Edom. Parte III
Julieth corrió hacia Jen y se puso de cuclillas junto a ella, levantando su cabeza y colocándola sobre su regazo.
—Mi amor, por favor reacciona—suplicó con voz trémula. La castaña seguía sumida en la inconsciencia, inmóvil y más pálida que lo usual—. ¿La... ha envenenado?—le preguntó a su huésped, mientras las lágrimas comenzaban a caer por sus mejillas de forma inevitable.
—Tranquila Julieth. El Scorpio no le ha clavado el aguijón. Caso contrario su piel se vería diferente—la calmó Johanna. Aquello se estaba convirtiendo en un hábito cada vez más frecuente.
—¿Y por qué no reacciona?—la pelirroja aún estaba temblando y sus lágrimas habían humedecido gran parte de su piel y las de su amada.
—Pues...—Johanna estiró la mano, descubriendo parte del cuello de Jen, donde se vislumbraba un pronunciado collarín rojo—. Creo que el demonio apretó demasiado fuerte—sintió como Julieth tensaba el cuerpo y clavaba las uñas en sus palmas—. Me refiero a que le ha quitado el aire, hasta dejarla inconsciente. Pero no está muerta —puntualizó y sintió como su anfitriona se relajaba.
—Ya veo—inspiró largamente. Ella también estaba falta de aliento—. ¿Y cuándo crees que despierte?—preguntó con pesadumbre.
—Espero que pronto, ya que cuanto más tiempo estemos aquí, más probabilidades hay de que acabemos muertas—respondió la súcuba, que nunca se andaba con rodeos.
—No sé qué hacer para agilizar las cosas. No sé cómo hacer que despierte—comentó July, acariciando tenuemente la mejilla de la castaña, carente de color y calor, sintiéndose totalmente impotente.
—A mí ni me preguntes, yo no soy la princesa de esta historia—ironizó Johanna y en aquellas palabras Julieth obtuvo la respuesta que necesitaba.
Se inclinó ligeramente hacia Jen, y acercó sus labios a los de ella rozándolos con delicadeza primero, para luego imprimir un acentuado beso, mientras rogaba en su fuero interno, que la aquella magia de los cuentos también se hiciera presente en ese momento y el amor de su vida despertara.
Segundos después Jen la contemplaba con aquellos insondables ojos grises, llenando su alma por completo.
El siguiente beso, fue correspondido, y mucho más intenso que el primero. Tampoco faltaron las palabras de afecto.
Johanna se fue a "la otra habitación" mental, donde solía recluirse la mayoría de las veces que su anfitriona la arrastraba a aquellas desmesuradas e incómodas muestras de amor, pero no podía darles la privacidad que deseaban por mucho tiempo, por lo que a la brevedad carraspeó en el interior de la mente de la pelirroja y le susurró que "ya era hora de irse"
Cuando descendieron del edificio, estaban solas, pues el grupo ya se había alejado considerablemente y se encontraba próximo al castillo, formando un perímetro en torno a las murallas.
Johanna, apuró el paso, con Jen tomada férreamente de la mano, ya que no se permitiría volver a perderla y no tardó mucho en reunirse con el resto.
Las siluetas de ambas mujeres comenzaron a discernirse nítidamente cuando estuvieron ya muy cerca, debido a la espesura de la siniestra niebla que las rodeaba y eso casi le cuesta la vida a la pelirroja. La blanquecina espada de Elyllon casi la desuella.
—Ufff esto estuvo cerca—dijo Johanna incorporándose nuevamente, ya que cuando sus diestros sentidos captaron el movimiento de la mortífera hoja, cortando la atmósfera, se inclinó rápidamente, para evitar ser decapitada.
—Lo siento tanto My Lady—Elyllon estaba completamente abrumado. Miró a Johanna, por quien sentía un gran respeto y estima, con gesto apesadumbrado, mientras enfundaba su arma de inmediato—. Pensé que era uno más de esos asquerosos súcubos que le arrebataron la vida a nuestro hermano—el caballero hada, sufría por la muerte de Ferris, pero no se permitía dejarse invadir por los sentimientos. Ante todo era un guerrero, y necesitaba mantener la mente fría y despejada –. En todo caso, me da gusto que estén aquí ilesas, ambas.
