Capítulo 66 (Alternativo)

Narra Tobi

—Ya terminé de comer —Allan dio un vistazo a su reloj—. Te demoraste mucho. Pensé que Matt había tenido otro problema y no volverías por estos lares —dirigió su mirada hacia mí. Mi rostro se puso rojo enseguida.

—Lo siento —dije en un suspiro—. Quería llegar lo más pronto posible, así que cogí un taxi. Pero de un momento a otro el tipo se puso a pelear con otro conductor y me tocó bajarme y coger bus.

—¿Se pusieron a pelear?

—Sí. Creo que era conductor de Uber y la verdad ni supe por qué empezaron a pelear. Yo venía escuchando música cuando el taxi se detuvo y el señor se bajó a atravesársele al del carro. Cuando vi que se estaban poniendo más agresivos me bajé y me fui. Yo creo que el señor ni cuenta se dio.

—Pues yo siempre cojo buseta y te juro que ahí es peor. A veces se ponen a competir con otros conductores para recoger más gente y, en ocasiones, terminan insultándose o agarrándose a palo —imaginar la escena me resultaba cómico—. Es que si vieras. Una vez un tipo se bajó gritando con palo en mano y le tumbó un espejo al bus en el que venía. Yo apenas me acurruqué pensando que le iba a pegar a una ventana. El conductor no dejaba de maldecir y decir groserías, yo solo pensaba en que en cualquier momento uno de esos vidrios estallaría. De pronto escuché una señoras diciendo: "llame a la policía" "lo va a matar" —Allan trató de imitar una voz femenina—, luego unos chinos gritando "eso, dele más duro" "dele con el palo" —cambió la voz de nuevo—, y cuando volví a asomar mi cabeza por la ventana estaban los dos agarrados a puño, pata y palo en plena carretera principal.

—¿En serio? —nunca había presenciado una escena tan bochornosa—. Qué feo eso. A mí me daría miedo —murmuré—. Pues hoy la verdad me asusté. Jamás me había pasado algo así.

—Es más común de lo que crees —Allan sonrió y se alejó de la puerta—. Supongo que no has tenido que coger mucho transporte público en tu vida.

Mi rostro volvió a encenderse en un rojo vivo. Allan tenía razón. Eran contadas las veces que había tenido que usar un transporte diferente a la bicicleta y el auto de mi padre y, para ser sincero, no lograba recordar haber tenido que usar transporte público antes.

—Pues no es como que haya tenido la necesidad. Supongo que cuando entre a la universidad tendré que hacerlo.

—¿Tu padre no te soltará el carro?

—Me da miedo conducir.

En ese momento recordé la última vez que lo había intentado. Iba con mi padre, quien me estaba enseñando a manejar. Estábamos en una carretera solitaria que quedaba cerca de un barranco. Practicábamos allí porque eran muy pocos los carros que se asomaban. Todo iba de maravilla, tenía confianza en el carro y en mí mismo, pero cuando nos acercamos a la orilla de la carretera me asusté y mi reacción inmediata fue soltar el timón y cubrir mis ojos con mis manos. Desde aquel día dejé de ir a practicar con mi padre y la sola idea de sentarme frente al volante me causaba pánico.

—Definitivamente no es lo mío y, de igual modo, —el rostro de desprecio de mi padre invadió mis pensamientos—. De todas formas no creo que mi padre me preste el carro. Las cosas son un poco complicadas con él. No sé si ahora que Matt y Sara no estarán las cosas vuelvan a ser como antes —mi padre ni siquiera me había llamado en días. Tampoco lo había vuelto a ver en casa, a veces lo escuchaba entre dormido, escuchaba sus pasos y los golpes que le daba a la puerta—. La verdad no creo.

—Bueno, esperemos que así sea. O al menos que deje de ser tan mal padre —Allan fue a la cocina—. ¿Tienes mucha hambre?

Mi estómago rugió enseguida.

—Un poco —contesté apenado. Hubiera preferido decir que estaba muriendo de hambre, pero no habría sido muy cortés.

—Siéntate —Allan se acercó al comedor con dos platos en sus manos—. Tuve que cambiar el menú porque lo que estaba preparando antes se quemó.

—¿Se quemó? —me senté frente a uno de los platos.

