Anexo 2. #Amaliot.
Reino de Faylinn. Ocho días antes de Pascuas.
—Eso fue maravilloso querido—dijo Amatis.
La Reina de las hadas estaba recostada en el lecho, completamente desnuda y agitada. Su nívea piel, perlada con un fino sudor, era una perfecta extensión de las sábanas de seda blancas que yacían bajo su escultural figura, totalmente revueltas. Su voz llenó la atmósfera cargada de éxtasis, con un suave ronroneo, que endulzó los oídos del joven caballero que la acompañaba.
—Todo a tu lado es sublime mi Reina—respondió Ferris, en un tono igual de empalagoso y ajetreado; y a su vez carente de formalismo, hecho que evidenciaba cierta familiaridad y confianza, forjada por el vínculo íntimo.
Ferris era el miembro más joven de la Guardia Real y compartía el lecho con su Majestad desde hacía unos cuantos meses. Se había convertido en el nuevo "juguete" preferido de la Reina, uno del cual no se había cansado, hecho que resultaba sorprendente, considerando que Amatis era una mujer que solía aburrirse de las rutinas con facilidad.
Pero con el joven soldado era diferente. Él sin duda tenía algo más que sensualidad nata, pues aunque era muy atractivo, con aquel torneado físico, sus largos cabellos ondeados de color caramelo y sus intensos ojos de cielo; cualidades que le confería su propia naturaleza, ya que las hadas eran reconocidas por su magia y su exultante belleza, también tenía ese toque original y apasionado que sabía explotar perfectamente, cual artista, a la hora de amar.
De esta manera había logrado mantener vivo el interés de la Reina y se había asegurado un puesto semi-permanente en su alcoba. Ya que de los siete días de la semana, tres los compartía con ella, situación que varios habían aspirado sin el menor éxito y por tanto envidiaban.
Dicho aquello, el joven se giró de lado en la cama, y apoyó su cabeza sobre su mano, mientras su brazo yacía flexionado sobre la almohada, al tiempo que se dedicaba a contemplar a la Reina.
—¿Te gusta lo que ves? —murmuró ella en tono coqueto y deslizó sus dedos por la curvatura de su seno, delineándolo de manera provocativa.
El muchacho sonrió de medio lado, acentuando el hoyuelo en su mejilla izquierda.
—¿Acaso lo dudas mi amada? Si tan solo supieras la pasión que despiertas, aún cuando te hago el amor con la mirada—respondió de manera poética, lirica.
Por lo general a la Reina las adulaciones le resultaban un verdadero incordio, le causaban renuencia, sobre todo las que venían de miembros de la Corte, pero las murmuradas por su cautivador amante, dichas con tal ardor y vehemencia, en el candor del lecho, la satisfacían gratamente y despertaban en ella autentico deseo.
Amatis siguió el trazo de su cuerpo, deslizando las yemas de sus dedos, pasándolas por su vientre plano, hasta su sexo, que ya comenzaba a humedecerse, y ahí se detuvo.
—Sí mi amor...tócate y gime para mi...
—susurró el joven junto a su oído en tono sugestivo, acariciando su lóbulo, más que con sus tiernos labios, con la tibieza de su aliento y el murmullo de sus palabras.
Su Majestad no pudo menos que complacerlo en aquel nuevo reto erótico y comenzó a acariciar las zonas más erógenas de su esbelto cuerpo, mientras su ferviente amante le daba pequeñas instrucciones de cómo debía hacerlo. Los sutiles suspiros se fueron tornando cada vez más audibles, a medida que el calor fue aumentando, y tiempo después sobrevino el pedido, la orden de la demandante Reina a su querido, para que él terminara, lo que ella había empezado.
Ferris se preparó para poseerla nuevamente, por tercera vez consecutiva, aunque en su fuero interno se sintió un tanto hastiado y fue en ese momento, en que sus sentimientos auténticos comenzaban a manifestarse, que la puerta del cuarto se abrió bruscamente, de forma repentina, sacando a los amantes de su ensimismamiento.
—¡Cómo os atrevéis a interrumpir de esa manera en mis aposentos imbécil!
—rugió la Reina dirigiéndose al Comandante de la Guardia, al tiempo que se incorporaba. Cubrió la parte meridional de su figura con las mantas, mientras que su torso permanecía semi oculto bajo sus largos cabellos alvinos—. Más vale que tengas una excelente excusa o serás severamente castigado por tus actos—puntualizó enfadada, posando su iracunda mirada, en los ojos índigos de Ellylon.
