Capítulo 3
Enamorarse es tan raro, creo que es hasta anti natural. No puede ser natural sentir que estas enfermo las veinticuatro horas del día, vivir en la incertidumbre, zozobra, miedo y ansías. Sentía que la Ima real había sido abducida por algún extraterrestre, porque esa cosa llena de nervios y calambres en el estómago no podía ser yo. Había noches en las que Jude dormía a mi lado y yo no hacía más que repetirme lo mal que estaba el que me tentara detallar su rostro toda la noche como una psicópata. O lo mucho que me esforzaba por no rozarlo ni un poco por temor a sentir esas incómodas descargas de electricidad que me recordaban que algo me había poseído. Muchas veces quise, de hecho, retroceder el tiempo. Quería volver a ser la Ima antes de hablar con la idiota de Melanie Green. La cual, por cierto, vivía pululando alrededor de Jude. Era tan arrastrada. Quería volver a ver a Jude como el fastidioso niño llorón, no como: ¡aw! El tierno chico llorón.
Sentía que vivía con dos cursis corazones como ojos, así que me esforzaba enormemente por esconderlo. Y empezó una nueva etapa: encubrir mi inadecuado enamoramiento. El plan consistía en actuar normal, mas alguna parte de mi mente estaba convencida en que yo normalmente era la imitación fiel y fidedigna de un dromedario. No entendía ni de dónde sacaba tanta saliva para escupir. Era algo innato, Jude aparecía por mi campo de visión y me convertía en la mejor escupiendo como hombre. Jude siempre ponía alguna cara rara cuando me veía escupiendo, fue Ever el que terminó soltando un día que si estaba enferma o me estaban saliendo nuevos dientes. Tenía trece años para ese entonces, era obvio que ya desde hace mucho había perdido los dientes de leche. Jude, el más inteligente de los tres, fue el que casi le dio un golpe por decir tal estupidez. Sin embargo, Jude también se preocupó y comenzó a buscar en la biblioteca enfermedades que incluyeran exceso de saliva, no encontró ninguna.
Mientras yo era un ecupitajo andante, Melanie Green se estaba convirtiendo en la sensación de Saint George, odiaba verla desfilando con su uniforme que a ella le quedaba tan bien, besando en la mejilla a Jude, paseando con él. Me enervaba. Era tanto mi odio irracional que un día le prohibí a Jude hablarle, así tal cual.
—¿Estás hablando en serio?
Recuerdo que había acabado de salir de la ducha de los hombres. El cabello le goteaba a chorros porque no había dejado que terminara de tomar la toalla que la muy servicial de Melanie tenía en sus manos para él. En cuanto lo vi salir lo jalé de la oreja y lo llevé bien lejos de todos.
—Sí —respondí como si fuera de lo más normal prohibirle a otro dejar de tratar a una persona en particular. Lo peor es que no había ningún historial de enemistad entre Melanie y yo.
—Tengo que dejar de tratarla porque...
—Porque yo te lo pido. ¿Necesitas otra explicación?
—Sí, creo que sí.
—¡No puedo creerlo! Si te digo haz tal cosa tú la haces, por eso somos amigos, los mejores amigos.
El continuaba con aquella expresión que gritaba que necesitaba una explicación distinta a la comunista que yo le había dado. Así que vencida pensé rápidamente en algo. No la mejor excusa, por cierto.
—Es el colmo, el colmo que tenga que darte explicaciones. ¡El colmo! Pero ya que el señorito necesita saber... Melanie... ella... dice... que... Ever y yo somos novios —susurré lo final. ¿Cómo es que estaba enamorada pero no podía si quiera pronunciar la palabra novio? Era algo tan anti natural para mí.
—¡¿Qué?! ¡Ever y tú!
—Ajá. Anda diciendo esas estupideces por todos lados. Hasta está cantando Ima y Ever se be... be... be... ¡Agh! Ni siquiera puedo decir eso, me dan arcadas. Dice que nosotros eso, la palabra con B, debajo de un árbol. ¡Es una idiota! Por ello le dejas de hablar y punto.
—¿Ella está diciendo esas cosas? ¡¿Por qué?!
—Porque está loca y obviamente carece de una vida interesante.
—Hablaré con ella, no puede...
—¡No! Ni se te ocurra.
Lo que me faltaba es que Melanie me dejara en evidencia.
—No quiero que esa larva crea que me preocupa las cosas que dice de mí. No me preocupa, solo me molesta. Y tú como mi mejor amigo no debes ser amigo de mis enemigos, ¿entendido? No le hablas, no la miras, no quiero ni siquiera verte caminando en el mismo pasillo que ella. La ley del hielo.
—Entiendo —dijo no con mucha seguridad—. Ella tiene mi toalla, ¿ahora cómo hago? Porque me estoy muriendo del frío.