—Por distraído olvidé apagar todas las ollas —Allan se sentó también—. Espero haya quedado rico. No sé si tú reces o tengas algún ritual antes de almorzar, pero yo estoy demasiado hambriento como para esperar. Buen provecho.

Allan comenzó a comer con rapidez. Yo me sentí un poco incómodo y culpable. En primer lugar, la comida en la que Allan había trabajado desde el día anterior se había quemado posiblemente por mi culpa. Y no solo había preparado otra, sino que había esperado para comer conmigo.

—¿No tienes hambre? —inquirió con la boca llena.

Ya fuese por la incomodidad o por la culpa, el hambre se me había quitado. Miré la comida. Era una pasta con atún que olía delicioso. Tomé el tenedor y enrollé la pasta para dar mi primer bocado. Realmente estaba exquisita.

—¿Qué tal está? ¿Quedó baja de sal?

Negué con la cabeza, aunque se notaba que no le había echado ni una pisca.

—¿Seguro? A mí me gusta comer bajo de sal y aun así siento que le falta un poco.

—Está bien así. No te preocupes —continuamos comiendo en silencio por un par de minutos—. Allan —di un sorbo a mi bebida. El chico ya había terminado de comer y se encontraba recostado contra el espaldar de la silla—. De verdad siento haber sido tan grosero contigo hoy. No quería hacerte sentir mal, solo que necesitaba ir a ver a Matt y a Sara.

—No te preocupes. El pasado pisado —contestó en una sonrisa—. No puedo decir que te entienda, pero supongo que si era algo importante, no es mucho lo que se pueda hacer para evitarlo.

—Me muero de la vergüenza, de verdad —era incapaz de mirarlo a la cara—. Y también quería agradecerte por no estar molesto conmigo y por recibirme de nuevo.

—¿Quién dijo que no estoy molesto?

—¿Estás molesto? —pregunté en una mueca de preocupación.

Allan asintió con la cabeza.

—Claro que estoy molesto. Es más, estoy ofendido —se cruzó de brazos—. Y ni siquiera sé por qué estamos almorzando juntos. No sé por qué cociné para dos personas.

—¿Quieres que me vaya?

—No. No quiero que te vayas —se puso de pie—. Tobi, puedes contar conmigo para lo que sea. Eso ya lo sabes. Solo te pido respeto, por mí y por mi tiempo. Sé que Matt es muy importante para ti. Estás enamorado de él —sentí que el jugo se me iba por otro lado y comencé a toser. Allan soltó una risita—. Estás perdidamente enamorado de él —agregó dando un par de golpes en mi espalda—. No tengo nada en contra de ello, pero si me vuelves a plantar así por él, o por cualquier otra persona, no volveré a perdonarte.

Volví a recordar su rostro lleno de decepción de hace unas horas y me sentí la persona más miserable del mundo.

—No me mal interpretes. No es como que yo deba ser algún tipo de prioridad. No. Pero con el tiempo de la gente no se juega. El tiempo es más valioso que cualquier otra cosa y para perderlo prefiero yo mismo escoger la forma.

—En serio lo siento, Allan.

El chico sonrió y caminó hacia la cocina.

—Falta lo más importante.

En sus manos tenía dos vasos con helado.

Narra Matt

"Vamos, Matt. Respira profundo. Solo mantén la calma y todo estará bien. Respira profundo" pensé en tanto ponía el celular contra mi oído.

—Respira profundo —solté mientras exhalaba.

—Hola, Matt. Pensé que no volvería a escucharte. ¿Cómo estás?

Mi corazón latía mucho más rápido que de costumbre. Por un momento sentí que no me sería posible articular palabra alguna.

—¿Matt? ¿Estás ahí?

—Sí —dije al fin—. Hola, Sam. Estoy bien. ¿Tú qué tal?

—Estoy bien. Gracias por llamar, Matt. De verdad quería hablar contigo.

Cada latido estaba acompañado de una sensación de dolor en el pecho. Mis ojos se aguaron enseguida. No quería escucharlo más. No quería saber nada de él.