—Créame que la tengo Su Majestad—
dijo el Comandante. En su voz se advertía una veta de triunfo. Francamente Amatis odiaba a aquel petulante caballero hada que había formado parte de la Guardia Personal del Rey Mark, y de no ser por el prestigio que gozaba entre los miembros de la Corte y la estima del pueblo, hacía tiempo se hubiera desecho de él. Tal vez esa fuera la oportunidad para hacerlo—.Pueden pasar—anunció Ellylon y dos de los miembros de la Guardia acometieron en la alcoba real.
"¡Esto es el colmo! Una autentica invasión a mi privacidad y una falta de respeto a mi autoridad. Definitivamente el castigo será atroz" pensó su Majestad.
—¿Qué es lo que pretendes Ellylon?—
increpó la Reina, mostrándose furiosa
—. ¿Acaso te has vuelto loco?
El Comandante no respondió a los cuestionamientos de la mujer y se dirigió a Ferris cuando habló.
—Diles dónde se encuentra el veneno Ferris.
—¿Veneno? ¿De qué estais hablando?—seguía insistiendo Amatis, alegando desconocimiento, al tiempo que era completamente ignorada.
—En el tocador—el joven soldado señaló hacia el mobiliario de roble alvino ubicado en una de las esquinas del cuarto—. Debajo hay un cajón secreto. La combinación es 3721. El veneno está donde guarda las drogas-reveló el joven hada, ante la sorpresiva mirada de su amante, aliviado de haberse podido quitar al fin la máscara—. Ya se estaban tardando por cierto—añadió—. No hubiera soportado volver a tocarla una vez más y ya se me estaba agotando el repertorio de Romeo—
dicho aquello el ojiazul se levantó de la cama y comenzó a colocarse su uniforme, que estaba desperdigado por el suelo.
—Eres un maldito traidor. ¡Te juro que os haré pagar por esto! A todos vosotros—la Reina destilaba veneno por las ofensas hacia su persona, acentuadas por el desprecio de parte del hombre al cual ella le había otorgado su confianza. También podía percibirse el nerviosismo en su voz, mientras iniciaba su monólogo.
—Ahora ya sabeis lo que se siente Majestad—señaló Ferris, irónico. Ya no había rastros de coquetería en su voz, sino el más hondo desprecio.
Realmente cuando él había aceptado la encomienda de vigilar a la Reina, para averiguar si estaba implicada en la misteriosa muerte del Rey Mark, no había imaginado lo difícil que sería. Porque Amatis era la mujer más soberbia, demandante, y presumida que él había conocido jamás. Ni siquiera su gran belleza física podía compensar su falta de altruismo y benevolencia.
En más de una ocasión había tenido que dejarse someter a diversas torturas sexuales para satisfacerla, e incluso acceder a sus excéntricos gustos por el consumo de estupefacientes mágicos a la hora de la intimación, pues aquellas sustancias aumentaban su éxtasis.
Ciertamente él había sido su juguete, su marioneta. Pero al menos de esa forma había podido descubrir el escondite secreto donde esa siniestra mujer guardaba el veneno. Y lo había hecho por accidente además, ya que confundiéndolo con uno de sus alucinógenos había estado a punto de ingerirlo.
—Aquí está Comandante. "Cianuro de plata"—reveló Aziza, entregándole con sumo cuidado el recipiente con el veneno a su superior, quien a su vez, luego de examinarlo, se lo dio a Gwyllion.
—Guárdalo bien. Es la prueba fehaciente que necesitábamos para arrestar a esta mujer por traición a la Corona—señaló el Capitán de la Guardia—. Y ahora arresten a La Reina-indicó a continuación y los soldados comenzaron a aproximarse a Su Majestad, para sujetarla.
—Ni siquiera se atrevan—dijo ella, muy alterada—.Eso no prueba absolutamente nada imbéciles. Han encontrado veneno en mis aposentos sí, pero no en el sistema del difunto Rey. Y aunque lo hubieran hecho, ¿Cómo podrían ligarme a mí con el asesinato?
—De hecho, hemos encontrado rastros del veneno en su reciente autopsia. Al parecer habían logrado camuflar los efectos residuales de la hiel, alterando su esencia con el uso de la magia, pero eso fue un efecto temporal y ahora los rastros del cianuro se han vuelto visibles en su sistema—explicó el Comandante—.
En cuanto a ¿cómo podríamos ligarla a usted con este hecho?...bueno, si lo piensa bien, nos acaba de otorgar su confesión Alteza. Yo solo mencioné la traición a la Corona, pero jamás el hecho concreto-respondió Ellylon esbozando una mueca de absoluta victoria.
