Capítulo 17
—¿Y cuántos años tienes?
—¿Cómo se llaman tus hijas?
—¿En qué trabajas?
—¡Oigan! Ya párenla, que esto es peor que la inquisición. —Mis mejillas se colorean y no puedo evitar mirar a Pablo, que tuerce su boca en una pequeña sonrisa.
No puedo creer que encuentre esto divertido, cuándo ayer estaba molesto por las personas del teatro. Mis tíos continúan enviando sonrisas hacia nosotros y, a pesar de la impertinencia en estos momentos, los amé cuando ninguno le prestó atención a la cicatriz de Pablo y lo trataron como uno más.
Incluso mi primo Diego, que sólo tiene dieciséis años, no se ha quedado viendo su mejilla como algunas otras personas en la calle.
—Ay cariño, sólo queremos conocer mejor a tu novio.
Gimo internamente y le doy una mirada a mis padres y a Jenny.
—No hay problema —dice Pablo, estrechando mi mano bajo la mesa—. Tengo treinta y tres, mis hijas se llaman Marcela y Samanta; tengo mi propia compañía.
—Interesante —murmura mamá.
Papá luce complacido, le ofrece una sonrisa a Pablo y habla—: Qué bien.
—¿Algún día conoceremos a las niñas? —pregunta mi madre con ojos soñadores.
Pablo se tensa a mi lado, pero soy la única que se da cuenta. La media sonrisa de su boca muere y en un tono que intenta ser formal, pero que es evidentemente simple, responde a mi madre.
—No creo que sea adecuado, por el momento.
Mis padres, sin perder la sonrisa tonta en sus caras, aceptan la respuesta.
—Ahora entiendo por qué Susana no trae un novio a casa —dice mi tío Ernesto, con una sonrisa—. Realmente son un caso serio, hermana.
Mi mamá le da una mirada y se encoje de hombros. Pablo se concentra en su comida, y me doy cuenta que su paciencia con mi familia se está agotando.
—Lo siento —susurro. Me siento realmente mal por exponerlo a esto.
—No, no te disculpes. No sucede nada, sólo... las niñas son un tema delicado para mí. No estoy acostumbrado a que me pregunten o hablen de ellas.
Quiero preguntar por qué razón, pero me abstengo de hacerlo.
—Vale. —Le sonrío y veo que su pequeña sonrisa regresa. Hasta ahora, sólo a sus pequeñas y a mí, nos regala esa enorme y abierta sonrisa—. Espero que no salgas corriendo por lo locos que son en mi familia.
—Tu familia es muy parecida a la mía. ¿Olvidas a mi madre y mis hermanos?
—¿Cómo podría olvidarlos?
—Exactamente.
Mamá hace la oración, y para mi vergüenza, agradece por la presencia de Pablo y mi relación con él; papá la secunda y Jenny ríe. Termina y nos permitimos disfrutar del delicioso almuerzo de mi madre.
Nadie tiene una sazón más deliciosa que mi madre. Lo juro.
—Esto está delicioso —alaba Pablo, mirando a mi madre.
—Gracias hijo, el secreto es mucho amor y pasión por lo que hago.
Pablo ladea su cabeza un poco y su expresión se suaviza. —Es un excelente secreto.
—Lo es.
Muerdo mi labio y continúo concentrada en mi plato para evitar saltar sobre los huesos de Pablo, y besarlo por mirar de esa hermosa manera a mi madre. La mano de Pablo regresa y estrecha nuevamente la mía, le miro de reojo y lo encuentro sonriendo hacia su plato. Él sabe que más tarde, lo recompensaré por todo lo que está haciendo.
—Muchas gracias por aceptar nuestra invitación —dice mi madre, lanzándose sobre Pablo para abrazarlo. Su cuerpo se tensa nuevamente, pero no aparta a mi madre.
—Gracias a ustedes —responde y permite que mi madre le bese la mejilla. Aquella donde no hay cicatriz—. La cena estaba deliciosa, señora Eugenia.
—Que tengas un buen día, hijo. Y que tu semana sea productiva. —Papá palmea la espalda de Pablo y estrecha su mano.
—Igualmente, señor Henry.
—Adiós papá, adiós mamá. —Abrazo a mis padres y miro mal a mi hermana—. Chao tonta.
—También te amo hermanita.
Gruño y halo a Pablo para alejarlo del demonio que es mi hermana. Aunque durante el almuerzo se comportó, dudo mucho que su boca no deje escapar algo vergonzoso por un tiempo más. Camino hasta mis tíos Ernesto y Pilar, para despedirme.
—Fue un gusto verlos de nuevo, tío —digo, mi tío me atrae hasta su pecho y me abraza.
