Capítulo 1


Unos días después


El choque de los cubiertos con el plato y el masticar es lo único que se escucha en el comedor. Solo el silencio cotidiano durante las comidas es lo que reina. Me dedico a mantener la mirada en mi comida. Tampoco es como que me interese mucho hablar o convivir con mi perfecta familia.

Solo quiero terminar y después tomar un largo descanso, es mi día.

La semana de trabajo ha sido dura.

Paso el cuchillo por la carne, cortando un buen pedazo de ella y llevándomelo a la boca.

—Y....—el largo espacio que deja a mamá, me hace levantar por inercia la mirada hacia ella. Le veo regalarme una sonrisa. Aquí va—, ¿Qué tal estuvo tu día de trabajo?

Mastico un par de veces de forma lenta.

—Bien —respondo al final.

Noto su mirada desanimada. Ella quiere más y yo no puedo dárselo. Sin embargo, ella insiste:

—¿Solo bien, amor?

Como siempre.

—Si, a —intento buscar palabras para expresarme mejor pero no lo logro—, estado bien.

Ella asiente rendida. Relaja su sonrisa y vuelve a centrarse en su plato. Hago lo mismo.

—Podrías ser más amable con tu madre, por lo menos —mi padre habla con ese tono frío y golpeado en mi dirección. No es como el mío, en el de él se nota el disgusto. Continúo masticando y trago, lista para seguirlo escuchando—. Es lo mínimo que podrías hacer, porque en esta familia y en esta casa sobras, y te recuerdo que por tu madre es sigues aquí.

—Cariño —Mamá interviene.

Suelto una media sonrisa sin gracia antes de mirarlo.

—No he sido grosera en ningún momento, lamento que mi respuesta haya sido sincera y corta, y con respecto a lo otro puedo decir que es probable que en realidad el que sobra aquí es otro.

Golpea su puño a la mesa tan fuerte que mamá cierra sus ojos. Yo solo lo veo, sin una mínima reacción.

—La que está fuera de lugar eres tú —coloca ambos antebrazos en la mesa inclinándose hacia adelante—. Trabajando en ese lugar para mediocres sin hacer nada de provecho luego de haberte pagado la carrera completa. Una mujer sin aspiraciones, ¿Sabes la vergüenza que me da cuando mis colegas me preguntan en que trabaja mi hija? En lugar de decir es una gran Licenciada decir que es cajera en una cafetería mugrienta, no jamás, antes muerto que decirlo. ¿Es que cuando vas a esforzarte para hacer algo bien con tu vida y no darnos más vergüenza?

Cada una de sus palabras se clavan en mi pecho como pequeñas dagas lastimando lentamente y cada vez más profundo.

Paso saliva para que así ella se lleve el trago amargo. Alejo la mirada de él a la mesa sin agachar la cabeza.

Si puede decir que soy una Licenciada porque lo soy, otra cosa muy diferente es que ejerza. Bien podría decir que soy una Licenciada que le gusta trabajar en una cafetería y ya.

No piensa.

Bromeo para mí misma para aliviar el dolor de sus palabras.

Para seguir fingiendo.

El señor Dixon cree que nunca me esforcé por algo mejor, si supiera que lo hice mil veces para poder conseguir un alago de su parte. Sin embargo, me he resignado a que talvez sin importar lo que haga el siempre pensara lo mismo.

Y es cansado, esperar halagos de alguien al que simplemente no le importas.

Y entre más lo pienso, más claro se vuelve.

—¿Y a quien le importa dónde trabajo?

—A la gente.

—¿Sí? ¿O solo a ti?

Escucho una risa burlona de su parte.

—Se ve que no sabes nada —finaliza con eso. Se levanta de su silla, avienta su servilleta a la mesa y sin más, sale de la cocina.

Talvez deba ya ser común para mí, pero no.

Siempre duele.

Aun así, sea la milésima vez que lo diga, dolerá igual que la primera vez.

—Hija...—la voz triste de mamá me saca de mi mente.

Parpadeo varias veces notando el silencio una vez más.

Me paso la servilleta por la boca limpiándome. Nunca podemos lograr tener una cena/comida en paz los tres juntos.

—Se me fue el hambre. Gracias —me levanto y salgo los más rápido de ahí escaleras arriba a mi habitación.

***

Los toques a la puerta interrumpen mi acción y quedo con la camisa en mano antes de meterla a la maleta.

—¿Hija?

Es Mamá.

Siempre es ella. Solo ella.

Miro la ropa en la maleta y parpadeo despacio antes de responder:

—¿Sí?

—Saldré al supermercado, ¿Quieres venir? Podemos platicar, vendría bien.

