Capítulo 8

Una semana, es el tiempo que estuvo solo en aquella cueva oscura y húmeda.

Su única compañía eran los murciélagos que se encondían de los rayos del sol en la mañana y salían de noche, algo irónico viendo su condición actual y permanente.

No había tenido apetito en lo absoluto, aunque eso lo atribuyo a los restos de sangre de su boca el primer día que despertó. Los bastardos se habían encargado de alimentarlo cuando estaba inconsciente. Si no fuera por eso dudaba seriamente en a verse mantenido dentro de la cueva.

Durante este tiempo se permitió investigar sus nuevas habilidades; la vista era una de ellas pues contaba con la posibilidad de ver en la noche; el oído había sido el segundo, al carecer de la necesidad de dormir paso largas horas sentado en la cueva, escuchando el sonido de las gotas que caían del techo y aterrizaban en el suelo, además de escuchar el canto de las aves en la mañana, aunque estas habían sido pocas, ya que el invierno había llegado y habían comenzado a emigrar a un lugar más cálido.

El tercero había sido su fuerza; se había dado cuenta de este desde el primer día, pero no había investigado su alcance. Calculaba que ahora tenía la fuerza de 10 hombres, tal vez incluso más. Y ni hablar de su resistencia, sabia por experiencia que los vampiros no podían agotarse a menos que no se hubieran alimentado o tuviera una estaca clavada en el pecho.

Ahora mismo se encontraba sentado en lo más profundo de la cueva, observando como en el exterior los primeros rayos de sol comenzaban a iluminar el cielo...

Durante este tiempo había logrado recuperar la compostura, aunque su odio aun quemaba en lo más profundo de él. Se recriminaba el a ver caído tan fácilmente con solo una nota, pero si era honesto consigo mismo realmente había creído que era Izuna. Si el monstruo que lo trajo a esta situación verdaderamente era Madara, el hermano mayor de su enamorado ahora podía entender como esa carta lo había logrado engañar. Izuna le había contado que él y su hermano acostumbraban a escribir mucho, sobre todo las historias que su madre les contaba, tan unidos eran que su caligrafía era muy parecida.

Lo que lo enojaba eran lo que implicaba, el maldito de Madara había estado siguiendo a su hermano desde hace tiempo, si no desde siempre y ni él ni su pueblo se habían dado cuenta. Estaba preocupado por su familia y todos lo que esto implicaba.

Tenía que conseguir de alguna manera la localización exacta de la guarida de esos vampiros y comunicárselo a su padre, así podrían acabar con toda la raza de monstruos de una vez por todas. Por fin su padre podría vengar la muerte de su madre... y la suya.

Tajima tenía razón, tan rápido su familia o su pueblo supieran que era ahora lo matarían en un instante. Pero mientras pudiera a su pueblo la información necesaria para acabar con la plaga valdría la pena, preferiría morir a manos de su padre que seguir en esta forma.

Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando su oído comenzó a captar el sonido de pisadas, la nieve había comenzado a pintar todo el bosque de color blanco, así que el sonido se escuchaba como pequeños cristales se rompían... odiaba y amaba su oído al mismo tiempo.

Cuando el sonido comenzó a acercarse a su dirección rápidamente se puso de pie tomado una estaca que encontró en la cueva por casualidad, se fue a la parte más oscura de la cueva, ocultándose en las sombras.

—¿Ya estas más tranquilo, Tobirama? —pregunto una voz que reconoció al instante, con clara furia salió de su escondite a máxima velocidad, empuñando la estaca con la clara intención de clavarla en su pecho.

Madara simplemente se giró a su dirección y estando a tan solo unos pasos el albino sintió como su cuerpo se congelaba en el lugar, mientras el pelinegro lo miraba con una expresión que reflejaba diversión.

—¿Sabes? Había apostado con mi padre a que te clavarias la estaca cuando la deje aquí tu primer día, pero tengo que dártela, no eres alguien que se rinde —revelo acercándose al Senju—. Aunque por otra parte...

Sin terminar, el Uchiha arrebato la estaca de las manos del menor y en una velocidad que apenas pudo seguir con su vista mejorada le dio un golpe en el estómago, tomo su brazo izquierdo aplicándole una llave y al mismo tiempo clavándole la estaca en su hombro, atravesándolo. Se alejo un par de pasos soltando su brazo.

—¡AAHHHHH! —Tobirama grito de dolor cayendo de rodillas al suelo, tocando su hombro con su mano derecha y envolviendo su estómago con su brazo izquierdo. Esos golpes sí que le habían dolido.