—¿Acaso lo dudabas?—cuestionó Johanna, mientras su interlocutor negaba rotundamente—.Y no te disculpes Ellylon—colocó una mano sobre el hombro del soldado y dio un ligero apretón—Es bueno que no hayas perdido el ímpetu y los reflejos. ¡Y mejor aún que yo no haya perdido los míos! —añadió guiñándole—. Ahora escuchen bien todos—dijo dirigiéndose al resto del grupo, que la escucharon atentamente, como siempre lo hacían. Después de todo, independientemente de su estirpe, Johanna era casi una Reina—. El Palacio de mi padre se encuentra muy protegido, pues como sabrán, un rey debe tomar sus recaudos. Y por más temerario que sea Lucifer, él no está exento de riesgo. Por lo cual ha colocado trampas mortales en todo el perímetro—hizo una señal abarcativa y los dispares ojos de los presentes la siguieron, queriendo penetrar los gruesos muros—. Por fortuna, yo conozco muy bien la ubicación de la mayoría y sé que podré eludirlas—algunos murmullos optimistas se alzaron en la ronda—. Sin embargo, no puedo asegurar la supervivencia de todos ustedes—al decir aquello, miró especialmente a Jen—. Por lo cual he decidido perpetrar el castillo y destruir el Libro de Enoc por mi cuenta—ahora las voces que se alzaban eran protestas.
—¡Pero, no puedes ir sola! Por más que sean tus padres, tú estás en su contra en esta guerra—indicó Astrid cruzando sus brazos.
—Gracias por señalar lo obvio—arguyó Johanna girando sus ojos—.Eso lo sé muy bien bruja, pero no les estoy pidiendo permiso.
—¿Nos está advirtiendo My Lady? —era Edrielle quien hablaba.
—No—las voces se alzaron de nuevo, por lo que Johanna debió elevar la propia—. Les estoy informando lo que haré y ahora les estoy pidiendo que se queden aquí y velen por la seguridad de esta joven—volvió a señalar a Jen—, hasta que yo regrese...—hizo una breve pausa y humedeció sus labios resecos por la calidez imperante en el ambiente—Pero sino lo hago, está en ustedes continuar mi tarea. La línea temporal no se acabará conmigo esta vez. Son muchos los agentes que pueden torcer el destino.
Dicho aquello e investida con un aire solemne, dio un paso hacia el frente y como si su mera presencia ahuyentara cualquier velo que obnubilara su paso, la bruma se disipó, develando tras los altos muros, que aún en su delicadeza se mantenían en pie, el acceso al palacio. Entonces fue cuando una mano detuvo su andar, al sujetar su mano.
Al voltear su rostro, la demonia se encontró con la mirada de Jen y del resto del grupo, que avanzaba tras ella, como si fueran su sombra.
—¡Ni aunque les suelte un discurso mejor que el de Gibson en Braveheart me dejaran ir sola ¿verdad?!
—De hecho, es porque lo hiciste mejor que él, que no te dejaremos ir sola—señaló Astrid con sinceridad, ante la sorprendida expresión de Johanna—Pero sí alguien pregunta, negaré que acabo de decir eso.
La demonia giró sus ojos negando y suspiró resignada.
—¡Ya qué! Andando...
La melancólica y tétrica silueta del castillo destacaba entre las sombras, gracias al blanquecino brillo lunar, que se refractaba en aquellas torres negras como el ébano, dibujando claras estrías en su fachada espectral.
Julieth posó la vista en ellas, a medida que avanzaban por un sendero adyacente, que parecía rodear la construcción, el cual estaba surcado por densas matas de retorcidos arbustos espinosos.
El palacio tenía seis torres en total, según sus cálculos, de una alargada forma piramidal, perfectamente perfiladas en el umbrío manto del cielo.
La joven también divisó algunas figuras aladas, en los descansos de las mismas, como las gárgolas apostadas en las Iglesias, y supo reconocer que tal como aquellas, estas también cumplían una función protectora y vigilante. Sus ojos rojos, que relucían en la penumbra, recorrían los diversos tramos de los ominosos jardines que rodeaban el palacio, perpetrando las sombras, en busca de posibles invasores.
