Epílogo
Pablo
Mi padre siempre me dijo que los días más importantes de la vida jamás se olvidarían. Que podría pasar mucho tiempo y aún así tu mente lograría recordar cada uno de ellos y hacerte volver a sentir todo lo que sentiste ese día.
Uno de los días que recuerdo perfectamente es cuando nació Marcela, y otro cuando lo hizo Samanta. Puedo recordar perfectamente cada minuto y cada hora. Sus pequeños y arrugados rostros, lo primero que usaron y el color del biberón del cual tomaron leche por primera vez. De ahí en adelante, son muchos los días que recuerdo de ellas. Sus primeros dientes, pasos, palabras... todo.
Recuerdo la primera vez que entré a mi oficina, como el dueño de mi propia compañía. También recuerdo el día en que fui cortado como un trozo de carne en la cara y el momento en qué sentí que perdía a mis hijas.
No recuerdo exactamente el momento en el que conocí a Alexia, a veces rememoro y no llega nada. Simplemente aparece en mis recuerdos cuando ya estaba pegada de mi mano. Eso me demuestra que realmente conocerla no fue importante o especial para mi corazón. Aunque reconozco que sin ella, no tendría a dos de las pocas personas que amo y valen mucho para mí.
No recordar la forma en la que me sentí cuando la vi por primera vez me confirma que realmente nunca amé a la madre de mis hijas. Y estoy bien con eso.
Sin embargo, si me preguntan cómo conocí a Susana... no puedo evitar sonreír, que mi corazón se acelere y que toda la sangre de mi cuerpo se concentre en mi entrepierna.
Recuerdo ese día perfectamente.
Estaba en casa después de una complicada jornada laboral y me disponía a encerrarme en mi despacho, cuando escuché mucho ruido fuera de nuestra casa.
Era extraño, no teníamos vecinos a nuestro lado y las otras casas se encontraban a varios metros de distancia, proporcionándonos la intimidad necesaria. Así que el ruido despertó mi curiosidad.
Recuerdo encontrar a mamá y a Claudia mirando por la ventana y ríendo. Me asomé desde la otra ventana y entonces la vi.
La mujer más hermosa del mundo.
Era pequeña y eso me causó mucha curiosidad, ya que se encontraba gritando y enfrentando a un hombre mucho más grande y corpulento que ella. Su cabello estaba recogido en un alto moño en su cabeza, varios rizos se desprendían de él y caían desordenadamente. Algunos sobre su rostro por lo que resoplaba para apartarlos y eso me causaba gracia. Tenía una camisa algo grande, el cuello se deslizaba por su hombro y dejaba ver una tira de color azul, los pantalones cortos dejaban ver unas anchas caderas y un gran trasero. Ni que hablar de las piernas... que hacian que toda mi sangre viajara a cierta parte de mi cuerpo.
Gritaba y gritaba y el pobre hombre sólo podía bajar su cabeza y asentir. Los otros, de igual o mayor tamaño, la miraban hipnotizados y embobados, apenas ella se volvió hacia ellos, corrieron despaboridos para terminar con sus funciones.
Otra mujer un poco más alta y rubia se acercó y trató de calmarla, pero ella era como una leona y no se dejó. Le gruñó a su hermana y se plantó en la entrada de la casa para supervisar a los hombres que bajaban sus cosas del camión. Cuando todo estuvo adentro, la perdí de vista, pero me quedé un buen rato en la ventana tratando de echar otro vistazo a ella. Me alejó el sonido de mi madre y mi hermana aclarandose la garganta después de que las ignorara por estár viendo hacia la casa de quien parecía ser nuestra nueva vecina.
Me cautivó desde el primer momento.
Sólo hasta casi unas tres horas después volví a verla por la ventana de mi habitación, estaba dejando unas plantas el marco de su ventana. La ventana de su cuarto. Sonreí por las coincidencias de la vida. No pude evitar echar un vistazo a cada momento, para ver si volvía a verla.
Al siguiente día regresé del trabajo temprano y la vi de nuevo. Mi corazón empezó a ir en un acelerado ritmo. Me sentía extraño.
Estaba sobre sus rodillas, usaba un jean y blusa de manga rosa. Llevava un extraño sombrero, guantes y tenía varias plantas y flores esperando por ser plantadas. Pasé por su lado y ni me determinó, todo por estar pendiente de sus flores. Entré a casa y mis hijas me acorralaron para que jugara con ellas. Al salir, sobre las cuatro de la tarde, vi a la vecina regar sus flores de la ventana. Ella no nos vio, pero yo si la vi a ella, ese y los siguientes días, hasta que en uno de ellos, por fin me vio.
Siempre sonrío al recordar esos días. Susana no lo sabía, pero nunca dejé de observarla. Procuré llegar a casa temprano para estar a la misma hora que ella en el patio. La investigué y fue como me enteré que hacía y dónde tenía su negocio. Prácticamente la acosaba, como ella lo hizo después conmigo.
