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María:

Me quedé acostada en la cama y creo que me dormí una pequeña siesta.

Siento un sonido en la cocina. El portero.

La pesada de mi prima está tocando el timbre y me niego a bajar hasta la entrada.

Samuel, el chico de seguridad del edificio ya la conoce y le abrirá. Solo toca el timbre para molestar, es una cansina.

Escucho el ascensor y sé que es ella. Verónica alias: Collar de melones.

Vera toca el timbre y la puerta a la misma vez. No para un segundo, es muy activa.

—¡Ya voy pesada! —grito mientras me levanto. Sigue tocando el timbre sin parar. A vecinos no creo que les resulte tan chistoso como a ella —¿Te quedaste pegada al timbre o sos tarada? —pregunto acercándome a la puerta.

Busco el llavero que no está en la puerta, ni en la mesa, tampoco colgado en la pared. Debo haberlo dejado en alguna cartera. Meto la mano en el pequeño bolso negro que está en el futón y la encuentro en breves segundos.

—¡Abrí ya mismo o soy capaz de ir a buscar a Samuel para que baje esta puerta! —grita desaforadamente.

Prendo la luz del living y achinó los ojos. Comienzo a destrabar la puerta que tiene dos cerrojos puestos. El tercero está desbloqueado como siempre porque nadie tiene llave de él, ni yo. El dueño, un hombre bastante grande con pinta de solterón homosexual, no sabe dónde quedó dicha llave y yo no quise cambiar la cerradura, era demasiado dinero.

Vera entra con una cartera pequeña en su cadera, similar a la mía que recién revolví, la cual me molesta entre medio del abrazo.

—¡Dios! Decime que no vas a ir así. —Señala mi vestimenta con ambas manos.

Miro mi pijama y mis medias grises rotas en las puntas de los dedos.

—Obvio que no. Tampoco soy tan desprolija. —Camino hasta mi habitación donde dejé la ropa en la punta de la cama. Ella agarra mi conjunto y lo chequea como si fuese mi madre. Lo aprueba y lo tira nuevamente al mismo sitio.

—Menos mal. Bueno al menos ya te bañaste,  ¿no? —Me mira con desconfianza.

—No. Me baño en diez minutos.

Salgo por la puerta y me meto en el baño. La trabo para que no ingrese a molestar.

—¡María tenemos que estar en una hora!—grita en el pasillo cerca de la puerta.

—¿Desde cuándo sos tan puntual se puede saber? —bramo aún más fuerte mientras me saco todo a velocidad 2.0 mientras el agua cae y ya comienza a calentarse.

Hace calor en este sitio porque hay loza radiante. Si no fuese porque dejo las ventanas abiertas moriría de calor, o al menos me andaría desmayando como la última semana. Aunque en parte es por comer poco y casi siempre la misma comida: arroz con atún.

Típica comida de estudiante, lo sé.
Es que eso mismo soy.

Estudio Bromatología en la universidad Nacional de Buenos Aires. Me está llevando más años de la cuenta. Eso me tiene muy decaída últimamente.

Me ducho pensando en la chance de pasar una buena noche con un par de tragos y una buena charla sobre las últimas películas que vi en mi Mac.

No miro la televisión, tengo una de cuarenta pulgadas en el living, pero no es más que para juntar polvo.

Mi padre cada vez que viene de viaje por negocios suele prenderla y mirar esos dos días en los que se instala. Solo para eso la tengo.

Intento peinarme. Lucho con mi cabello, ya que es más complicado que cepillar a una muñeca de porcelana.

Lo sé porque me regalaron una vestida de novia cuando tenía a penas unos siete años. La mejor amiga de mi madre tenía un gusto extraño. Había elegido una muñeca tan espeluznante que todas mis compañeras del colegio le temían cada vez que venían a casa. Le decían "Chucky" y corrían gritando parte en juego y parte en serio cuando alguien apagaba la luz.

Vera me peina de un lado y yo del otro. Aún así tardamos veinte minutos en tenerlo sin porras y lacio. Hace una semana o más que no me peinaba...

Tardo otros diez minutos más en secarlo con secador. Como quedó bastante domable saltamos el paso de la planchita de pelo.

Estamos a veinte minutos del horario arreglado con su amigo Nahuel. El otro amigo que trabajaba en el bar nos daría un descuento para las consumiciones. Creo que se llama Pato.

Bajamos por el ascensor a pesar de sólo estar en un segundo piso. En el podemos vernos el cuerpo completo ya completamente lookeadas. Ambas estamos de negro. Vera lleva una remera floreada con colores rojos y morados, en cambio yo llevo una camiseta rosa fina. Me puse un collar largo con un cuarzo rosado en la punta que me llega debajo de mis pechos. Es sin mangas, pero al llevar campera de cuero me protejo del frío en esta noche de agosto.

—¡Chau Samuel! Te prometo que regresamos para antes de las siete —Grita un poco al pasar por la puerta mientras él se queda sentado en el escritorio con su laptop encendida.

Le dejo el café en una taza de las grandes que tengo para desayuno. Esta hasta el tope y súper caliente, al menos así le durará media hora con este frío.

—¿Qué miras hoy? —Me pongo a su lado y me cruzo de brazos intentando descifrar que película de Netflix seleccionó.

Le baja el volumen con una tecla y me señala a los personajes sin ponerle pausa.

Love Rosie o Los imprevistos del amor —maldigo por dentro un microsegundo por cambiarles el nombre en la traducción—, esa es Rosie y el es el chico.

Es una película romántica que me pareció demasiado empalagosa.

—Que romántico resultaste ser. —Lo golpeo con mi codo, aún cruzada de brazos.

Ahora si le pone pausa y me giro a mirarlo. Tenía el pelo perfectamente peinado con gel y su barba había desaparecido. Su campera cerrada hasta el cuello permitía ver una nuez de Adán pequeña y una cadena de acero, la de siempre, en la que colgaba un escudo de su selección favorita de fútbol y un trébol de la suerte. Decía que allí le daría suerte a su equipo. Yo lo dudaba demasiado.

—Soy un romántico empedernido. Lo sabrías si me hubieses dicho que si a salir algún día. Esos chocolates con relleno te hubiesen gustado.

Revoleo los ojos al techo que está completo de azulejos de muchísimos colores, al igual que las paredes.

—Ya, déjate de bromear. Mañana le voy a contar a tu papá que me seguís molestando con eso.

Su padre trabajaba los días de por medio en el mismo puesto. Se turnaban y me contaban por separado sus peleas y demás chismes.

La primera vez que le llevé el café me pidió el número de teléfono. Comenzamos una bella conversación sobre citas que salían mal y asesinos en serie que regalaban chocolates envenenados para luego mutilar a sus víctimas.

Después de eso me regaló un chocolate, el cual le regalé a Vera y Vera se lo regaló a una amiga. Es amiga a otra y luego le perdimos el rastro. No sabemos si alguien se los terminó comiendo, por las dudas no preguntamos a la amiga de la amiga.

—Que tengan una bella noche. Y por las dudas no tomes de vasos de un extraño.

Se levanta y me acompaña a la entrada. Vera sigue esperando el auto.

—¡Si mamá! —grito terminando de cerrar la puerta de la entrada.

Está detrás mío señalando su reloj y modula un "siete en punto".

Se toma demasiado en serio su trabajo.

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