Capítulo 42
El señor Montana nos deja en el comedor mientras atiende a un "invitado de última hora", eso fue lo que dijo, lo que me aterró fueron la cantidad de escoltas que se fueron con él hacia su "sala privada de reuniones".
¿Quién debe reunirse con miles de escoltas armados?
Una señora alta y delgada, con el cabello gris y ojos cansinos, nos sonríe al traer el almuerzo. Costillas asadas, papas, maduros asados y chorizos. Parpadeo al ver la cantidad de comida y lo raro del menú. ¿Esto es un almuerzo común?
Las niñas y yo miramos entre la comida y la señora, me encojo de hombros y animo a las niñas a comer algo. Apenas con el primer bocado nos damos cuenta de que podrá ser el menú de una barbacoa, pero está delicioso. Las costillas son jugosas y con el sabor perfecto.
Estamos terminando el primer plato, y el señor Montana regresa. Se sienta al lado de Marcela y sonriéndonos, se lanza por la comida. ¡Ni siquiera usa guantes! Sus dedos se llenan de grasa y salsa.
Vaya, yo que lo creia más quisquilloso.
Palmeo mi estómago cuando me siento demasiado satisfecha y dejo escapar un suspiro.
—Gracias —murmuro educadamente. Aunque no me caiga muy bien el viejito este, ante todo la educación de mis padres. Tomo el plato y me dispongo a llevarlo a la cocina, la pobre señora que nos atendió hace un rato se veía agotada.
El señor Montana sonríe y sigue comiendo. Antes de salir del comedor, escucho pasos y luego voces airadas, algo que es golpeado y finalmente una maldición. Luego, Pablo y Saúl entran furiosos al comedor, seguidos de un Carlos ahora sangrando por la boca.
Pobre hombre, hoy no ha sido su día. Primero mi loco y salvaje trasero y ahora la furia de Pablo. Deberían de darle un aumento.
—¡Papá! —gritan ambas niñas y corren, con las manos y la boca llenas de grasa¸hacia su padre.
Pablo se lanza por sus hijas y se aferra a ellas con su vida. Las besa y estudia, comprobando como yo lo hice hace un rato, que ambas estén bien. Aparta a las niñas, ubicándolas tras de él, exactamente como yo también lo hice... ¿Qué?
Sus ojos recorren la habitación, se posan donde está el señor Montana, feliz e imperturbable comiendo costillas. Gruñe y le envía una mirada que haría a cualquiera mearse en los pantalones; pero como el señor Montana tiene a varios hombres armados, probablemente sólo le de dolor de estómago.
Me muevo un poco y Pablo lo nota por el rabillo de su ojo, inmediatamente se vuelve hacia mí.
—Hola —saludo, muerta de los nervios. Sus ojos furiosos se tornan gélidos cuando se posan en mí y mis rodillas fallan un poco. Su boca hace una mueca profunda y veo como el músculo de su mandíbula trabaja fuertemente, tensando su cicatriz.
Cristo en patineta. Está iracundo.
—¿Estás bien? —pregunta con el mismo tono gélido de sus ojos.
—Sí.
—Bien —asiente y vuelve a dirigirse al señor Montana.
¿Qué? ¿Ni un beso o un abrazo? Pude morir hoy.
Pablo les dice a las niñas que tapen sus oídos porque los adultos deben hablar. Las niñas me miran y luego a su padre, dudando, pero terminan obedeciendo.
—¿Hasta cuándo tendré que seguir soportando esto? ¿Qué mierda prentenden tú y los dementes de tus hijos? —gruñe hacia el señor Montana.
Giovanni deja caer el hueso de costilla, toma la servilleta y tranquilamente limpia su boca y manos. Jesús, Pablo realmente se está conteniendo. Saúl viene hacia mí con una mirada igual que la de su hermano, quita el plato de mis manos sin decirme una palabra y me arrastra hasta ellos.
—¡Oye! —protesto—, puedo caminar.
—Cállate —brama.
—Cállame de nuevo y te golpearé donde te lavas con cariñitos —respondo entre dientes.
El señor Giovanni resopla una risa, Pablo se sacude de ira y me mira...
Si las miradas mataran...
—¿Qué? —resoplo—. A mí no me mires así, yo no secuestré a las niñas.
Mis ojos se desvían a las princesas que se miran entre ellas, con las manos en los oídos y confundidas.
—Susana —advierte. Estrecho mis ojos hacia él también, y tiro del brazo que sostiene Saúl.
