Capítulo especial: Navidad de Tobi
Un montón de años después...
Narra Tobi
—Compañeros —la directora se levantó de su silla—. Solo me queda agradecerles por el valioso y duro trabajo que todos realizaron este año. Estoy segura de que cada quien hizo su mayor esfuerzo por nuestros niños, tal como lo hacemos cada año. Ustedes saben que gracias a ese compromiso que tiene cada uno desde su rol y desde su área es que seguimos estando entre los mejores colegios, no solo de la ciudad, sino del país. Cada vez estoy más segura de que contamos con los mejores maestros, directivos, orientadores, secretarias y personal de servicio. A todos y cada uno le doy las gracias y espero tenerlos con nosotros el otro año y si es posible hasta que se pensionen —todos se levantaron de sus asientos y aplaudieron, unos cuantos se abrazaron entre ellos—. No siendo más. Disfrutemos de este delicioso almuerzo que preparamos para despedir el año y compartir con toda la comunidad educativa —unas personas entraron en la sala con platos en sus manos y comenzaron a repartir los almuerzos. La mesa era muy larga, habíamos más de cincuenta personas allí—. No olviden que las vacaciones van hasta el 15 de enero. Espero este tiempo de descanso les sirva para recargar energías y volver más animados y comprometidos que nunca.
Todos volvimos a sentarnos. Cada quien comenzó a hablar con quienes se habían sentado en puestos cercanos.
—Se ve delicioso —dijo Jaime, el profesor de sociales que se encontraba a mi lado—. El que no quiera puré me lo puede dar.
—¿Qué van a hacer estas vacaciones? ¿Van a viajar?
—Sí, con mi esposa nos vamos de tour por Europa —contestó el profesor de más edad. Ya tenía más de sesenta años. Decía que cuando se pensionara vendería sus propiedades y pasaría el resto de sus días viajando.
—Uno que lo más parecido a un tour que hace es venir al colegio —agregó Iván, profesor de biología, quien vivía en un pueblo a las afueras de la ciudad y tenía que invertir 4 horas diarias en buses para llegar al trabajo.
—¿Te vas a quedar descansando en tu pueblo? —preguntó la profesora de matemáticas.
—Todavía no sé. Estoy esperando que me confirmen algo —dijo él, sentí su mirada posándose sobre mí por un instante—. Me gustaría ir a visitar algunos pueblos que no conozco. Siempre he querido viajar y quisiera comenzar conociendo mi país.
—Verdad que el pollito nunca ha salido de su pueblo —le decían el pollito debido a su corta edad, tenía apenas 23 años—. Bueno, ahora de su pueblito y de la ciudad.
—¿Y qué estás esperando? ¿Estás mal de plata? Yo te presto si algo.
Negó con la cabeza.
—No me gustaría viajar solo y estoy esperando a ver si me confirman.
—Está esperando que le den permiso a la novia, ¿cierto?
Iván se sonrojó, yo clavé la mirada en mi plato para evitar hacer contacto visual si volvía a dirigir su mirada hacia mí.
—Vea hasta el más joven ya tiene su amorcito por ahí guardado. Tobi, de verdad te vas a quedar solo si no te pones las pilas —la profesora de matemáticas siempre me molestaba diciendo que no podía creer que un hombre tan juicioso, trabajador y apuesto siguiera soltero—. ¿Cuántos años es que tienes? ¿Veintisiete?
Asentí casi de forma inconsciente.
—Ponte las pilas que se te va el tren —la mujer dio un sorbo a su limonada—. Yo tengo una prima muy guapa, ¿qué tal si salen y se conocen? Ella tiene tu edad y anda afanada que porque no conoce a nadie y ya casi cumple treinta.
—Y es que se supone que a los veintisiete es que se conoce al amor de la vida —agregó el casi pensionado profesor—. Eso he leído en un montón de artículos que me mandan por WhatsApp y Facebook, está por todas partes. Puede que suene estúpido, pero tiene sentido, ¿no? A esa edad ya se es maduro y ya no se anda con pendejaditas. Ya cada quien tiene claro lo que quiere y lo más probable es que busque algo serio y estable. Aunque no creo que valga si se fuerza un encuentro. Más bien ponga cuidado a las personas que conoce o que conoció este año, qué tal hasta ya tenga el amor de su vida en las narices.
