Capítulo 4


Caminamos pausado. En el corredor, se nos unieron Choco y El maquinista. Este último parloteaba sobre lo hermosa que era su novia, lo horrible que eran las consultas con Natalie, las ganas que tenía de ya tener el taller de teatro, pero no el del club de lectura porque no había avanzado con el capítulo... Por lo que contaba, advertía que tenían diversas actividades durante el día.

Llegamos a un salón enorme. Mesas redondas con sillas estaban desparramadas a cierta distancia una de otras, ocupadas por otros «residentes». Un restaurante para lunáticos. Ventanales dejaban ver el exterior. Un campo verde se extendía con algunos árboles y arbustos.

—Dinámica —dijo el enfermero—. Debes ir hasta allí. —Señaló un costado donde había una abertura con una mesada, tras la que se hallaban unas mujeres paradas con cofias ocultando sus cabellos—. Puedes elegir entre las opciones de menú. Se dan cuatro comidas al día: desayuno, almuerzo, merienda y cena. No puedes saltearte ninguna. En cuando ordenes lo que quieres, se marcará que has cumplido con esa comida.

Me tenían controlado, a eso se resumía.

Nos encaminamos hacia la abertura. O debería decir que mis compañeros me flaquearon con el enfermero por detrás. ¿Estarían Choco y El maquinista metidos en esta farsa?

—Todo es un asco.

El maquinista arrugó la nariz e hizo una mueca con los labios.

—No es cierto, Johnny, eso es porque no quieres comer nada —acotó Choco—. No le hagas caso.

—Tú aceptas cualquier cosa, todo te viene bien —contradijo El maquinista.

No tenía hambre. Me sentía sucio. Anhelaba un baño, un cambio de ropa. Escapar, anhelaba escapar y regresar a... La oscuridad me abrumó, me ennegreció por dentro. ¿Regresar a dónde? ¿Regresar a quién?

El rostro de mi madre apareció en mi mente. Su expresión triste. «Ya no estás para mí, mamá». Necesitaba al menos una pitada de Mary Jane. Pero no en ese momento, en aquel instante tenía que escapar.

A esa altura, ya podía caminar por mis propios medios. Aún seguía algo aletargado. Me acerqué despacio. Tenía que conceder que mis compañeros —me flaqueaban. ¿Me controlaban acaso?— iban a mi ritmo.

Llegamos. Mientras ellos pedían, miré a un lado. Ventanales del suelo al techo, pero sin abertura. Giré al otro lado. Ventanas que daban a más verde. Estaban cerradas. La entrada por la que habíamos ingresado estaba custodiada por el enfermero que nos había acompañado. Cuando me descubrió observándolo, alzó la mano y me saludó. No me engañaba, me vigilaba. Había una salida del otro lado del comedor, también custodiada por otro ambo celeste. De estos había unos varios repartidos por allí y por acá.

—¿Qué?

Una de las chicas tras la apertura me preguntó algo, pero no le había prestado atención.

—¿Qué vas a desayunar? —repitió.

Miré lo que tenía El maquinista en su plato.

—Lo mismo que él.

—Somos hermanos de desayuno —se entusiasmó el descolorido. Chocó su hombro con el mío y enfiló hacia la mesa donde estaba ya sentado Tibbs.

Apoyé la bandeja frente al mayor de los cuatro. Choco a un lado y del otro tenía a El maquinista. Tibbs había ordenado lo que parecía ser un café negro y huevos revueltos sobre una tostada. Choco eligió huevos revueltos con un cuenco de frutas acompañados por un café con un chorro de leche. En cambio, El maquinista y yo teníamos una avocado toast con tomate fresco y un aliño de albahaca, todo eso acompañado con un jugo verde. ¿Por qué no miré la bandeja de Choco primero?

—No tolero bien la cafeína, me altera —me informó El maquinista como si me importara.

—Todo lo hace —rezongó el exmilitar.

—¡Eso no es cierto! Tal vez un poco, pero solo porque soy en extremo sensible —informó el descolorido, llevándose una mano al pecho.

—Todos estamos mal de la cabeza aquí, esa es la verdad —explicó Choco, al tiempo que se llevaba un dedo a la sien.

—Es cierto —concedió El maquinista—. Además de adicto, tengo un trastorno alimenticio, ansiedad y depresión. ¡Qué combo! —Su rostro se ensombreció y sus hombros cayeron—. Mi novia me ha dado un ultimátum.

—A veces es la única forma, Johnny.