—Matt —hizo una pausa breve—. Matt. Yo quisiera comenzar por pedirte perdón por todo lo que hice. Sé que no es fácil para ti tener que escucharme ahora, pero de verdad lo siento mucho. Me comporté como un completo imbécil, no medí las consecuencias de lo que estaba haciendo y terminé lastimándote aunque no tenías nada que ver con mis problemas —quería interrumpirlo y decirle que no hablara. Que su voz me producía malestar. Que lo detestaba y que jamás podría perdonarlo. Sin embargo, me sentía tan débil que no lograba articular palabra alguna—. Sé que nunca debí meterte en todo esto, Matt. Ni mucho menos aprovecharme de tu confianza. Sé que no tengo perdón. Sé que probablemente nunca me perdones, ni siquiera creo que yo sea capaz de perdonarme, pero solo quería decirte que lo siento, que no es tu culpa. Nada de lo que ocurrió fue culpa tuya.

—¿Quién ha dicho que lo sea? —pude decir al fin.

—Uno a veces se culpa, sin darse cuenta, de cosas sin sentido y es por eso que te pido que si alguna vez te sentiste de esa forma recuerdes que tú no cometiste ningún error. Tú no permitiste que estas cosas pasaran. Ódiame si quieres, pero no te desprecies a ti mismo, no creas que fuiste un tonto, o algo por el estilo, que dejó que se burlaran de él.

—No digas más —murmuré con dificultad. Las lágrimas manchaban mis mejillas y sentía que en cualquier momento me desplomaría en el suelo—. No quiero escuchar más.

—Matt, espera —una parte de mí quería colgar, pero otra deseaba seguir escuchando. Saber qué más tenía que decir la persona a la que más había querido y que más daño me había causado—. Yo ya recibí mi castigo, Matt. El karma hizo su trabajo conmigo. Solo espero que algún día me perdones y que si nos volvemos a encontrar podamos saludarnos con una sonrisa. Que si te vuelvo a ver te veas feliz.

—Yo estoy bien, Sam. No necesito de tus palabras para seguir adelante. No creas que por alguien como tú voy a echar a perder mi vida —limpié mis lágrimas con la manga de mi saco—. No te necesito. No te quiero en mi vida —mi voz sonaba cada vez más temblorosa—. No te deseo nada malo, pero no puedo decir que algún día pueda perdonarte. Solo te pido que no me vuelvas a buscar nunca más —el rostro de Sam aparecía en mis pensamientos como fotografías—. Yo seré feliz, seré muy feliz —los recuerdos de los momentos que habíamos vivido juntos también—. Si nos volvemos a encontrar, espero no reconocerte. Espero que hayas cambiado lo suficiente para pensar que vale la pena intercambiar un saludo contigo y conocernos de nuevo.

Del otro lado escuché el llanto de Sam. Nunca lo había escuchado llorar, sonaba atacado y no dejaba de repetir que lo sentía.

—Adiós, Sam.

—Hasta luego, Matt.

Colgué la llamada y me dirigí al baño para lavar mi rostro. Cerré la puerta con llave. Las lágrimas no dejaban de brotar, ya tenía la nariz, los ojos y el contorno de mi boca totalmente rojos. Me miré fijamente al espejo y me quedé enfocado en mis ojos. ¿Mis ojos ya no brillaban? Noté una mirada triste y apagada.

—Maldito Sam —la rabia me quemaba la garganta. Ya no era capaz de mirar mi reflejo en el espejo—. Te odio, te detesto —cada palabra era acompañada de un punzante dolor en mi pecho. Tenía tanta ira que comencé a tirarlo todo al suelo—. ¿Por qué no te mueres? —volví mi mirada al espejo—. Qué tonto eres. Eres un imbécil. Estúpido.

—¿Matt? —mi madre dio un par de golpes a la puerta—. Hijo, ¿está todo bien?

—Estúpido, estúpido —seguí murmurando con la cabeza apoyada contra el espejo.

—Hijo, abre. Me estás preocupando. Escuché ruidos extraños. ¿Estás peleando por teléfono? ¿Hijo? —volvió a golpear—. Abre o tendré que ir a buscar la llave.

—Voy a ser feliz —susurré despegando la cabeza del espejo—. Voy a ser feliz y si nos volvemos a ver verás que no eres lo suficientemente importante para destruir a alguien. Seré feliz, muy feliz. Sí. Sí —volví a mojar mi rostro—. Te perdono —sonreí frente al espejo—. Ya no dolerás y seré feliz.

La puerta se abrió. Volteé mi cabeza hacia mi madre. Sus manos temblaban y su rostro estaba pálido. Sin decir nada se abalanzó contra mí y me abrazó.

