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El tiempo pasaba tan rápido que nunca habríamos imaginado que ya hacía un año desde que la vivaz Ophelia falleció. Desde que eso sucedió el joven Kiur se aisló a si mismo mudándose a una vieja casa apartada del mundo; el lugar que lo rodeaba era frío y oscuro, sus esqueléticos árboles decoraban el mustio y seco jardín que rodeaba la casa y a un camino de piedras que llegaban a la puerta de ésta. La casa era de madera antigua haciendo que cada paso que dabas hiciera crujir los suelos; su interior estaba deteriorado y polvoriento, era como si la vida se hubiera alejado de allí hacía ya mucho, y la verdad es que así era... Pero no fue solo por ello por lo que el muchacho decidió huir de la gente y aislarse. Después de enterarse de que su esposa había fallecido salió lo más rápido que le dejaron del hospital para poder comunicárselo a sus suegros; los cuales no tuvieron ninguna piedad en echarle toda la culpa a él, decían que su hija podría haberse casado con alguien mejor pero que todo lo hacían por sus tierras; Kiur podía ver el dolor de esos padres, pero sabía que no estaban tan destrozados como él, pues poco después de transmitirles las malas noticias ya estaban de vuelta a la normalidad, sin embargo él no podía, jamás olvidaría a su amor, es por ello que viendo la crueldad de la gente se decidió aislar en ésta antigua casa para llevar consigo todo el dolor y la pena que desgarraba su alma.
El lugar en el que se encontraba en un momento de los años fue alegre y lleno de vida, pero desde que su dulce amada falleció todo se volvió gris y frío; la verdosa vegetación se mustió junto a ella, igual que el resto de la que, en su día, fue una hermosa casa llena de flores.
Kiur paseaba por los vacíos y estrechos pasillos de la casa; ni él mismo sabía por que, pero la verdad es que no podía estar quieto, la tristeza lo arropaba como su segunda piel, y lo cierto es que debía estar tomando pastillas a cada momento por la depresión que obtuvo.
Los días dentro de la vivienda eran lentos, todos iguales; se levantaba a comer, de ahí al cuarto, del cuarto a la pequeña librería que tenía en el salón y del salón al pasillo dando paseos sin rumbo y llorando por dentro por lo que había perdido hacía aún tan poco.
La Navidad se acercaba a unos pasos enormes, pero ni siquiera eso le hizo tener alegría, pues era en este momento de su vida cuando peor se encontraba, la noche del accidente le atormentaba por las noches creándole inmensas pesadillas que le hacían despertar en mitad de la oscuridad gritando y llorando, tomaba su rostro entre las manos sudorosas y seguía llorando en una mezcla de dolor y desesperación.
No recibía visitas y la soledad estaba acabando con él, las pesadillas se hacían más notorias a medida que el 24 de Diciembre se acercaba hasta que no pudo más, ya no lo podía aguantar así que decidió que lo mejor era terminar con ese dolor y encontrarse con su amada Ophelia, pero la muerte no lo permitiría.
En una de esas noches en las que las pesadillas se presentaban una y otra vez como si hubiera entrado en un bucle, la muerte se le presentó en forma de mancha negra mecida por un viento que solo parecía afectarle a él y con una voz de ultratumba le dijo que aún no había llegado su momento, que no tenía intención de llevárselo consigo.
Después de eso despertó creyendo que había sido un sueño, pero la prueba de que no lo era estaba frente a sus ojos, las mismas palabras estaban escritas en la pared que tenía frente a él con un color rojo como si de sangre se tratase.
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