—Extrañaba mucho a mis chiquitas. —Me suelta y abrazo a mi tía, mientras mi tío habla con Pablo—. Dentro de dos semanas regresaremos y espero que podamos reunirnos para tomar algo —dice mi tío estrechando la mano de Pablo.
—Eso suena bien.
—¿En serio? —No sé si estoy más sorprendida porque Pablo acepte la invitación de mi tío o por la sonrisa que se ha dibujado en sus labios.
—Sí, tu familia es buena.
—Espera a ver a mis abuelos —comenta Jenny arrastrándose al lado de mi tío—. La abuela probablemente te pinchará la cola seis veces antes de que termines de saludarla... —Jadeo al recordar a la abuela. Jesús, Jenny está siendo suave con respecto a cómo actuará la abuela alrededor de Pablo—, y el abuelo, bueno, él te hará revisar cada baño y tubería de la casa, ya que cree que aún vive en el monte y hay bichos dentro del alcantarillado.
—Sería interesante conocer a tus abuelos.
Abro mis ojos con pánico, recordando la vez que el abuelo rompió la llave de paso en casa de, en ese entonces, el prometido de mi prima Patricia, la hija mayor de mis tíos y quien ahora está en Sídney con su numerosa familia. Dos partos de gemelos y trillizos cada uno.
—No creo que sea una buena idea —murmuro. Pablo estrecha mi mano y me sonríe.
Hoy ha sonreído mucho.
—Tal vez un día.
Parpadeo y asiento, rogando al cielo que ese día no llegue pronto. Será un caos. Mi familia es completamente desquiciada.
—Oye hermanita —llama Jenny cuando estamos por subir al auto—, oraré por ti. Mamá acaba de actualizar su estado en Facebook. Qué Dios te bendiga.
Oh Dios... en serio, quiero matar a mi hermana y mi madre.
—No entiendo —dice Pablo mirándome confuso.
Suspiro y le doy una mirada avergonzada. —Mamá acaba de anunciarle al mundo virtual que hoy almorzó con... su nuevo yerno.
—Ya veo.
—Y probablemente ya te buscó en Facebook y te envió la solicitud de amistad. —Asiente y sube al auto—. Pero no te preocupes, no tienes que agregarla. Si lo haces, te etiquetará en cuanto estado o imagen suba. —Subo a su auto y le permito llevarme a casa. Ya que yo traje a Jenny, ella se irá en mi auto.
—En realidad, no tengo Facebook, ni nada de esas redes sociales.
—¿En serio?, ¿ni siquiera Instagram?
—No.
—¿Cómo te encontraría, entonces?
—Sólo tienes que llamarme, o tocar a mi puerta.
—No me refiero a eso —digo, toma la siguiente curva hacia nuestras casas—, me refiero a que no existes en el mundo cibernético.
—No, y así es mejor.
—Eres la primera persona, que conozco, que no tiene alguna red social.
—Eso es bueno, las redes sociales se prestan para demasiadas cosas.
—Depende —discrepo—, para eso existe la opción de aceptar a quienes tú consideres adecuados.
—Hackear una cuenta es demasiado fácil —dice con seriedad.
—Estás siendo paranoico.
—Estoy siendo precavido.
Suspiro y lo miro de reojo. Está concentrado en la carretera, pero su cuerpo está tenso.
—¿Alguien en tu familia tiene redes sociales?
—Para mí descontento, sí. No puedo impedir a Claudia o Saúl que las usen, y aun así, los tengo cambiando su contraseña cada pocas semanas. —Toma la nuestra calle y de repente me mira con una sonrisa—. ¿Tienes un traje de baño en casa?
—¿Eh?
—Espero que tengas uno, si no, Claudia tiene demasiados en casa. Incluso sin usar.
—¿Por qué necesito un traje de baño? —pregunto cuando se detiene frente a mi casa.
—Tarde de piscina. —Me quedo mirándolo confundida. Baja del auto y me señala mi casa—. ¿Lo tienes?
—Sí, tengo uno.
—Bien, úsalo. Vendé por ti en veinte. —Se acerca y besa mis labios tiernamente—. Las chicas están ansiosas por verte.
Exactamente veinte minutos después, Pablo toca a mi puerta. Me quedo un poco sorprendida, al verlo usar unos pantalones cortos y una camiseta. Por lo general, el sólo usa trajes o ropa formal.
—¿Lista? —pregunta. Llevo mi traje de baño verde oliva bajo mi vestido de playa negro. Es un bikini, sencillo, pero todavía enseña demasiada piel.
Podría haber usado otro, pero no tengo más. Realmente nunca me he preocupado por los trajes de baño, especialmente cuando no voy mucho a piscina o a la playa.
—Sí —respondo y tomo la bolsa donde puse mi toalla, el bloqueador y mis lentes de sol.
