Parte 4

No sé qué decir. Empiezo a pensar que todo lo de esta noche es un sueño. ¿Qué otra cosa si no? Tiene que ser un sueño. Desde el momento que empezó el tiroteo fue un sueño. Pero es jodidamente real. Siento la brisa fresca de la madrugada en los brazos, la camiseta fría y pegajosa adherida a mi cuerpo, hasta el sonido del agua fluyendo unos metros debajo nuestro. Si esto es un sueño parece muy real y eso me pone nervioso.

—¿Mi hada madrina? —digo todavía sin creérmelo.

—Sí, mi trabajo ha sido cumplir tus deseos.

Se me escapa una risa al escuchar esa tontería. Aquello era ridículo. Esa noche había sido rara, de acuerdo, eso no lo podía negar. Y tampoco podía negar que no supiera cómo explicar el haberme curado o el hecho de que Beth estuviera ahí. Pero lo que acababa de comentar Beth era una auténtica estupidez. ¿Beth mi hada madrina? ¿Y para cumplir mis deseos? Nunca se habían cumplido mis deseos, mi vida había sido un auténtico asco. Conocía a Beth desde hacía dos años y nunca se habían cumplido ninguno de mis deseos. A menos que para ella fuera un deseo que me dieran diez puntos en el brazo por un navajazo o que el año pasado me dieran una paliza brutal. Tampoco sería raro en ella después de lo que había visto esta noche.

—Deja de decir estupideces —digo con una mezcla de enfado y desdén. No me gusta que me tomen por estúpido y Beth hoy lo está haciendo de forma continua—. Además, si fueras... eso, que sepas que has hecho tu trabajo como el culo.

La niña abre los ojos y la boca ofendida, pero ya no se la ve asustada y sus ojos no están húmedos. Que va, en lugar de eso vuelven a mostrar esa seguridad que me ha dejado tan pasmado antes, esa seguridad que no pertenece a la Beth que conozco desde hace dos años.

—Lo he hecho lo mejor que he podido —contesta a la defensiva—. No eres una persona que tenga grandes deseos.

—¡Joder! ¡Claro que tengo grandes deseos! —contesto enfadado sin poder creer lo que estoy escuchando—. Deseo... —Me quedo callado intentando aclarar mis ideas. Sí que deseo cosas, deseo... ¿un coche nuevo? No, la verdad es que me importa una mierda tener otro coche. Quizás más dinero, pero no es que lo deseé es simplemente que lo necesito para vivir, no soy una persona muy ambiciosa en ese aspecto. Sacudo la cabeza algo confundido—. No deseo esta mierda de vida, eso es un gran deseo —consigo decir por fin.

—Eso no es desear algo. Eso es no desear algo. Yo no cumplo no deseos —dice con ese tono pedante tan familiar.

—Vale, pues deseo una vida mejor.

—Deberías ser un poco más concreto. Cada persona tiene conceptos diferentes de que es una vida buena o mala. Mucha gente creería que tu vida es buena. —Bufo ante semejante estupidez. Nadie desearía esto. Pero Beth me ignora y continua—. Ese no es el problema, el problema es que en realidad no deseas nada de corazón. No tiene retos, ni ilusiones, no tienes motivaciones, sólo te dejas llevar por la vida.

Apretó los dientes con rabia. Siento cómo mi corazón y la respiración se han acelerado. Estoy cabreado, muy cabreado. Y en parte es porque sé que tiene razón, pero me cabrea más aún que sea ella quien me lo diga. Ella no debería de ser la persona que me lo tiene que decir, ella sólo es la amiga cursi de mi hermana. Me molestaría si me lo dijese mi madre o mi hermana, pero lo entendería. Me aparto de ella y echo andar intentando contener la rabia. Me odio. Y más aún después de escuchar las palabras de Beth porque me han hecho sentirme como un fracasado. Oigo a Beth llamarme y gimotear, pero la ignoro. Lo mejor es que esté lo más lejos de ella. Cuando estoy así tiendo a ser destructivo y hacer daño a los que me rodean para alejarlos de mí. Algo que se me da muy bien sin necesidad de usar las manos... y con las manos también, pero aunque sea un verdadero hijo de puta, las manos solo las uso en el trabajo. Jamas he puesto una mano encima a mi madre o a mi hermana, eso haría que me pareciese a mi padre y aunque me doy asco, más asco me da él.