—La verdad no estoy interesado en esas cosas todavía.
—Pero, ¿por qué? Deberías aprovechar mientras todavía te ves así —insistió la profesora—. Ya luego solo te buscarán por tu dinero —todos se quedaron callados por un segundo—. En fin, piénsalo. Volviendo al tema, ¿tú qué harás, Tobi? —Todos voltearon a verme—. No me digas que te vas a quedar trabajando en tu consultorio como el año pasado. Descansa un poco de eso, así llegas fresco el otro año para escuchar los miles de problemas con los que llegarán los niños.
—No lo tengo muy claro todavía. No veo mi trabajo como algo agobiante, la verdad me gusta mucho, me distrae y me divierte.
—Primer síntoma de un workaholic, está obsesionado con el trabajo y ni siquiera se da cuenta. Me imagino que antes de dormir lo último que piensas es en algo relacionado con algún problema de los niños y al levantarte también. Luego supongo que sueñas con eso y mientras te desplazas al colegio lo sigues pensando.
"Ojalá así fuera" pensé con la mirada clavada en el plato. Si me gustaba trabajar era porque podía distraer mi mente de mis propios problemas, porque así sentía que mi vida cobrara sentido al ayudar a los demás y entonces no me sentía tan triste y vacío.
—Lo que dices ya es exagerado —dije en un murmullo.
Cuando notaron que ya comenzaba a molestarme cambiaron de tema y de víctima, y comenzaron a interrogar a la profesora nueva que había llegado hace tan solo dos meses.
El almuerzo terminó. Nos despedimos con abrazos y buenos deseos para que ese fin de año fuese feliz y en familia y para que el año que viniese estuviese lleno de cosas buenas. Los mismos deseos de siempre, aquellos que el 24 y 31 en la noche escribiríamos a un montón de contactos con los que probablemente solo nos hablábamos dos veces al año para desear lo mismo. El sin sentido que hallaba en esas fechas me hacía tomarle cada vez más fastidio a las mismas. Cada vez que llegaba diciembre me daba dolor de cabeza de tanto escuchar los mismos villancicos que comenzaban a sonar apenas terminaba octubre y me dolían los ojos y la cabeza con tantas luces y con el hecho de pensar en toda la energía y el dinero que se gastaba en ello.
—¿Vamos por unas cervezas? —el profesor de sociales se acercó a mí.
—En otra ocasión será, debo ir a terminar unas cosas del trabajo.
—Las adicciones son malas —agregó el hombre palmeando mi hombro.
Me sentí molesto, ¿por qué todos creían tener el derecho de opinar sobre mi vida? ¿De suponer cosas sin saber realmente el origen y los motivos de mis acciones?
Salí del colegio y me dirigí al consultorio, este quedaba muy cerca y allí era donde dejaba siempre mi carro. Saqué mis llaves y estaba por abrir la puerta del local cuando una voz me hizo brincar.
—¿Entonces vas a seguir trabajando?
Las llaves se me resbalaron de las manos, me agaché para recogerlas y luego di media vuelta.
—¿Qué haces aquí? —inquirí en voz baja.
—¿Qué harás esta noche?
—Una pregunta no se responde con otra —abrí mi consultorio con rapidez y lo hice pasar—. No tengo planes, por ahora terminaré de organizar unas cosas aquí y luego me voy para la casa.
—¿Quieres que vaya a tu apartamento? Podemos preparar algo rico y ver alguna película.
—Iván —agaché la cabeza y dejé escapar un suspiro—. Hoy no estoy de humor. Probablemente deba ir a casa de mi padre al menos a desearle feliz navidad.
—Pero tu padre no te agrada, no estás obligado.
—No es que no me agrade. Nuestra relación es complicada, eso es todo —Iván se sentó en un sofá que había en la sala de espera—. Sigue siendo mi padre y a pesar de todo me ha ayudado mucho.
—¿Qué tal si vas a donde tu padre y yo te espero en el apartamento? —Iván todavía tenía las llaves de mi apartamento. Me sorprendí al sentir lo seria que ese acto hacía ver nuestra relación. Es decir, ya hasta había dejado su cepillo de dientes y algunas prendas de vestir en mi casa—. ¿Sí?
—N-no lo sé.
¿Qué éramos? No dejaba de preguntármelo.
