La Reina del Averno


La proyección de Julieth desapareció ante los oscuros ojos de Johanna, así como todo el espacio. Ahora la hija de Lucifer no estaba en la biblioteca sino en la Sala del Trono del Palacio, y Lady Lilith, su madre, estaba ocupando el lugar que la falsa Julieth había dejado.

—Reconozco que aquello último fue una pequeña broma mía, pero antes ¿Cómo te diste cuenta de que nada era real? ¿Cuál fue mi error querida?—inquirió la demonia mayor haciendo un mohín, desde su puesto en el trono, ante los inquisitivos ojos de su hija.

Pese a su condición demoníaca, Lilith era una mujer realmente hermosa, y más cuando adoptaba características tan humanas.

Los cabellos largos, tan rojos como la misma sangre, le ondeaban libres por toda su espalda, y algunos mechones se retorcían como serpientes sobre sus hombros y sus prominentes pechos. En tanto, sus ojos negros, como la plena noche, contemplaban a su progenie con expectativas y sobradas ansias.

Su vaporosa túnica color escarlata, que cubría solo las partes necesarias de su marcada silueta, y acentuaba su tez de porcelana, se abrió en dos gajos, dejando ver sus largas y esculturales piernas, cuando la Reina del averno, se removió en su trono inquieta, cruzándolas, al tiempo que se inclinaba brevemente hacia adelante a la espera de una respuesta.

Ante todo diría que tu error fue seguir los consejos del inepto de Agramón—dijo Johanna, haciendo referencia a otro demonio mayor, que tenía la cualidad de materializar los temores más profundos del corazón—Tu segundo error radicó en creer que yo le temo realmente a algo, lo que se deriva en que debes dejar de subestimarme madre –añadió insidiosamente.

Lilith giró sus ojos negros de ónix antes de posarlos de nuevo en su hija. Aunque ciertamente no podía culparla por actuar de esa manera impertinente e impetuosa. Después de todo, ella la había gestado.

—Admito que Agramón me dio un par de sugerencias, pero he logrado perfeccionar su técnica querida. Yo he combinado temores con deseos y anhelos. ¿No te has dado cuenta acaso?—dijo Lady Lilith, jactándose ella también de sus habilidades.

Me di cuenta de que una demente Astrid se materializó ante mi e intentó matarme, en el momento en que deseé ponerle mis manos encima al "maldito Libro bendito" y que lo hizo de una manera muy inusual para una de su clase—corroboró Johanna—. Más supongo que a mis acompañantes les ocurrió algo semejante ya que todos deseábamos en ese momento dar con el manuscrito. Fue hábil de tu parte lo admito.

Lilith se frotó las manos antes de emitir un sonoro y único aplauso que hizo eco en el amplio recinto y se volvió a remover en su trono.

—¡Ja! Fue más que hábil querida. Fue brillante. Mejor que todas las estúpidas trampas protectoras que puso tu padre. ¡Y fue muy simple! Cuando lancé el hechizo solo creé algunos detalles del espacio: La Biblioteca, el atril con el Libro, fiel copia del real por cierto, pero el resto de las ilusiones las crearon ustedes mismos en base a sus propios deseos o temores—explicó la primera de Adán—. Por cierto, todos tus acompañantes siguen aún inmersos en sus fantasías, recreando una y otra vez sus propios temores. ¿Sabías que la traición de sus seres queridos y sus muertes es lo que más les ha aterrado a la mayoría?—añadió Lilith, fascinada.

No...y NO me interesa—respondió Johanna, ya fastidiada con tanta charla banal—. Lo que sí me interesa es saber ¿Dónde está el verdadero Libro Sacro madre?—añadió, yendo directo al meollo del asunto.

La demonia mayor pronto manifestó también su descontento.

—¡Ay querida, tan bien que venía nuestra charla madre-hija y tú siempre tan esmerada en arruinarla!—torció su boca en una mueca de disgusto.

Luego se levantó de su trono, que era igual de suntuoso que el de su concubino Lucifer, pero con una estética más personal, pues el respaldo de su sitial estaba decorado con culebras de oro sólido, cuyos ojos eran incrustaciones de rubíes, lo mismo que los apoyabrazos, en clara representación de las predilecciones de la Reina del Averno; y finalmente se acercó a su descendencia.