Lo menos que necesito es platicar.

—Gracias.

Con esa simple palabra lo he dicho todo y ella lo ha comprendido. Escucho un pequeño suspiro del otro lado de la puerta y seguido de ello se despide. Cuando sé que ya está lejos reanudo mi tarea y tomo otro par de prendas y las lanzo a la maleta.

***

Mantengo unos de mis antebrazos sobre mis ojos, acostada en la cama. El aire entra por la ventana moviendo la cortina consigo.

Solo eso escucho, hasta segundos después cuando el sonido de la puerta principal cerrarse se escucha.

—Estoy de vuelta —grita Mamá.

Quito el antebrazo de mis ojos, exhalo viendo el techo.

Ok, es hora.

Me levanto de la cama, no sin antes echar una mirada a la ventana. El sol se ha ocultado ya. Tomo un respiro y salgo del cuarto.

¿Cómo se lo diré?

No quise irme así, sin decirle nada y que cuando llegara a casa solo encontrara una nota diciendo que me iba. No podía romperle el corazón así y que sintiera que la estaba abandonando.

Y tampoco quiero irme y dejarla aquí, pero es solo mientras consigo algo mejor.

Bajo las escaleras, pensativa y con la cabeza baja, hasta que percibo algo diferente. Un perfume distinto en el aire que me hace levantar la mirada y encontrar al dueño de tal aroma al final de las escaleras. Me detengo a la mitad de ellas.

Busco a mamá con la mirada, pero no está por ninguna parte.

Solo él.

Parece percatarse de mi presencia ya que voltea su cara hacia las escaleras. Y un rostro con las mejillas un tanto delgadas, cejas cafés, labios llenos de color es lo primero que mis ojos obtienen como vista.

—Oh, hola —saluda muy sonriente.

Termino de bajar las escaleras.

¿Quién es este ser y que hace en mi casa?

No dice nada y yo menos.

Solo observo que él me observa.

Termino de detallarlo disimuladamente con la mirada. Cabello castaño claro y un poco despeinado que provoca que varios mechones cubran cierta parte de su frente, altura de más o menos 1.78 y un conjunto deportivo negro que va en contraste con el color de sus ojos.

Mmm, nada extravagante ni nuevo.

—Supongo que eres la hija de la señora Dixon ¿verdad? —vuelve a hablar y se detiene esperando respuesta mía, sin embargo, no la hay—. Ah, me encontré a tu madre afuera, iba llegando y noté las bolsas de mandado, se veían pesadas así que me ofrecí a ayudarla y, bueno no importa. Mucho gusto, soy Noah James, tu nuevo vecino —estira su mano.

Noah.

Mi nuevo vecino.

Vaya que le gusta hablar.

Miro su mano, lo miro de vuelta y me giro ignorándolo para buscar a mamá. No me importa dejarlo ahí, no parece un ladrón, aparte mama lo dejo entrar.

Detengo mi paso al verla salir del cuarto de servicio. Tan rápido como me ve me regala una sonrisa. La misma que siempre te hace sentir bien.

—Oh, cielo, he traído pan.

—Hay un chico en la sala —indico sin pensar.

Y aun que espero algo diferente de su parte, lo que recibo es como sus ojos se abren un poco más y un brillo se prende en ellos.

—Oh, ¿ya has hablado con Noah? es muy amable —niego a respuesta—. Entonces vamos, estoy segura que te caerá bien, tiene la misma personalidad de su madre —me toma por los hombros muy emocionada sin dejarme decir algo más y obligándome a caminar a la sala nuevamente.

Lo que me he enterado en los últimos cinco segundos es que: Uno; mamá ya conoce a la nueva familia y Dos; ya es amiga de la vecina.

Llegamos a la sala y de nueva cuenta, vuelvo a ver aquel chico, pero ya no está donde lo dejé, no, ahora mira mi foto de graduación colgada en la entrada en el lado izquierdo de la puerta, unos años más joven.

No me gustan las fotos y mamá no tiene muchas mías, creo que por eso la ha puesto ahí.

—Noah —lo llama Mamá y el susodicho se gira de inmediato.

—Señora Dixon, una disculpa estaba viendo el cuadro, no note cuando llegaron.

—No te preocupes, es mi hija —indica refiriéndose a la foto. Da un suave apretón a mis brazos en una muestra de cariño.

OK, Mucho contacto físico.

—Claro, pareces ser muy inteligente —se dirige está vez a mi sin quitar esa sonrisa, pareciendo amable. Llevo mi mirada al piso desinteresada.

—Lo es, mi Ela es muy inteligente.