—¿No quieres verme? Has estado ignorándome todos estos días —el chico se levantó y se acercó hacia mí—. ¿Ya no te intereso?
Negué con la cabeza.
—No es eso. Solo he estado un poco estresado últimamente. A veces la vida simplemente es difícil, así no esté pasando nada realmente grave. ¿No crees? ¿No te has sentido así?
—Claro que sí, supongo que es parte de crecer —se acercó más a mí y puso sus manos en mi rostro—. Por eso mismo deberías tratar de relajarte un poco. Podemos ver algo, cocinar, escuchar música, cantar, no sé. ¿Qué te gustaría hacer? Sé que no te gusta que se metan en tus cosas, pero los profes tenían razón con eso de que eres un poco obsesivo. Deberías desconectarte un poco del trabajo, ¿no crees?
—Está bien.
Tal vez volver a estar con Iván era algo que necesitaba. Habían pasado semanas desde la última vez que había pasado la noche en mi apartamento y habíamos hecho mil cosas.
—¿Entonces te espero allá?
—Sí.
Iván me dio un beso en la esquina del labio y se fue. Yo me asomé a la ventana para verlo alejarse.
—Ese chico —sonreí. Iván lograba siempre hacerme sonreír. Era tan autentico, listo y alegre—. ¿Por qué te gusto?
Cerré la cortina. Iván y yo llevábamos unos cuantos meses saliendo. No era nada serio, desde el comienzo le había dejado claro que yo no buscaba ninguna relación, ni compromiso. Él había aceptado, prometiendo que no habría ningún tipo de sentimiento más allá del deseo. Sin embargo, tal como lo muestran en las novelas más ridículas de la televisión, en ese tipo de relaciones uno de los dos siempre termina faltando a su palabra. Termina enamorándose e inevitablemente rompiendo su corazón en pedacitos. Me era imposible culpar a quienes incumplen pues yo sabía por experiencia propia que el ser humano es incapaz de decidir de quien se enamora.
—Podemos decidir con quién estar, más no a quien amar —no pude evitar pensar en Matt. Incluso si habían pasado años, nunca había podido sacarlo de mi corazón. A veces lo odiaba por como terminaron las cosas, pero la mayoría del tiempo lo extrañaba.
El sonido de mi celular me sacó de mis pensamientos. Iván me había escrito, había adjuntado una foto de un carrito de supermercado, junto con el mensaje: "¿Algo que quieras comer en especial". Nuevamente sonreí.
Tobi: Helado de frutos rojos.
Abrí la foto de perfil de Iván. En ella salía abrazando a su perro, ambos parecían sonreír.
—Mereces a alguien que te quiera también.
Guardé el celular. Me gustaba pasar tiempo con Iván, pero detestaba la culpa que constantemente me acechaba al pensar en que, de algún modo, me estaba aprovechando de él, o estaba jugando con sus sentimientos. Él era un buen chico, no lo merecía.
—Tal vez debo alejarme de él.
¿Pero cómo nos alejaríamos si trabajábamos juntos? Yo había intentado ignorarlo los últimos días, quería que se aburriera de mí, pero él no dejaba de buscarme.
—Hoy le termino.
Y ese "hoy" siempre se convertía en mañana y hasta el momento ese mañana en nunca.
*****
Antes de timbrar traté de poner mi mejor cara. Cuando mi padre abrió sonrió extrañamente, sus intentos de sonrisa amable siempre eran extraños.
—Traje esto —le entregué un vino a mi padre—. Es tu favorito.
—Gracias, Tobi. Pasa.
La casa estaba llena de compañeros de la empresa de mi padre, no podía esperar para salir corriendo de allí. Salude a quienes conocía y luego le dije a mi padre que había quedado de ir a ver una obra de teatro en la que participaban unos exalumnos del colegio. No sabía qué más inventar, él no preguntó, probablemente ni cuidado me puso. Lo importante era que me había dejado ir.
"Menos mal no tuve que soportar a esos tipos hablándome de sus mentalidades de tiburón y preguntándome si quiero ser mi propio jefe" suspiré mientras abría mi auto. "Querer es poder", "El pobre es pobre porque quiere", "Cree en ti y triunfarás"... en fin, frases motivacionales vacías sacadas de cualquier página de Facebook. Me enfermaba la moda de mentirle al mundo diciendo que con solo desear algo y esforzarse por lograrlo era suficiente. Muchas veces lo era, pero no era una fórmula mágica. En realidad, la mayoría de veces el deseo y el esfuerzo resultaban en fracaso, al no contar con el verdadero elemento mágico que en un 99.9% aseguraba el éxito: la palanca.
