Capítulo 29

—No.

—Pero Pablo, es una idea...

—He dicho que no, Susana.

—No seas tan obtuso.

—No y punto.

Gruño y me dejo caer en el asiento de la sala, junto a Edith y Claudia, furiosa.

—Deja de hacer pucheros —pide Pablo. Lo fulmino con la mirada y él a mí también—. No voy a aceptar lo que me pides.

—Es por tu bien.

—No.

—Que sí.

—Susana, no más. Ya te dije que no, y esa es mi última palabra.

—Pero sólo queremos ayudarte. Díselo Edith.

—Lo siento, Susana, pero en esto no me meto. Mi hijo ya es lo suficiente grande para decidir por si mismo —dice y la fulmino con la mirada, me sonríe y luego mira a su hijo—. Sin embargo, como madre debo decir mi querido hijo, que deberías escuchar más a tu novia. Ella sólo quiere lo mejor para ti, como yo, como toda tu familia.

—Mamá, no voy a ir a un loquero de nuevo —gruñe, fulminando también a su mamá.

—¡No es un loquero!

—Es un psicólogo, es un loquero. —Pasa la mano por su rostro, frustrado y perdiendo la paciencia.

—Es un profesional, un hombre que con tan sólo ver lo que sucedió en la escuela de padres, determinó qué podría suceder contigo y está dispuesto a ayudarte.

—No necesito ayuda.

Se vuelve para dirigirse a su despacho. Me levanto y lo intercepto antes de que pueda huir de mí.

—Sí la necesitas, Pablo. ¿Qué pasará en la siguiente escuela de padres?, ¿y si te piden leer otro poema o una carta? —digo y noto como la vena de su sien empieza a palpitar fuertemente.

—No tengo cura —brama, furioso. Pega su rostro al mío y rojo de la ira, espeta—: Estoy jodido, Susana. No puedes hacer nada por arreglarme, o me aceptas así o no lo haces.

El aire escapa de mis pulmones ante sus fieras palabras. Sus ojos arden con ira contenida. Mi corazón, asustado, trata de bombear lentamente mi sangre, como si temiera que él también fuera confrontado de esta manera.

—Sólo quiero ayudarte —susurro.

—¿He pedido tu jodida ayuda?, claro que no. Maldita seas —brama, puedo ver como las venas de su cuello se tensan—. Métete en tus jodidos asuntos y déjame malditamente en paz.

—Pablo —advierte Saúl entrando en la sala. Claudia se levanta y viene a mi lado, fulminando a su hermano con la mirada. Saúl mira a su hermano y habla—: mira muy bien a quien es que estás hablando de esa manera, hermano. No es una fulana, no es una de tus empleadas, no es ella.

Mis ojos se llenan de lágrimas y me doy la vuelta para salir pronto de aquí. Pablo suspira y llama mi nombre. No me vuelvo, le doy una mirada apenada a Edith y una de agradecimiento a Claudia y Saúl, antes de correr a mi casa.

Pablo vuelve a llamarme y lo siento detrás de mí, apresuro mi paso y cierro mi puerta antes de que pueda alcanzarme. Cuando por fin estoy dentro de mi casa, dejo que las lágrimas se derramen por mis mejillas. Veo la sombra de su cuerpo entre las cortinas de mi sala. Tiene sus manos apoyadas en sus caderas, y parece estar mirando al suelo. Me niego a seguir mirándolo y voy hasta mi cuarto. Cierro la ventana y la cortina del mismo. Suspiro cuando veo la hora en el reloj de mi mesita y voy al baño para refrescarme.

Las niñas llegaran dentro de poco, y les he prometido llevarlas de compras. El viernes, el colegio realizará el desfile de princesas anual, y por primera vez, las niñas participaran. Quiero comprarle el vestido más hermoso a cada una, y no quiero que el plan se vea afectado por mi discusión con Pablo.

Las niñas merecen pasarlo bien y no preocuparse por mi estado.

Para cuando regresamos del centro comercial, Pablo se encuentra Dios sabe donde. Edith dice que salió después de nosotras y dijo que regresaría tarde.

Luego de que me organicé en mi casa, me negué a presentarme de nuevo en donde Pablo para no ponerme a llorar al recordar como me gritó y trató. Nunca pensé que pedirle que fuera a esa cita con el padre de una de las compañeras de su hija, desencadenara tanta cólera en él.

Esperé a las niñas en mi casa y no me despedí de él, cuando se paró en la puerta de su casa para vernos partir. Ni siquiera lo miré.