—Ela —repite e identifico que lo dice como si estuviera sonriendo al enterarse de mi nombre. Sé que me está viendo, pero yo no tengo interés en devolverle la mirada. Solo quiero regresar a mi habitación.

En mi día de descanso se supone que tengo que hacer eso, descansar. Y he hecho de todo menos descansar. Ha sido un desastre.

Siento una vez más otro pequeño apretón por parte de mamá, pero esta vez como señal de "di algo, no seas grosera" pero no sé qué hacer o decir. En cambio, el tal Noah, asiente satisfecho y da un paso adelante. Estira su mano hacia mí por segunda vez y está vez no puedo rechazarlo teniendo a mamá aquí.

—Bueno, pues entonces mucho gusto, Ela. Soy Noah James, tu nuevo vecino.

Se presenta como si no lo hubiera hecho minutos antes. Y sigo la actuación tomando su mano, la calidez de ella me invade por completo. Su suavidad y el tamaño ligeramente más grande que la mía.

—El gusto es mío —respondo.

Levanto la mirada encontrándome con la suya. Extrañamente siento una sensación recorrer mi cuerpo, erizándome la piel. Sin embargo, sigo viéndolo y él hace exactamente lo mismo conmigo.

Como si fuera lo más importante del mundo.

Intento alejar la mirada, pero cuando lo hago, algo me devuelve a él sin poder evitarlo.

¿Qué demonios?

Si, ¿Qué esta pasando?

Aparto mis ojos de él, cuando una pequeña caricia comienza a esparcirse en el dorso de mi mano. Un dato que solo yo puedo notar. Su pulgar apenas se mueve, siendo el dueño de aquel acto.

Es cuando todo vuelve a aparecer. Notando de vuelta a mamá, que, aunque sé que no fue intención de ninguno de los dos, la ignoramos. Paso saliva y alejo mi mano con lentitud. Sintiendo un vacío y frio en ella enseguida.

Él sonríe, metiendo sus manos a los bolsillos de su pants.

Y me quedo como tonta ahí parada.

***

Dejo la toalla para el pelo en la silla del tocador.

Masajeo mi cuello tratando de quitar lo tenso. Todo se ha ido a la basura. Le doy una última mirada a la maleta al lado del mueble.

Suelto un largo suspiro de cansancio.

Me siento en la orilla de la cama sintiendo el aire entrar por la ventana abierta. Bajo la mirada a mis manos, y envuelvo mi muñeca derecha con mi mano izquierda. La veo detenidamente y no se a ciencia cierta por qué.

Cierro mi mano en un puño, y cierro mis ojos. Llevo la cabeza atrás y dejo caer mis manos en mi regazo. Niego despacio, abriendo los ojos. Una brisa más fuerte entra por la ventana, alcanzado mi cuerpo.

Me levanto cansada hacia la ventana para cerrarla y antes de bajarla, noto la luz prendida de la habitación de la casa de enfrente. A pesar de haber un enorme árbol entre ambas casas me deja ver perfectamente la habitación. Logrando que queden frente a frente su venta a la mía.

Apoyo las palmas de mis manos en la orilla de la ventana y observo fijamente aquella casa.

Aquel lugar llevaba ya un tiempo deshabitada y es extraño notar luz y movimiento en ella.

Estira su mano hacia mí.

Bueno, pues entonces mucho gusto, Ela. Soy Noah James, tu nuevo vecino.

El recuerdo vuelve a mi mente y como si lo hubiera proyectado. Él aparece del otro lado.

Mi atención se eleva al verlo.

A lo que dijo mamá y él reafirmo, se han mudado hace apenas tres días junto a su madre y sus hermanos, dejando en claro que no es hijo único. Es curioso que no lo haya notado, aunque es de entenderse. Nunca le prestó atención a mi alrededor. Y a diferencia mía, mamá ya ha tenido la dicha de conocerlos a todos, es muy sociable y no pierde el tiempo.

Mis pensamientos quedan a un lado al verlo sacarse la camisa y dejar a la vista por unos segundos, su torso no muy marcado antes de volverlo a cubrir con otra prenda, sin darme tiempo a mirarlo más.

Al girarse para tomar otra cosa, su cara se topa con la mía. En lugar de parecer sorprendida porque me descubriera mirándolo, solo me quedo seria, sin expresión absoluta y quieta.

Camina hasta su ventana y apoya de la misma manera que yo, sus manos en la orilla de esta. Pareciera que hemos comenzado una guerra de miradas.

Es raro.

No raro en mal, solo raro.

Parpadeo un par de veces al ver como abre su boca con intenciones de hablar, me alejo recobrando la postura y cierro la ventana como tenía pensado hacerlo minutos antes.

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