2. Un trío imperfecto
Cuando me vengo a dar cuenta hay tres hombres en la sala de interrogatorios y estamos cerrados.
Reconozco al tipo del burdel, el mafioso que me hizo bailar sobre él. Entre los dos tipos hay un tipo que definitivamente es su hermano menor, mismo color de cabello, solo que el de su hermano menor es corto por detrás y más largo por delante. Los ojos son del mismo color, excepto que el del menor tiene cierta chispa —una chispa de alegría y jovialidad—. Su rostro está bien afeitado y tiene una mandíbula firme. Tiene un cuerpo delgado que da una sensación atlética.
—Yo soy Blaz y ese es Joss, mi hermano menor —dice, el tipo del bar al ver que miro mucho a Joss, y luego señala al otro tipo que está alrededor de la mesa de izquierda a derecha—. Este es Klaus y somos tus dueños.
Me he fijado que Blaz es el único que no tiene uniforme mientras que los demás sí.
También que Klaus tiene los ojos azules y el cabello algo corto y rojo. Está cubierto de tatuajes por ambos brazos por lo que puedo ver. Su rostro también está bien afeitado con una mandíbula fuerte y un cuerpo tonificado que probablemente pasa horas manteniendo en forma.
—No son mis dueños. ¿Qué hago aquí?
—Te vendieron.
—Pero la subasta aún no había empezado.
—No te vendió la madame, sino Eda.
—No es cierto —niego.
—Claro que sí, pero no la culpes, cualquier hubiera hecho lo mismo. Mi hermano ya lleva dos semanas yendo a ese burdel solo para ir a verte bailar, y cuando quiso comprarte le dijeron que ya tenías dueño —me comenta Joss—. La madame, ya había hecho un trato con los rusos a cambio de que lo protegieran de nuestra organización, pero mi hermano te quería y, le ofrece a Eda su libertad y dinero a cambio de entregarte a nosotros.
—Ahora nos perteneces —termina por decir Klaus.
—Hoy me siento generoso —dice Blaz—. Así que, te dejaré ir.
Ah, así que esto es solo otro juego. Yo miro.
—Realmente deberías trabajar en tu sentido del humor. Sabes tan bien como yo que no puedo irme, solo estás jugando con mi esperanza.
—¿Yo? —Él no se mueve—. Sal por la puerta. No te detendremos.
—¿Y los hombres que están alrededor de la propiedad?
Su boca se aprieta. —Yo me encargaré. Soy más que capaz de darles una orden y fingirán que no te ven mientras escapas.
Por un momento, casi le creo. La libertad es lo que anhelo más que cualquier otra cosa en el mundo. Si hay una oportunidad... Pero entonces la realidad asoma su fea cabeza. No tengo a donde ir. Sin dinero. No hay forma en que salga por esa puerta vestida así sin que llame la atención. A partir de ahí, es un viaje corto a una celda, en el mejor de los casos. En el peor de los casos, violada y muerta. Con suficiente preparación, podría deslizarme en el mundo, pero no tengo el conocimiento o los recursos necesarios.
Sin mencionar el hecho de que la madame no me dejará irme en paz. Si se da cuenta de que he huido, enviará a sus hombres tras de mí. No hay ningún lugar donde pueda esconderme, no me encontrarán, y cuando me arrastren de regreso, estaré peor de lo que comencé.
—No tengo dinero —digo con obviada.
—Te daremos dinero —dice Joss.
—Cinco millones —asegura Klaus.
—Y te daremos una semana, si logras sobrevivir una semana sin que nosotros intervengamos en tu vida, ya sea que tenemos que salvarte o algo más. Te puedes quedar con el dinero y tu libertad —continúa Blaz—. Pero si nos toca salvarte, volverás a nuestra casa sin pelear y vas a ser nuestra en todos los sentidos.
Klaus deja una maleta encima de la mesa y para mi sorpresa esta llena de dinero cuando lo abre: —¿Puedo tomarla e irme? —pregunto dudosa.
—Sí —dice Joss—. Eres libre. Pero si te quedas con nosotros puedes ganar más que esa cantidad. Ven —me ordena, su tono de voz ha cambiado.