—Dile a tu hermano que me suelte. Ya bastante me haloneó él —Señalo a Carlos y Pablo le gruñe. El hombre se tensa y adquiere una posición dfensiva—, como para que otro venga y haga lo mismo.
—Deja de atormentar al pobre chico —dice el señor Montana a Pablo—, tu novia aquí —Me señala y sonríe, el pobre Carlos se sonroja—, le ha dado una buena tunda. Hasta sangre le sacó. —Suspira y niega con su cabeza—. Hoy no ha sido su día.
—Oiga —comento alegremente—, lo mismo estaba pensando yo. ¿También cree que debería subirle el sueldo?
El señor Monata me mira y esta vez no logra evitar reír. Pablo mira ceñudo entre el anciano sosteniendo su panza y yo, que trato de esconder mi cara sonrojada.
¿Qué mierda me pasa hoy?
De seguro es eso de la adrenalida... ando pendeja.
—¿Qué has hecho? —pregunta Pablo, con desconfianza.
—Sólo me defendía —respondo a la defensiva.
—¿De qué? —dice Carlos, ganándose otro gruñido de Pablo—. Sólo la estaba acompañando al baño.
Otro gruñido y Pablo da dos pasos hacia él, me adelanto y tomo uno de sus brazos. El pobre chico ya ha recibido muchos golpes hoy.
—Carlos, ve a limpiarte, de nuevo. —El señor Montana me mira cuando lo dice—, has recibido demasiados golpes hoy.
Bueno... esto es realmente extraño. Es como si estuvieramos sincronizados.
El hombre sale de la habitación, dejándonos solos de nuevo.
—Pablo, Saúl, es bueno volverlos a ver. ¿Cuánto tiempo?
—No el necesario.
—Aw Pablo, no seas tan tajante. Después de todo, somos familia.
—Tú y yo no somos ni una mierda.
—Eres el padre de mis nietas. —Pablo cierra la boca y se tensa ante estas palabras. el señor Montana sonríe. Sus ojos se dirigen a mí y su sonrisa crece.
—Interesante mujer la que tienes ahí.
—Déjala en paz. Ya bastante le han hecho. —Tira de mí y me empuja al lado de las niñas—. Te lo advierto Giovanni, estoy cansado de los juegos de tus hijos y los tuyos. Los quiero lejos de mi familia. Esta vez han llegado demasiado lejos. No voy a quedarme de brazos cruzados, han tocado fondo, agotaron mi paciencia y pusieron en riesgo a las personas que amo.
Montana suspira y se pone de pie. Camina hasta quedar a unos cuantos metros de nosotros y mira a las niñas.
—No las mires —gruñe Pablo. Los ojos de el señor Giovanni se nublan por un momento, pero se recupera y fulmina a Pablo.
—Entiendo perfectamente que mi hija es una loca demente y que ha hecho mucho daño. Ella simplemente no nació para ser una buena madre. Pero esas niñas —Señala tras de Pablo—, son mis nietas y llevan parte de mi sangre quieras o no.
—Eso nos les da el jodido derecho de apartarlas de mí. Alexia renunció a ellas... ustedes no tienen derecho alguno para acercarse a mis hijas.
—Lo entiendo y por todo lo que mi hija hizo es que me aparté. No tenía idea de lo que estaba pasando con ustedes. —Pablo resopla y el señor Montana le sostiene la mirada—. Digo la verdad. Alexia y Luis hicieron esto por su cuenta. Yo no pondría a mis nietas en peligro, y mis hijos son un peligro para ellas. Lamento el comportamiento de ambos y los daños que hayan podido causar.
—Tus disculpas son pura mierda —brama Saúl y Pablo extiende su brazo para detenerlo, al verlo dar un paso hacia el señor Montana—. Sólo será cuestión de tiempo para que vuelvan por nosotros.
—Te aseguro que esta vez no —responde el anciano—. Cómo Pablo lo ha dicho, esta vez fueron demasiado lejos. He pasado toda mi vida arreglando sus metidas de pata. Pero tocaron a su propia familia, eso es ir demasiado bajo. Son mis hijos, y así sean la mala hierba de este mundo, son míos. Entenderan que no puedo permitir que ustedes les hagan algo, pero tampoco permitiré que sigan haciendo de las suyas y lastimando a los míos. Si les estoy asegurando que no sucederá es porque así será. —Se queda callado por un momento, pero sostiene todavía la mirada de Pablo—. Sé que quieres venganza, pero si tocas a uno de mis hijos tendré que tocar a uno de los tuyos —dice esto mirándome—, y no creo que esa persona merezca mi ira cuando ha sido tan valiente como para defender a mis nietas a capa y espada. Me encargué de ellos, están demasiado lejos ahora como para hacerles algún daño, además de vigilados y aislados.
