Con el demonio adentro. Parte II

No supo si habían sido esos pensamientos los causantes de su pesadilla, o quizá fueran un efecto secundario de su sobredosis de fármacos. Pero, cualquiera fuera el motivo, los sueños de Julieth le habían causado escalofríos.

La tierra negra y árida fue lo primero que vió, una vasta extensión interrumpida aquí y allí por un cúmulo de árboles muertos cuyos cuerpos retorcidos extendían sus brazos despojados y esqueléticos hacía un cielo de plomo y fuego.

No sabía cómo pero podía sentir el aroma del aire, viciado y cargado de azufre. El viento resoplaba, aullando con su lastimero canto, levantando una nube de cenizas, la cual lo volvía más pesado.

No muy lejos divisó un camino ondulante y no tardó en darse cuenta que se trataba de un río, que se extendía por aquel páramo atravesándolo, de punta a punta, como una serpiente de lomo rojo sangre.

El río de lava, fluía arrasando todo a su paso, aunque de hecho no quedaba nada vivo en ese sitio lúgubre y desolado. Entonces lo supo, reconoció el lugar en el que estaba, y de pronto no le pareció tan penumbroso y ajeno. Lo sintió acogedor, lo sintió propio, y entonces se dio cuenta que era su hogar, el valle de Edom.

Cuando abrió los ojos estaba sudando frío y sentía el corazón en la base del cuello en un ligero palpitar. Se fregó los ojos mientras intentaba focalizar en dónde estaba ahora. Palpó las suaves sábanas que estaban ligeramente mojadas, enredadas en sus piernas largas y supo que seguía en su cama.

Luego distinguió un punto de luz rojiza que adquirió forma y se convirtió en un código numérico. Su reloj digital, que colgaba de la pared frente a la cama, marcaba las 3:00 am. Pensaba que había dormido mucho más. Se sentía demasiado pesada, la boca pastosa, y el vientre hinchado por la retención de líquidos. De todos modos, agradecía haberse despertado. La pesadilla había sido horrible.

—No fue una pesadilla, fueron recuerdos, de mi hogar — la voz de Johanna estaba somnolienta, como si ella también hubiera estado adormilada, lo cual era lógico, ya que eran la misma persona, ¿verdad?

Julieth decidió omitir su comentario y se levantó en dirección al baño. Cuando pasó frente al espejo, casi ni se reconoció. Su rostro parecía afiebrado. Sus mejillas estaban arreboladas, sus ojos celestes brillantes como si se hubiera pasado de copas, apenas visibles tras sus parpados hinchados y su cabello rojo se encontraba pegado a su rostro acorazonado.

Intentó acomodarlo un poco mientras liberaba el exceso de líquido y luego lavó sus manos y su cara, mojando también la nuca para despabilarse, pero no fue hasta que se estaba lavando los dientes cuando sintió una especie de sacudida.

Su cuerpo se estremeció íntegramente como si hubiera convulsionado esporádicamente, pero ella seguía manteniéndose en pie, aunque por un momento sintió que perdía dominio de aquel, de sus funciones.

Un breve mareo sobrevino y todo a su alrededor giró.

"¿Un terremoto?" Pensó entonces y al momento negó aquella posibilidad. "No, es imposible, no hay terremotos aquí".

Cuando el mareo pasó se dio cuenta que aquel temblor no había sido algo exterior, todo alrededor estaba intacto, era algo interior. Soltó el cepillo y se aferró al lavabo mientras aquel temblor cesaba y después de unos segundos, todo terminó.

Decidió mantenerse estática, quieta, por un rato, tratando de calmar su respiración agitada. Su cuerpo se había calmado, pero ya no estaba segura de que pudiera controlarlo, porque de algún modo también se sentía ajena a este.

Intentó mover su mano, cerrar y abrir su puño, para comprobar aquella sensación, y tal como lo había supuesto, su cuerpo no respondió. La orden había sido emitida al cerebro pero este la omitió.

"¿Qué me pasa?" se preguntó aterrada y escuchó la voz de Johanna fuerte y clara, pero ya no estaba en su cabeza, sino que fue una voz que se volcó hacia el exterior. Era su voz, su mismo timbre, aunque su tono se oía algo diferente como si tuviera un acento extraño, pues las palabras pronunciadas no fueron suyas.

¡Esto no puede ser! Aún faltaba un día para que el cambio ocurra. Han pasado apenas unas horas—decía quien antes fuera su "yo malvado" mientras llevaba sus manos a su rostro, como si lo estuviera reconociendo.

Julieth estaba demasiado aterrada, porque ella no le había dado aquella orden a su cerebro, la de moverse, la de tocar su cara. Pero claro, esa ya no se sentía del todo ella, aunque se veía como tal, con excepción de sus ojos, que ahora no eran celestes sino totalmente negros.

De a poco lo estaba comprendiendo. Johanna decía la verdad, era alguien real, alguien independiente a ella y había tomado el control, mientras ella era prisionera en su propio cuerpo.

"Estoy sufriendo una posesión demoniaca." Dedujo. "Debí haber sido más religiosa, sobre todo en esta época."