Cada vez oigo más lejos la voz de Beth y cada vez siento una opresión más fuerte en el pecho. No tengo ni idea de qué es, pero está sustituyendo a la rabia. Miro hacia atrás y veo a lo lejos la sombra de su pequeño cuerpo hecho un ovillo. Esa sensación del pecho aumenta. Frunzo el ceño preocupado, creo que me siento culpable. ¿Desde cuándo existe ese sentimiento en mí? Le he hecho una promesa y no he tardado ni diez minutos en romperla. Maldiciendo por la sensación que me invade doy media vuelta en dirección a Beth.

Una vez llego a su altura levanta la cabeza. Su rostro está bañado de lágrimas. Me sorprende lo infantil que es después de lo que le he visto hacer esta noche.

—Vale —digo agachándome para ponerme a su altura. Durante mi caminata de vuelta he tenido tiempo de reflexionar y recapacitar. Todo me suena a un conjunto de mentiras salidas de una mente infantil desbordante de imaginación. Pero no puedo quitarme la idea de que, de alguna forma, estoy teniendo una segunda oportunidad. Y sea Beth o no lo que dice que es, lo cierto es que ella ha tenido algo que ver—. Digamos que es cierto eso de que eres mi... —Hago gestos con la mano para que me entienda. Cuando veo que afirma continuo—. Y que cumples mis deseos. Bien, pues ahora deseo cambiar las cosas. Deseo salir de este barrio y de la mierda en la que estoy metido. —Beth hace una mueca de disgusto y en seguida me doy cuenta que pasa algo—. ¿Y ahora qué pasa? Lo deseo de corazón, no quiero seguir así. Sácame de este barrio.

—Bueno... —dice un poco acongojada—, lo cierto es que ya no te puede dar ningún deseo más.

No debería de sentirme desilusionado, en realidad, ya sabía que todo era mentira. Pero aun así me invade ese sentimiento de aceptación tan asqueroso y empalagoso que siempre he tenido. Me sale una mueca en la boca y niego con la cabeza.

—¿Sabes, mocosa? Creo que eres una mentirosa, pero dime, ¿por qué no puedes darme ningún deseo más? —siseo conteniendo el enfado.

—Sólo te puedo conceder tres deseos y hoy has agotado el último. Mi trabajo contigo ha terminado.

—¿Y en que mierda he gastados los otros dos? Tú misma has dicho que no tenía ningún deseo. —Se ha encogido y sé que ha sido por mi tono de voz pausado y mi mirada fría. Es algo que suelo hacer cuando quiero sacarle información a alguien, es mucho más efectivo que gritar. Cuando gritas la sensación que das al otro es de que has perdido el control, en cambio si usas un tono más suave y controlado saben que estás manejando la situación y que no te andas con tonterías.

—¿Te acuerdas del día que fuiste a buscar a tu hermana al colegio? No habías podido cocinar nada porque la nevera estaba vacía y todavía vuestra madre no había cobrado —dice sin apartar la vista de mí. Afirmo con la cabeza mientras me viene el recuerdo nítido a la cabeza.

—Al pasar junto la cafetería del barrio deseé poder tomar una hamburguesa y os lo dije a ti y a mi hermana. Al rato me encontré un billete de cincuenta dólares. Me creí la persona más afortunada del mundo y os invité a comer —concluyo el relato sin apartar los ojos de los suyos. Se me escapa una sonrisa siniestra. No me puedo creer que haya gastado un deseo en una hamburguesa. La situación hasta es cómica—. ¿Y el segundo deseo?

—Cuando echaron a tu madre de la fábrica donde trabajaba. Deseaste que encontrase trabajo pronto.

Sí, cuando mi madre perdió el trabajo empezó a beber y eso me recordaba a mi padre. Deseé que encontrase trabajo para que no continuase así. Tardó una semana en encontrar un nuevo trabajo.

—¿Sólo he tenido esos tres deseos en estos dos años? ¿Una hamburguesa, el trabajo de mi madre y no morir? —pregunto a Beth a pesar de que sé la respuesta. ¿Cómo era posible que no hubiese querido nada más? Es muy patético. Por lo menos si lo pienso con calma dos de los deseos no me arrepiento de haberlos hecho y la hamburguesa... la disfrute. Incluso Megan después de eso estuvo simpática conmigo unos días. Aunque todo eso es una estupidez y una invención de Beth.

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