Capítulo único

Dedicatoria:

Para mí mejor amiga, la mujer de mi vida, mi compañera de locuras, la persona más inocente y a la vez pervertida que conozco. Porque ella ha sabido soportarme en mis rabietas, aguantar mis insultos y mis crueles verdades; porque ella ha podido reír conmigo de mis estupideces y abrirse para contarme sus puntos débiles. Confió en mí un día y trato de hacer que no se arrepienta de ello.

Para IsitaJaeger , con mucho amor de Su Mío.

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La luz del atardecer se colaba por el amplio ventanal, pintando con una bella paleta de colores naranjas el interior del aula vacía. El bullicio en el exterior poco a poco se fue convirtiendo en mutismo cuando todos los alumnos abandonaron los pasillos y tomaron rumbo a sus casas; bueno, casi todos. Las cortinas blancas ondeban con la sutil brisa que se colaba por los cristales abiertos y, escondidos entre ellas, se encontraban dos adolescentes.

Jean besaba con todo el anhelo que había guardado en su interior a Eren, a quien había declarado su enemigo años atrás y de quién, con el tiempo, se fue enamorando perdidamente, sin retorno, sin darse cuenta. Lo tenía apresado por la cintura contra una de las columnas que separaban una ventana de otra, apretándolo contra su pecho y apresándolo sin salida, porque no quería dejarlo ir, no más; se había cansado de hacer como que no se daba cuenta, de apartar la mirada cada vez que lo veía hablar con una chica, de fingir indiferencia cuando le contaba que tenía una cita, de mantener aquella rivalidad y distancia cuando quería acortarla. Ayer en la noche Annie le había dicho a su mejor amigo que no fuera tan estúpido y le confesara a Eren todo lo que sentía, que dejara de mentirse a sí mismo y todos los que lo rodeaban, bueno pues, eso estaba haciendo.

Eren estaba apresado en medio de la ardiente piel de Jean cubierta por su uniforme —ahora desaliñado por tanta acción— y el firme cemento de la pared a sus espaldas, complicando una huida que él, definitivamente, no planeaba emprender. Bueno, quien sea que hubiese inventado aquello de «entre la espada y la pared» de verdad se había lucido, pues ahora mismo, Eren no encontraba otras palabras que describieran a la perfección su situación. Por ratos, fingía intentar zafarse de los fuertes brazos que lo mantenían preso de aquellas caricias, pero al final, y aunque tratara de negarlo, todo aquel juego le estaba gustando mucho más de lo que se atrevería a admitir.

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Para celebrar que su hijo había entrado a la primaria, la madre de Jean lo llevó a una importante tienda de juguetes de la ciudad, prometiéndole que le compraría el que él quisiera debido a que era una ocasión especial. Al principio el pequeño se negó diciendo que eso era infantil y que no necesitaba cosas tontas, pero nada más poner pie en ese lugar —que parecía un mundo distinto—, se soltó de la mano de su progenitora y comenzó a correr de lado a lado, examinando cada estante.

La tienda era extensa y muy ostentosa. Tenía las paredes pintadas de un elegante color crema y el piso estaba hecho a base de loza pulida. Del techo colgaban lámparas exóticas con formas curiosas, divertidas y coloridas que conseguían iluminar a la perfección el local. Las filas de estanterías se extendían mucho más allá de lo que un simple par de ojos podría divisar, y estaban repletas de distintos tipos de coches de carreras, figuras de colección de superhéroes, muñecas de porcelana y muchas otras cosas más.

Jean observaba con las pupilas dilatadas y las comisuras de sus labios elevadas a su máximo esplendor cada oportunidad de regalo que le brindaba aquel maravilloso lugar, debatiéndose internamente sobre lo que debería pedir.

Luego de pasar diez minutos dando vueltas alrededor de toda la tienda, Jean finalmente encontró el regalo ideal: una réplica exacta —aunque en versión pequeña— de «El Hombre Araña», su superheroe favorito.

De inmediato, supo que aquella figura debía ser suya, pues él era un auténtico fan de las aventuras que se le presentaban al chico con poderes arácnidos cada semana, durante los programas que solían transmitirse todos los lunes por televisión. Así que extendió su pequeña manito intentando llegar a él, pero antes de hacerlo impactó con otra.

Desorientado y confuso el pequeño miró a su lado, encontrando a otro niño igual que él. El marrón en sus orbes chocó con el verde más hermoso que jamás hubiera existido. La criatura frente a él tenía unos lindos cabellos castaños largos, casi que hasta la altura de sus hombros, revueltos como la más rebelde se las mareas; era dueño de todo un bosque repleto de vida apresado en sus ojos, portador de la esperanza plasmada en su mirada; y tenía facciones tiernas, ligeramente femeninas.

Ambos se mostraron distraídos un momento, mas luego sus semblantes cambiaron a uno de desaprobación, mirándose con furia, hasta casi gruñirse.

—¡Es mío! —exclamó el desconocido, reclamando lo que según él le pertenecía.

