Capítulo 4

Ahora que ya tengo estos lentes de mosca y noto que no hay forma que desde aquí vea la cima comienzo a arrepentirme. ¿Cómo es que después de tantos años haya caído? Juré una y otra vez que no lo acompañaría en una de estas locuras. Aún veo el campamento, ni siquiera es que he caminado por más de una hora, pero siento que me va a dar un ataque de algo. ¿En verdad es tan necesario que suba esta montaña como si fuera un burro de carga?

—Mueve esas pailas, viejita.

Lo único que medio veo de su rostro es la punta de su nariz, pero casi que puedo ver sus hoyuelos a través de toda la protección. Con su sonrisa entre burlona y amigable que solo a él le queda. Idiota. Que se ría todo lo que quiera. Tú puedes con esto. Es solo un paso a la vez. Un paso a la vez, no pienses en todo lo que falta y lo poco que has recorrido, ve solo tus pies.

—Te dije miles de veces que tenías que entrenar bien antes de venir.

—Yo puedo, es solo que... ¡Malditos lentes!

Que dolor de cabeza tengo, ustedes se van afuera. ¡Oh por Dios!

—¡Te vas a quemar la vista!

No puedo abrir bien los ojos, es tan blanco como aquella primera vez que un foco de luz me enfocó y quedé viendo lucecitas. Como aquella primera vez cuando todo comenzó y juraba que todos seríamos estrellas. Jamás pensé que sería yo la que, como hoy, se quedaría atrás.

***

Creo que él también sintió el peligro cuando la mujer se acercó y preguntó su nombre, parecía que tenía más preguntas por hacer pero se mordió los labios, tomó sus cosas y reviró. Lo más extraño es que luego de alejarse un par de pasos miró de nuevo a Ever y dijo: "un placer conocerte".

—No sé qué tanto me gusta esto de gustarle a las señoras. Supongo que lo presumiré con los otros.

Bromeaba y reía, aunque yo sabía que él también percibió esa situación como inusual. Esa noche Jude quiso hablar de Melanie Green, la idiota era más problemática siendo un símbolo de no tocar. Me regañé a mí misma por mi poca inteligencia. Jude se estaba comportando como esos niños que le dices no metas el dedo en el toma corriente o te electrocutarás, y se muere por meter el dedo para saber qué es electrocutarse. Cuando empezó con su discurso de Melanie lo corté contándole la historia de una mujer elegante que quedó lela al ver a Ever. A él también le pareció extraño.

Al día siguiente Ever fue llamado a la dirección, no era algo inusual, la directora solía llamarlo para darle a escondidas algún pedazo de pastel. Luego llegaba con los dientes llenos de chocolate a decir que había comido un pastel pero no se lo dijéramos a nadie, como él disimulaba tan bien. Ever era el único niño consentido, todo porque era el único que fue abandonado siendo un bebé de, tal vez, días de nacido. Era el bebé de todas las que ahí trabajaban. Sin embargo, ese día algo me dijo que lo siguiera. En la dirección, por lo que pude ver desde lejos, estaba un hombre de bata blanca, uno que vestía un traje elegante y una mujer, la misma mujer de los lentes de pasta.

Jude me había seguido, vio lo mismo que yo antes de que cerraran la puerta. Fuimos a la azotea, al lugar dónde solíamos ver las estrellas, pensé que si pasaba algo malo Ever sabría que estaríamos ahí y nos encontraríamos. Tenía clases de alguna materia que no me importaba, Jude también, pero nuestras mentes volaban más alto de lo que conocíamos.

—Dices que esa mujer botó las carpetas al suelo cuando vio a Ever.

—Sí, fue como si viera una aparición, o un fantasma.

—No crees que...

Él calló, como si lo que fuera a decir era algo malo.

—¡¿Qué?!

—Ever ya en una semana cumple dieciséis años.

—Sí, ya tengo su regalo listo. ¿Y tú?

—Sí. El problema va a ser sacar la guitarra del salón de música, pero ya veré qué hago ese día. A lo que voy es que... ¿Has visto chicos mayores de dieciséis años acá? Inri, Carl, Jones, Anne y Kate se fueron. Y como ellos otros tantos.

—¿Qué quieres decir?

—Se sabe que llegada cierta edad te envían a casas de acogida y comienzas a trabajar. Tal vez esta mujer vio en Ever algo que sirve para un trabajo en específico.

—¿Comer? ¿Para qué más sería bueno?

—De buenas o de malas es alto, fuerte y se ve más saludable que el resto de nosotros.

Ever era como un gran oso panda. ¿Quién pondría a un oso panda de burro de carga? Nadie. Estaba escéptica. Ever era el hijo de todas las monjas del lugar, no se desharían de su hijo. Sin embargo, Jude había sembrado la duda en mí.