Johanna ni siquiera se inmutó cuando su madre atravesó el recinto, barriendo con la cola de su insinuante túnica roja, los negros pisos espejados, los cuales hacían juego con los pilares de obsidiana ubicados en sus cada uno de sus flancos, pues sabía bien que por más enfadada que estuviera, ella no le haría daño. Lucifer era de quien debía preocuparse.

—Sabes que no puedo decirte donde está el verdadero Libro—respondió, colocando una mano sobre la mejilla de su hija, en un gesto que sin duda albergaba afecto.

—¿No puedes o no quieres?—inquirió Johanna, dejando que su madre continuara con su singular muestra de cariño—. En serio creí que me apoyarías esta vez madre. Siempre pensé que mis rasgos rebeldes eran los que más te gustaban –añadió astutamente.

—¡Pues está claro que me siento orgullosa de tu rebeldía querida Satrina!—exclamó Lilith—O debería decir Johanna. Sé que ese es el nombre que has escogido tú misma—le guiñó con picardía—. Siempre me he sentido muy satisfecha por lo especial que eres. ¡Mi creación más perfecta!—dijo sinceramente, en un tono suave, nostálgico, que luego se endureció, lo mismo que sus palabras—. Pero no intentes manipularme querida porque recuerda que yo te enseñé esas tácticas—puntualizó, y retiró la mano del rostro de su hija.

Johanna maldijo en su fuero interno. Tenía que ser más hábil si quería salirse con la suya.

Lo sé—dijo la joven—. Y créeme que no te estoy manipulando madre. Yo solo intento que veas las cosas como son en realidad—fue ella esta vez, quién envolvió la mano de su progenitora, entre la suya, impidiendo que Lilith se aleje—. Barrer a los humanos de la faz de la tierra es un error abismal. He visto las consecuencias que eso genera. La situación no se tornará buena, ni siquiera para los de nuestra especie.

Lilith lo meditó un momento. La Reina del Averno no era ajena a los dones de su hija. Sabía que su Satrina era capaz de viajar en el tiempo y que esas afirmaciones podían llegar a ser ciertas. Sin embargo, aún no se decía a confiar del todo en ella, aunque mantuvo la intimidad, sin marcar distancia, conservando el contacto entre ambas.

Tal vez, para Lilith el mayor obstáculo, el que le impedía tomar partido en favor de su hija, era su "esposo".

Pero... ¿desde cuándo ella le rendía obediencia a sus concubinos? ¿Acaso no había desafiado antes a Adán, cuando se había negado a ser sometida bajo su cuerpo en el momento de la intimidad?

Johanna supo reconocer en el rostro de su madre la duda, y pudo adivinar el hilo de sus pensamientos y así planeó su estrátegia.

Si quería ganar tenía que apelar al lado más rebelde de Lilith, a su parte más explosiva y liberal.

Además madre, dime ¿Por qué siempre tienes que hacer lo que Lucifer ordena? Él no es el único con autoridad y autonomía en este sitio o ¿sí? indagó la súcuba.

El rostro de la demonia mayor se encendió de pronto, y sus ojos flamearon, como dos antorchas encendidas.

—¡Claro que no lo es! YO también soy la Reina—afirmó Lilith, visiblemente disgustada ante aquella insinuación.

Johanna sonrío en su fuero interno.
"Demasiado explosiva y vólatil." pensó en referencia a su madre.

Y una Reina increíble, por cierto—siguió la demonia, aprovechando su reciente victoria—. El Infierno no tendría dirección, y los principados menores no se mantendrían en armonía, sino fuera por ti. ¡Padre siempre está queriendo hacer la guerra!

—¡Totalmente cierto!—confirmó Lilith—. Sin mi este lugar sería realmente un caos—aseguró dándose importancia, inflando su ego.

Perfecto. Johanna casi la tenía entre sus manos, o eso esperaba...

Y hablando de él, ¿dónde está padre ahora?—dijo de modo casual, desviando ligeramente el curso de la conversación, para que no resultara tan evidente, el intento de manipulación hacia su madre.

La respuesta de Lilith la sorprendió.

—La última vez que lo vi iba con ese adefesio de brujo y la presuntuosa Reina de las hadas hacia el páramo—soltó con desdén—. Ambos se estuvieron refugiando en nuestras tierras, desde que tú lograste escapar y amenazaste con frustrar sus planes. Lo cual los puso notablemente malgeniados, incluso a tu padre—Lilith sonrió con suficiencia, nuevamente orgullosa de su prole.