—¡Cállate! —le gritó Jean, tomando el juguete para abrazarlo contra su pecho —. Yo lo ví primero.

—No, yo lo ví primero —corrigió el castaño, arrebatándole el objeto provocador de la disputa.

—Vete a por una Barbie, con eso juegan las niñas —soltó con desdén, agarrando un extremo del juguete.

—Vete tú a por un carruaje que puedas transportar, los caballos hacen esas cosas —espetó para tomar el otro extremo y jalarlo con fuerza.

Una feroz batalla se desató para decidir quién sería el afortunado en lleverse lo que quería. Al parecer los niños ni se percataron que existían varias réplicas más colocadas frente a ellos. Estaban tan inmersos en ganar que hasta que no rompieron el Spiderman y el de mirada verde echó a llorar, no se detuvo el combate.

Estaban quienes se enamoraban a primera vista; luego Eren y Jean, dos niños que sin tan siquiera conocer el nombre del contrario lo declararon su rival eterno.

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Primero de secundaria:

Al salir de la pequeña cabina con el retrete, lo primero que pudo divisar Jean fue a un ensimismado Eren tratando de lavar sus manos con el mayor cuidado posible. El de cabellera castaña se veía realmente empeñado en su ardua tarea, tanto que ni siquiera por el reflejo que se provocaba en el gran espejo frente al lavabo, fue capaz de notar la presencia de su compañero.

Porque sí; por algun extraño deseo del destino, ambos chicos habían tenido la desdicha de compartir salón de clases tanto en primaria como en secundaria.

Una sonrisa traviesa adornó los labios del Kirstein cuando decidió jugarle una pequeña broma. Su pasatiempo favorito era molestar a Jaeger para poder ver las bonitas expresiones y sonrojos en su rostro. Bueno, no; solo lo hacía porque lo odiaba y punto. Nunca con segundas intenciones, por supuesto.

—La princesa está lavando sus manos reales —susurró cerca del oído de Eren.

El castaño se sobresaltó notoriamente y dio un pequeño espasmo, ahogando un grito, creía haber estado solo, pero ya veía que no.

—Es lo que hace la gente limpia —resopló, cerrando la llave ya recuperado del susto —, cochino.

—Uy, algunas mujeres son más exigentes que otras —dijo, fingiendo un tono de tristeza, llevándose una mano al pecho.

—Muy gracioso, caballo. Tu no lo entenderías, como no necesitas lavar tus horrendas pezuñas —agregó, girándose, sabiendo que había tocado la tecla correcta para molestar a Jean.

—¿Te molesta que no lave mis manos? —inquirió, mirando las susodichas y luego alzó la vista para ver la pose triunfal que había adoptado Eren, convencido de que había ganado ese round. No obstante, su siguiente acción arremetida tomó por sorpresa al castaño.

Sin previo aviso, las palmas de las manos de Jean impactaron en la tersa piel de las mejillas de Eren, removiéndolas con intensidad.

—Mis pezuñas llenas de pipí están en tu cara —canturreó en tono jocoso, jactándose de su actitud. Acercó su cabeza a la de Eren, dejando sus narices casi que rozando, todo con el objetivo de divisar mejor la vergüenza en él—. Que terrible.

La sangre se subió a las mejillas de Eren, quien no sabía si tenía el rostro rojo por la lejanía casi nula de su rival o por la ira que ahora mismo lo invadía. Optó por la segunda y trató de empujarlo, obviamente no funcionó y Jean solo apretó con más fuerza sus cachetes, ahora emancipados.

—¡Quita, asqueroso! —exigió hastiado.

En ese instante la entrada principal del baño se abrió, y bajo el umbral de la puerta se encontraba un Armin estupefacto, tratando de analizar la escena, pero claramente malinterpretando por la cercanía de los jóvenes. La pareja detuvo todas sus acciones para posar su vista en su amigo, esperando que algún milagro ocurriera y él no se fuera de ahí pensando algo indebido.

—Siento interrumpir —murmuró el rubio—. Voy a echarme cloro en los ojos y a tratar de olvidar que ví esto.

Tras semejantes palabras dió un portazo, perdiéndose por completo en el pasillo, volviendo a dejar solos a Jean y Eren.

—¿Ya viste lo que provocaste? —inquirió el de menor estatura.

—Pero si el que estaba lavándose las manos como niña fuiste tú. Me lo pusiste muy fácil para insultarte, no podía dejar pasar la oportunidad.

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Preparatoria:

Primer día de preparatoria y todo parecía tranquilo para Jean. Se encontraba sentado ya frente a su escritorio, apoyando su barbilla en la madera del pupitre, con la cabeza gacha, observando lo que sería su salón de clases. Al parecer los círculos de amistades estaban decididos ya, porque todos charlaban amenamente en pequeños grupos sin prestar atención a los demás.

La tranquilidad era abrumadora y prometía ser un semestre pacífico, que aburrido.