No sé cuánto tiempo duramos ahí esperando a que Ever llegara, solo recuerdo que no hice más que pensar en las formas de impedir que Ever fuera apto para cualquier trabajo, si les atraía lo "saludable" que lucía, entonces era hora de poner a Ever en una dieta extrema. Si lo que lo alejaría de mí eran sus cauchos Michelin, yo se los quitaría, como que me llamaba Imagine Jones.

Sé que Jude no dejaba de mirarme, supongo que estaba preocupado por cómo tomaría la noticia de que posiblemente Ever se iría. Tal vez por eso comenzó a tararear un poco la canción que había compuesto para el cumpleaños de Ever. Hay escritores a los que les preguntan: ¿cuál fue la primera novela que escribiste? ¿El primer libro que leíste? ¿Cuándo te diste cuenta que querías escribir? Aún nadie me ha preguntado eso, pese a que los grandes éxitos de los últimos ocho años los he escrito yo, pero si lo hicieran podría decir el día exacto en que las letras vinieron a mi cabeza. La canción de Jude no era exactamente mala, carecía de sentimiento, después de todo él no era el mejor amigo de Ever, tan solo lo soportaba. Por ello su canción era una retahíla de frases trilladas. Recuerdo que fui cambiando cada frase en mi cabeza, la melodía era salvable, aunque no fui capaz de expresar mi verdadero parecer a Jude, sé que asentí y le dije un: genial. Creo que fue consciente de mi falta de emoción pero antes de que me reclamara Ever llegó.

Ever siempre ha tenido una piel muy blanca, pero lucía más pálido de lo normal, se rascaba la cabeza a la vez que sonreía, en una sonrisa de lo más falsa, la primera sonrisa falsa que le vi.

—¿Por qué te sacaron sangre? —pregunté a la vez que examinaba el brazo donde yacía un pequeño punto rojo muestra de la irrupción al cuerpo de Ever.

—No sé, dijeron que necesitaban hacer unos exámenes para ver cómo estaba mi salud.

—¡Te lo dije! —exclamó Jude—. Quieren ver cuán sano está.

—¿Para qué? ¿Por qué? —cuestionó Ever. Fue la primera vez que lo vi asustado.

—Para trabajos forzados.

Le di un buen manotazo a Jude en la cabeza por ser tan poco delicado. Ever comenzó a decir, de forma muy atropellada, que él se cansaba con tan solo cargar un balde de agua que cómo lo iban a usar para trabajos forzados. Fue hasta un poco cómico que usara la misma comparación que yo: ¿quién usaría a un oso panda de burro de carga? Jude se carcajeó con eso último.

—No caigas en la desesperación. Nadie te llevará de aquí —aseguré—. Te quieren fuerte y sano, entonces no serás ninguna de las dos cosas.

Así empezó la operación: Ever enfermo. Sí, éramos unos preadolescentes sin neuronas. En mi defensa, yo era la menor.

Nuestra operación consistía en unos pasos simples: no dejar que Ever comiera nada, ayudar a Ever a ejercitarse para perder peso rápido, y someter el cuerpo de Ever al frío extremo para que agarrara el resfriado de su vida.

La parte más difícil fue impedir que comiera. La primera noche incluso lloró a causa de los llantos de su estómago. Al día siguiente nos escapamos, por nuestro agujero secreto, hacia el bosque. El frío era espantoso y recordé que hace un tiempo encontramos una especie de pozo. No era más que agua estancada en un hueco algo profundo.

—Entrar ahí significa no salir pero nunca. Ya estoy dudando de si es buena idea morir antes de ir a los trabajos forzosos.

—¿Hablas en serio? Solo será un tonto resfriado. Cuando te vean enfermo, ojeroso, sin fuerzas y mocoso no querrán llevarte. Además las monjas te aman, obvio no te dejarán morir.

—La gripe es lo de menos, esa agua es radiactiva. Voy a salir de ahí con cuatro ojos.

—Mejor aún, tendrás súper poderes.

Jude nos acompañaba y estaba desesperado por volver ya que tenía práctica con el profesor de música. Comenzamos una pequeña discusión. Yo le insistía a Ever que se lanzara de una vez y él salía con su típico e infantil: lánzate tú. Jude quiso empujar a Ever hacia el pozo, pero este lo esquivó una y otra vez hasta que en una de esas se agachó y yo recibí el empujón de Jude. Aún recuerdo en cámara lenta ver mi cuerpo desde una perspectiva externa cayendo en el hediondo y congelado pozo. Apenas me dio tiempo de contener la respiración antes de ser envuelta por las oscuras aguas. Sentí como miles de agujas clavarse en mi piel. Por un momento estuve dentro de un mundo sin aire y sin sentidos. Por apenas un segundo porque algo me jaló a la superficie. Un brazo me sostenía por la cintura y una respiración agitada rozaba mi oreja. Yo apenas podía boquear, boqueaba sin sentir que realmente el aire entrara a mis pulmones. Me costó incluso abrir por completo los ojos. En la orilla Ever me extendía la mano para que la tomara, fue entonces que reviré un poco para notar que Jude estaba dentro del lago conmigo, sosteniéndome y maldíganme mil veces por pensar en lo hermoso que se veía con sus rizos mojados, con las gotas del pozo podrido resbalándose por su rostro, con la piel tan blanca que sus ojos verdes resplandecían más que nunca. ¿Qué clase de persona que estuvo a punto de morir se detiene a pensar en la belleza de su rescatador? Una tonta niña enamorada. Sin embargo, el chico que me gustaba se lanzó a un pozo podrido y helado para salvarme, ¿qué niña era capaz de no perder las pocas neuronas que le quedaban?