Para su suerte, aquella maleza los resguardaba, los mantenía invisibilizados ante aquellos ojos inquisidores y alertas, aunque transitar entre el follaje tenía otras consecuencias.
Julieth se había ganado varias rasgaduras en sus prendas, cuando las afiladas espinas de los matorrales se enganchaban en estas.
—No debes preocuparte por los cortes, estos arbustos no son peligrosos. En cambio aquellos sí.—dijo Johanna a su anfitriona, cuando notó que esta examinaba con gesto de preocupación la herida que un espino le había proferido en su brazo.
Julieth divisó a través de sus ojos oscuros el sitio al que hacía referencia la demonia, y notó otros arbustos que destacaban en torno a la construcción. Aquellos eran en definitiva mucho más atractivos, pues lucían hermosos capullos, cuyos pétalos de nácar despuntaban en la negrura circundante ya que parecían irradiar luz clara.
La pelirroja se preguntó si su aroma sería tan cautivador como su estética.
—Tan solo con aspirar su melosa fragancia entrarías en un estado de catatonia, seguido de una inminente muerte —comunicó Johanna, luego de escanear los pensamientos de su compañera.
—Vale, queda más que claro—aseguró ella.
—Ya casi llegamos—murmuró Johanna, en voz baja, indicando al grupo una de las muchas entradas encubiertas que tenía la construcción.
Se trataba de una abertura mediana, ubicada en uno de los laterales del edificio, la cual estaba cerrada por una verja de hierro forjado y oxidado, semi-oculta tras aquella masa espinosa.
Johanna, tomó su espadilla para cortar el zarzal y luego, sin mayor esfuerzo abrió la reja, descubriendo un pasadizo estrecho, que se iluminó por la luz pálida de las armas mágicas.
—Traten de seguirme el ritmo y mantenerse juntos en todo momento, y no piensen en tomar ningún atajo sin consultarme o podrían acabar perdidos—informó, antes de introducirse en aquel corredor con rasgos laberínticos.
Estuvieron caminando en línea recta por un rato, hasta que aquella angosta galería se fue abriendo y culminó en una amplia cámara central concéntrica, donde confluían otros muchos pasajes.
Johanna se detuvo un momento a contemplar las múltiples aberturas, que las rodeaban, y que al igual que oscuras bocas hambrientas esperaban ansiosamente a que el grupo se introdujera en ellas, para devorarlo.
Eran siete, si se descontaba aquel por el cual habían ingresado.
—¿Sabes cuál es el camino correcto?—inquirió Astrid, posando su mano sobre el hombro de la súcuba, hablándole al oído.
—Claro que sí. Todavía es sábado, así que ese debe ser el pasaje indicado—musitó Johanna, señalando la abertura a su derecha e indicando a los demás por donde debían avanzar.
—¿El resto dónde conduce?—preguntó July en su mente—Déjame adivinar ¿a una inminente muerte?—aventuró, antes de que la otra contestara.
—Aprendes rápido. –confirmó Johanna sonriendo—Los pasadizos se alteran según el día de la semana. Solo si transitas por el día correcto llegas al interior del castillo. Si tomas el sendero equivocado acabas en alguna otra zona del Infierno, mucho menos agradable.
Siguieron por aquel camino un breve tramo, hasta que Johanna, que encabezaba la marcha se detuvo, pues una pared le cortó el paso, por ende todo el grupo también frenó su andar.
Diestramente la súcuba comenzó a repasar con la filosa punta del puñal unos símbolos, que parecían arcaicas runas, impresas en la pared de roca que tenía delante. Lo hacía de forma aleatoria, sin seguir el orden en la que estas estaban ubicadas, como si se tratara de una especie de código enigmático.
Cuando acabó, las runas se iluminaron y la pared tembló, antes de desintegrarse, develando una de las habitaciones del palacio.
Uno a uno, los miembros del grupo atravesaron aquel portal, hacia el nuevo recinto.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top