Capítulo 14
Un estornudo sacude mi cuerpo, seguido de otro más audible y un tercero que me genera vergüenza. La cabeza me pesa, como si estuviera llena de rocos. Siento el rostro como un gran tomate a punto de reventar y debo confesar que no es una experiencia bonita. Soy miserable en este momento.
Tomo un pañuelo descartable y sueno mi nariz, haciendo un sonido nada atractivo y que llama la atención de los clientes. Tiro el papel usado al tacho de basura y tomo otro cuando siento otro estornudo en camino. Me duele la nuca y todo el cuerpo, tengo frío y quiero irme a la cama para poder morir en paz como en las novelas de Jane Austen. Dramática y sola.
No debería haberme levantado hoy, debería haber fingido catalepsia.
Me apoyo en una de las vitrinas y sostengo mi cabeza que no para da darme vueltas. No recuerdo la última vez que me enfermé, pero sin dudas no fue así.
—Niña, contagiarás a los clientes.
Gertrudis se acerca a mí con una mueca en los labios; no está feliz con mi reciente resfrío y me lo hace saber cada vez que puede. No me he enfermado ni una sola vez desde que la conozco; sin embargo, hoy se rompió esa regla. Empiezo a creer que mi enfermedad tiene algo que ver con el genio, ¿me habrá pasado parte de su maldición?
—Lo siento, Trudis —me las arreglo para decir—. No elegí enfermarme, usted sabe cómo funciona esto.
Le dedico una sonrisa cansina, deseando que deje de regañarme por los siguientes minutos. No me encuentro con ánimos de escuchar a nadie, ni siquiera a mis propios pensamientos que son más irritantes de lo que imaginé.
—Ve a la cama —me susurra y su voz toma un nuevo matiz, uno más dulce—. Milo y yo podemos continuar sin ti.
—Estoy bien, Trudis. —Mi voz suena gangosa y ahogada—. Milo aún no tiene la experiencia suficiente para atender sin mí. No tiene que preocuparse, tomaré un té y estaré fresca como una lechuga.
Lo que no le digo, es que no quiero que me reemplace. Soy inútil ahora.
—A mí me parece que él se las arregla muy bien. Con o sin experiencia.
Es cierto. Los clientes parecen amarlo y escuchan embelesados las palabras que escapan de sus labios. Se expresa con sabiduría acerca del origen de los artículos y, pese a mi amargura, comprendí que en verdad sabe de lo que está hablando, probablemente debido a sus años. Aun así, con conocimientos de historia o no, me niego a dejar al genio solo con la mujer que me acogió cuando todos me habían dado la espalda.
¿Y si de verdad me he enfermado por él? No quiero que le pase lo mismo a Gertrudis.
—De verdad, estoy bien —insisto.
Una tos seca escapa de mis labios, provocando que el pecho me duela y delatándome. No, no estoy para nada bien.
—Es una orden, Daiana. Ve a la cama.
Con mi mejor mirada de tristeza y una pequeñísima sensación de triunfo que no debería existir, abandono mi puesto tras el mostrador y, arrastrando los pies, me dirijo hacia las escaleras en forma de caracol. Subo los escalones de a uno, con parsimonia y bajo la atenta mirada de mi jefa. Tengo la esperanza de que se apiade de mí y me permita seguir trabajando. A la misma vez, quiero que se mantenga firme porque mi cuerpo no puede aguantar otra hora más de pie.
Por fortuna o desgracia, se la ve decidida y evita mis ojos.
Abro la puerta del departamento, me cuelo sintiendo todo el peso del mundo sobre mí y cierro dejándola sin llave por si necesito bajar corriendo en caso de que Gertrudis necesite mi ayuda. Miro la habitación vacía y, sin saber qué hacer, me encamino hacia la zona que hace de dormitorio. Me coloco mi pijama más calentito y suave, agrego mantas a la cama y dejo todo a oscuras. No tardo en perderme entre las sábanas y con un suspiro me quedo dormida.