Me acerco, aunque dejando una distancia prudencial, pero él la cierra en una zancada.
—Me gustas, sé que has pasado toda la vida aguantando mierda por ser la hija de quien eres, no es tu culpa ser quien eres, pero estar con nosotros, en nuestra cama, podría hacer tu vida más fácil.
Su voz suave y seductora me hace entender qué es lo que ven las mujeres en él. Es dulce, aunque a la vez firme, y ver las fundas de sus armas colgar sobre su chaleco infunde respeto. No necesita utilizar amenazas para tener temblando de miedo o de deseo. Cualquiera de las dos es perfecta para él.
—Puedes poner a todos los que alguna vez te han hecho algo a tus pies y pisar sus cuellos, o dejarme que lo haga yo, o Klaus incluso Blaz estaría feliz de matarlos —susurra en mi oído a la vez que su dedo recorre la piel de mi cintura hasta llegar a mi barbilla—: ¿qué me dices?
—Que no necesito follarme a nadie para sentirme orgullosa de quién soy. ¿Y qué si me consideran zorra por pasar toda mi vida en un burdel? ¿Es tan malo ser una zorra?
Me mira unos instantes y retrocede. Su mirada ha cambiado, parece ahora una mirada de aprobación.
—Muy bien. Vete.
—Pero recuerda que soy un hombre celoso —me advierte Blaz—. Cualquier persona que te toque, que quite lo que me pertenece, será hombre muerto.
Al mirar el rostro de los demás chicos veo la determinación en sus rostros, no está bromeando, matará a cualquiera que quiera tomar mi virginidad.
Cierro la maleta y digo: —¿Cuál es la trampa?
—No vas a sobrevivir ahí afuera sin protección —dice Blaz y me entrega un teléfono—. Toma, lo vas a necesitar.
Paso por al lado rápidamente, deseoso de marcharme. Llamo a la puerta. Se abre y un guardia con las aletas nasales dilatadas se hace a un lado.
Estoy a mitad de camino cuando la agente Klaus se aclara la garganta.
—Meike —me vuelvo y tiene la mano levantada en señal de despedida—. Nos vemos pronto, Nymphe.
Arrugo la frente y me despido con la mano, y no es hasta que estoy a mitad del pasillo que reconozco que me ha llamado Ninfa.
Una vez afuera descubro un taxi, al parecer me estaba esperando. Dice que Joss le llamó y le pidió que me llevara a donde yo quisiera. Podría ponerme a llorar por todo lo que me ha pasado; sin embargo, el final de esta noche es mejor de lo que esperaba, me prepararon años para complacer, ser la puta de un hombre que me iba a comprar y que si llegara a disfrutar en el sexo, debería estar agradecida. Y ahora estoy libre.
Por primera vez en la vida siento que tengo control de mi vida.
No voy a mentir, tengo miedo de estar sola por primera vez. Pero me siento esperanzada.
Voy a un hotel, dejo la maleta debajo de la cama luego de tomar la cantidad de dinero que necesito. Voy a una tienda para comprar ropa y luego a un restaurante. Compro tantas cosas que no había comido hasta que al final estoy demasiada llena y solo tengo ganas de irme a dormir. El filete era lo más caro del menú, pero había valido la pena. También probé dos tipos de bebidas diferentes.
Cuando salgo afuera choco con un chico que está con un grupo de amigos.
—Perdón —digo, dispuesta a irme, pero el chico me toma del brazo.
—¿Quieres que te invite algo, dulzura? —pregunta el chico.
—No, gracias. Y no me llames "dulzura", no es mi estilo —respondo con firmeza.
—Parece que tienes mucho que aprender sobre el buen gusto. Pero no te preocupes, puedo enseñarte —insiste el chico con arrogancia.
—No necesito lecciones de alguien como tú. Adiós —digo, mientras me alejo, dejando al idiota solo en su arrogancia. Los chicos con él comienzan a murmurar y a reírse de él.
—Ni que estuvieras tan buena —lo oigo decir.