Entonces el Libro ya no está aquí— dedujo su hija y Lilith negó, con un gesto de cabeza, cediendo finalmente, ante Johanna—. ¿Hace cuánto fue eso? ¿Hace cuánto tiempo que se fueron madre?—indagó, con apremió.

Lilith ya no tenía ganas de seguir callando, ni encubriendo a su esposo. Se sentía molesta. Aunque más que con Lucifer, era un enfado hacia si misma. Se odiaba por haber actuado como la marioneta del Rey del Averno en ese último tiempo. ¡Siquiera le había preguntado qué opinaba ella sobre borrar a la humanidad del planeta! Había tomado las desiciones sobre ella. Y nadie, NADIE, en ninguno de los mundos pasaba sobre la voluntad de Lilith.

—Se fueron hace como una hora—dijo sin el menor atisbo de culpa, disfrutando plenamente de aquella difusión de información, librándose del yugo del silencio—. A estas alturas ya deben estar cruzando los portales hacia el Central Park. Allí se realizará el ritual, pues necesitan un espacio abierto para invocar al ángel—añadió Lady Lilith—Puedo intentar abrir un portal desde aquí para que los alcances querida. Agramón me enseñó a vulnerar algunas de las defensas de tu padre, desde el interior del Castillo. No todo fue perdida—comentó encogiendo sus hombros, esbozando una pequeña sonrisa.

Gracias madre—Johanna apretó ligeramente su mano e inclinó su cabeza, hacia la Reina del Averno, en un real gesto de gratitud—. En cuanto a mis ami...al grupo que venía conmigo—carraspeó Johanna.

—Levantaré el embrujo y los sacaré de su ensueño, lo mismo que a tu anfitriona—aseguró Lilith, interrumpiéndola.

Johanna sintió inmensas ganas de abrazar a su madre, pero se contuvo, pues ante todo, debía guardar las formas. Aunque aquella era una de las pocas veces que ambas habían manifestado un lazo de empatía tan auténtico.

La súcuba menor sabía que aquel sentimiento, en el caso de su madre, provenía de aquella pequeña pizca de humanidad que aún albergaba la oscura y retorcida alma de la demonia, la cual le había sido otorgada en el origen de su creación.

En cuanto a ella... Su "humanidad" tenía raíces muy diferentes.

Tiempo después, Johanna estaba reunida con sus compañeros de lucha, a quien su madre había retirado el embrujo, concretando su promesa.

Los mismos se materializaron también en la Sala del Trono, al salir de su trance. Lo mismo que su anfitriona, que al fin había despertado y se encontraba agitándose dentro de su mente, haciendo miles de preguntas, como de costumbre.

El grupo había sido informado de los recientes eventos de manera breve- no había necesidad de relatar el increíblemente emotivo y poco convencional encuentro entre las demonias-, y además el tiempo era exiguoy ya estaba más que listo para cruzar el portal que Lilith había abierto hacia el mundo mortal, dispuestos a luchar la batalla final.

Antes de marchar, la súcuba le entregó un pequeño obsequio a su madre, en gratitud al gesto que había tenido para con ellos.

Esto es por si mi padre se llegara a enterar que me has brindado ayuda—dijo colocando el paquete, que estaba envuelto en un tapiz de terciopelo dorado, en sus manos—. No dudo en tu capacidad para apaciguarlo y someterlo, pero una ayuda extra no viene mal —le guiñó— .Y tranquila, que en tanto mantengas tu parte más humana encendida, a ti no te hará dañoexplicó en voz más baja, y volvió a dejar un ligero apretón en la mano de su madre, antes de soltarla del todo—. Te veré pronto Lady Lilith.

—Hasta pronto Mi Satrina—murmuró la demonia, viendo como su primogénita era absorbida por la fulgurosa luz del portal que el resto de los presentes ya habían cruzado.

Luego, las comisuras de sus labios se estiraron en una sonrisa amplia, cuando sus ojos, nítidamente más claros, visualizaron lo que había bajo el paño envolvente.

En sus manos yacía el único objeto en el mundo, capaz de mantener a raya al temerario Rey del Averno.

Johanna le había entregado la caja.

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