—¿Quieres matarme de un susto, Matt? —su voz sonaba entrecortada—. ¿Por qué eres así conmigo? ¿Qué te he hecho yo para que me causes estas angustias? Pensé que habías hecho algo muy malo, Matt. Muy malo.

—¿Qué iba a hacer en el baño, má? No exageres.

Mi madre me alejó de ella poniendo sus manos en mis hombros. Con sus suaves dedos trató de limpiar mi rostro.

—Pensé que me querías abandonar, hijo. No vuelvas a encerrarte así.

Aunque quería detener las lágrimas estas no obedecían mis deseos. Mi madre me tomó del brazo y me llevó a su cuarto. Allí nos recostamos, ella me abrazó y cantó a mi oído hasta que me quedé dormido. No sé cuánto tiempo transcurrió, pero cuando desperté mi madre ya no estaba por ningún lado. Algo se sentía diferente en mi interior. El odio que me había invadido aquella tarde ya no estaba.

Sentía como si todas las lágrimas que había botado hubiesen limpiado hasta el más profundo rincón de mi alma. Hace mucho no sentía tanta tranquilidad. No era como si los malos sentimientos que me causaba recordar lo que había pasado con Sam hubiesen desaparecido, no, era como si este hubiese pasado a un segundo plano y el mundo se presentara ante mí de una forma diferente. El mundo estaba lleno de posibilidades ¿por qué tenía que seguir eligiendo el dolor por sobre todas la demás?

Me levanté de la cama y corrí en busca de mi computador. Lo primero que haría sería revisar la información sobre becas y estudios en el exterior que había dejado pendiente.

—Despertaste —mi madre estaba de pie en la puerta—. Preparé arroz con leche, ¿quieres?

—Mamá —mi madre entró en la habitación—. Mira.

—Como que la siesta te sentó. Mira no más cómo te ves —me dio un beso en la frente—. Así me gusta verte, mi niño.

—Creo que morí y volví a la vida —contesté con una sonrisa de oreja a oreja—. Tenías razón con lo que dijiste del perdón.

—Para que veas que las madres no nos equivocamos. A ver si me haces caso más seguido —mi madre acercó su cabeza a la pantalla del computador—. ¿Becas para Alemania? —dirigió su mirada hacia mí.

—Mira, má. Hay unas especialmente dirigidas a quienes quieren estudiar artes. Hay para artes plásticas, artes escénicas.

—¿Quieres estudiar afuera? —la alegría se esfumo de su rostro.

Por un momento me sentí confundido. Pensaba que la idea le agradaría a mi madre, pero su rostro reflejaba lo contrario.

—No me malinterpretes, hijo. Sería muy bueno que estudiaras afuera y que tuvieras una beca, solo que no me esperaba eso. Es decir, no me había detenido a pensar en lo que quieres para tu futuro. Y jamás imagine qué tan pronto querrías irte de casa.

—No quisiera irme, má. Solo pensar en que estaré lejos de ti, de mis amigos, de todo lo que conozco me da mucho miedo. Pero creo que sería lo mejor para mí. Las universidades que he visto aquí o no tienen la carrera que quiero o son muy costosas.

—Entiendo —sus ojos se aguaron por un instante—. ¿Ya miraste más o menos qué requisitos debes cumplir? ¿Qué debes hacer?

Tomé un profundo respiro y comencé a explicarle a mi madre el paso a paso. Los documentos que necesitaría, las fechas a tener en cuenta. Había algunos papeles que todavía no tenía debido a que no me había graduado del colegio.

—¿Y el idioma, Matt?

—Antes de entrar a estudiar la carrera como tal tendría que ver clases de alemán por un semestre o dos. Algunas materias son en inglés, sin embargo, otras piden un nivel intermedio.

—¿Y eso entra en la beca?

—Sí.

La beca cubría el 80% de cada semestre y el 50% del curso de alemán, además, incluía el alojamiento y las comidas básicas. El dinero que teníamos ahorrado no era suficiente. Mi madre me dijo que debíamos hablar con mi padre, pues tampoco contábamos con el dinero para los tiquetes.

—Si no se puede en este momento puedo trabajar el año que viene y ahorrar lo que falta, má.

—Pero a mí me gustaría que salieras directo a la universidad. ¿Qué tal luego te dé pereza seguir estudiando?

