Capítulo 35


—¿Dónde está? —Escucho el gruñido de Pablo desde mi habitación, sus pasos le siguen y luego está aquí, en el marco de mi puerta—. Susana —susurra. Mis ojos se percatan de su estado. Se ve exhausto, su ropa está arrugada, hay bolsas bajo sus ojos y su rostro c arece del color. Sus ojos se encuentras apagados y rojos, además de su tono cansado y rasposo.

—Pablo. —Me levanto y corro hacia sus brazos. Los suyos se enredan inmediatamente a mi alrededor y me atraer contra su pecho. Aspiro su aroma y mi cuerpo se relaja un poco, sólo para sentir lo tenso que se encuentra él y para recordarme lo perra y mal agradecida que he sido—. Lo siento, de verdad lo siento. Perdóname.

—No tengo nada que perdonarte —responde apoyando su menton sobre mi cabeza—. Todo esto es mi culpa.

—No, no lo es. No debí haberte dicho todo eso ayer. Lo siento. No entiendo como es que sigues a mi lado.

—Porque me amas, por eso estoy aquí. Y, si no me hubieras dicho todo eso ayer... no sabría ahora que me amas.

—¿Qué? —Me aparto, lo miro confundida y con el corazón acelerado.

¿Cómo lo supo?

Me regala una pequeña sonrisa que ilumina un poco su rostro y acercandose de nuevo, besa mi frente para después susurrar—: Que me amas. Eso fue lo que dijiste, que por amarme es que pasó todo esto. —Hace una mueca y muerde su mejilla—. No creas que me alegra lo que hicieron con tu sueño, pero no puedo evitar esa pequeña felicidad que inunda mi pecho, al saber que me amas. —Vuelve a sonreír y besa tiernamente mis labios—. Porque lo haces ¿Verdad?

Miro a sus ojos verdes y no tengo que preguntarmelo dos veces para responderle—: Sí, lo hago Pablo. Te amo.

Suspira aliviado y su sonrisa crece. —Es bueno saberlo, porque yo también te amo. Te amo con todo el corazón Susana.

Él me ama...

SI existiera una palabra para definir lo que siento en estos momentos... la diría, pero como no la hay, como nada puede describir esa sensación que llena el corazón y te hace volar entre nubes cuando descubres que la pesona que amas corresponde tu amor, lo unico que diré es que... lo que siento es inefable, incomparable e indescriptible. Es único, hermoso y maravilloso. Amar y ser amado es un deleite en la vida, un placer que pocos experiementan y gracias a Dios, yo soy afortunada por experimentarlo.

—Puedes besarme ahora.

—Es lo que he deseado hacer desde que te vi —susurra antes de estrellar sus labios contra mi boca.

—Una vez más —pide Pablo, le da una mirada a Axel y la regresa de nuevo a mí.

—Ya te dije, fui al baño porque estaba a punto de... bueno lo que sea. Subí al segundo piso porque en el primero había demasiada gente. Entré, el chico del baño revisó mis bolsas y luego las selló. —Hago una pausa recordando si alguien entró detrás de mí, pero no lo recuerdo—. Hice mis cosas, lave mis manos y...

—¿Y? —suelta Pablo.

—Recuerdo haber dejado las bolas fuera, en la puerta del cubiculo del baño. Cuando salí, caminé unos cuantos pasos y empecé a sentir que alguien me seguía, pero cada vez que miraba no veía a nadie... bueno, había mucha gente, pero nadie me prestaba atención.

El ceño de Pablo se frunce y su boca dibuja una línea. Frota su cuello y mira a Axel.

—Estuvieron demasiado cerca. Algo están tramando.

—Están jugando con nosotros —murmura Saúl, viniendo de la cocina y entregandome un vaso de leche. Jenny se acurruca a mi lado y me extiende un bol con galletas—. Lo que quieren decirnos es que no podemos proteger a las personas que queremos, que ellos son capaces de llegar a ellas. Que tiene todo en sus manos.

—Pues son muy efectivos en demostrarlo —Jenny toma mi vaso de leche y bebé de él. Le envío una mirada que ingora—, por qué no les enviamos una carta bomba y listo. Nos deshacemos de la plaga.

—No es momento para bromas, Jenny —regaño. Mi hermana se encoje de hombros, retira el vaso de mi alcance cuando me lanzo por él.

—Estoy siendo seria, Susy. Es práctico y efectivo, volaran a la mierda, donde deben estar.

Ruedo los ojos y resoplo. Pablo concentra su mirada en la nada, mientras su mandíbula se tensa. Empuña sus manos y respira profundo. Está tratando de calmarse. Me levanto de mi lugar y voy hasta él en el sofá del frente. Empujo suavemente sus manos y me siento en su regazo sin importarme quienes estén presentes. Me acurruco contra él y Pablo me acoge, besando mi frente y rodeándome con sus brazos.