La Reina no podía creer su propia estupidez. "¿Cómo era posible que una mujer tan astuta como ella hubiera rebelado su secreto mejor guardado con tanta facilidad y soltura?" La respuesta la obtuvo con la misma rapidez con la que había sido formulada la pregunta. Le habían suministrado suero de la verdad. Seguramente Ferris había alterado también sus drogas. Incluso podría haberle suministrado inhibidores, y eso explicaría la ausencia de sus visiones proféticas, que llevaban un largo tiempo sin manifestarse.
En ese mismo instante se sintió casi derrotada, burlada. Y en un desesperado plan por salvarse de su castigo, intentó inútilmente hacer uso de su magia, pero el único brillo que decoró sus manos fue el de las esposas de plata, que se cerraron en torno a sus pálidas muñecas, cuando aquellos hombres leales al auténtico Rey que les había inspirado verdadero respeto y veneración, la apresaron.
Siete días antes de Pascuas.
El juicio por traición a la Corona, al que había sido sometida Amatis, había transcurrido rápidamente, pues las pruebas que la incriminan como responsable directa del asesinato del Rey eran más que suficientes. No solo estaba el arsénico hallado en su alcoba, sino también la confesión, que había sido expresada por boca de la propia Reina, y oída por todos los miembros de la Corte.
Pese a la gravedad del hecho, la sentencia no sería la muerte, pues se había llegado a una solución mejor.
Ellylon, que por voluntad unánime de la nobleza, de la cual él también formaba parte por línea materna, como reconocimiento a los servicios prestados al Reino de Faylinn, y en ausencia de descendencia directa, se había convertido en el Rey interino y había decidido que Amatis pasara el resto de sus días en el destierro, específicamente en el Reino de Edom.
Tal idea había sido sugerida por la mismísima Reina del Averno, Lady Lilith, quien luego de enterarse del hecho-las noticias viajaban a velocidades épicas en el submundo-se había presentado sorpresivamente en Faylinn con tal propuesta, alegando que su participación en el castigo de Amatis era algo que disfrutaría en demasía, no solo porque odiaba profundamente a la presuntuosa Reina de las Hadas, con la cual su "desaparecido" concubino había tenido amoríos, sino básicamente porque era parte del pago de una deuda con su difunta hija Satrina.
Esas palabras bastaron para que Ellylon tomara en cuenta su ofrecimiento, pues siempre había simpatizado con Lady Satrina, o Johanna, como todos allí la conocían, por quien guardaba considerable estima. Sin mencionar el hecho de que las celdas del Edom eran famosas por su inclemente naturaleza y allí Amatis finalmente tendría lo que se merecía.
Seis días antes de Pascuas.
—Eso ha sido maravilloso querido—
la familiaridad de la frase le produjo a Amatis un leve dejà vú, que decidió ignorar.
Estaba demasiado relajada, satisfecha, por el increíble momento de pasión que le había concedido su joven y encantador amante. Se desparramó en el lecho de sabanas revueltas y deslizó sus manos por su esbelta silueta.
—Todo a tu lado es sublime mi Reina—dijo una voz familiar pero que a la mujer le sonó a la vez ajena, pues distaba mucho de pertenecer a Ferris—. Ahora ¿qué te parece si intercambiamos roles y me das un relajante masaje querida? Las pezuñas me están matando estos días.
Amatis sintió como su corazón se detenía. "¿Acaso había dicho pezuñas?"
Cuando sus aterrados ojos captaron la figura del Brujo Merliot en su auténtica forma, tendido a su lado en el lecho, completamente desnudo, un sonoro grito agudo escapó de sus labios y se disipó por cada rincón de los calabozos de Edom, para ella, su "falso palacio".
—Acabas de graduarte con honores Reina Lilith—felicitó el demonio a su discípula, viéndola entrar en acción—. Ni yo mismo podría haberlo hecho mejor.
—No seas modesto Agramón—
respondió Lilith de pie frente a la celda, donde yacía encerrada Amatis—.Sé que lo hubieras hecho mil veces mejor-sonrió de manera pérfida, mientras veía a su maestro absorbiendo, alimentándose con el temor de la ex Reina de las hadas, quien era a su vez prisionera en su propia fantasía, completamente ausente a lo que acontecía en el entorno—.De hecho, ¿por qué no continuas?—lo alentó la sucuba—.
Me encantaría ver una auténtica boda entre esos dos.
—Sabes que no sería real Mi Reina—señaló el demonio del miedo, aunque no descartó para nada la idea de seguir torturando a su prisionera. Se había quedado con hambre, después de todo.
—Yo lo sé...pero ella no.
Lilith sonrió lascivamente una vez más, cuando Agramón la complació.
Dedicado a xandy547 GraceSeidl20
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