—¿Pereza? —la miré de reojo—. Parece que no me conocieras. Yo quiero seguir estudiando, mis sueños dependen en gran medida de eso.

—Claro que conozco a mi niño. ¡No se diga más! Llamaré a tu papá de una vez.

La idea de pedirle dinero a mi padre me incomodaba demasiado. Aunque nuestra relación había mejorado yo no sentía la suficiente confianza como para hacer algo así. Incluso si era mi padre y debía esperar su apoyo económico, mi madre y yo nunca le habíamos pedido nada. Siempre le había ganado a ella el orgullo.

Mientras mi madre hablaba con mi papá pensé en escribirle a Tobi y contarle mis planes. Sin embargo, la posibilidad de que Tobi se sintiera afectado por la noticia me obligó a evitarlo. Lo mejor sería llevar a cabo el proceso antes de mencionar el tema a cualquier otra persona diferente a mis padres. En el momento en el que fuese segura mi partida, ahí sí sería preciso hablar con mis amigos.

Pasados unos diez minutos mi madre volvió.

—Tengo buenas noticias, Matt —no pude evitar sonreír—. Tu padre dijo que ayudaría con la mitad de tus gastos. Al menos en un principio, dijo que estando allá deberías pensar en una manera de ganar dinero para sostenerte. Pero bueno, al menos tendremos su ayuda para dar el primer paso.

—No sé si sea posible trabajar mientras esté estudiando —me lamenté—. ¿Será que es buena idea?

—Vamos al menos a intentarlo. Las cosas se irán dando, tomen el camino que tomen.

—Está bien —me sentía muy emocionado—. Voy a imprimir el formulario y a organizar los documentos que ya tengo.

Corrí a mi habitación. Estaba prendiendo el computador cuando mi celular vibró. Cuando encendí la pantalla tenía un mensaje de Alexander, quien me preguntaba si tenía una camisa blanca que le prestara, pues ese fin de semana tendría un evento familiar y todos debían vestir de blanco.

Miré la hora. Todavía estaba temprano. "Llevaré la camisa y de paso voy a visitar a Tobi" pensé. Por alguna razón el pensar en irme del país me causaba la necesidad de hablar con Tobi, así no fuese sobre ese tema.

—Ya vengo —grité antes de abrir la puerta.

—¿A dónde vas? —mi madre me miraba cruzada de brazos desde la sala.

—Alexander me pidió un favor. No tardo.

—Con mucho cuidado.

Salí del apartamento corriendo hacia la casa de Alex, no disminuí la velocidad de mis pasos hasta hallarme frente al edificio. Alexander me estaba esperando asomado a la ventana, al verme me saludó agitando su mano de lado a lado y desapareció del marco. Cuando subí la puerta de su apartamento ya estaba abierta.

—Hola, Matt. Gracias por venir, qué pena contigo. Yo iba a pasar, de verdad me da mucha pena que tengas que venir hasta aquí siendo tú el que me está haciendo un favor.

—No te preocupes —extendí mi brazo hacia él—. Toma, mídetela a ver si te queda.

Alexander tomó la bolsa y sacó la camisa.

—Yo creo que sí. Es de mi talla.

No tardé mucho en su apartamento. Hablamos un poco más de cinco minutos. Le dije que tenía que irme pronto porque había quedado de hacer unos mandados para mi madre.

Al salir de su apartamento saqué mi celular y le marqué a Tobi. Él no contestó. Intenté de nuevo al menos cuatro veces, sin obtener respuesta alguna.

—Debe estar durmiendo —agilicé el paso—. Debería comprar al menos un pan.

Iba caminando hacia la panadería de la esquina cuando vi a Tobi en su bicicleta. Parecía estar chateando y no dejaba de mirar de lado a lado. Un par de segundos después apareció otro ciclista en la escena. No podía distinguirlo pues estaba de espaldas. Entré a la panadería para evitar que me vieran y desde allí los observé.

El chico se acercó a Tobi y le susurró algo al oído. Tobi se sonrojó y sonrió. Luego el chico se giró y pude ver su rostro, era Allan de nuevo. En menos de nada ambos se acomodaron en sus bicicletas y desaparecieron de mi vista.

—¿Desea algo?