En medio de su cavilación sintió como un líquido frío, empapaba toda su espalda. 

«El uniforme nuevo, joder», pensó antes de voltearse enfadado, dispuesto a comerse vivo al culpable de semejante falta de atención. Lo que no esperó encontrar fue a Eren con una lata de refresco vacía entre sus manos y una sonrisa de sorna en sus labios.

—¿Por qué no lo ví venir? —masculló, con el ceño fruncido, apoyando su mano a lo largo de la parte posterior al espaldar de su asiento.

—Ups, perdón, accidentalmente se me cayó el refresco en tu ropa —dijo socarrón, era más que evidente que fue con toda intención y las obvias insinuaciones del muchacho quedaron claras tanto para Jean, como para los alumnos que ahora miraban ansiosos esperando un desenlace.

—Que lástima, creo que accidentalmente se me caerá la silla en tu cabeza —contestó, parándose para tomar su asiento, alarmando a todos los presentes —. Por otro próspero año siendo compañeros.

—Caballo baja eso, no hagas algo de lo que te puedas arrepentir —suplicó Eren, retrocediendo dos pasos.

—Creeme, no me voy arrepentir.

—¡Ustedes dos! —llamó una tercera voz, rompiendo el silencio establecido por los estudiantes —. A detención.

Jean y Eren observaron al profesor con voz amargada. Un señor no tan mayor, vestido con un pantalón y una camisa simples, de cabellos negros y ojos acusadores, con un corte de pelo de ex soldado. Su expresión era neutral ante todo, y eso que tenía dos alumnos a punto de matarse.

—Oh vamos, ¿quién castiga el primer día de clases? —refutó el castaño.

—Te quería partir la cabeza con su silla —dijo simple, sin cambiar su semblante.

—Son juegos de niños —Jean le restó importancia.

El profesor ignoró aquello y apuntó con su dedo índice a la puerta, dando a entender que no tendría condescencias. Así fue como los eternos rivales pasaron el primer día de clases castigados, culpándose mutuamente y planeado alguna forma de vengarse.

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Pero detrás de cada pelea tonta se escondía un profundo sentimiento que ambos trataban de ocultar, e incluso, negar. Eran pequeños niños cuando todo eso comenzó a aflorar en ellos, estaban ansiosos y temerosos porque era la primera vez que experimentaban algo parecido y, no esperaron hacerlo con otro hombre. Obviamente trataban de negarse a la posibilidad y lo camuflajearon con una tonta rivalidad, porque de este modo podían culpar al odio por todas las noches sin dormir pensando en el contrario, en vez de deseos de verse eran meticulosos planes para hundirse; las ganas de tocarse se transformaban en puñetazos y juegos, que aunque no lograban su cometido, eran un vago intento de satisfacción; cualquier tipo de insinuación sería mera ironía, completamente justificada.

El beso terminó cuando fue el mismo Jean quien se separó, esperando divisar rabia y horror plasmadas en el rostro de Eren, pero encontrando en cambio rubor y, eso que se podía apreciar en esos brillantes ojos verdes, ¿era satisfacción?

—De verdad que quiero una explicación —El primero en tomar la palabra fue Eren. Apoyó las palmas de sus manos en el pecho de Jean, separándose ligeramente.

—Es que la luna está hermosa —se justifico de forma estúpida, rascando su nuca.

Afortunadamente su compañero comprendió el mensaje, lo comprendió aunque lo tomó por sorpresa, una grata sorpresa.

—No hay luna, pedazo de tarado —Rio, dando un pequeño golpesito en el pecho de su receptor.

—Muérete —gruñó Jean.

—En paz —completó Eren, alzando la vista, encontrando el rostro sonrojado del Kirstein—. Ya puedo morir en paz.

Sin preguntarlo o tan siquiera esperar una confirmación, Jean volvió a juntar sus labios con placer, regocijándose por lo jodidamente bien que iban juntos.

Era muy pronto para un par tan terco como ellos, todavía no podían admitir que aquello era amor, no en voz alta y menos a quien habían alegado considerar émulo, no aún, pero con el tiempo, tal vez serían capaces de gritarlo a los cuatro vientos sin importarles lo que piensen los demás.

Están aquellos que experimentan amor a primera vista; y luego estaban Jean y Eren, siendo ellos.

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Aclaración: "La luna está hermosa" es una frase japonesa que utilizan los más tímidos para declararse; si la persona a quien se declara contesta: ya puedo morir en paz, es que acepta, y si responde: Como siempre ha sido, es que rechaza la declaración.

Palabras del autor:

Lamento mucho que el resultado sea este asco. Traté de arreglarlo en varias ocasiones pero al final quedó esto, me dió mucha rabia no haberlo podido hacer mejor, pero entre que el tiempo era corto y que tuve visitas esto fue lo que salió.

Portada por: KxmiBecq--

Tengo muchas quejas de mi propio escrito, pero que sepas que está hecho con todo el amor que se le puede poner a un One-shot.

Sora; 29 de abril del 2021.

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