—Oye, cariño, ¿te importa si me paso por tu rincón esta noche para tener un poco de acción individual? —me grita otro del grupo.
Le hago un gesto con mi feliz dedo corazón y sigo caminando.
—Lo siento, debes ser tener una cuenta bancaria con más de seis ceros para montar en el Meike Express y ser así de alto —respondo, dejando caer el dedo y levantando la mano muy por encima de la altura del idiota—. Ah, y un pene: también hay que tener una de esas: porque si quieres estar conmigo, cariño, hay un precio que pagar, soy como un genio dentro de una botella, se necesita frotar los lugares adecuados para que tus deseos se hagan realidad.
—¡Vete a la mierda, zorra!
—Vete tú, gonorrea andante —le contesto—. Y pene de goma.
El tipo me gruñe, pero lo ignoro y continúo, dispuesta a la destrucción.
Siento su mirada clavada en mi espalda y no puedo evitar la sensación de que no querer que la noche termine y planea seguirme por haberlo humillado. No tengo a nadie a quien pedir ayuda, pero mi ansiedad se dispara al oír pasos detrás de mí. Por capricho, saco mi teléfono y llamo al primer número en el teléfono que me dio Blaz. Solo habíamos intercambiado unas palabras, pero estoy desesperada. Suena y suena, y casi me doy por vencida cuando contesta una voz sexy.
—¿Meike? —dice, sonando sin aliento.
—Joss —digo feliz—. Siento mucho llamar. Tengo miedo de que un cretino me siga a casa, y quería hablar con alguien para que tal vez no lo haga. Siempre supe que los tipos son unos idiotas con pene, pero este tipo se pasa.
—Por supuesto, cariño. Me alegro de que hayas llamado, pero no todos son unos idiotas con pene andante —me tranquiliza, y su voz se desliza sobre mí con un tono emocionado que me produce extrañas sacudidas en la piel, incluso dadas las circunstancias. Su voz es grave.
—Lo siento por lo de idiota, quizá no todos lo son.
—¿Quieres que te ayude, mi pequeña pagana?
—Si estuvieras aquí, claro que sí.
—Camina rápido y no mires atrás aunque escuches gritos, ¿de acuerdo?
—Está bien.
Escucho un fuerte golpe y luego un grito. Hago lo que me dice Joss y por ningún motivo dejo de caminar.
—Adelante, echa un vistazo detrás de ti, a ver si hay alguien —me ordena con suavidad, la aspereza de su voz recorriendo mis entrañas como la seda—. Está bien —chillo, echando un vistazo detrás de mí y respirando aliviada al no ver a nadie allí.
—No lo veo. ¿Le hiciste algo? —murmuro.
—Tenemos personas siguiéndote, mi pequeña pagana. Me alegro mucho de que hayas llamado. No me gusta pensar que tengas miedo.
Es increíble lo mucho que parece... decirlo en serio.
«Esto es lo que sucede cuando te juntas con un miembro de la familia adecuada. Ellos se encargan de tus problemas».
Me pierdo un poco en su voz, el miedo desaparece mientras le escucho.
—Hola, por cierto —dice, con una risita entrecortada—. Oficialmente has hablado conmigo más que mi hermano y Klaus.
Resoplo, y su risita se hace más profunda.
—¿Son agentes de verdad? —pregunto, tratando de encontrar algo que decir.
—Sí, pero somos parte de la mafia. Las familias criminales educan a sus hijos en medio de todo. Los preparan para enfrentar todo, en mi familia no, nos crían como agentes y al cumplir los dieciocho nos enseñan el verdadero negocio familiar. —Dice, ya sin la frivolidad en la voz. Vuelvo a mirar hacia atrás, solo para ver que no hay nadie detrás de mí—. Papá dijo que ver ambas partes sería más fácil, y al final te das cuenta que la línea del bien y del mal no es distinto en ambos lados. Ahora dime porqué sonaste tan asustada cuando llamaste.
—Al parecer algunas personas no aceptan un no por respuesta, el mundo no es tan diferente como las personas del burdel. Pero no sé por qué estoy tan asustada. Estoy haciendo el ridículo.