Estaba tan concentrada con mentir que no había notado que sus labios estaban morados y todo él temblaba. Estábamos en un lugar donde la brisa era muy fuerte. Era realmente desalmada.
—Corre a tu habitación busca otra toalla y...
—¿Otra? ¡¿Otra?! Sabes que no tengo otra.
—Corre a tu cama y envuélvete en las cobijas. ¡Vamos!
Él me miró con aquella mirada de: no tienes remedio. Pero era el morir congelado o seguir cuestionándome, así que corrió. Sé que yo me desvié hacia donde estaba la tonta de Melanie con la toalla, se la arranqué y seguí a Jude.
Llegué hasta dónde él y comencé a secarle sus largos y bellos rizos con la toalla. No dejaba de pensar en ¿cómo era posible que fueran tan brillosos y suaves si nosotros no teníamos champú, solo un jabón que olía demasiado a cebo? Las estrellas brillan aunque intenten sumergirlas en el fango. Lo sequé mientras continué con mi discurso de: no hablarle a Melanie. Era casi como si le llegaba a hablar entonces se olvidara de mí. Una vez lancé esa amenaza me quedé en blanco. ¿Por qué hacía tal amenaza? ¿Quién me aseguraba que yo era importante para Jude? ¿Por qué yo sería importante para alguien? Pero él asintió. Nunca pronunció las palabras: no le hablaré nunca más a Melanie. Solo asintió.
Todo eso ocurrió a mitad de tarde. Me sentía satisfecha con mi hazaña. Me topé con las ojos de venado de Melanie y casi que me reí en su cara. No dejaba de pensar: Jude jamás será tuyo. Y algo dentro de mí me decía: tampoco es tuyo. Pero a esa molestosa voz la acallaba de inmediato, después de todo yo era lo más cercano que tenía Jude a una familia.
Unos días después de mi advertencia a Jude, de ver con gran satisfacción cómo no atendía a los incesantes llamados de Melanie y de casi morirme de la risa al ver como ella lloraba casi que en cada rincón por su rechazo, Ever llegó a mí con una gran sonrisa de oreja a oreja. Yo estaba tomando un cuartito de leche que venía en un envase de cartón y que nos daban todas las mañanas de desayuno, no sé por qué me gustaba guardarlo para después.
—Entonces tú y yo nos besamos debajo de un árbol.
Todo el contenido de leche que había en mi boca salió disparado. Él sonreía, realmente feliz, estaba gozando de esa situación.
—Si querías que te besara me lo hubieras dicho, yo encantado. No tenías que inventar esos rumores.
—Que yo quiero que me beses, no seas tonto. Yo no inventé esos rumores.
—Melanie dice que sí.
—¡Melanie!
Me iba a dar un infarto.
—Jude me dijo de una forma muy ruda, he de acotar, que dejara de hacer parecer que tú y yo somos novios, que por ahí Melanie estaba diciendo que nos besamos y qué se yo. Me dijo que él no podía hablar con Melanie, porque tú se lo prohibiste, pero que yo le advirtiera que dejara de esparcir esos rumores. Así que fui a hablar con ella.
—Ever eres un tonto. ¿Por qué no decirme antes a mí?
—No sé toda la situación me pareció de lo más rara. Te hablaba a ti para recibir una mentira más o me iba directo a la fuente. Hay veces que no soy tan tonto como Jude cree, ¿no crees?
Estaba tonto si creía que lo felicitaría por haber usado, por primera vez, la cabeza.
—¿Por qué yo iba a mentirte?
—Eres re buena en eso. Melanie me dijo que ella no había dicho nada parecido, la pobre casi se puso a llorar. Me pidió que intercediera por ella con Jude.
—¡Tsk! ¡Maldita babosa!
—¿Vas a explicar por qué no quieres que Jude hable con ella?
—Porque... ella está enamorada de Jude, lo sigue como una pulga a un perro.
—¿Y?
¿Cómo es que no veía el problema? Era inaudito.
—¿Si sabes que Jude no es tu hijo?
—¡Claro que él no es mi hijo!
—Es normal que se enamore, que tenga novias, que se bese con ellas. Ya tiene edad, más bien es muy raro que siendo tan caritas como es aún no tenga novia.
—Tiene trece años.
—Casi catorce, y qué. Yo tuve mi primer beso creo que a los cinco años. Y mi primer beso beso a los doce.
—¡¿Tú?! ¿Quién hizo el sacrificio?
—¡Ja! Aunque no lo creas, querida amiga, este gordito es muy querido. Más que tu preciado Jude.
