Capítulo 33

Todo es un desastre.

Todo está destrozado. Desde la vuelta de la esquina se veía a las personas y a la policía. Mi corazón ya estaba bastante acelerado cuando vi la multitud, pero ahora, frente al desastre, sólo se ha detenido.

Pablo llegó antes que yo, apenas y me ve llegar, se aproxima a mí y me abraza. Besa mi frente y trata de consolarme y protegerme, pero ya vi lo que hicieron con mi tienda.

Los vidrios de las ventanas han sido rotos, la puerta fue arrancada y la fachada ha sido pintada con palabras hirientes, palabras hacia mí.

Perra, entre otras están escritas con pintura roja, manchando la pintura color arena de mi tienda. Pero lo peor está dentro.

—Susana, no es necesario que entres —susurra Pablo, frotando mi espalda, escucho a Jenny gritar mi nombre, y luego a Simón hablando con ella.

—¿Es tan malo? —pregunto, temiendo lo peor.

Su ceño se frunce y sus ojos se inundan de preocupación. Sí, es así de malo.

—¿Qué le hicieron a mi sueño? —A pesar que lo pregunto, salgo del abrazo de Pablo y camino dentro de mi tienda, llenando mis pulmones de aire y preparándome para el golpe—. Jesús —chillo ahogada, cuando todo el aire que tomé un minuto antes, sale de mí—. ¡¿Qué les pasa?! —grito—. ¡¿Qué demonios les pasa?!

Esa pregunta gritada va dirigida a ellos, a los enfermos que hicieron esto con mi sueño, con mi tienda. Pintura, pintura negra ha sido arrojada descuidadamente en cada recipiente que contiene las flores. Algunos han sido arrojados al suelo y el agua se vuelve de color oscuro, combinada con la pi8ntura que gotea de cada flor, de las paredes, de los osos de peluches. Mi corazón late a mil por hora, absorbiéndolo todo. Las cajas de chocolates están abiertas y los dulces esparcidos por todo el lugar. Los papeles han sido rasgados en miles de pedazos, tanto las facturas como los de regalos y de hacer las notas o envolver las flores.

La puerta hacia el taller está desprendida así como la de la entrad. Veo hojas y rosas desparramadas sobre el suelo, entro, temiendo que mi corazón se acelere tanto, que explote. Las mesas, están destruidas y apiladas en una de las esquinas. El ramo que empecé hace dos días está destrozado en el suelo y hay más pintura negra sobre las flores que separó Simón. Las gotas que caen de ellas al suelo se burlan de mí. Mis ojos se dirigen a todos lados, viendo como todo mi trabajo y esfuerzo fueron desechados como basura. Todos esos años de ahorrar, de sacrificar cosas; el tiempo de búsqueda del local perfecto, los colores ideales, todo lo que me tomó acomodar mi tienda y todos mis sentimientos de seguridad, orgullo y realización, sólo fueron desestimados y destruidos como una casa de naipes, por unos enfermos. Unos idiotas locos que quieren hacerme daño por estar con Pablo...

Por Pablo.

Esto está sucediendo por Pablo.

Si no estuviera con él, mi tienda estaría intacta. Simón hubiera cerrado como siempre y mañana sería yo quien recibiría a los primeros clientes. Tal vez hubiera terminado el ramo de la pareja que está de aniversario este sábado o habría entregado una caja de chocolates a algún adolescente que estaría tratando de conquistar a una chica.

Tomo una de las rosas que se salvó de la pintura, pero no de lo que considero unas tijeras, sus hojas tallo está picado y cortado de forma incorrecta. La llevo a mi rostro y es cuando me doy cuenta que estoy llorando. Las lágrimas se derraman por mis mejillas y no me había dado cuenta. Siento una mano posarse en mi hombro, sé que es Pablo, me alejo y lo siento respirar fuerte tras de mí. Camino hacia el rincón de mi taller y me agacho para tomar la cinta del ramo que destruyeron. Acaricio la tela rosa entre mis dedos y sollozo.

—Nena...

—No me hables —gruño, sin volverme hacia el sonido de su voz. No sé que debe estar sintiendo o pensando, pero lo que no esperaba es el dolor en su mirada cuando decido volverme hacía él—. Mira lo que hicieron, Pablo. Destruyeron todo, ¡Todo! —Cubro mi boca un segundo para acallar los sollozos, pero no puedo siguen saliendo—. ¿Qué carajos dice la policía? ¿Qué van a hacer? ¿Quién va a responder por todos mis malditos sueños echados a perder? —Sorbo mi nariz y le arrojo la rosa a sus pies, iracunda y dolida—. ¡¿Quién?!

—Susana... y-yo, lo siento.

—¿Lo sientes? ¿Malditamente lo sientes? —grito y corro hacia él, empujando su pecho. Estoy tan furiosa, tan dolida, lastimada y delirante—. ¿Qué es lo que sientes? ¿Sientes que hayan destruido todo por lo que trabajé toda mi vida?, mis sueños, todo mi trabajo, mi esfuerzo; mis esperanzas —Mi voz es tan alta, que algunos policías, junto a Simón y Jenny, se asoman hacia el destruido taller—. ¿Por qué exactamente lo sientes? ¿Por estar conmigo? Por qué por eso es que sucedió esto ¿verdad?, por estar contigo, por amarte. ¡Maldita sea!

—Susana —jadea Jenny y trata de venir hacia mí. Niego con la cabeza y los empujo a todos tratando de alejarme del desastre.