—No, es mejor prevenir que curar. Sobre todo después de que te siguiera. —Había un ligero toque de ira en su voz cuando dice las palabras.
Suelto una carcajada exasperada.
—¿Verdad? Quiero decir, ¿quién hace eso?
—Los hombres desesperados hacen cosas desesperadas, supongo —murmura, la oscuridad enhebrada en sus palabras, o tal vez era mi imaginación basada en el extraño giro que había tomado la noche.
—Cuéntame algo de ti o una historia para distraerme del paseo —le pido, una vez más sin reconocerme con este hombre.
De alguna manera lo hace más fácil, hablar con esta persona que no puedo ver, alguien que no me conoce, que no puede estar decepcionado conmigo.
—Hmmm, no hay mucho sobre mí. Déjame pensar en una historia divertida...
Los latidos de mi corazón se han calmado por fin al acercarme a tres manzanas de casa. Un poco más y llegaría.
—Bueno, ¿qué tipo de historias te gustan?
—Eda me contaba historias escandalosas de los hombres casados que aseguraban estar enamorados de sus esposas, pero pasaban la noche en el burdel detrás de las faldas de algunas de las chicas. También he escuchado que algunas de las mujeres sí disfrutan del sexo, ¿las que han estado contigo lo disfrutan? —pregunto.
—Sí, todos y cada uno de los momentos.
—Cuéntame una de tus historias sexuales.
—Sabía que eras una pagana desde que te vi por primera vez —bromea.
—Oh, sin duda —me burlo.
Me llevo los dedos a los labios y dibujo una sonrisa en mi boca. En mis diecisiete años en esta tierra, mi emoción más predominante había sido la tristeza. Incluso de pequeña, no había sido de las que se reían con los amigos. Siempre había tenido algo serio en lo que pensar. Y solo en el breve espacio de tiempo que había estado hablando con este tipo, cuya voz no suena como si fuera un viejo tenebroso que me acecha mientras bailo, por cierto, sonríe constantemente.
«¿Mierda, hay algo en esos hombres para hacerme sentir así?»
Llego a mi edificio, atravieso la puerta y respiro aliviada por estar casi a salvo detrás de mi puerta.
—Bueno, llegué a mi casa —murmuro.
—Esa es mi chica —susurra con un gruñido ronco. Y mierda. Me golpea por dentro, me produce un cosquilleo entre las piernas, tiene un efecto físico en mí.
—Me voy a la cama —le digo, con voz temblorosa e insegura.
—Cierra la puerta detrás de ti —me ordena. Asiento con la cabeza de arriba abajo, tomándome un segundo para recordar que él no puede verme, así de fuerte siento su presencia rodeándome.
—De acuerdo.
Oigo algunas voces de fondo y me pregunto qué estaría haciendo.
—¿Estás ocupado?
—Tengo que ocuparme de algo, pero tú descansa un poco. Me alegro de que llamaras.
—Gracias por contestar —susurro.
—Siempre —responde, y aunque no puede decirlo en serio, siento qué hay una promesa en sus palabras. Como si él, a diferencia de todas las personas que me habían decepcionado en mi vida, promete que no lo hará—. Trata de no meterte en problemas, una segunda intervención de parte de alguno de los tres no evitará que Blaz te tome.
—Está bien. Buenas noches —digo, obligándome a terminar la llamada porque puedo sentir que me estoy encariñando, que es lo último que necesito hacer.
—Buenas noches, mi pequeña pagana —dice.
Y entonces el teléfono se apaga.
Entro en mi habitación y cierro con llave... antes de deslizarme por la pared, con las manos aferradas al móvil como si fuera un salvavidas.
Quizá Blaz me propuso el trato porque sabe que no voy a llegar en una semana. Los hombres que he conocido hasta ahora son iguales a los del burdel, tal vez Joss sea el único que ha sido amable conmigo hasta ahora. Pero sé que también quiere algo.
***
¡Mis amores cuarto capítulo! ¿Qué les ha parecido?
¿Creen que dejarán ir a Meike tan fácil?
Comenten aquí un 🤭.
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