Nuestra conversación se desvío a las noviecitas que tuvo Ever, el cómo fue su primer beso por un juego que hicieron a escondidas. Él fanfarroneaba que su primer beso beso fue con la chica más linda del orfanato, que para su beneficio, había sido adoptada dos meses antes de mí llegada. De pronto me entró la curiosidad de cuál era, en ese momento, la niña más linda del orfanato. ¿Cuál posición ocupada yo? No solía verme en el espejo, en el baño solo había uno y muy pequeño, además de concurrido. La única forma de saber un poco de mí, era verme en los vidrios de las ventanas, mas nunca me interesó saber cómo lucía, hasta ese día. Sabía que Melanie era linda, notaba que los chicos le sonreían como tontos, y las chicas querían ser como ella. Aunque en el orfanato todas vestíamos el mismo horrible uniforme y no teníamos nada más que cualquier cosa que hiciéramos de basura. Melanie era naturalmente bonita, así de bonita se despertaba, así de bonita se acostaba. Entonces esbocé la pregunta: ¿Quién es la chica más bonita del orfanato?
—Una que anda inventando por ahí que se besa debajo de un árbol conmigo.
—Podrás ser más idiota. Hablo en serio.
—Es en serio. Con eso de estar escupiendo como camello cada tanto has perdido puntos, pero sigues siendo la número uno.
—¡Bah! No veo a ningún chico tras de mí, ni mirándome como ojos de ciervo alumbrado.
—Porque les das miedo y te ven a escondiditas.
—Después dices que yo soy la mentirosa.
—Lo eres, eres la más bonita. Y no sabes, cada que veo a alguien viéndote inapropiadamente lo golpeo.
—Ah, entonces tú eres el culpable de que no sea popular como Melanie Green.
—¿Acaso la niña quiere esa atención? No lo veía venir de ti, Ima.
—Claro que no. Entonces... soy bonita —Tenía que repetirlo porque no me lo creía—. ¿Puedo gustarle a alguien? ¿Soy alguien al que quisieran besar?
—Sí, supongo. Claro, siempre y cuando no los golpees. Y ya te lo dije si estás tan necesitada aquí estoy, dispuesto a que practiques conmigo tu primer beso.
—¡Cállate!
Sé que lo di un buen golpe en el brazo del cual se quejó, pero no dejó de reír.
—¿Quién es el chico más lindo del orfanato? —preguntó él.
—Eso es fácil... Jude.
Podía decirlo sin miedo a ser descubierta. Negarlo sí me habría puesto en evidencia.
—Sí, tienes razón —admitió de mala gana—. Los niños musicales son los más lindos del orfanato, es tan perfecto que me dan nauseas. Las personas no saben apreciar la belleza que otorga la grasa acumulada. Conmigo, a mi lado, tienes un cuerpo acolchonado, que proporciona calor y confort. Yo soy el chico más lindo de este lugar porque lo digo yo.
Era imposible que él no me hiciera reír con sus ocurrencias. Recuerdo que en algún punto de la conversación, quién sabe cómo, me quitó mi cartón de leche, cuando me di cuenta ya lo tenía vacío entre sus manos. Le recriminé que por eso él estaba tan gordo, pero él acotó que eso lo hacía especial. Y sí que lo era, estar gordo en un orfanato en el que a duras penas nos daban comida, y nada apetecible, era una proeza. Jamás imaginé que ese día perdería a mi mejor amigo, porque Jude era el chico del que estaba enamorada, pero Ever era el enorme oso de peluche que todo niño necesita a su lado.
La tragedia comenzó con una mujer en sus treinta y tantos, alta, blanca, vestía un vestido oscuro casual pero elegante, y unos enormes lentes de pasta. No tenía idea de quién era, solo que iba a travesando el patio con varias carpetas y hojas en sus manos, no sé si nosotros fuimos los que la vimos primero y reviró ante nuestra mirada, o si pasó al mismo tiempo, pero nos vio, debo corregir, lo vio y las carpetas cayeron de sus manos. Cómo olvidar lo que Ever me susurró en ese momento: "Lo ves, mi grasa es tan atrayente que conquisto hasta a señoras de la alta sociedad". No pude reír porque aquella mirada era de quién había visto una aparición, era similar a la que tenía mi padre cada que veía a Jhon Lennon. Y no me equivoqué, ella vio una aparición, vio a un muerto. Ella lo apartó de mi lado.
Nota de autor:
Me puse como meta terminar esta novela, ya que quiero enviarla a una editorial que abrió recepción de manuscritos, así que me verán mucho por acá este diciembre. Intentaré actualizar al menos unas tres veces a la semana.
Por cierto, sepan que una de mis novelas: Cupido, se encuentra disponible en físico en Amazon, en versión tapa dura y tapa blanda. Ya saben si pueden comprenlo porque les aseguro que es un libro hermosísimo que no pueden dejar de tener en sus bibliotecas.
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