Me producía tanto asco escuchar gente que desde su privilegio juzgaba a quienes no lograban cumplir sus metas o llegar tan alto como ellos, acusándolos de perezosos o poco disciplinados, cuando en realidad su única falla era haber nacido en el lado menos privilegiado de un país corrupto y desigual. ¿A dónde habrían llegado esas mentes de tiburón si les hubiera tocado trabajar en lugar de estudiar para mantener a sus hermanitos? ¿Si hubiesen tenido que escoger entre trabajar por un salario miserable en lugar de seguir sus sueños para evitar ver a su familia morir de hambre? Ellos no sabían nada de la vida. Eran ciegos con plata y con poder, incapaces de ver más allá de sus billetes.
Me subí al auto y comencé a manejar a gran velocidad. Lo único que quería era llegar y recostarme en el primer mueble que encontrase a mi paso. Pasados unos 20 minutos llegué a mi edificio, guardé el vehículo en el parqueadero y decidí subir los diez pisos que me conducían a mi apartamento por las escaleras, necesitaba tiempo para pensar. Cuando al fin llegué esperé un par de minutos antes de abrir, al entrar encontré a Iván durmiendo en el sofá.
—Llegué —me senté cuidadosamente en donde él tenía los pies, él se movió y se giró un poco, pero no despertó—. Pareces cansado —susurré y al verlo tan tranquilo sentí que no quería arruinar esa expresión terminando con lo nuestro.
Me levanté y fui a mi habitación. Tomé el cuaderno que guardaba en mi mesa de noche y comencé a escribir. Escribir era terapéutico, me gustaba hacerlo cada vez que llegaba a casa. Escribía mis pensamientos, sentimientos y eventos memorables que consideraba importantes mantener en mi memoria a futuro. Muchas veces no recordamos las cosas como son, las hacemos ver peor o mejor de lo que realmente fueron, pero si las cosas estaban escritas, no había forma de distorsionar la historia.
24 de diciembre
Qué clase de profesional soy si no aplico mis conocimientos en mi propia vida. No debería estar ilusionando a este chico y menos haciéndolo creer que tenemos un futuro juntos. No debería aprovecharme de sus sentimientos hacia mí para deshacerme de mi aburrimiento. ¿Qué clase de persona malvada y horrible soy? Sé que saldrá herido y si sale herido probablemente yo también, aunque no parezca odio hacer sentir mal a las personas. ¿Por qué no puedo solo dejarlo? Tal vez porque no quiero que esté triste. Sin embargo, algún día tendré que irme, ¿será más fácil que se aburra y me deje a mí?
—Llegaste —su repentina presencia me hizo brincar y hacer un rallón feo en mi diario. Lo cerré y lo volví a guardar—. ¿Cómo te fue con tu padre?
Iván se acercó y me dio un beso en la mejilla.
—Pues sinceramente salí corriendo de allá. Ya puedes imaginar el tipo de personas que me encontré.
—¿Tu padre multiplicado por 100?
—Peor que eso, aunque no parezca posible.
Ambos reímos.
—Tobi —se sentó en la cama y dio unos toquecitos en el colchón para que yo hiciera lo mismo—. Estuve pensando en lo que dijeron hoy en el almuerzo.
—¿Sobre el viaje? Ya te dije que depende de un proyecto que quiero presentar a la alcaldía. Si me piden el anteproyecto para antes de febrero, entonces tendré que quedarme trabajando.
—No. Eso no —puso su mano en mi pierna—. Escuchaste lo que dijeron sobre el amor.
—La verdad no me acuerdo bien de eso.
—Qué memoria tienes —sonrió—. Ellos dijeron que a los 27 años conoces al amor de tu vida.
—Ah eso. Sí, ¿qué pasa con eso?
—N-no lo sé. ¿Qué piensas de eso? Tienes 27 años.
¿A caso estaba pensando en confesar su amor por mí o esperaba que yo lo hiciera?
—No pienso nada al respecto. Creo que cada quien es un mundo diferente y esas cosas no se pueden generalizar.
