenzar desde el principio? No logro entenderte.

Escucho un suspiro desde el otro lado de la línea.

—Tienes que venir pronto, Daiana —suelta con urgencia—. Necesito tu ayuda.

—¿Qué ha sucedido?

—Subastarán la granja de tus padres. Se han endeudado hasta la médula y no han podido hacer frente a la hipoteca, se quedarán sin nada. Sin casa, sin animales, sin trabajo. Estarán en la ruina completamente.

—¿Cómo ha podido suceder?

—No lo sé y mis padres no han querido decírmelo, pero todo es un desastre. Empezó hace una semana cuando desde el banco fueron a quitarles la televisión y algunas cosas de valor. Y de pronto todo explotó.

—¿Hace una semana? —chillo—. ¿Por qué no me avisaste antes?

—¡No lo sé! —exclama y el terror se apodera de su voz—. No pensé que fuera tan grave, sabes que aquí en el campo es normal que cada tanto a una familia le pase algo similar.

En eso tiene razón, cuando hay malas cosechas siempre hay una familia que pierde algunos bienes por endeudarse.

—Lo que importa aquí es que de una manera u otra ha escalado. Ahora mismo se están quedando en casa y sabes que tus hermanos no son precisamente silenciosos, tengo una migraña que amenaza con matarme. Debes venir, tu presencia los tranquilizará, al menos hasta que recuerden que los abandonaste.

—¿Por qué crees que podría ayudar?

—Eres la última idea coherente que he podido unir, ¿sí? Recién anoche se me ha ocurrido llamarte.

—¿Por qué? ¿Por qué esperaste hasta ahora?

Todo lo que puedo hacer es formular preguntas sin cesar y creo que nadie en mi lugar podría juzgarme. No comprendo cómo todo se ha ido a la borda tan rápido y cómo he sido la última en enterarme del lío en que mi familia se ha visto envuelta. En parte es mi culpa. No. Todo es mi culpa. Por pedir un deseo innecesario que sabía que tendría una trampa oculta y también por no comunicarme con mis padres o hermanos ¡en años! Cómo he podido ser tan egoísta y cabezota.

«Solo tienes que ser específica», claro si hubiese sabido dónde estaba la trampa, podría haberlo previsto.

—Porque mis padres no me dejaban decirte y tu familia está alrededor todo el tiempo, podían escuchar —explica con pesar—. Sabes que se pondrían como locos y no querrían quedarse aquí en casa si supieran que te estoy pasando información.

—Así de mucho me odian —murmuro.

—Además —continúa ignorando mi lamento—, no es como que puedas sacar de la galera un maletín repleto de dinero y correr a ayudarlos, estás en bancarrota.

—Lo entiendo, pero necesito que me des detalles y no tus opiniones sobre el tema.

—Oye, no seas grosera. De no ser por mí, no sabrías nada de tu familia.

Tiene un buen punto. Un excelente punto. Tendré que enviarle un bonito regalo en Navidad para que me perdone.

—Lo lamento, es que estoy confundida. Sigo sin entender por qué quieres que vaya. A simple vista es claro que no me quieren allí.

Bufa.

—No lo sé, Dai. Mi estúpida mente trajo la posibilidad de pronto con muchos detalles y creí que tendrías algún amigo rico en la ciudad que pueda ayudar. No lo sé —repite—. Tal vez a tus padres les haría bien verte, ellos te necesitan. Todos lo hacemos. Aunque aquí seamos unos cabezas dura y no queramos aceptarlo.

—Supongo que podría ir. —Tomo una pausa para hacerme con la idea de visitar a mi familia luego de tantos años sin contacto—. ¿Cuándo es la subasta?

—Mañana al atardecer.

Por supuesto. Mi prima no podía avisarme con tiempo.

—Estaré allí. Lo prometo.

No sé cómo aún, solo que no se lo digo.

—Estupendo, muchas gracias. —Es su turno de hacer una pausa y no me gusta para nada—. Si me preguntas, creo que deberías venir primero aquí. No parece una buena idea que aparezcas en la granja en un momento tan delicado así como si nada luego de tanto tiempo. Podrías causarle un infarto a alguien y es lo último que necesitamos ahora en el pueblo.

—Tienes razón. Y gracias por avisarme. No olvides que te quiero, Bella.

—También te quiero, prima.

Corta la llamada sin más que añadir y me dejo caer sobre la cama. Mi organismo ha dejado de funcionar: el cuerpo me tiembla y siento como si estuviera viviendo la vida de alguien más. Todo parece imposible, desde la aparición de Milo hasta el hecho de que mi familia esté en bancarrota.

—¿Está todo en orden?

Dirijo mi mirada hacia el muchacho que descansa en mi nueva cama, a mi lado, tranquilo, con un brazo bajo su cabeza y una postura desenfadada. Lo observo con enojo, con toda la rabia amenazando que amenaza con escapar de mi cuerpo. Su tranquilidad no ayuda para nada, sino todo lo contrario.

