15 años: Mi primer flechazo.

El sol de la tarde se sentía cálido sobre mi rostro mientras caminaba junto a Jungkook de regreso a casa. La brisa era suave y el cielo tenía ese tono anaranjado que me gustaba tanto. Yo llevaba la mochila bien sujeta a los hombros, como siempre, y trataba de no tropezar con las piedritas del camino. Jungkook, en cambio, caminaba pateando una piedra con rabia, que iba saltando por la acera como si supiera que él estaba de mal humor.

—¡No puedo creerlo! —repetía por tercera vez, o tal vez cuarta—. ¡Mi padrastro se muda hoy! ¡Y trae a su hijo! ¡A su hijo! ¿Sabes lo que eso significa? Voy a tener que compartir mi habitación. ¡Mi habitación, Jimin!

Yo asentí en silencio, aunque ya me lo había contado. Varias veces. No quería que pensara que no lo escuchaba, pero también me daba un poco de risa cómo exageraba todo.

—Tal vez no sea tan malo —murmuré, empujando un poco mis lentes hacia arriba con el dedo índice. Siempre hacían eso, deslizándose por mi nariz.

—¿No tan malo? —me miró como si acabara de decir la cosa más absurda del mundo—. ¡Es un adolescente de dieciocho años! Seguro es uno de esos tipos que se creen los reyes del universo solo porque juegan básquet y es rapero o algo así.

No pude evitar soltar una risa chiquita. Era gracioso cuando Jungkook se ponía así. Le encantaba quejarse y yo... bueno, yo lo escuchaba.

Doblamos la esquina y ahí estaba su casa.
Una camioneta blanca estacionada justo enfrente, con las puertas traseras abiertas y cajas amontonadas por todas partes. Su mamá salía de la casa con una carpeta en la mano y un hombre alto —su padrastro, supuse— bajaba una maleta grande del vehículo.

Y entonces lo vi.

Fue solo un segundo, pero el mundo pareció detenerse.

Había un chico frente al garaje, de espaldas. Alto, con el cabello largo y oscuro que le caía por los lados del rostro.

Vestía una camiseta sin mangas que dejaba al descubierto sus brazos largos y definidos, y unos pantalones deportivos que se veían cómodos, como si todo en él estuviera en armonía con su cuerpo.

Estaba botando una pelota de básquet.

Y lo hacía como si respirara. Natural. Fácil.

Mi corazón dio un pequeño salto. No, una sacudida. Una que me hizo detenerme sin pensarlo. Lo vi girar un poco, dar un salto suave y encestar en un aro improvisado colgado al garaje. El balón entró sin esfuerzo. Sin mirar a nadie, se agachó para tomar otra caja y entró a la casa.

Yo no podía moverme.

—Ese debe ser él —dijo Jungkook, cruzándose de brazos—. Min Yoongi. Ni siquiera saludó. ¡Qué grosero!

Min Yoongi.

Repetí el nombre en mi mente como si lo estuviera subrayando en una libreta invisible. Como si fuera importante, muy importante. Como si lo necesitara memorizar.

—Min... Yoongi —susurré sin darme cuenta.

—¿Estás bien? —me preguntó Jungkook, girándose hacia mí.

Parpadeé. Mi cara estaba caliente. Ardía, más bien.

—¿Eh? Sí... sí. Estoy bien —dije, torpemente. Me llevé las manos a las mejillas y me ardieron aún más cuando las toqué.

—Estás todo rojo —se burló él, frunciendo el ceño—. Seguro es por el sol. Hace calor, ¿no?

—¡Sí! ¡El sol! —me apresuré a decir, bajando la mirada.

—Nos vemos mañana, tonto. Voy a necesitar suerte para sobrevivir a ese tipo.

Asentí y lo vi entrar a su casa. En cuanto la puerta se cerró, salí corriendo a la mía.

Crucé el pasillo, subí las escaleras de dos en dos, lancé mi mochila sobre la cama y corrí hacia el balcón.

Mi balcón daba justo a la habitación de Jungkook. Bueno, a la que ahora era también la habitación de Yoongi. No tenía cortinas todavía, así que la luz del atardecer entraba con fuerza, iluminándolo todo.

Y ahí estaba él.

Yoongi.

Estaba de pie frente a su cama, quitándose la camisa lentamente. Llevaba una camiseta blanca debajo, que se ajustaba a su torso largo y delgado. Tenía auriculares puestos y movía los labios como si estuviera cantando. No podía oírlo, pero verlo así... tan real, tan cerca... me dejó sin aliento.

Lo observé en silencio, con el corazón latiendo tan fuerte que sentí que podía escucharlo.

Y de pronto... levantó la mirada.

Nuestros ojos se encontraron.

Me quedé congelado.

Yoongi me miró por un segundo. Solo uno. Pero para mí fue eterno. El mundo pareció quedarse en pausa. Mis piernas temblaban, pero no podía apartarme. No podía ni respirar.

Él arqueó una ceja, como si se preguntara quién era el niño raro que lo espiaba desde el balcón. Luego, simplemente se dio la vuelta y salió de la habitación.

Solté el aire de golpe.

Me dejé caer contra el marco de la puerta, con una mano en el pecho. Sentía que el corazón me iba a explotar. Mis mejillas seguían rojas. No sabía qué había sido eso... pero lo sentía. Algo muy intenso, como si dentro de mí se hubiese encendido una pequeña chispa.

—¿Qué... fue eso? —susurré, tambaleándome hacia atrás.

Ese fue el momento exacto.

El momento en que todo cambió.

Fue como a mis quince años obtuve mi primer flechazo.

Min Yoongi.

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