—... lo que acabas de hacer también podría entrar en la categoría de estúpido, ya que recuerdo claramente a verte dicho que no puedes matar a tu creador a menos que lo permita. —termino de decir rodeando al joven novato, terminando al frente de el—. Por supongo que no estaba de más comprobarlo. ¿O sí? —pregunto lo último de forma burlesca.

El Senju solo pudo levantar la cabeza, mirando con todo el odio que pudo reunir.

—Ya te he dado varios días para que te calmaras, ahora si comienza tu verdadero adiestramiento —exclamo, al mismo tiempo que retiraba la estaca de su hombro de un solo movimiento haciendo que soltara otro grito de dolor.

—Tu herida tardara unos pocos minutos en sanar, ya que hace días que no te alimentas... —le informo antes de que su mente siquiera comenzara a preguntárselo—. Aunque primero tengo que llevarte con el resto del clan, ya que hay una persona especial que le hará mucha alegría verte...

—No pienso hablar con nadie de tu maldito clan... —exclamo el albino quien aún seguía sosteniendo su hombro, pues el dolor aun persistía.

—Si que lo sé, pero creo que cuando lo veas parecerás un pequeño niño en su cumpleaños... Aunque antes de ir, primero debo hacer esto —volvió a rodearlo quedando tras del joven y de su yukata saco un pedazo de tela lo suficientemente grueso para ocultarle los ojos, en un rápido movimiento se agacho y con la tela le tapo los ojos.

—¿¡Qué demonios estás haciendo!? —pregunto exaltado, esto no lo tenía contemplado.

—¿En serio creíste que te enseñaría el camino exacto a mi clan? Puede que seamos monstruos, pero no estúpidos. Aun sigues siendo leal a ese clan tuyo y no dudarías en dar nuestra ubicación —ante lo dicho por Madara el albino solo le quedo apretar los puños.

—Listo —dijo. Tomo del brazo derecho al Senju y lo levanto—. Creo que no debo decirlo, pero si intentas escapar pasara lo mismo que en tus dos fallidos intentos de matarme —con eso ultimo aclarado camino a paso firme hacia la salida de la cueva, directo a su hogar.

Tobirama de lo único que estaba seguro era que donde sea que fuera su guarida era de muy difícil acceso, durante el trayecto el camino se bifurcaba varias veces; después vino el último tramo donde descubrió que iban a un camino demasiado boscoso, incluso fue golpeado por varias (si no muchas) ramas de árboles. Aunque algo le decía que Madara lo hizo con toda la intención.

Estuvieron caminando por aproximadamente 30 minutos a una velocidad normal, escucho el canto de varias de las aves que aún se encontraban en el bosque, pero eso no le serviría, de los dos era Hashirama el que sabia identificar qué tipo de ave había con solo escuchar su melodía, al menos con eso hubiera tenido una referencia en que parte del bosque se encontraba.

Después de lo que pario una eternidad comenzó a escuchar voces de varias personas al rededor, caminaron en lo que pensaba era una cueva y después bajaron un tramo de escaleras, fue ahí donde las voces comenzaron a escucharse cada vez más cerca, para cuando terminaron de bajar las voces comenzaron a silenciarse. Sabían de su llegada.

Madara lo empujo un poco más adelante y después le quito por fin la venda de los ojos. Por un momento tuvo que cerrarlos ya que sus ojos se habían acostumbrado a la oscuridad de la tela, pero después de parpadear un par de veces por fin pudo ver su entorno... y no era lo que esperaba.

Él había imaginado una cueva lúgubre y oscura; pero había paredes de madera y velas colocadas por todo el lugar donde un aspecto bastante hogareño, en medio de todo el lugar había una gran fogata alimentada por troncos que daban a la habitación un ambiente bastante cálido.

Donde más se equivocó fue en los propios vampiros; donde él había imaginado a seres con ropas harapientas y ojos inyectados en hambre y furia, solo podía ver a personas sentadas o paradas por todo el lugar portando yukatas o kimonos dependiendo del gusto. Los donceles y mujeres aun con su piel pálida se podían observar que estaban arreglados, algunos hombres incluso portaban armas de cacería.

Todos en el lugar tenían sus ojos rojos en su persona, y aunque le costara admitirlo, no veía ahí hambre o algún indicio de furia ciega. Lo que observaba era curiosidad, miedo, pero en algunos hubo una emoción que lo desconcertó... esperanza, emoción.