—Creo que sabes que nada está en orden, Milo. Puedes leer mis pensamientos. —Mi voz sale con dureza, casi entre dientes—. ¡Y tú causaste esto!

Listo, exploté.

—Yo no causé nada, Pop.

—¡No me llames así!

Me pongo de pie de un salto, con una única idea en mente: alejarme de él. Camino hacia la salida con pasos rápidos y luego hacia las escaleras. Desciendo hacia la planta baja y, sin poder detenerme, continúo dando pasos pesados sin destino alguno. Escucho pisadas a mis espaldas y quiero gritarle que deje de seguirme. Necesito mantener la distancia, necesito pensar con claridad y sin que el enojo me ahogue.

Él ha causado esto. Lo sabe desde el principio y por eso insistió en que contestara la llamada. Tonta de mí por creer que este deseo no acabaría en desastre.

—¿Le quitaste la granja a mi familia? —Me animo a preguntar finalmente.

Apoyo mis manos contra la mesada de la cocina, intentando mantenerme en pie. Milo se encuentra a pocos metros de distancia y lo veo empequeñerse en su lugar, escondiendo las manos en los bolsillos delanteros de sus pantalones y elevando los hombros, como si intentara pasar desapercibido. Si no fuera por mi enojo y decepción, podría haber tomado su actitud como una buena señal.

—¡Le quitaste la granja a mi familia! —Las palabras escapan con fuerza de mis labios, en un grito que tiene nada de cordura y mucho de enojo.

Él podría haberme advertido, tuve la loca idea de que, después de un inicio conflictivo, estábamos comenzado a confiar en el otro un poquito. Ese es mi problema, no debo confiar en alguien a quien conozco hace poco más de quince días y que me ha provocado más dolores de cabeza y problemas que nadie.

La culpa, de nuevo, es mía.

—Lo lamento, es lo que debía suceder.

—¿Qué?

Lo reto a hablar enarcando una ceja y, sin temor, suelta sus siguientes palabras:

—Está en las reglas.

Lo miro sin comprender, estoy agotada de sus palabras sin sentido. No entiendo la jerga de los genios, no conozco cómo funciona la magia y en este preciso momento mis preocupaciones se encuentran por completo alejadas de lo que significa vivir en su mundo inmortal. Necesito que sea preciso y que explique con pocas palabras lo que quiere decir.

—El universo necesita equilibrar la balanza —explica con voz paciente, todo lo contrario a la mía—. Lo que te entrego en forma de deseo, el universo se encargará de quitártelo de alguna manera.

—No entiendo.

Y aunque me siento como una idiota, es verdad. Mi cerebro no está en condiciones de procesar la información en este momento porque no puedo dejar de reproducir una y otra vez sin cesar la conversación con Isabella. Soy incapaz de parar las imaginaciones de mis padres, llorando en una habitación que no es suya a punto de perder todo por lo que han trabajado sin descanso desde que tengo memoria.

—Para que pueda concederte un deseo, debo quitarle eso que quieres a alguien. No tiene sentido quitárselo a un indigente, por ejemplo, porque no te afectaría y tampoco te enterarías del daño que has causado. Pero si lo hará si daña a alguien que amas. Debe existir un equilibrio.

—¿Por qué no me lo dijiste antes? —exijo.

—No quisiste escuchar las reglas.

—¡Tampoco insististe!

—Lo lamento, Daiana, es necesario que entiendas que esto es más grande que mi magia. Los deseos pueden parecer una bendición, pero la verdad no son más que una extensión de la maldición que alguien arrojó sobre mí.

—¿Qué debo hacer entonces?

Mi voz suena ahora como un llanto ahogado y es exactamente de esa manera como me siento. Quiero llorar hasta que mi cuerpo se quede sin energía y se deshidrate, hasta que pueda volver atrás y desaparecer el frasco multicolor que me pegó esta mala suerte. Sin embargo, no puedo permitirme flaquear ahora mismo; no si quiero ayudar de alguna manera a mi familia. El problema es que no tengo ninguna idea que no sea por completo descabellada.

—Salvar la granja.

—¿Qué?

—Tengo que salvar la granja.

—Estoy de acuerdo en eso.

—Y tengo que usar tu magia.

—No estoy de acuerdo en eso —dice con duda.

Niego con la cabeza, alejando sus palabras de mi mente y concentrándome en lo que comienza a tomar forma en mi cerebro. Es la luz al final del túnel, la claridad que aleja toda la oscuridad que amenaza con consumir mi mente. No puedo quebrarme ahora ni entrar en pánico, tengo que usar mi habilidad de compartimentar para encontrar una solución.

Y luego, cuando todo esto acabe para bien o para mal, podré llorar como una niña desconsolada y gritar de terror contra la almohada porque luego de tanto tiempo tendré que enfrentar a mis padres. Después de años, tendré que mirarlos a los ojos y aceptar mis malas decisiones.

Ya estamos a la mitad =)

3/5

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top