Despierto sobresaltada por el sonido de unos golpes en la puerta. Me siento en la cama de golpe, impulsada por una fuerza llena de pánico, y tallo mis ojos con frustración. No sé cuánto tiempo he dormido, pero, sin dudas, me siento peor que antes, como si todas mis energías hubiesen sido drenadas de repente. Odio la sensación, sentirme tan cansada y fuera de batalla; sin embargo, me niego a ir al médico para que me receten ibuprofeno cada ocho horas y perder tiempo y dinero en algo que ya sé.
En el campo somos tercos. No vamos a un doctor a menos que nuestra vida dependa de ello.
—¿Si? —suelto con un hilo de voz.
Un rostro conocido asoma tras la puerta y mi ceño se frunce al percatarme de quién se trata. Milo ingresa al apartamento y me observa con una especie de sonrisa. No estoy segura qué clase de sonrisa es porque me duelen los ojos y no puedo mirarlo por tanto tiempo. Cierra la puerta tras de sí y se dirige hacia la cocina, en sus manos lleva un tazón con comida.
—¿Cómo te sientes? —pregunta dándome la espalda.
—Como si una manada de lobos me hubiese atacado brutalmente y, luego de arañarme y masticarme, se hubiesen ido para dejarme morir en un claro lleno de nieve.
Creo escuchar que se ríe por lo bajo.
—Estarías muerta si eso hubiese ocurrido.
—Por eso dije «como».
—Te gusta bastante el drama.
—Mi sueño era ser actriz, ¿qué esperabas?
Mi voz suena horrible incluso para mis propios oídos, mi nariz chorrea cada tanto y la cabeza está a punto de explotarme. Me vuelvo a meter entre las mantas, no deseando ser amable con nadie por el resto del día. No me interesa que Milo esté en mi zona y tampoco que esté trabajando. No tengo energía para nada de eso.
Por primera vez en mucho tiempo, deseo que mi madre esté conmigo, cuidándome y arropándome como cuando era una niña.
—Gertrudis me ha pedido que te traiga el almuerzo —dice el genio desde la cocina.
—Es señora Koskovish para ti. Ten un poco de respeto.
Me ignora.
—Es una mujer muy agradable, no comprendo cómo puede soportarte.
Sé que tengo que sentirme herida o molesta, pero no me interesa en absoluto. Suelto un gruñido y tapo mis ojos, deseando que se haga de noche para disfrutar de la oscuridad y la soledad.
Escucho sus pasos que se acercan a mí y me aferro aún más a las mantas.
—Te he traído una sopa. Nuestra jefa dice que te hará bien.
—No tengo hambre —murmuro—. Y es mi jefa.
—¿De verdad quieres discutir eso ahora?
No necesito pensarlo para responderle.
—No.
—Tienes que comer, Pop.
—Creí que no hacías de enfermero —le recuerdo.
—Estoy haciendo de niñero porque te estás comportando como una niña. Así que sé buena y come.
Destapo mis ojos sin muchos ánimos y lo encuentro frente a mí con una expresión indescifrable. En sus manos tiene un tazón de sopa de verduras, así como un vaso con agua. Hago una mueca, el estómago se me revuelve de solo pensar en comida. A pesar de ello, sé que tiene razón, por lo que tomo el bol y la cuchara que extiende en mi dirección.
—Me quedaré aquí hasta que termines de comer.
—Puedes irte, no necesito tu ayuda ni que me vigiles. Seré buena.
Deposita el vaso sobre la mesa de luz y se sienta a los pies de la cama como si lo hubiese invitado. Se está aprovechando de mi enfermedad.
—Son órdenes de Gertrudis.
Arrugo la nariz cuando siento el olor del caldo de la sopa, pero aun así me llevo una cucharada a la boca. No siento su sabor porque lo que sea que tengo me ha matado las papilas gustativas, aunque está mi estómago no está contento con mi decisión de comer.