Traté de olvidar la confrontación al llegar al centro comercial y comprar los vestidos para las niñas. Estaban tan entusiasmadas, que lograron contagiarme y terminé por olvidarme de todo y reír con ellas. Nos divertimos, y debo decir que me encantó poder hacer ese tipo de cosas con ellas.

—Gracias por hacer esto con ellas —murmura Edith, viendo a sus emocionadas nietas revolotear y mostrar todo lo que compramos.

—Fue un placer para mí.

—Él está apenado —dice y yo suspiro, sabiendo perfectamente a quien se refiere—. Sabe que se portó de manera vergonzosa contigo, y cree que no quieres verle.

—Me dolió que me hablara de esa manera, yo sólo quiero lo mejor para él.

—Y él lo sabe cariño, pero para él siempre ha sido muy difícil todo esto. —Suspira y me da una mirada de tristeza—. Siempre se sintió una carga, él cree que no es suficiente. Y no ayudó que mi esposo y yo no fuimos lo suficientemente valientes para apoyarlo y buscar hacerlo mejor para él. Estábamos tan ocupados en otras cosas, que dejamos a los demás señalar a nuestro hijo y le permitimos creer que algo está mal con él.

—No hay nada malo con él —acoto con convicción.

—Lo sé, pero él no lo cree así. Para él, siempre estará deforme, siempre será incompleto.

—¿Cómo puede pensar algo así? Él es perfecto, el hombre más maravilloso que he podido conocer.

—Justo ahora no se siente de esa manera. Cree que lo que te hizo es porque algo está mal con él.

—No hay nada malo con él, fui yo la que presionó demasiado. —Suspiro y le sonrío a Edith, me despido de las niñas y camino hasta mi casa.

Veo alguna serie en televisión y como algo de mi nevera, ruedo varias veces en la cama, y cuando veo que son pasadas las once de la noche, y pablo aún no regresa, empiezo a preocuparme.

Me gustaría mandarle un mensaje de texto, pero sé que no es conveniente, sólo reforzaría su creencia de que algo está mal con él, y no quiero que se sienta peor. Mi cuerpo me exige una visita al baño, por lo que no me doy cuenta de la persona en mi ventana, hasta que lo veo regresar a su casa.

Corro para abrirla, pero él ya está pasando la puerta de su patio, suspiro y mis ojos se desvían a la nota pegada del vidrio.

Soy un idiota.

Perdóname.

Haces latir más fuerte mi corazón.

Me siento en mi cama y contemplo sus palabras. Mis dedos trazan la tinta y siento una punzada en el corazón, al notar el esfuerzo que empeñó para escribirme. Mis ojos se humedecen y me encantaría poder solucionar todo para él. Hacer mejor las cosas, la vida misma. Quitar todas esas ideas erradas sobre sí mismo y demostrarle que somos afortunados de tener en nuestras vidas a una persona tan leal, única, especial y respetable como lo es él.

Un golpe en la puerta me sobresalta, miro hacia mi ventana y corro hacia la puerta, pensando que es Pablo. Sonrío y abro la misma, para encontrar mi umbral vacío. Frunzo el ceño y me percato de algo al lado de mi puerta. Bajo mi mirada y un escalofrío se cuela por mi cuerpo, al ver el extraño ramo de rosas negras. Frenética y asustada, tomo el bate detrás de mi puerta y escaneo los alrededores del frente. No hay nada, ni una sola...

Grito.

Una sombra corre desde el lado de mi casa que va hacia mi habitación y se sube a un auto en marcha, frente a la casa de al lado. Tomo el ramo del suelo, y corro hacia el auto en movimiento. Trato de arrojar las rosas hacia él, pero sólo logro arrojarlo unos cuantos metros delante de mí. Gruño, molesta y asustada. Por mi visión periférica, veo a dos personas correr hacia mí, me vuelvo, para ver a Pablo y a Saúl.

Ambos lucen preocupados, y para mi horro, están armados.

—¡Susana! —grita Pablo—. ¿Estás bien? ¿Qué sucede? Te oímos gritar.

—¿Quiénes demonios eran? —pregunta Saúl, señalando la dirección por donde el auto huyó.

—No lo sé —susurro. Pablo se acerca a mí y retrocedo. Mis ojos permanecen fijos en el arma en su mano.

Sus ojos siguen la dirección de los míos, maldice y guarda el arma tras su espalda. Saúl hace lo mismo.

—Nena —susurra y da un paso hacia mí.