—Pero, ¿no crees que yo podría ser esa persona? No lo sé, lo he pensado toda la tarde y aunque prometimos que no nos enamoraríamos, creo que la hemos pasado muy bien juntos. Me gusta estar contigo y sé que a ti también conmigo. Nos entendemos perfectamente bien, creo que hasta nos vemos bien juntos, ¿no crees?
—Ve directo al grano, Iván. Sinceramente no entiendo cuál es el punto de eso.
—Bueno —hizo una pausa breve—. Es que yo quisiera estar contigo, pero sin tener que ocultarnos de nadie. Estoy cansado de mantener lo nuestro en secreto. De que me ignores en el colegio para que nadie sospeche, de que siempre huyas cuando alguien nos ve juntos. ¿No te gustaría tener una relación sana, estable y feliz?
—¿Qué? ¿Te volviste loco? Por algo quedamos en que nada de sentimientos. Yo no quiero nada serio y mucho menos en el trabajo. Imagina el montón de chismes que se armarían. Nadie sabe que somos gays, absolutamente nadie y es mejor así. ¿Te imaginas a los padres de familia? Hay algunos que hasta sacarían a sus hijas del colegio al saberlo. Tu empleo corre peligro, no es tan simple.
¿Por qué no podía simplemente decirle que no lo quería como él a mí?
—Entonces terminemos. Ya me cansé de esto.
—¿Qué?
—Terminemos. Ya estoy cansado de sentir que soy el único al que le importa esta relación. Yo te amo, estoy enamorado de ti desde hace meses y ni siquiera sé qué sientes tú. Lo único que sé es que si me amaras no permitirías que me sintiera de esta forma. No vivirías ocultándome y haciendo como si no me conocieras, o como si fuese un simple compañero de trabajo al que apenas saludas.
—Es lo mejor.
—¿No me quieres?
—Sí te quiero, pero...
—¿Me amas?
—No lo sé —¿por qué no podía solo decir "no"—. Escucha, Iván. Esto...
—No. No digas más. Ya entendí todo —se levantó y se dirigió velozmente hacia la puerta—. No te preocupes, yo no te vuelvo a molestar —tiró la llave al suelo—. Puedes tirar mis cosas.
—Espera.
—No. Feliz navidad. Te dejé el helado en el refri.
—¿A dónde irás? ¡Ya está tarde para que viajes! —corrí tras él. Llegamos hasta el frente del edificio—. Espera —lo agarré del brazo—. ¿A dónde vas? Ya ni siquiera encontrarás buses.
—Suéltame. Eso a ti no te incumbe.
—Claro que me incumbe. No llores.
¿Estaba siendo manipulado?
—Yo solo pensé que era algo bueno para ambos.
—No estoy preparado para algo serio en este momento, dame tiempo —claro que estaba siendo manipulado y había caído aunque lo sabía—. ¿Vamos adentro?
Él me abrazó, yo besé su frente. Luego volvimos a mi apartamento.
—Tobi, no me importa si no me correspondes —no pude ocultar la sorpresa que me producían sus palabras—. El único lugar donde quiero estar es donde pueda verte —volvió a abrazarme y me sentí la peor persona del mundo.
El chico tenía un problema, era bastante claro, era totalmente dependiente de mí. Me necesitaba, estaba dispuesto a humillarse, a sentir dolor, a aguantar cualquier cosa con tal de seguir a mi lado. Recordé todas aquellas veces que aconsejaba a mis pacientes alejarse de aquellas personas abusivas que los hacían sentir miedo, que los lastimaba, que los hacía sentir que sin ellos no eran nada. El amor no tenía por qué doler. En ese momento yo era el malvado, yo era la persona abusiva, el mal hombre que se aprovecha del amor del otro para satisfacer sus necesidades, pero que es incapaz de cuidar y hacer feliz a ese ser amado.
Aunque me sentía culpable traté de alejar los malos pensamientos y tener una noche agradable. Cocinamos hamburguesas y vimos películas hasta quedarnos dormidos. A las doce de la noche mi celular sonó, entre dormido lo tomé. Un número desconocido trataba de llamarme, colgué enseguida. Odiaba contestar números desconocidos.
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No me canso de agradecerles por darle una oportunidad a mi historia. Gracias infinitas.
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