"No esperaba visitas"
Acomodó a sus perros dentro del corral con frazadas que les compró para la navidad. Los tres estaban muy a gusto y tranquilos en el cuarto de la televisión, continuando el maratón de El Señor de los Anillos antes de la cena, a la luz multicolor del árbol navideño que ese año había adornado con mucho esmero.
Pausó la película y se levantó para ir por la botella de vino rosado que compró para esa noche. No había terminado de bajar las escaleras cuando le llegó una notificación de Christopher, el vecino de tres casas a la derecha, deseándole un feliz Año Nuevo. Sonrió un poco, pues aunque le había escrito en Navidad, no esperaba que le enviara un mensaje, ya que se imaginaba que esos días los pasaría con su familia. Y si de alguien le gustaba recibir mensajes, era de él, aunque nunca habían salido en otro plan fuera del amistoso y ella tenía cuidado de mantener bajo la superficie su fascinación por sus ojos transparentes.
"Feliz Año Nuevo a ti también", le respondió, aunque le extrañaba ver en la aplicación que él seguía escribiendo.
"Quería preguntarte si estabas en casa y tenías planes"
Esperó un tiempo prudente a que se le quitaran los nervios, para poder escribir.
"Sí, estoy en casa, por mis mascotas, ya sabes, les asustan los fuegos artificiales. Aunque sí tengo planes, acaba de volver Gandalf El Blanco."
Esperó su respuesta, sabiendo que él entendería la referencia.
"¿Hay espacio para un elfo?" le respondió con un emoticón de mono con las manos en los ojos.
"Los hobbits aceptamos a todos mientras traigan algo para comer"
"Te veo en 10 minutos"
10 minutos. No era tiempo suficiente para arreglarse, tendría que esforzarse para verse más o menos presentable. Aún llevaba pijama, una sudadera con agujeros y ni siquiera se había peinado. Corrió a lavarse la cara y a recogerse el cabello para estar menos fachosa y luego fue a cambiarse de ropa. Buscó algo que no la hiciera parecer que se estaba esforzando por él, así que se puso sus jeans y un suéter holgado color violeta que le favorecía. Después lo escuchó tocar a la puerta.
Bajó las escaleras tan rápido como pudo y abrió. Christopher estaba ahí, con un refractario cubierto de aluminio en las manos. Él también se veía cómodo, llevaba un rompevientos deportivo y jeans. Elizabeth le hizo pasar directo al cuarto de la televisión, mientras intercambiaban felicitaciones de nuevo y subían sus respectivos platillos.
Él dejó el refractario sobre la mesa y saludó a las mascotas.
—Gracias por recibirme en tu casa —le dijo, sonriendo—. Volví antes para evitar la tormenta de nieve.
—¿Tu familia no la está pasando mal? —le preguntó con genuino interés.
—No, están acostumbrados —respondió, mientras se sentaban en el sofá—. Mi madre no estaba muy feliz con que me fuera, pero si no lo hacía, no iba a poder volver a tiempo para recoger a Percy de la veterinaria y se me hacía mal obligarlo a quedarse más días ahí.
A ella le pareció adorable que hubiera vuelto por el agaporni que tenía de mascota. Luego, abrió el refractario, encontrando un lomo ahumado con vegetales que mostraba muy buena pinta.
—¿Y tú familia? —le preguntó él, sacándola del trance culinario.
—Ah, están bien, mis papás prefirieron quedarse en el campo hoy. Y mi hermana está con su suegro. No quisimos cenar con la familia tóxica de mi mamá este año, así que quise ver toda la saga hoy ya que no tendría que salir.
Él parecía querer decir algo, pero dudó y mejor se levantó para ayudarla a cortar el lomo ahumado.
—Ojalá te guste, nunca había preparado esto —dijo, sonriendo.
—Se ve bien, eso es un buen comienzo. Pero espero que la pasta que hice no sepa mal.
—Siempre dices eso cuando cocinas algo y resulta que sale mucho mejor de lo que esperas.
—Es porque no esperaba visitas —respondió, riendo—. Iré por el vino.
Sintió que sus manos empezaban a temblar al desaparecer de su vista. "Es porque no esperaba visitas" era la respuesta más estúpida que se le podía haber ocurrido y aún así tuvo la audacia de decirla. Sólo esperaba que Christopher no deseara irse después de eso y decidiera quedarse a recibir el año con ella.
Sacó el vino rosado y la soda de toronja del refrigerador, junto con dos copas. Al volver, él seguía con la misma actitud cordial, después de haber servido ambos platos.
Sus manos dejaron de temblar, su sonrisa serena tenía ese efecto en ella desde hacía tiempo. Y si algo le gustaba de ese hombre, era la sensación de tranquilidad que le inspiraba, a pesar de lo nerviosa que la ponía el acto inofensivo de pensar en él.
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