—¿Qué hacen con esas armas? Es peligroso —digo, mis ojos se elevan para ver más allá de Pablo y Saúl; estrecho mi mirada y me enojo al ver a las niñas, Claudia y a Edith—. ¿Tienen armas dentro de la casa?, ¿con las niñas ahí? ¡Es peligroso, Pablo! Pueden hacerse daño —grito y me abalanzo contra Pablo—. ¿Qué no has visto cuántos accidentes han pasado por armas dentro de una casa con niños? Pueden lastimarse.

—Cariño —Pablo me abraza y frota sus manos por mis brazos, me doy cuenta entonces, que estoy temblando—. Shhh, calma. No pasa nada, Saúl y yo somos muy cuidadosos. Las tenemos bajo llave. —Saúl asiente, apoyando la declaración de su hermano, sus ojos se desvían a mi casa y luego al ramo en el suelo. Pablo besa mi frente y me aparta de su pecho—. Ahora, ¿Qué fue lo que sucedió? ¿Por qué gritaste de esa manera y asustaste la mierda de nosotros?

—Alguien estaba espiándome. —Me estremezco al decirlo. Vaya susto que me he pegado con la sombra de ese hombre. Estoy segura que era un hombre. Pablo se tensa y Saúl maldice. Señalo el ramo de rosas en el suelo y continúo—: Estaba en la habitación y alguien llamó a mi puerta, creí que eras tú, Pablo. Pero cuando salí, estaban esas flores fuera y luego, la sombra pasó por ahí —Señalo el lateral de mi casa—, y subió al auto.

—¿Y que con el bate? —pregunta Saúl, enviando una mirada despectiva hacia mi arma.

—Es el arma que empleo para defenderme —respondo a la defensiva. Saúl resopla y Pablo me mira con incredulidad—. ¿Qué? Tengo que defenderme de los intrusos con algo, no sé usar un arma de esas, además de que les tengo miedo, así que un bate será.

—¿Y crees que eso te mantendrá a salvo de cualquier intruso armado?

—Sí, Saúl.

—Estás loca, eso no es suficiente —Mira a Pablo y algo pasa entre ambos—. ¿Alcanzaste a ver bien al hombre?

—No —respondo.

—¿De dónde dices que salió? —pregunta Pablo con el rostro ensombrecido.

—De ahí —señalo nuevamente el lateral de mi casa. Pablo vuelve a mirar a Saúl, y ambos, Saúl por fuera y Pablo dentro de mi casa, se dirigen hacía mi habitación. Edith y Claudia corren con las niñas hacia mí.

—¿Estás bien Susy? —pregunta Marcela.

—Sí, cariño —respondo. Levanto a Sami, que extiende sus brazos hacia mí y beso la frente de Marcela. Edith y Claudia me dan una mirada compasiva, la segunda se dirige al ramo de flores y palidece.

—¿Quién te envío esto? —chilla su pregunta. Edith se vuelve hacia ella y el color también abandona su rostro.

—No lo sé, ni este ni el otro ramo tenían tarjeta. Además, las flores son horribles.

—Dios mío —susurra Claudia, mira a su madre y luego a mí—. ¿Ya te han enviado otro ramo?

—Sí, hace unos días.

—¿Le dijiste a Pablo? —pregunta Edith.

—No.

—Debiste haberlo hecho, Susana. Estás en peligro. —Claudia se estremece cuando dice esas palabras. Miro a ambas mujeres asustada.

—¿Qué? —grazno.

—Estas rosas, son una marca —responde Claudia—, de Alexia y su familia.

—¿Una marca?

—¿Mi hermano te dijo exactamente quienes y que son la familia de Alexia?

—No.

—Jesús —sisea Claudia, mira a su madre de forma acusadora—. ¿Cómo es que no le han dicho?

—Eso no nos corresponde a nosotras, Claudia. Entre menos gente sepa, mucho mejor.

—¿De qué están hablando?, ¿Quiénes son estas personas?

—El apellido de Alexia es Montana —dice Edith, sus ojos se llenan de temor y tristeza—, como Giovanni Montana.

—¿El congresista? —chillo, sintiendo que mis rodillas comienzan a temblar. Sami se recuesta en mi hombro y Marcela estrecha mi mano.

—Sí —responde Claudia— el congresista corrupto al que acusan de miles de cosas pero que nunca pueden comprobar nada. Porque cada testigo o prueba de su mal proceder, desaparece.

—Cristo —susurro. Miro a las niñas y luego a las mujeres delante de mí. Abro mi boca para poder decir algo más, pero me detengo, al ver a Pablo y Saúl emerger, ambos desde mi casa, con el semblante sombrío.

Pablo se acerca a mí y pone su mano protectoramente sobre mi hombro, mira a su hermano y habla:

—Llama a la policía.

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