La boda. Parte II
—¡No puedo creer que me engañaras. Lo juraste por Mark!—exclamó Julieth emitiendo una aguda queja mental.
La pelirroja, estaba completamente arreglada y lista para la ceremonia, la cual sería en el recinto principal o Sala de Reunión, que había cambiado notablemente por la nueva decoración.
Ciertamente los parámetros estéticos de las hadas eran sublimes. Todo el lugar estaba exultante de gracia y belleza. Una visión en rojo y dorado.
Los seres mágicos habían revestido las intrincadas columnas con enredaderas, cargadas de dorados y fragantes capullos. Los mismos embellecían el púlpito coronado por la florida arcada, al cual se llegaba a través de un sendero adornado con pétalos de rosas rojas.
La mesa circular estaba vestida con impecable vajilla; desde las copas y la loza cristalina que parecía hecha de diamante perfectamente tallado y trabajado, hasta los cubiertos de oro. En el centro de la misma emergía una pequeña representación del árbol con la que había sido construida, rebosante de vida. Un bonsái de roble albino, cuyas ramas multiformes estaban decoradas con relucientes rubíes en forma de péndulos, como enjoyadas hojas.
El techo del Salón había adoptado los matices de un cielo nocturno y aquellas vetas de mica habían intensificado su fulgor brillando como auténticos astros. Pero no eran la única fuente de luminiscencia, ya que también se habían dispuesto algunos faroles que flotaban con magia, como si se tratara de luciérnagas descomunales, por varios puntos estratégicos de la Sala.
—Yo no te engañé—dijo Johanna, con tranquilidad—.Dije que aceptaba contarte la verdad sobre "mi inusual empatía hacia la humanidad", pero no dije cuándo lo haría.
La muy tramposa y arisca demonia había encontrado la manera de timarla. Julieth se sentía muy molesta. Pero no sabía si era solo por esa causa, o si también la evocación del recuerdo del rompimiento con Jen, la había puesto de malas.
Sin embargo, no era momento para seguir discutiendo, ya que la ceremonia de bodas estaba próxima a comenzar. Los presentes ya estaban tomando sus puestos, delante del altar y ella, aguardaba en un sector alejado del mismo, esperando a que la demorada novia llegara, junto con Jen.
No entendía cómo Edrielle y ella podían tardarse tanto, si todos estaban en un mismo recinto. Ya se estaba poniendo igual de quisquillosa con cuestiones concernientes al tiempo, como su huésped.
—Por fin llega—murmuró Johanna, cuando sus ojos, que brillaban como dos piezas de ébano captaron la aparición de la novia.
Pero Julieth enseguida redirigió la mirada hacia la de la joven dama.
Jen era un auténtico ángel. Los vestidos siempre le habían quedado mejor que a ella, pues no era tan alta, ni tan delgada, sino que tenía una estatura normal y curvas más definidas y torneadas. Además el color rosa, en combinación con aquel moño en alto, del cual sobresalían algunos rizos castaños, serpenteando sobre sus hombros descubiertos, le conferían ese aspecto tan delicado y exquisito, tan de "otros tiempos", que intensificaba aún más el cautivante hechizo que desprendía su imagen.
Mientras Julieth pensaba que aquel suntuoso vestido la hacía ver a ella como un pastelillo de fresa, a Jen la hacía parecer como la flor más hermosa. Así era como siempre se la había imaginado en el pasado, cuando pensaba en su boda, aunque en otro escenario, caminando juntas hacia el altar, ambas tomadas del brazo...
La utópica imagen cobró más fuerza a medida que la castaña, cuyos ojos pardos estaban más vivaces que nunca, se acercó a ella.
—Estas babeando—comentó Johanna en su mente.
—Estas llorando—dijo Jen cuando estuvo frente a la pelirroja.
—¡Rayos, ya decía yo que la humedad brotaba del sitio equivocado!—exclamó Johanna, solo para que su anfitriona la oyera—.Hay un pañuelo en la horrible bolsa que cuelga del vestido. Lo puse ahí porque sabía que te terminarías ablandando— musitó y le dio pie a que se limpiara las lágrimas, mientras le otorgaba control del cuerpo.
—Yo...lo siento...—parafraseó Julieth en voz alta, mientras se limpiaba las lágrimas. Por fortuna ella no se había maquillado, exceptuando el de brillo en los labios y el rubor en sus mejillas, o parecería un mapache—. Supongo que me emocionó verte de esa manera—confesó finalmente.
—¿Así como una dona glaseada?—bromeó Jennifer, mientras la pelirroja sonreía y negaba.
—No pareces eso...más bien, pareces tú la novia—admitió, mientras sentía sus mejillas más encendidas que antes, con tal declaración.