—La policía está al tanto del secuestro de las niñas.
—Lo sé Pablo, pero tú y yo sabemos que eso puede arreglarse. Las niñas están aquí. Esto tiene quedar entre nosotros.
La mandíbula de Pablo sigue tensandose y temo que se lastime. Pablo pone sus manos en jarras y habla de nuevo.
—Dejarán de joder con mi empresa, mi familia y mi vida. —No es una pregunta.
—Sí.
—Encárgate. Me llevo a mi familia.
—Bien, es bueno que todos llegemos a un acuerdo y quedemos satisfechos y por último...
—No vas a verlas de nuevo —dice y el señor Montana se tensa por primera vez.
—Son mis nietas —protesta entre dientes.
—Y tú no eres un ejemplo de abuelo. No te quiero cerca de ellas.
—Son mis nietas
—No según el papel que firmó Alexia.
—¿Realmente quieres jugar de ese modo? —Su pregunta es más una amenaza. Miro a Pablo que sigue fulminando al señor Montana.
—Hazlo, he decidido que de ahora en adelante no jugaré al bueno.
—Pablo...
—Susana, cállate —gruñe y lo piso. Las niñas jadean y luego se ríen. Pablo les pide que lo esperen en el vestíbulo y se vuelve hacía mí—. ¿Qué demonios?
—No me hables como si fuera un animal, imbécil. —Me vuelvo hacia el señor Monatan y le gruño—. Me voy, espero no volver a verlo en mi vida.
—Es una lástima, eres una jovencita interesante. Sin embargo —Llama a uno de sus hombres y éste entra con mi bolso y el arma de Axel en la otra mano. Maldigo internamente por ello. Pablo sisea algo entre dientes cuando el señor Giovanni camina con ambos objetos hasta mí—, será mejor que lleves esto contigo, nunca se sabe cuándo necesitarás apuntar un arma de nuevo... o dispararla. —Sonríe y señala su hombro lastimado. Ahora está cubierto por una nueva camisa, por lo que no se nota.
Hago una mueca y el deseo de correr pulsa en mí al sentir la airada mirada de Pablo. —Sí, hmm, lo siento por eso. Fue un accidente.
—Por Dios, Susana —sisea Saúl.
—Adiós —digo, agitándo mi mano y tratando de correr fuera.
Escucho al señor Giovanni mientras corro lejos.
—Debes cuidar a esa chica, es realmente una leona cuando de defender a los suyos se trata. Tiene más pelotas que mis hombres... y es muy hermosa.
No escucho la respuesta de Pablo. Guardo el arma en mi bolso y me encuentro con las niñas en el vestíbulo. Sonríen y nos sentamos en los escalones a esperar. Carlos viene caminando, frotando un trapo sobre su boca, sus pasos titubean cuando me ve y luego sonríe.
—Hola. —Se acerca hasta donde estamos y me mira—. ¿Cómo estás?
Frunzo el ceño y murmuro—. ¿El golpe en la cabeza realmente te afectó?
Ríe y niega con la cabeza. —No, sólo quiero saludar a la primera chica que ha pateado mi culo. Eso ha sido impresionante.
Ladeo mi cabeza y las niñas preguntan confundidas. —¿Por qué le pateaste el culo a este chico?
—Por tonto —respondo y me encojo de hombros—, y no vuelvan a repetir la palabra culo.
Hago una mueca al percatarme de que la he repetido yo. Las niñas ríen y Carlos resopla. Lo fulmino con la mirada y su risa se profundiza.
—Susana —gruñe Pablo llegando hasta nosotros. Le envía una mirada de muerte a Calos y tira de mí. Saúl toma a las niñas y nos guían hacia la puerta.
—Adiós, Susana —dice Carlos ganándose un gruñido de Pablo.
Este chico quiere morir.
Y yo también, porque me vuelvo y agito mis mano hacia él. El señor Montana se asoma por la puerta y sonrié agitando también su mano.
—Susana —Me sacude Pablo y me mira furioso—. Sube al auto.
Muerdo mi labio y obedezco. Saúl, que se encuentra acomodando a las niñas me mira y con una mirada divertida canta:
—Alguien está en problemas.
Problemas no, problemones.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top