Aunque, lo que termino por dejarlo congelado en su lugar fue cuando un doncel comenzó a caminar a su dirección. No fue hasta que se encontré frente a el que se atrevió a hablar.

—¿Nana?

El doncel frente a él portaba un lindo kimono de color crema con tonos cafés; su cabello le llegaba hasta la altura de los hombros, lo portaba suelto y algo desordenado, pero eso no opacaba el hermoso color amarillo, casi dorado de su cabellera; sus ojos eran del clásico tono carmín de un vampiro, pero el bien recordaba como esos orbes alguna vez fueron de un hermoso color azul zafiro; su piel ahora tan blanca como la porcelana, la recuerda de un tono más bronceado casi acaramelado.

Pero aun a pesar de los cambios en su persona algo no había cambiado, era la sonrisa llena de dulzura y amor que siempre le daba cuando era un niño... Minato Namikaze, su preciada nana y la dama de compañía de su difunta madre, estaba de pie frente a él.

—Oh mi pequeño Tobirama... —exclamo con voz dulce el doncel, posando lentamente su mano en su mejilla, temeroso de que el joven lo aparte.

—Nana... ¿De verdad eres tú? —preguntó en voz baja, sentía como las lágrimas comenzaban a subir por su rostro cuando la suave, pero fría mano se posó en su mejilla.

—Has crecido mucho mi pequeño... verdaderamente eres el hijo de tu madre —exclamo Minato con voz dulce, pero dolida al mismo tiempo.

El interior de Tobirama era un torbellino de emociones, su mente un caos total. Recordaba las palabras de su padre; como esos seres ya no eran humanos que merecían ser exterminados de esta tierra, como podían llevarse a las personas que amamos y ponerlas bajo su control para engañarnos, que lo mejor que había que hacer en esas situaciones era acabar con la existencia de ese ser y liberar su alma... pero también recordaba todos esos días donde su hermano y él se divertían con su madre y con su nana; como fue una segunda madre para ambos y el amor con el que les hablaba y el cariño incondicional que mostraba en sus lindos ojos. Las noches en la chimenea donde su nana les contaba historias de castillos y dragones; las tardes cuando acompañaban a su madre y nana al pueblo para comprar la cena; las pequeñas clases de arquería que tuvo con su nana cada que tenía tiempo, su cumpleaños número 5, donde le regalo su arco, el mismo que uso aquella noche que lo transformaron.

Sus recuerdos entraban en conflicto con las enseñanzas de su padre. Él era consciente de que Madara había guardado la estaca a un lado de su yukata, aun con su velocidad podría tomarlo y clavarlo en el pecho del doncel frente a él y acabar con su castigo... pero a pesar de todo no podía.

—Nana... —repitió, retirando suavemente la mano de su mejilla y acunándola entre las suyas, observando su palma.

Hace mucho tiempo, cuando el apenas tenía uso de razón su nana se había cortado su palma con un cuchillo, mientras ayudaba a su madre con la cena, había estado tan preocupado que había comenzado a llorar, su madre como siempre tan temeraria se había encargado de la herida, pero había quedado una cicatriz, una que siempre trazaba con sus pequeños dedos cuando su nana lo abrazaba. Como ahora lo estaba haciendo.

Este doncel frente a él puede que sea un vampiro, puede que comparta naturaleza con los mismos seres que mataron a su madre (y que se supone lo habían matado a él). Puede que esto solo sea una ilusión por parte de Madara o Tajima y este no sea verdaderamente Minato... pero eso no le importa, no ahora que había visto su palma.

Una lagrima rosada comenzó a rodar por su piel pálida ante la avalancha de recuerdos.

Antes de saber siquiera que era lo que estaba haciendo, se vio abrazando a su nana con todas sus fuerzas, el doncel soltó un grito, sorprendido. Pero sin perder tiempo rodeo con sus brazos al albino, y permitió que sus propias lágrimas de felicidad se soltaran.

—Eres tú nana... —dijo en un susurro entrecortado.

—Mi pequeño... no sabes cuanto te he extrañado a ti y a tu hermano —confeso entre sollozos.

Sin que ellos se dieran cuenta el resto del clan se había alejado sigilosamente, dándoles su espacio.

Al otro lado de la habitación, en una esquina despejada se encontraba Tajima con una leve sonrisa en su rostro, a su lado se encontraba su hijo quien no tenía una sonrisa, pero si una expresión tranquila. Después de esto reclamaría su dinero.

Tobirama sin que supiera había superado la prueba.

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