—Necesito estar sola.

—No puedes estar... —Comienza a decir pablo, pero lo interrumpo tomando otra flor, que gotea pintura negra, y arrojándola hacia él.

—¡No! No te atrevas a decirme que puedo o no hacer. Sólo déjame en paz. Todos.

Corro, atravesando a las personas que curiosean frente a mi tienda. Limpio mis lagrimas y escucho a varios policías llamarme, también a Pablo y a Jenny. Corro más rápido hasta la avenida, siento a alguien correr tras de mí, pero un taxi viene y lo detengo antes de que quien sea que viene, me alcance. Subo y le grito al conductor que arranque, me vuelvo para alcanzar a ver a Pablo, con el rostro rojo y sus ojos cargados de culpa sobre mí.

Vuelvo el rostro y dejo que el taxista me aleje del montón de desastre que es mi sueño.

Malditos sean Alexia y toda su familia.

No sé exactamente cómo ni por cuánto tiempo estuve en algún lugar del oriente de la ciudad, sentada en un puesto de arepas y café, desahogándome con el taxista y la señora que prepara las más ricas arepas y un muy delicioso café.

Sólo sé que cuando reconocí mi entorno, y volví en mí, estaba sobre el hombro de Octavio, el taxista, y Alba, la señora que prepara las mejores arepas del mundo, me sostenía la mano. Me ahogaba en llanto y les balbuceaba todo. Mi historia con Pablo y mis sueños destruidos por el pasado de Pablo. Ellos escucharon atentamente, incluso algunos clientes se detenían para escuchar y darme palabras de consolación. No me importó nada, ni las miradas de simpatía o lastima. Sólo quería gritar y llorar por la absurda situación. ¿Qué he hecho para que todo esto me pase?

Ni que hubiera asaltado un cura o arrojado un bebé de un balcón.

—¿Se siente mejor? —pregunta don Octavio, asiento y sonríe—. Bien, ¿quiere volver a su casa ya?

Hago una mueca y miro el reloj en su muñeca. —Lo siento, debo de haber tomado su tiempo. No creo que usted haya esperado encontrarse a una loca berrinchosa y que ésta le robara su tiempo —murmuro avergonzándome por tomar el tiempo del pobre señor—. Probablemente le he quitado bastantes carreras ya.

—No se preocupe, siempre es bueno estar ahí para alguien —Sonríe y palmea mi mano—, así sea una loca berrinchosa que se parece mucho a mi nieta.

—¿Cuántos años tiene?

—Veintinueve.

—¿Y está tan mal como yo? —Suspiro y acepto otra taza de café de Alba.

—Peor —dice y se ríe—, al menos tú no arrojas cosas al aire, o te subes desnuda a los postes.

Mis ojos se abren haciendo reír a ambos señores.

—Esa debe ser una tusa sería. —No puedo imaginar estar así de loca por un hombre.

—Es lo mismo cada mes.

—¿Cada mes?, Jesús, su nieta es parecida a mi hermana Jenny. Tiene tantos novios que perdí la cuenta.

—Bueno, hay quienes se enamoran y otros que son enamoradizos.

Le sonrío y bebo mi café concentrándome en las luces de los autos al pasar. Me pregunto que estará pasando con todos. Si habrán hecho algo con mi tienda y lo que estará haciendo Pablo. No sé si ha llamado a mi teléfono, ya que lo dejé en el auto de Axel, junto con las bolsas de compras. Suspiro y miro a don Octavio.

—¿Qué voy a hacer?

Me mira y se encoje de hombros. —No lo sé.

Frunzo el ceño y murmuro—: No sé supone que debe aconsejarme. Ya lloré y le conté todo. ¿Qué consejo tiene para mí? ¿Qué debo hacer?

—¿Por qué tendría que decirle algo? Es su vida, niña, sólo usted sabe qué es lo que debe hacer.

—Pero estoy confundida.

—Pues ya no lo esté.

Abro mi boca y lo miro como si el loco fuera él. —Pero... pero se supone que debe decirme algo. Como apoyo o algo así.

Suspira y se acomoda en los butacos que nos prestó Alba. —Mira, es tu vida, sólo tú debes tomar decisiones sobre ella. Tú te conoces más a ti misma y a los tuyos que yo. ¿Qué consejo podría darte este viejo que no tiene idea de quién eres y qué sientes? —Bebe su café y mira hacia la avenida como lo hice antes—. Tú tienes la respuesta tu propia confusión, sólo cree en ti y piensa qué quieres realmente hacer, qué vale la pena hacer.

—Pero ya le dije que no sé que hacer, que estoy confundida.

—Ese no es mi problema, es tuyo y tú debes resolverlo. No esperes a que los demás decidan por ti, ellos no lo harán pensando en lo que es bueno para ti, sino en lo que consideran que es lo mejor para ellos. Son tus intereses, es tu corazón, arriésgalo tú, no dejes que otros apuesten con él.

Abro mi boca para seguir discutiendo con él, pero entonces la cierro cuando comprendo todo.

—Ese es su consejo, ¿verdad? —pregunto después de unos minutos.

Me sonríe como un padre a su hija antes de decir—: Tal vez, ¿funciona para ti?

—Algo, aún estoy confundida.

—¿Y quién no lo está?

Sonrío y termino mi café. Me quedo pensando en todo lo que ha sucedido y mis ojos vuelven a llenarse de lágrimas. Quiero...

—¿Quieres ir a casa ahora? —pregunta y asiento—. Buena idea.

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