—Otras ya es tarde y lo pierdes todo.

Michael se elevó del asiento con la bandeja en las manos. Apartó la silla con la parte de atrás de las piernas y se fue hacia la abertura a dejar el resto del desayuno.

—Su esposa le solicitó el divorcio. Así fue como decidió meterse aquí. Quiere recuperarla y a sus hijos.

—Nunca nos lo ha contado —me informó Choco al acercarse a mí.

—Pero sabemos que es así, Pedro. Él quiere que ella lo acepte de nuevo.

Un quiebre en el corazón. No quería saber los pormenores de las personas que estaban en ese lugar. No quería empatizar. No quería que doliera. No aún más.

Contemplé la espalda de Tibbs. Se marchaba con la cabeza gacha y las manos escondidas en los bolsillos de su pantalón. Sentí otro crac en el pecho. Tenía que irme de allí.

—Todos necesitamos un aliciente en algunas ocasiones. Que la vida nos dé una cachetada —comenzó Choco—. Mi ex me abandonó después de encontrarme medio muerto y con una jeringa colgada del brazo. —Se encogió de hombros y nos brindó una sonrisa simpatética—. Supongo que algunas cosas son muy fuertes para ciertas personas.

—Pero cuando te den el alta...

Choco suspiró y contempló el verde a través de los ventanales.

—Él ya no es parte de mi vida. —Su semblante se ensombreció. Soltó otro suspiro y esbozó una sonrisa tirante—. Eso no significa que yo no quiera recuperarme. Por mí. Para tener otra oportunidad. No con él, sino conmigo.

La tristeza era tan palpable que el mar azul profundo me engulló como si estuviera en La tormenta perfecta. Me ahogaba, abría la boca, pero entraban torrentes y torrentes de agua.

—Otro aparecerá.

Envidiaba la positividad de El maquinista. Tan radiante que contrastaba con mi oscuridad. Emanaba luz, pero no me iluminaba, sino que acentuaba aún más la negrura que me envolvía. Lastimaba mis ojos con tanta brillantez.

—Alguien mejor —susurró Choco.

—Y que no te deje en tu peor momento. Por eso amo a mi novia. —Se repantigó en la silla—. Ella me dio un ultimátum, sí. Pero jamás me dejaría, lo sé. Es un ultimátum falso, es que ya no sabe cómo manejarme y ya... —se inclinó hacia su bandeja— no quiero hacerla sufrir, ¿entienden? Quiero recuperarme también, quiero disfrutar del comer y que no todo me parezca arena en la boca, ansío llevarla a bailar, de vacaciones a las montañas. Verla sonreír como cuando no había caído bajo El diablo.

Lo miré. Yo también caí bajo los designios de la coca, la hierba y la nieve. Y, en ocasiones, alguna de estas, o más de una, combinadas con éxtasis. Como en la noche en que me secuestró Paul.

—Recuerda lo que hablamos en el grupo.

—Un paso a la vez —murmuró El maquinista.

—En tu caso, un bocado a la vez —bromeó Choco.

El maquinista bufó y le dio un mordisco tan pequeño a su tostada, que no creía que ni siquiera le hiciera falta masticarlo. Pero lo hizo, como si tuviera que triturarlo hasta deshacerlo en su boca antes de tragarlo. Yo aún no había tocado nada.

Mi estómago estaba revuelto. Mi cabeza seguía adormecida. Y mis ojos se disparaban de un lado al otro, observaban, evaluaban. ¿Qué? No tenía idea. Solo recababa información.

De pronto, mis compañeros se enfocaron en mí.

—¿Tú? —me preguntó Choco.

Yo, ¿qué? Pero no lo formulé en voz alta.

—Cuéntanos cómo terminaste aquí —solicitó El maquinista.

Un maldito desconocido me drogó y me secuestró. Esta es mi prisión. Pero no podía decirles eso, solo sonaría como un paranoico.

—¿Cómo puedo burlar a los ambos?

—¿A los ambos? —cuestionó El maquinista con el ceño fruncido. Conectó la mirada con Choco, quien se encogió de hombros.

—Sí, los guardias.

—¿Qué guardias? Son enfermeros —contradijo Choco—. No necesitas burlarlos, nadie está encerrado. Puedes salir a caminar por dónde quieras.

—¿No hay restricciones?

Un escalofrío me recorrió. ¿Estaba libre? Solo había que comprobarlo. Si acaso era así, nada tenía sentido. Ellos estarían sueltos, pero yo estaba atado.