—Y tú, pareces la otra novia—aseguró ella, al tiempo que le guiñaba, mientras tomaba la mano de su compañera y entrelazaba sus dedos con los de ella—. Ya es hora...
Con esas últimas sílabas y envueltas en esa cándida melodía de hadas que había empezado a poblar en la Sala, iniciaron juntas su marcha hacia el Altar.
Tiempo después, la ceremonia había culminado, lo mismo que el gran banquete de bodas; y ya formando completamente parte uno del otro, en cuerpo, pero también en alma, Gwyllion y Edrielle abrieron el mágico baile nupcial, bajo el falso cielo estrellado del recinto, al son de una melodía encantadora.
La pareja era un reflejo de la gloriosa decoración, vestida con trajes en las mismas tonalidades.
El vestido de Edrielle era de un sutil tono dorado, con un delicado guipur de flores en rojo en el corsé; mientras que la abombada falda era de color rojo, y se mantenía más discreta, lisa y uniforme, libre de diseños y adornos, constituida por diversas capas, que se abrían como pétalos en cada giro de la danza.
En tanto, Gwyllion lucía un traje de matiz rojo rubí, en contraposición al oro presente en las solapas, el moño y la faja.
Ambos se mimetizaban en esa peculiar y cautivante danza, repleta de movimientos perfectamente rítmicos y sincrónicos, que por su formalidad y estilo clásico, daba la sensación de ser un baile de época.
—¡Al fin llegó la parte divertida!—admitió Johanna, y obviamente no lo decía por la danza, que por lejos le parecía seria y aburrida, sino por los distintos cócteles repartidos en la improvisada barra de tragos.
Las bebidas de los seres mágicos siempre se habían caracterizado por sus chispeantes colores y sus sabores intensos, pero además por los efectos que solían provocar debido a su origen místico. Por eso era recomendable beberlas con sumo cuidado y sobre todo era aconsejable no mezclarlas.
Esas cuestiones Johanna ya las tenía en mente cuando tomó un cóctel color azul eléctrico, que realizaba pequeñas explosiones de sabor ni bien ingresaba en el sistema, haciendo que esa misma electricidad se dispersara por la lengua, la garganta y el resto del cuerpo.
Era una bebida vibrante, enérgica que a un subterráneo o demonio solo lo hubiera puesto un poco más animado, pero el efecto en la humana que habitaba había sido un tanto más hondo.
Pronto Julieth se encontraba en plena pista de baile junto a Jen, realizando una muy original danza del "Cascanueces"
Johanna hubiera querido evitarlo, pero su anfitriona se lo impidió, pues estaba decidida a empoderar en cuerpo, como también estaba resuelta a conseguir más de aquellas maravillosas bebidas mágicas multicolores que la ponían tan divertida y festiva. Y sobre todo, que la hacían olvidar todo lo malo, desdibujando las preocupaciones y los temores y creando una especie de estado de felicidad semi-permanente. Porque claro, este estado duraba hasta que el efecto de las burbujas pasaba.
—¡No deberías mezclar esas dos! –le advirtió la demonia a "su" humana, cuando estuvieron nuevamente en la barra, en busca de aquel elixir jubiloso. Pero aquella en su estado frenético y osado la ignoró.
Como también había ignorado con anterioridad los consejos de Astrid y a Ellylon, que finalmente se rindieron y optaron por acompañar a los novios en la pista.
Johanna debió admitir que ambos formaban una pareja muy funcional, eran guapos, afables, valientes y leales hasta la médula. Tal para cual.
Fue en ese momento, en que los admiraba, en que visualizó a Mark en aquella Sala, entre la multitud. El rubio se acercó con elegancia y con aquella sonrisa angélica que lo caracterizaba se inclinó en gesto solemne frente a ella y la invitó una pieza de baile.
Entonces se dio cuenta de que aquello era una improbabilidad y que las alucinaciones, producto de las equívocas mezclas de tragos, estaban comenzando y lo peor era que le estaban afectando también a ella. Muy pronto sería incapaz de dilucidar entre la ficción y la realidad.
Sintió un mareo envolverla, y se sujetó a la mesa.
—¿Cariño, te encuentras bien?—aún en su estado de semi conciencia Johanna fue capaz de reconocer la voz de Jen.
Por fortuna la castaña se había mantenido cercana todo el tiempo. Pudo identificar su pequeña mano sobre su hombro y a duras penas focalizó sus ojos tormentosos, cuando negó.
—No estoy bien...— se oyó diciendo, pero no estaba segura si era ella quien respondía o Julieth. Ya no tenía conocimiento de donde terminaba una y dónde empezaba la otra.