Me besa nuevamente, esta vez, sus labios son un poco más persuasivos, tentando y atrayendo mi lengua a la suya. Le permito tenerme por esos segundos que demora en hacerme papilla en sus brazos.
—Nos esperan —dice, sin jadear como yo lo hago. Abro mis ojos, los que cerré en algún momento y le permito dirigir el camino hacia su casa.
Al llegar, doy sólo un paso hacia el jardín, y dos pequeñas criaturas se lanzan contra mí.
—Susana —chilla Marcela, feliz de verme—. Estábamos esperándote. Papá dijo que fue a conocer a tus papis, ¿por qué no nos invitaste? Queremos conocerlos también —dice Samanta asiente enérgicamente, estando de acuerdo con su hermana mayor.
—Oh, bueno... yo... uhm...
—En otra ocasión —corta Pablo. Les da una mirada a sus hijas, que les deja saber, deben dejarlo ahí.
—¿Vas a bañarte con nosotras? —pregunta Marcela.
—Por supuesto, ¿ya tienen sus trajes de baño?
—Sí —responden las dos. Miro a Samanta y le sonrío, aunque no habla mucho, de vez en cuando nos complace con su voz.
—Bien, vamos a cambiarnos.
Unos minutos después, las tres nos dirigimos hacia Pablo y sus hermanos que están disfrutando del sol junto a la piscina. Pablo aún usa su camisa, lo cual me decepciona. Me encantaría ver su cuerpo.
Apenas y estamos a su vista, Saúl codea a Pablo, al volverse hacia la dirección que su hermano apunta, su boca se abre y sus ojos se oscurecen. Un calor abrasador recorre mi cuerpo, al sentir sus ojos descender lentamente y luego ascender de la misma manera, apreciando cada parte de mi cuerpo. Su boca se abre sólo un poco, pero puedo reconocer que le gusta lo que ve, le gusta mi cuerpo y he causado una reacción en él.
No puedo no sentirme orgullosa por ello. Mi ego levanta su cabeza y me siento jodidamente fantástica.
—Estamos listas —anuncio. Las chicas a mi lado saltan en sus pies—. Nos aplicaremos el protector solar y luego podremos darnos un chapuzón.
Claudia me da una mirada de aprobación y patea a su hermano que no deja de verme intensamente.
—Tus hijas están aquí —dice, Pablo sacude su cabeza y me da una mirada avergonzado.
—Te ayudaré a aplicarles el protector —dice y toma en sus brazos a Samanta.
Claudia y Saúl sonríen, y se burlan de su hermano que cada segundo se vuelve hacia mí, evaluándome de pies a cabeza. Edith, que acaba de unirse a nosotros, los reprende y defiende a su hijo mayor.
—Perfecto, ahora podemos entrar al agua —anuncio, al terminar de aplicar la crema en mi cuerpo.
—Vamos —grita la pequeña y toma a su hermana que ahora usa unos graciosos flotadores en sus brazos.
—A la cuenta de tres —digo, les pido a las dos que se preparen y al llegar al número tres, saltamos al agua.
Chapoteamos y logramos ganar sonrisas en todos. Las niñas se sostienen de mi cuerpo y empiezan a gritar por su padre.
—¡Vamos papi! Ven aquí.
—En un momento —responde. Le miro con una suave sonrisa, Pablo la devuelve y luego guiña un ojo en mi dirección; cada vez que hace eso, algo golpea mi corazón haciéndolo acelerar a mil por segundo.
De pronto, Pablo agarra el borde de su camisa y la levanta, pasándola por su cabeza. Su enorme y tonificado torso se manifiesta a la vista de todos, y no puedo evitar dejar caer mi boca.
Jesús, María y José.
Pablo está que arde.
¿Cómo carajos voy a resistir el saltar sobre sus huesos?
Sonriendo al verme apreciar su cuerpo de la manera en la que él contempló el mío, corre se lanza a la piscina, haciendo saltar el agua sobre nuestros rostros. Marcela y Samanta corren mientras Pablo sale a la superficie y trata de alcanzarnos.
Logro impulsar a ambas niñas hacia una de las orillas de la piscina, para alejarlas de Pablo, una mano toma mi tobillo y soy empujada hacia abajo del agua, unas manos se aferran a mi cintura y en un respiro, regreso a la superficie, jadeo y trato de golpear a Pablo, pero me sostiene firme, su peco vibra por la risa que deja escapar y me maravillo por el sonido hasta que baja sus labios a mi oído susurra:
—Me alegra saber que no soy el único afectado por el otro. —Jadeo cuando siento su pelvis aprisionarse contra mi trasero.
Un estremecimiento recorre mi cuerpo, al sentir lo duramente afectado que está.
Ay Dios mío bendito, ampárame.
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