V e i n t i n u e v e

Un anillo plateado y delgado rodeaba mi dedo anular, y también el de Victor. 

Aún éramos jóvenes y realmente no necesitábamos un papel que acreditara nuestro inminente amor, ya que este se podía ver a kilómetros  y más si nuestros característicos aromas se unían para crear un uniforme olor a crema de menta.

No había nada que nos apurara, por lo que decidimos dejar todo para cuando fuera el momento adecuado.

-♡- 

Habían pasado varios meses, meses en los cuales ya debía haber fecundado si es que aquello en realidad hubiera sucedido.

A veces despertaba por las mañanas y Victor se encontraba acariciando mi vientre con sus manos tibias. Él creía que funcionaba como las plantas, las cuales crecían felices si uno las mimaba. 

En otras ocaciones, cuando me encontraba en la cocina preparando alguna comida del día, Victor me abrazaba por la espalda y levantaba con cautela cualquier prenda que llevara en el torso y preguntaba si ya estaba listo.

Pero estas acciones comenzaron a disminuir cada vez más.

El llanto por las noches ya no era parte de la rutina, porque ahora era más divertido hablar de lugares a los cuales nos gustaría ir a desayunar al día siguiente. Incluso hacer la lista mental del mandado del mes era algo agradable de hacer si ambos lo discutíamos.

Me di cuenta de lo agradable que era entrar en la ropa que utilizaba antes de comenzar a ingerir pastillas para volverme más fértil. Y la mejor parte era cuando Victor lo notaba.

—Ese pantalón lo utilizabas cuando tenías dieciocho, ¿no?

Sonriente asentí pasando mis manos por sobre mis muslos, simulando barrer cualquier pelusa o polvo ajeno

Hasta Otabek me había dado un par de datos para sacar un poco de músculos en las zonas que habían quedado flojas por el anterior exceso. Y para complementar, tomábamos hierbas o tés con la esperanza de quemar esas calorías que nos atormentaba.

En definitiva, Otabek y Yurio fueron los primeros en hacerme ver que la vida no se trataba de seguir aquella línea repetitiva en la cual el Omega obligatoriamente debe dar a luz.

¿Qué había de malo en ser un Omega que no puede procrear?

Nada.

Aquellos ahorros que en algún momento yacieron en una alcancía llamada "Bebé(s)", ahora lo habíamos destinado para comprar dos boletos hacia Japón.

Ya era hora de ver a mi familia y darles la noticia.

-♡-

Claramente, no iba a ser un tema fácil. Por ello esperé un momento a solas con mis padres y yo.

Fue entonces que entré a la cocina y me encontré con ellos preparando té de canela.

Me acomodé entre ambos y mi madre apoyó su mejilla en mi hombro. La diferencia de estaturas formó un nudo en mi garganta, y es que los años seguían pasando cada vez con mayor rapidez y todos, de alguna forma, nos acercábamos a la muerte.

—Yuuri, cariño, ¿tú hermana ya te dio la gran noticia? —inquirió mi madre retirando un delgado palo de canela del interior de una caja.

—Oh, cierto. Casi había olvidado el tema, o quizá mi mente ya no retiene como antes —rió mi padre y yo no pude evitar suspirar suave para finalmente negar con un gesto rápido de cabeza.

—¡Al fin serás tío! —dijo mi madre con notables ganas de gritarlo al mundo si pudiese. Me miró y sonrió logrando que sus ojos prácticamente se cerraran de la felicidad.

Una sensación agradable me llenó.

Abrí la boca para volver a cerrarla. Me había quedado sin palabras.

Sólo había escuchado sobre la pareja de mi hermana y el hecho de que él la llevó a vivir fuera de la cuidad. Algo soñado y alcanzable para ellos. Un sueño cumplido para ella.

Casi podía sentir la conexión entre nosotros incluso en la distancia, y es que si ella era feliz, yo también lo era.

—Estoy impaciente por verte en cinta a ti también, cariño. —agregó mi madre buscando el pote de azúcar en la alacena frente a nosotros.

—Sobre eso... —susurré.

Mi madre se volteó y pude notar que su quijada cayó unos milímetros como gesto de atención total. Por otra parte, mi padre colocó la tetera en la cocina por seguridad mientras me miraba con igual atención.

Las miradas eran penetrantes, más no agresivas.

Eran mis padres y no había real razón para ocultarles la verdad. Mi verdad.

—Me volví... infertil —pronuncié con la voz apagada mientras acariciaba el antebrazo de mi brazo contrario.

Escuché como mi madre pronunció "mi pequeño" mientras rodeaba mi cintura con sus cálidos y pequeños brazos. Mi padre, sin mucha fuerza, nos rodeó a ambos.

No estaba solo. No estaba vacío. No necesitaba nada más.

+Penúltimo

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Perdonen cualquier error de ortografía. ❤

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