—Vamos al cuarto. Creo que necesitas descansar—comunicó Jen y las guió hasta una de las habitaciones del recinto, de las tantas que había, para los miembros del Consejo.
A veces las reuniones se extendían demasiado, y duraban hasta el otro día, por lo que había sido menester la construcción de las mismas.
Al parecer Jen era una buena ejecutora del destino, pues casualmente aquella las había guiado hacia los aposentos del Rey. Johanna reconoció el lecho ni bien lo visualizó, aunque difusamente y por versión doble.
Se trataba de una cama de dos plazas, de madera de roble albino, siguiendo la estética del mobiliario, cuya cabecera estaba tallada en forma ornamental, con diseños de flores y hojas caladas en el mismo leño, engalanados con apliques de oro sólido. La blanquearía era en tonos claros, blancos, ocres y dorados, lo mismo que la tapicería.
En cuanto estuvo cerca de la cama, la chica se recostó sobre esta, y Jen se colocó a su lado. La cabeza le martillaba demasiado, pero aun así se esforzó por oír las palabras de su interlocutora.
—Mañana empieza el principio del fin—soltó la castaña sin mayor delicadeza. La pelirroja no pudo menos que asentir—. Yo no sé si tendremos éxito la verdad, aunque la mayoría parece creer que sí—suspiró largamente y paseó sus ojos por el cuarto, para luego, volver a posarlos en su compañera—. Lo que quiero decir Julieth—continuó posando su mano sobre la de aquella, envolviéndola entre sus dedos—, es que no quiero morir sin decirte la verdad sobre lo que pasó aquel día de nuestra despedida de solteras.
A pesar de su estado de turbación un escalofrío recorrió a la pelirroja, cuyo cuerpo se tensó. Había intentado olvidar todo aquello, y lo había conseguido la mayoría de la noche, pero ahora Jen se empeñaba en recordárselo.
—No...es...necesario—musitó a duras penas. Pero la castaña la acalló, colocando dos de sus dedos sobre sus suaves labios.
—Shfff no me frenes. Al fin encuentro el suficiente valor para decirlo—la pelirroja se preparó para oírla—. Todo fue una mentira Julieth. Lo que viste, o mejor dicho lo que pensaste que viste no fue real. Yo nunca me acosté con nadie, no te he engañado jamás.
—Pero...—murmuró la otra.
—Lo sé, la imagen fue muy convincente y más lo fueron mis posteriores palabras –Julieth recordaba bien que cuando ella increpó a Jen por lo que había visto, ella ni siquiera se había tomado la molestia de justificarse, o de negar la situación. Lo que le dio la clara pauta de que en efecto su novia le había sido infiel—. Pero debes saber que si no me defendí en ese momento fue porque deseaba que creyeras que te había engañado. Estaba muy enfadada, dolida por tu infidelidad y quise ponerme a tu altura, desee que sintieras lo mismo que yo, cuando te vi besarte con otra. La verdad es que esa noche Sophie solo había ido a consolarme y ambas nos quedamos dormidas en esa pose rara. Pero te garantizo que no hubo, ni habrá atracción entre ella y yo. Primero porque no es mi estilo y segundo porque es heterosexual—formuló una sonrisa ladeada ante aquello último.
—Pues...lograste...tu cometido. Realmente... se me partió... el corazón—balbuceó July—. Y sabes... o debes saber que yo... no te engañé a propósito. Nunca se me dio bien beber...
El estado en el que estaba era una clara muestra de aquello. Ahora ya no se sentía tan eufórica, sino más bien, mareada, lenta, atontada.
—Lo sé cariño—Jen palmeó su mano con afecto—. Sé que no eras del todo consciente cuando hiciste aquello. Y lo sé porque hablé con todas las chicas presentes aquella noche y todas confirmaron que tu estado era lamentable y no sabías lo que estabas haciendo. Y no solo eso, sino que yo misma comprobé que después de nuestro rompimiento tú y Sharon (ese era el nombre de la chica con la que Julieth se había besado) no continuaron frecuentandose.
—Te has mantenido informada—señaló la ojiverde.
—Sí, y si hubiera puesto el mismo empeño en tratar de apartar mi estúpido orgullo, que el que usé en mi investigación, no hubiera dejado pasar tanto tiempo para decirte que te perdono, para pedirte también perdón y para hacer esto...—los labios de la morena finalmente se posaron sobre los de la pelirroja, en un súbito y efusivo acto, que reflejaba toda la pasión contenida por años, todo el amor, que ambas aún se profesaban, y que indicaba, por sobre todo que en ese punto ya las palabras sobraban.
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