—Eh... estamos por nuestra voluntad.

—¿Acaso tú no?

Si conseguía deambular por el jardín, podría evaluar alguna forma de escape. Tal vez saltar un muro. No era de hacer gran actividad, tenía un físico privilegiado que no necesitaba mucha mantención. La agilidad no era lo mío. Pero la determinación, sí. Saltaría un muro de alguna manera.

—Hey, no me respondiste, Kieran —preguntó Choco—. ¿No estás de forma voluntaria?

—Claro, claro. —Esbozó su mejor sonrisa. Una entre tranquilizadora y carismática—. Todos queremos recuperarnos y ser felices.

—Eso sonó...

—Falso —cortó Choco a El maquinista—. Demasiado falso hasta para ti que eres actor.

—Las buenas actuaciones cuestan dinero y no veo ni una moneda por aquí. Si me disculpan.

Me alcé de mi asiento e inicié la marcha hacia la salida al corredor donde estaba apostado el enfermero encargado de mí y mis compañeros. Pasé junto a él, tenso, esperando a que me detuviera por el brazo y me arrastrara hasta la habitación. No sucedió, pero lo que sí ocurrió es que, cuando di un par de pasos, él apareció detrás de mí.

—Si ya terminaste tu desayuno, el doctor Black te espera.

Su voz era suave y simpática. «No me engañas», pensé.

—Pues que lo haga sentado —dije entre dientes sin importarme si me escuchaba o no. Apuré el paso.

—Las terapias no son optativas. —El tono más cortante, más severo. Ya no había sonrisas—. Si estás aquí, debes seguir las indicaciones.

—Nadie me dio ninguna.

—Kieran, no me lo hagas difícil, yo puedo hacértelo aún más.

—Eso sonó a amenaza.

No me detuve cuando llegó a mi lado.

—Advertencia.

Se posicionó delante de mí. Frenó mi andar. Mis músculos se endurecieron al instante.

—Muy sutil la diferencia, ¿no crees, Charles Cullen?

—Mira, no sé lo que ocurre contigo, pero sé que tienes trato preferencial. Será porque eres famoso, porque habrás sacado un buen billete de tu bolsillo. No me importa. El doctor Black te está esperando y solo debo llevarte con él. Si no quieres tener la sesión, se lo dices en la cara.

—¿Dónde quedó el amigable Ray?

—Volverá una vez que todo fluya sin problemas.

—Mientras tanto se quedará Charles, ¿a eso te refieres?

—No tengo ni media idea de lo qué hablas.

Se veía que la supuesta libertad no era para todos. Solo unos pocos eran libres de disfrutarla. Quizás ni hasta ellos y solo vivieran en unos tan falsos como la Venus de Cellini en .

Miré las puertas más allá del corredor, donde estaba aquel recibidor en el que Paul me había agarrado junto al doctor Blake y me habían metido en el despacho.

—Ni te atrevas —fue la dura advertencia de Charles.

Lo miré por medio segundo, me giré y eché a correr con desesperación, con todo lo que tenía, con la ilusión de buscar mi libertad. Casi podía sentirla. Estiré las manos. Mis dedos a punto de alcanzar las puertas. Un poco más. Apuré mis piernas. Aceleré el ritmo. La respiración superficial, acelerada. La adrenalina conquistando cada uno de mis músculos. Casi llegaba...

Algo cayó sobre mí. Un peso me derrumbó al suelo. Me sujetó los brazos a mi espalda.

—Te advertí que no me lo hicieras difícil.

—Nunca estuve de acuerdo, Charles.

—Te recuerdo que la justicia requirió tu tratamiento, así que estás atascado aquí con nosotros, Kieran —dijo al alzarme sin miramientos.

Varios otros guardias... corrección, enfermeros estaban a nuestro alrededor. Preparados para embestirme al mejor estilo de fútbol americano si es que hacía falta. Allí murió mi sueño de libertad.

—Vaya comedia que es todo esto. Escribieron un guion y todos parecen representar su papel a la perfección.

—Vamos, Kieran. El doctor Black te espera y querrá saber sobre tu pequeña aventura.

—No lo llamaría tanto.

Solo que por medio minuto me había convertido en Babe Levy y pensé que, como él, lograría escapar de mis captores.

Charles me aferró un brazo. Hizo ademán a uno de sus colegas de ambo celeste para que me agarrara del otro. Así, flanqueado por mis nuevos escoltas reales, me condujeron por un corredor sin retorno.   

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top