Ella cree que fue la primera en hacerlo, pero en realidad fui yo.
Y no me arrepiento de hacerlo. Tampoco de vencer mis temores e ir por ella. Tuve un poco de recelo, sé que mi apariencia y mis pocas habilidades sociales me impiden relacionarme con las personas, y aunque en un principio aterroricé a Susana, logré ser persistente y no echarme para atrás la primera vez. Haberme esforzado valió la pena, logré conquistarla y hoy, un año y medio después, la he hecho mi esposa.
Ahora ella es mía para siempre.
Y yo soy suyo.
Mentiría si dijera que todo ha sido fácil, que nuestra historia ha sido color de rosa como el cuarto de mis hijas, pero no ha sido así. Hemos tenído que sembrar y cosechar esta relación. Regarla como ella riega sus flores y protegerla contra viento, lluvias y tormentas.
Los últimos meses hemos tenido mucho en nuestras manos, la restauración y reinauguración de su floristeria, la remodelación de nuestra casa —Susana se negó a irnos a vivir en otra, dijo que era malo para las niñas separarlas de su abuela— la expansión de mi negocio y la presencia de Giovanni en nuestras vidas.
Sí, el anciano logró su cometido. Susana tuvo una fuerte discusión conmigo y me exigió, como mamá de mis hijas, que les permitiera ver a su abuelo. Sin importar lo que él haga en sus negocios, mientras las niñas le quieran y sean felices, y siga protegiéndolas; tiene todo el derecho de verlas. Sus palabras, no mías.
Aunque prefiera morir al ingerir acido, reconozco que Giovanni ha cumplido su palabra y que no tendré que preocuparme nunca más por Alexia y Luis. Montana se encargó de alejar a sus hijos. Los rumores dicen que ambos se encuentran en una jaula de oro, en una playa privada en Dios sabe donde. Dicen también que el pobre anciano se cansó de tener que limpiar el desorden que dejaban sus hijos a su paso, pero que sigue siendo igual de corrupto y despiadado como siempre lo ha sido.
Saúl ha decidio mudarse, al igual que Claudia, creen que ahora Susana y yo necesitamos más privacidad. Las niñas estuvieron un poco tristes por eso, pero ya lo hemos aceptado. Mamá si de queda con nosotros. Susana y ella se adoran, además que las niñas no quieren alejarse de su abuela y yo no permitiré que mi madre esté sola.
El detective Otalora ha estado reventando mis pelotas, pero después de comprobar que no tengo nada que ocultar con lo referente al incidente de mis hijas y sin que Luis o Alexia entén presentes, se ha quedado sin pruebas para demostrar el secuestro. Cabe decir que nos odia desde entonces, él vio en nosotros la oprotunidad de desenmascarar a los Montana.
He conocido por fin al resto de la familia de Susana, incluso a sus abuelos, y ella conoció a mi padre y su familia. Está de mas decir que todos nos hemos llevado muy bien y que sus abuelos me aman. Yo... también, aunque me hagan hacer trabajos tontos cada vez que me vean y aunque la anciana me toque el trasero cada vez que doy la vuelta.
He empezado una terapia para mi "problema" de dislexia, después de hablarlo mucho y de que Susana me mostrara todos los pro de empezar a asistir al psicólogo y con un experto en mi problema, he mejorado. Gracias a varias secciones y a muchos ejercicios, logro leer y escribir un poco más fácil que antes. También he visto un médico para tratar mi cicatriz, cuando en un principio la usé como excusa para alejar a las personas y protegerme, ahora sólo es un recuerdo de un pasado que quiero dejar atrás.
Muchas cosas han pasado desde el día que conocí a Susana y así llegamos a Hoy. Catorce de Enero de 2017
Hoy hemos celebrado nuestra unión frente a Dios, aunque hace algunos días nos unimos en matrimonio en una notaría, pero Susana es una romántica empedernida y merece lo mejor. Así que planeamos esta boda en la iglesia, con toda nuestra familia y amigos. La recepción terminó hace una hora. La mayoría de los invitados se fueron, entre ellos Jenny y Saúl que aun no anuncian su relación aunque ya medio mundo lo sabe; el resto se quedaron resagados en el centro de eventos que alquilamos para la fiesta.
Nosotros nos hemos escapado a la habitación de hotel que reservé, mañana iremos al aeropuerto y abordaremos el avión que nos llevará a Venezuela, pasaremos nuestra luna de miel una una desus bellas islas.
Mientras que mi ahora esposa se toma su tiempo en el baño, tomo los papeles que guardé para sorprenderla una vez que la tenga frente a mí y sólo para mí. Esto es algo que ella ha esperado por mucho tiempo y sé que al verlos, su corazón se llenará de amor y todas las inseguridades volaran de su cabeza y corazón.