Me sentía molesto. No sabía exactamente cómo describir mis sentimientos, lo único cierto es que no eran positivos. Era como un revuelto entre rabia y traición. ¿Tan rápido Tobi había dejado de querer compartir tiempo conmigo y había conseguido un nuevo amigo?

—Disculpe —una voz femenina me sacó de mis pensamientos—. ¿Desea algo? —no contesté—. Si no va a comprar le pido que por favor se retire.

—Deme una mantecada —respondí avergonzado. La gente me miraba raro.

Narra Tobi

—Hagamos una carrera —Allan puso dos cascos de bicicleta sobre la mesa—. Vamos a ver quién llega primero a tu casa. Yo voy en mi bici y tú puedes usar la de mi madre.

—¿Ir en bicicleta hasta mi casa? —solo pensarlo me daba pereza—. Es lejos. Estoy cansado, mejor hagamos otra cosa. Además, ¿para qué ir a mi casa? Yo no quiero estar allá.

—Hagamos una pijamada allá —propuso con emoción—. Solo así te perdono el desplante de hoy.

—¿Qué? ¿Me lo vas a cobrar? Ya habías dicho que no pasaba nada —me crucé de brazos contra el espaldar de la silla—. Además, ¿por qué mi casa? ¿Por qué no la hacemos aquí?

—¿Trajiste ropa? No, ¿verdad?

—¿Y qué? Algo de lo tuyo debe quedarme.

—No. Aquí no se puede. Mi madre llega en la noche y no le gustan las visitas. Si llegara en este momento y te viera aquí se enloquece y me mata. ¡Nos mata!

—A mi padre tampoco le gustan las visitas —contesté con desgana.

—Pero casi nunca está. En cambio mi madre es seguro que viene.

—Casi nunca está —repetí con tristeza. Por más que tratara de restarle importancia al tema me afectaba. Cada vez sentía más que mi padre me odiaba—. Como sea, no quiero ir a mi casa hoy.

Allan pareció notar la incomodidad que me habían causado sus palabras.

—Lo siento Tobi, yo no quería....

—No te preocupes. No es nada.

—Si no quieres volver a tu casa entonces qué porque aquí no te puedes quedar. De verdad mi mamá se pone furiosa.

—No pensaba quedarme aquí. ¿Crees que soy así de conchudo?

—¿Entonces?

Pensé en Matt y en Sara. Quería llegar y verlos, quedarme con ellos. No quería llegar a mi casa y encontrar un montón de cuartos vacíos.

—¿Vas a quedarte donde Matt? —inquirió Allan apoyando sus codos sobre la mesa y acercándose a mí.

—N-no. No puedo quedarme allá. Me daría mucha pena. Además, creo que podría hacerlos sentir incómodos.

—Pues si no quieres volver a tu casa solo entonces volvamos juntos. Ya te lo dije, hagamos una pijamada. Vemos pelis, jugamos karaoke, juegos de mesa. No sé qué más te guste hacer en las pijamadas. Ya sé —se puso de pie y volvió a coger los cascos—. El que llegue de último tendrá que comprar la comida. No solo comprarla, prepararla.

—Pero las pijamadas son para comer cosas de paquete.

Allan me miró con los ojos entrecerrados.

—¿Quieres papitas y galletas? No, eso no. Al menos una salchipapa bien deliciosa. O una picada de maíz con salchicha. No seas tacaño.

—Yo no voy a cocinar nada que requiera aceite. Además, cada quien escoge lo que quiera comprar. Si me toca a mí voy a comprar papas, galletas, gomitas y palomitas de maíz de paquete.

—¿Palomitas de paquete? —hizo un gesto de asco—. Es lo más inmundo que he probado. Si ese es tu menú, ¿para qué ganar?

Allan no tardó en alistar una pequeña maleta con ropa y sus cosas de aseo. Juntos bajamos al sótano del edificio, en busca de las bicicletas. La bicicleta de su madre era muy bajita para mí. Traté de subir la silla, pero no fue posible.

—¿Seguro que no moriré usando esto? —se veía muy vieja y cuando me subí noté que el manubrio era muy duro—. Siento que vas a ganar por w.

—Eres un exagerado. Si quieres cambiamos.

Negué con la cabeza.

—¿Con quién crees que hablas? ¿A caso crees que soy un cobarde? Te voy a ganar incluso usando este pedazo de chatarra.

—Ya veremos —se apuntó su casco y me lanzó el mío.