—Toma toda la sopa, Daiana.
Suelto un quejido, detesto que pueda escuchar mis pensamientos.
Con lentitud, me llevo cucharadas de sopa a la boca y me obligo a tragarlas bajo la atenta mirada de Milo. No parece tener intención de marcharse y me molesta que sea tan leal a mi jefa.
—Ya.
Le tiendo el tazón vacío y vuelvo a perderme entre las mantas. Quiero estar sola para poder saborear mi muerte cercana.
—No te vas a morir. Sólo tienes un resfrío.
—No eres médico, puedo morir en dos segundos y lamentarás no haberme creído. Podría estar desperdiciando mis últimas palabras contigo.
—No morirás.
Suelto el aire contenido en mis pulmones. No estoy de humor y el hecho de que no me deje quejarme en paz hace que mi ánimo empeore.
Cierro los ojos, intentando volver a conciliar el sueño. Me siento cansada pese a lo mucho que he dormido y aun así sé que no tardaré en conciliar el sueño. Cuando empiezo a sentir mis nervios adormilados y la dulce melodía de la inconciencia, el contacto de una piel contra la mía me despabila. Abro los ojos de golpe y encuentro los labios de Milo posados sobre mi frente.
—¿Qué demonios haces? —chillo.
—Tomo tu temperatura.
—Estamos en el siglo XXI, Milo. Existe la tecnología y los termómetros. La época de piedra terminó hace mucho —suelto atropellando las palabras—. ¿Sabes que existe algo llamado fuego?
No parecen importarle mis comentarios y se aleja de mí, dejando una zona tibia en mi piel donde segundos atrás estuvieron sus labios.
—No tienes fiebre, sobrevivirás este día.
—Milo...
—Siento que estás a punto de preguntarme una idiotez —se queja.
—¿Estoy enferma por tu culpa?
—¿Disculpa? —Arquea una ceja.
—No me enfermo nunca.
—Ahora lo estás —señala con obviedad.
—Y tú estás aquí, lo que es sospechoso.
—Mi magia no te enferma ni te roba la vida, Pop.
—¿Cómo estás tan seguro?
—Porque llevo miles de años en esto, lo sé.
—¿Y por qué me he enfermado ahora?
Suelta un suspiro y noto que ya lo estoy irritando. Pero quiero sacarme esta duda.
—Has estado estresada y de pronto tienes muchísimo trabajo, quizás tu cuerpo te está pidiendo un respiro.
—He estado estresada por tu culpa.
—Entonces tal vez sí te ha enfermado mi magia y mi mal genio. —Se encoge de hombros—. Como sea, no piensen en eso y trata de dormir, te sentirás mejor. ¿Has tomado algún analgésico?
—No.
—¿Tienes alguno?
Asiento con la cabeza.
Me sorprende cuando se lleva mi tazón vacío, lo deja en la cocina y vuelve con un ibuprofeno que no tarda en entregármelo.
—Te ayudará con el dolor de cuerpo.
No dudo en sus palabras, por lo que lo coloco en mi lengua y lo trago con ayuda del agua que me trajo anteriormente. De verdad quiero sentirme mejor y si me dijera que para ello debo lamer el trasero de un elefante, ahí iría yo a buscar uno.
—Puedo traerte un elefante.
—Deja de leer mis pensamientos.
—Es probable que lamerle el culo te ayude.
—Creí que no hacías de enfermero —repito, con intención de molestarlo—. ¿Por qué sigues aquí?
—Cierra la boca e intenta dormir.
Sonrío triunfante al escuchar su respuesta, por tonto que sea obtener esta pequeña victoria, y cierro los ojos. Escucho a lo lejos la puerta cerrarse y sin distracciones, vuelvo a caer rendida.
4/5
Yo también quiero un enfermero así
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top