Mientras tomo los papeles, contemplo el anillo que descansa en mi dedo. Es el sello de nuestro amor y la prueba al mundo de que mi corazón le pertenece a alguien y que me he entregado en cuerpo y alma a la mujer que amo.
El sonido de la puerta hace que me vuelva hacia ella, la mujer de mi vida. La persona que logró sacarme de mi zona de confort, vencer mis miedos y obligarme a luchar por lo que quiero. La que me enseñó a no avergonzarme de mí mismo y a ver las cosas buenas de la vida.
El ramillete de gazanias que le regalé durante la ceremonio reposa en su muñeca, sonrío cuando lo lleva de regreso a su nariz y lo huele. Arruga su rostro y decide quitarlo.
—¿No te gustan? —pregunto, sus hermosos ojos buscan los míos y sonríe.
—Es muy fuerte el olor. Pero sabes que me encantan.
Camino hasta ella, sus ojos se desvían a los papeles en mis manos y su entrecejo se arruga. Me encanta esa expresión en ella, confundida, curiosa. Es la misma expresión que se dibujaba en su rostro cada vez que me veía—cuando creía que yo no la observaba— era como si tratara de descifrarme. Eso hace que mi c razón siempre se acelere, saber que ella está dispuesta a ir más allá de mi caparazón.
—¿Qué es eso? —Sabe que no son los tiquetes del vuelo, ya todo lo tenemos listo y guardado en nuestras maletas.
Me encojo de hombros, resopla y decide quitarse su vestido de novia.
—Es un regalo para ti.
—¿Otro? —Me acerco y le ayudo a despojarse de su vestido. Mis manos se detienen cuando logro ver lo que hay debajo del vestido de boda estilo sirena.
—Susana —susurro con la voz ronca. Mi pequeña esposa sonríe y deja caer el vestido completamente. El baby doll y la diminuta tanga blanca, junto a las medias veladas hacen que toda la sangre ruga en mis venas y se desplace hacia el sur de mi cuerpo.
—¿Te gusta?
—Que si me gusta, me encanta. —Beso sus labios y la atraigo a mi pecho, arrugando los papeles cuando trato de tomar su cintura con mis manos. Gime cuando muerdo su cuello y ladea su cabeza para darme acceso.
—También tengo una sorpresa para ti —murmura con los ojos cerrados.
—¿Las tangas son comestibles?
Resopla una risa y abre sus ojos, me empuja y se cruza de brazos.
—No —gruñe divertida—, eso no.
—Bueno, en ese caso dime que sorpresa tienes para mí.
—No, primero tú, ¿qué son esos papeles? —Sus ojos van desde las hojas hasta mi rostro. Sonrío y se los extiendo—. Oh Dios mío. ¿Esto es en serio? —Levanta su mirada y sonríe intentando contener las lágrimas—. ¿De verdad, verdadera?
—Sí, cariño. Ahora eres su madre ante Dios y ante los hombres, ese papel lo confirma.
—Jesús, Pablo. ¿Las niñas lo saben?
—En este momento se están enterando, les dejé un vídeo con la noticia.
Rompe a reír. Mira de nuevo los papeles y luego se lanza por mí.
—Esto es lo mejor que me ha pasado hoy, junto con la boda y espero que también con tu reacción a mi sorpresa.
—¿Y que será mi sorpresa?
—Quítame el baby doll y lo sabrás —responde. Levanto mis cejas y me dispongo a hacer lo que me pide.
Quito la tela de su cuerpo, dejándola sólo en el sostén, las tanguitas y las medias. Arrojo la tela sobre la cama y me concentro en contemplar el exquisito cuerpo de mi esposa, mis ojos van su rostro, sus pechos, su estómago, sus piernas...
Espera.
¿Su estómago?
Hago doble toma sobre la piel de su estómago, y cuando mi cerebro procesa bien la imagen, caigo de rodillas y mis ojos van hacia ella.
—¿Verdad? —me oigo preguntar con la voz tan aguda por la emoción.
—Sí —Asiente para dar enfásis. Regreso mi mirada a las palabras escritas en su piel con alguna clase de pintura—, súper confirmado. Estoy embarazada.
—Dios —susurro y beso el mensaje que dice "Hola papá" en su vientre plano. Mis ojos se llenan de lágrimas y sé, con todo mi corazón, que hoy será un día que recordaré por el resto de mi vida—. Te amo Susana, no alcanzas a imaginar todo lo que haces a mi vida, a mi corazón, a mí, por amarme y estar a mi lado.
—Y yo te amo a ti, más de lo que tú te imaginas.
—¿Las niñas ya lo saben? —Me levanto y la atraigo hacia mí.
Sonríe y ladea su cabeza. —Les dejé un mensaje.
Rio y la beso, mientras en mi mente le agradezco a Dios por tan hermoso regalo que me ha dado.
Susana, el amor de mi vida.
Fin.
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