Salimos del parqueadero. Yo no sabía por dónde coger. Allan me hizo señas de seguirlo.

—Por aquí casi no hay carros. Vamos —dio la primera pedaleada. Yo lo seguí.

Gran parte del camino tuve que ir detrás de Allan, ya que no conocía el sector. Sin embargo, cuando crucé la primera esquina conocida no hubo qué me detuviera. No solo pasé a Allan, sino que lo perdí completamente de vista. No me di cuenta de que andaba solo hasta que, llegando a la esquina de mi casa, miré hacia atrás y no había nadie conocido.

—¿Y este qué se hizo? —murmuré buscando mi celular en mis bolsillos—. ¿Será que se perdió? No creo. ¿Le pasaría algo?

Rápidamente busqué su número en mis contactos y le marqué. No contestó. Lo busqué en mi WhatsApp para escribirle y de la nada me entró una llamada de Matt.

—Ahora no —colgué enseguida.

Volví a marcar a Allan y por fin contestó.

—Me dejaste tirado —dijo en un grito que casi me deja sordo—. Ya voy llegando. ¿Ya estás en tu casa?

—Estoy en la esquina. Te espero aquí para que vayamos a comprar la comida de una vez.

Colgué y regresé el celular a mi bolsillo.

Pasaron unos cinco minutos. Saqué mi celular de nuevo y noté que tenía varias llamadas perdidas de Matt. Estaba por marcarle a Matt cuando Allan me escribió por WhatsApp, preguntándome en donde estaba. Miré alrededor del lugar y no lo vi por ningún lado. Iba a llamarlo otra vez cuando lo vi asomarse a lo lejos.

—Gracias por esperarme, ¿no?

El chico estaba rojo y un par de gotas de sudor escurrían por su frente y cuello.

—Era una carrera, ¿no?

—No te creas mucho. Te dejé ganar porque no quería comer palomitas de paquete.

—Sí, claro. Por eso estás empapado en sudor y apenas puedes respirar.

—¿Y eso qué? Así deberías estar tú. ¿Seguro que estás bien? Porque el no sudar debería preocuparte. ¿Si te estás hidratando? —se acercó más a mí—. Y lo de la respiración —se acercó mucho más—. Tú me dejas sin aliento —susurró a mi oído y se alejó enseguida. No pude evitar sonrojarme.

—Deja de decir bobadas —sonreí todavía con el rostro colorado.

—No son bobadas. Lo digo en serio —movió su bicicleta para mirar hacia la misma dirección que yo—. En fin, ¿dónde vamos a comprar la comida?


https://youtu.be/KxLnBHf6iF4

El día de hoy no recomiendo canción sino un canal de YouTube donde encontrarán contenido muy cool acerca de diferentes temas. Este podcast me encantó, de verdad te deja pensando en muchas cosas y te genera muchos cuestionamientos acerca de cómo estás abordando la vida. ¿La vida tiene un sentido? ¿Qué piensan ustedes?

Por otra parte, quiero agradecer a todos los que siguen leyendo esta historia. Ya se acerca el segundo final. ¿Cómo quieren que termine? 

Finalmente, como sabrán algunos yo soy de Colombia. Aquí la situación está muy difícil, es muy triste despertar a diario y ver que la vida de las personas que no pertenecen a la élite no vale nada. Importa solo como un número más en las cifras o cuando cualquier político se acuerda que necesita votos. No sé si quienes están fuera sepan lo que está ocurriendo aquí, en resumen el gobierno le ha declarado guerra al pueblo y nos están matando. Los casos de violación de derechos humanos, por parte de la fuerza pública y de civiles acompañados por la policía, son demasiado altos. Lo que me perturba es la facilidad con la que este tipo de hechos ocurre en esta época. No entiendo para qué sirven las organizaciones internacionales si no hay un verdadero control y podemos terminar en las manos de (des)gobiernos como los de Maduro y Duque. En Venezuela no ayudaron, en Colombia no han hecho mucho. ¿Cuántos muertos necesitan para intervenir de verdad? Espero algún día a política deje de ser un negocio, pues solo cuando eso pase nuestras sociedades serán justas y podremos hablar de justicia, dignidad y calidad de vida. Si están fuera de Colombia por favor compartan información sobre lo que ocurre, ¡la censura es real! 

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