—Estaremos bien —digo. Asiente y vuelve a besarme.

Permanecemos callados. Axel decide levantarse y dirigirse a la puerta del frente. Jenny y Saúl encienden la televisión y bajan el volumen para darnos privacidad. Mis padres deciden visitar a Edith y a las niñas...

Las niñas.

—¿Cómo están las niñas?

Pablo se tensa de nuevo y suspira. —Extrañándote. Me preguntan cómo estás y cuándo volverán a salir de compras y a hacer una pijamada.

—El sábado es el cumpleaños de Marcela. Al menos, podríamos invitar a sus amigos más cercanos junto con la familia, hacer algo en el jardín. Seremos pocas personas.

—No lo sé —suspira y se recuesta en el respaldo del sofá.

—Vamos, será algo pequeño. Las niñas están emocionadas y se merecen esto. Todos nos merecemos un descanso.

Me contempla por unos segundos, le hago ojitos de cachorro y su boca se frunce en una pequeña sonrisa.

—Está bien. Pero que sea algo pequeño.

—Lo prometo.

—Bien. Hagamoslo.

Regresar a mi tienda y encontrarme frente a parte de mis sueños rotos no es fácil, especialmente cuando todo luce siniestro y vacío. Mi corazón duele y siento una piedra en mi estómago... pero enderezo mis hombros y me preparo para empezarlo todo de nuevo.

El desastre ha sido recogido y los pisos limpiados. Las paredes aún permanecen manchadas de pintura negra, pero las palabras ofensivas han sido lijadas y esperan ser cubiertas con la pintura que reposa en los tarros acomodados en el suelo de la tienda. La puerta del taller ha sido removida y la puerta de la entrada cambiada. Los vidrios rotos de las ventanas ya fueron instalados y hace una hora que hice varios pedidos.

Realmente no hubiera logrado esto sin Pablo, mi familia y amigos.

Insistieron en que contrara a alguien para que hiciera todo. Me negué, sólo permití que se encargaran de limpiar, pero la reconstrucción, la pintura... eso lo haré yo, de nuevo. Empezaré desde cero.

Ayer Caludia y mi hermana me acompañaron a comprar las pinturas. Pablo, Saúl y mi padre lijaron las paredes; Simón, Yami, mi madre y Edtih me ayudaron a dirigir los pedidos más urgentes a una de mis conocidas que también tiene otra floristería en el sur y los que podían esperar, me aseguraron que lo harían. Hicimos una nueva agenda y compramos todo lo necesario para volver a surtir mi negocio. Incluso las niñas estan aquí, ayudando.

Tomo una de las brochas y me dispongo a poner la primera capa, cuando algo llama mi atención. Pablo se encuentra dibujando algo en la pared que divide el taller y la tienda. Me acerco y sobre su hombro lo veo dibujar una gazania. Lo hace con pintura negra y un pincel grueso, está tratando de cubrir una mancha de pintura que no se lijo bien; y está tan concentrado en ello que no se percata de mi presencia a su espalda.

Miro lo que el hace y luego a mis paredes... y una idea surge.

Podría pintar las formas de varias flores, pegar estanterías, traer varias mesas y distribuir mejor el lugar.

Eso permitiría que las personas puedan caminar más cómodos por el lugar y nos daría mejor visibilidad. Debo hacer algun sonido porque pablo se vuelve hacia mí y sonríe.

—Creo que acabas de iluminarme —murmuro abrazándolo.

—¿Sí?

—Ujum... tengo una buena idea en mi cabeza.

—Sobre la tienda o sobre mí —pregunta y sus ojos brillan con picardía. Eso hace que me ilumine nuevamente.

—Creo que volviste a iluminarme —musito con coquetería—. Debería organizar mi primera idea ahora, y... más tarde mostrarte la segunda.

—¿Mostrarme? —Dibuja una hermosa sonrisa en su rostro. Asiento y también sonrío—. Creo que me gusta mucho eso de iluminarte. ¿Tardarás mucho organizando tu idea?

Me rio y lo beso tiernamente. —No mucho.

Hace un puchero que vuelve a hacerme reír. Los demás se vuelven hacia nosotros. Me encojo de hombros y Pablo rie cuando varios de nuestros familiares ruedan los ojos.

—Creo que mejor nos ponemos manos a la obra.

—Tienes razón, pero... espero que no canses demasiado tus manos —susurro—, las necesitarás más tarde.

—Lo tendré en cuenta —responde, mordiendo el lobulo de mi oreja.

Oh sí, creo que ha vuelto a darme ideas.

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