No sé cuánto tiempo estuve mirándolo como si fuera una aparición, un ser celestial, la quintaesencia de la vida. Fue Ever con su grito que me sacó de mi ensueño.

Fue así como Jude y yo terminamos enfermos mientras Ever estuvo libre de comer todo cuánto quiso. Esa primera noche no queríamos alertar a las monjas de que estábamos enfermos, después de todos nos regañarían, así que Jude vino a dormir conmigo para entre ambos darnos un poco de calor. Esa noche dormimos abrazados, cubiertos con su cobija y la mía, pero no, no pensé ni un solo segundo en estar abrazada al chico que me gustaba, no, pensé en por qué Jude no podía servir ni siquiera para dar calor, Ever de seguro era más caliente, después de todo la grasa sí servía para algo. No me culpen, era solo una niña que en esa noche sentía que se estaba muriendo.

No pudimos esconder por mucho tiempo nuestra enfermedad. Los vómitos nos descubrieron, a parte de nuestro estado famélico. Ever, incluso se veía más rosado y robusto. Si mal no recuerdo, fue una semana después que nosotros nos mejoramos del todo y nuestra primera gran pesadilla ocurrió. La mujer de las carpetas volvió y Ever fue llamado de nuevo a la dirección. Estábamos en el patio cuando aquello ocurrió, recuerdo que él me miró y encogió los hombros, yo lo tomé del brazo y corrí con él en dirección opuesta. Tan solo lo llevé tras la cancha, necesitaba decirle que todo estaría bien.

—Pase lo que pase no nos separarán, ¿entiendes? Si deciden enviarte a algún hogar de acogida, o a lo que sea, nos escaparemos.

—¡¿Escaparnos?! —Fue Jude el que gritó escandalizado.

—Sí. Nosotros vamos a buscar nuestras cosas y te esperaremos en el fuerte. Si te mandan a buscar tus cosas para llevarte con ellos, vienes al fuerte y nos vamos. ¿Entendido?

—¿De verdad dejarían todo por mí? —Parecía no creerlo.

—Somos una familia, claro que sí —aseguré.

—Perfecto.

Ever sonreía de nuevo y no aquella sonrisa falsa. Sé que me abrazó y yo me dejé abrazar. Incluso yo me sentía feliz, por fin ese vacío en el estómago que no me dejaba dormir se fue. Sin importar lo que pasara en la dirección Ever, Jude y yo seguiríamos juntos.

Sé que Jude no estuvo de acuerdo con el plan. Mientras recogíamos, a escondidas, nuestras pocas pertenencias, me decía lo peligroso que era estar sin un hogar, que sería más difícil para mí por ser mujer. ¿Dónde vamos a vivir? ¿Nos congelaremos es invierno? ¿Nadie querrá darle trabajo a unos niños huérfanos? Por cada pregunta dije un: estaremos bien. De verdad confiaba en eso. Mis padres, los seres más descerebrados del planeta, sobrevivieron por varios años vagando de un lado a otro, por qué no sobreviviría yo.

Ya en el fuerte, con nuestras cosas, el discurso de Jude continuaba.

—Tú y yo tenemos más cosas en común que la de nuestros padres fans de The Beatles. Los míos, así tan locos como eran, nunca me abandonaron, tu mamá nunca te abandonó. A Ever lo abandonaron de bebé. ¿En serio podrás abandonarlo? ¿Somos una familia, la familia no se abandona? ¿Lo entiendes?

Puede ser que la comparación con su mamá lo afectó porque no dijo nada más. Mediante el silencio llegamos al acuerdo de que sí nos iríamos, solo era cuestión de que Ever llegara.

Ever llegó un par de horas después. Ya estaba oscureciendo y tanto Jude como yo nos habíamos quedado medio dormidos recostados en el árbol. Ever tenía los ojos enrojecidos, la nariz también. Pensé en que le dolía tener que dejar lo que fue su hogar. Me puse de pie, tomé la bolsa de saco con mis pertenencias, estuve a punto de decir un: andando. Cuando primero llegaron sus palabras.

—Mis padres me encontraron.

Mi mundo se detuvo porque, después de todo, el vacío en el estómago siempre tuvo un fundamento. Esta pequeña familia sería separada. 

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