Entró en pánico y comenzó a desesperarse, y entonces fue cuando la otra llevó las manos hacia sus sienes.

—¡Cálmate Julieth me estás dando migraña!— se tambaleó un poco, apoyándose contra los azulejos del baño. El frío contacto la estremeció, pero la puso alerta —. Necesito pensar, esto no pudo ocurrir ahora, aún faltaba un día

—¿Un día para qué? —exigió saber Julieth desde su prisión mental y la migraña de la otra aumentó pero igual respondió.

—Para tomar posesión total de tu cuerpo. Necesito cuatro al menos. Dominar completamente al anfitrión no es tarea fácil.

Entonces Johanna lo recordó: "el frasco de pastillas para dormir" y "la sobredosis". Habían dormido más de un día completo. A partir de ahí, faltaban seis días para el fin de la humanidad.

Ya se había pasado la última oportunidad de convencer a su anfitriona de que todo lo que le decía era cierto, de que debía ayudarla para evitar la extinción de su raza, para salvar al mundo conocido.

Ahora no tenía tiempo para convencerla para que cooperara a las buenas. Aunque la otra se mostrara renuente a aceptarlo ella debía actuar, debía moverse.

Johanna corrió al cuarto y se metió de lleno en el armario, aprovechando que la otra estaba en shock por todo lo acontecido. Sacó un pequeño bolso y ropa con la que lo llenó y luego tomó un equipo con el que Julieth solía hacer yoga (unos pantalones deportivos negros y una sudadera gris) y se vistió con prisa. También puso documentos y dinero en la bolsa, mientras, trataba de ignorar aquel torbellino de palabras, muchas de las cuales eran un tortuoso lamento, proveniente de Julieth. Estas se arremolinaban en el interior de su mente generándole un fuerte dolor y malestar. Era raro estar del otro lado, y casi podía entender la molestia que ella causaba en sus anfitriones.

Luego de concretar sus actividades en el cuarto, Johanna fue a la cocina y abrió las alacenas.

—Te dije que compraras comida enlatada, y agua —rezongó.

En día anterior, estando de compras Johanna había insistido en llenar los armarios con provisiones nutritivas y prácticas, alimentos no perecederos, proteicos, y suficiente agua, como para hacer una larga excursión, pero claro que la otra se había negado alegando que ella no pensaba abandonar la comodidad de su casa y solo había comprado comida de dieta, orgánica y vegetariana.

Johanna detestaba los vegetales y sospechaba que su anfitriona, al comprar una ración doble de estos, se lo hacía adrede, para fastidiarla.

Resignada, sacó de la nevera una bolsa de zanahorias y otras verduras congeladas, jugo embotellado de betabel, un preparado que era humus (vómito para Johanna) y de las alacenas recogió latas de fríjoles, una de paté de garbanzos y agradeció en el alma aquella de pavo que la joven había comprado con motivo de las fiestas de acción de gracias. Realmente estaba odiando a Julieth, aunque aquel fuera su cuerpo sería ella la que tendría que tragarse esos horribles alimentos también.

—Es suficiente. ¡Para ya! —le exigió Julieth y en el medio del empaquetamiento su cuerpo ofreció resistencia y se detuvo—. ¡Devuélveme mi cuerpo!

—Maldición, ya salió del estado de shock —reconoció la otra, pero se empeñó en no renunciar a las recientemente ganada ventaja del control del cuerpo y se esforzó por dominarlo un rato más.

Sin embargo, su anfitriona era muy fuerte, de las más fuertes que había tenido, y por eso era tan importante que le hubiera creído días atrás. Siempre era más fácil que cooperaran a voluntad antes que tener que doblegarlos y someterlos, porque así se perdía tiempo, riñendo por el control del cuerpo y en ocasiones se perdía hasta la vida. Johanna no podía permitirse perder una vida más. No le quedaban ya más opciones de retorno. Su última esperanza de salvar a la humanidad de su trágico final moriría con aquella obstinada mujer.

Olvídate del agua bendita y el incienso, esas cosas no te funcionarán —le gritaba a Julieth cuando la sorprendió sopesando la posibilidad de un exorcismo —. No es ese tipo de posesión. ¿No escuchaste nada de lo que te dije en estos días? ¡Maldición!

—¿Cómo iba a escucharte? Para mi eras una alucinación, eras una creación de mi psiquis enferma, mi yo malvado. Solo quería ignorarte hasta poder deshacerme de ti por completo—argumentó la chica.

—Me alegra saber que el sentimiento que nos une es mutuo. Tampoco tú me agradas nada. Pero te necesito—debió admitir a su pesar.

Mientras discutían, la batalla interna por tomar el control del cuerpo también tenía lugar, y aquel se contorsionaba graciosamente de aquí para allá, luchando consigo mismo, al tiempo que sus desgarbados miembros se zarandeaban y eventualmente tiraban objetos de los muebles al transitar por la minúscula cocina del apartamento.

Entonces todo cesó de repente cuando se escuchó un estrépito que provenía de la habitación. El sonido era similar a un vidrio quebrándose.

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