Capítulo 1


Esnifé el camino de Fairy dust formado sobre los abdominales de quien tenía a mi lado. Me tiré hacia atrás en el sofá, dejé que mi cabeza colgara por el borde del respaldo. Aspiré profundo el resto que quedaba en los orificios de mi nariz. A los pocos minutos, la euforia me golpeó. Adrenalina electrificó mis músculos. Ansiaba esa veta maníaca, la felicidad extrema. El mundo desapareció a mi alrededor. Se tornó más brillante, ruidoso y caliente.

Una mano acarició mi estómago por debajo de la camisa. Esbocé mi mejor sonrisa, aquella que hacía tambalear a las mujeres y soltar el culo de los hombres. Traté de enfocar la vista y darme cuenta de quién era. No pude. Era un borrón, como mi vida. Un borrón constante. Tampoco importaba. Estaba acostumbrado a las manos sobre mi cuerpo.

¿Dónde estaba mi trago? Un momento lo tenía en la mano y, al otro, ya no. Estaba ebrio, era parte de mi ritual. El atontamiento que me brindaba el alcohol siempre me era bienvenido. Atontamiento más euforia, alcohol más coca. Mi cocktail predilecto.

Vagué la vista por la mesa baja que tenía enfrente. Vasos con contenido de distintos colores. Cigarros y pastillas de Molly desparramadas y restos de Pixie dust.

Me tapé los ojos con el brazo. Las luminiscencias me lastimaban las retinas. La música se me metía dentro del cerebro. La respiración se me aceleró. Y reí.

—Kieran. —Esa voz sí la conocía, con aquel timbre chirriante.

Me alcé y estiré los brazos para estabilizarme. Me pasé la palma por el torso. La mano que se había escabullido ya me había desabotonado parte de la camisa. Solté una risita. Intenté abrocharla, pero ni caso. Mis dedos no respetaban mis mandatos. Salí de detrás de la mesa. Abandoné a quien fuera que me había estado toqueteando y mis demás acompañantes.

—No, Kieran, no te vayas —rogaban... ¿Cómo se llamaban?

Me giré un tanto, curvé mis labios hacia arriba y les soplé un beso desde mi palma.

La fiesta estaba en su esplendor. Los físicos se movían al compás del tema que sonaba. Era eso o todo me daba vueltas. La oscuridad mezclada con luces intermitentes de colores me enceguecía. Mis músculos hormigueaban por corretear a lo Speddy Gonzales.

—Tengo alguien a quien quiero que conozcas.

¿Cuándo no? Hacia unos días que andaba solo.

Lo seguí. En realidad, seguí una camisa en tonos vivos. Mi representante siempre vestía demasiado chillón, lo que acentuaba su aspecto de rata. Reí a boca abierta. Representante era un decir. No me había conseguido un papel verdadero en años. Me conseguía otra clase de... cosas y hacia eso íbamos. Pronto lo alcancé con la súper velocidad que me daba el polvo blanco. Me balanceaba con frenesí mientras caminaba, bailando una melodía en ritmo ultra rápido.

Sonreí de forma automática a los rostros que me saludaban. Me deseaban. Mi atractivo era sobrenatural. Era tan buen actor que nadie se percataba de la piedra que se había instalado en mi estómago. ¿Cómo demonios me mantenía en línea con aquella roca dentro? Crecía y crecía cada vez más, pesaba cada vez más. Ah, pero en ese momento estaba colocado y cuando estoy colocado, soy feliz y mi autoestima se sube en un cohete a la estratosfera. Mi mente iba de un pensamiento a otro en avance ultra rápido.

—Paul, aquí tiene a Kieran Crow. —Hizo un gesto con el brazo extendido por el largo de mi cuerpo como si tratara de vender coches usados. Era bastante obvia su intención. Yo era el vehículo en venta. Tendí mi mano. Poco podía enfocar del hombre de cabello oscuro delante de mí. Era un poco más alto y vestía de traje negro—. Él quiere conocerte un poco mejor.

Di un respingo. Mi sonrisa casi flaqueó. Lo evité y la mantuve en el lugar. Tan buen actor, aunque no muchos lo pensaran en la actualidad. Entendía lo que significaba mejor.

Mis pensamientos se aceleraron a mil por hora y me fui del aquí y ahora. Simplemente mi mente voló.

El tal Paul me estrechó la mano con fuerza y firmeza. Eso me estabilizó. Eso era... diferente. No sentía su palma pegajosa, no me apretó un cachete del culo, ni me toqueteó la entrepierna. Siempre era como estar en exhibición y quisieran comprobar la calidad de lo que adquirían.

Parpadeé para lograr una mejor imagen de él. No lo conseguí. ¿Debería visitar un oftalmólogo? Llegar a los treinta y dos no era gratuito.

—Un gusto, soy Kieran. —Mi voz salió atropellada. Mierda, tan buena primera impresión. Me insté a callarme. Me tambaleé hacia él y posé una palma sobre su pecho para disimular mi estado deprimente.

Paul me tomó por la cadera. Alcé la vista y me percaté de su mirada oscura como su cabello. Sonreí, mi sonrisa siempre seducía. El aroma tan diferente al que rondaba por la fiesta me envolvió, era... No sé, algún jabón quizás de esos que no tiene parabenos, ni siliconas y todas esas cosas que te hacen ver como que cuidas el medio ambiente. Olía a limpio y lo que ya era mucho en este mundo.

—Quiere invertir en ti. —La voz de la rata me sonó arrastrada como una víbora que susurraba en mi oído—. Es un productor importante.

Aferré la solapa del traje negro en un puño. Escondí mi rostro contra su torso. Era una avestruz que se ocultaba de la vergüenza. Absorbí su olor. Necesitaba empaparme en su limpieza. Refregarme en aquel aroma. Por más que lo hiciera, tenía la suciedad bien metida bajo las uñas.

Un momento, necesitaba un momento para entrar en personaje. Inspiré profundo. Elevé mi sonrisa de nuevo hacia el tal Paul. El hombre sin rostro, pero con aroma a limpio.

—¿Ah, sí? —pregunté con mi expresión más seductora o lo que creí que lo era.

—¿Vamos?

Su tono era grave y profundo. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral. Mis piernas se tambalearon. Era entre provocador y... amenazante.

Especulaciones se me agolparon en la cabeza. Sospechas. Imágenes de lo que podría pasar. Alertas sonaron. Me metían en una van y me llevaban quién sabía dónde... Parpadeé. Y traté de calmar los latidos frenéticos y la hiperventilación que ya comenzaba a asomar. No pasaría nada. «No te formes una película, Kieran. El hombre quiere meterte el pene en el culo por un papel. Nada más». ¿Y si me arrojaba dentro de una van? ¿Y si me vendían en el tráfico de personas? Quizás quisieran filmar una película snuff. No me importaba morir, pero no me gustaba el dolor.

—¿Ya? ¿No quieres disfrutar la fiesta un poco más? —pregunté como para ganar algo de tiempo.

Traté de hacer un giro y señalar el lugar con un brazo extendido, pero me tambaleé hacia un costado si no hubiera sido por el agarre de Paul a mi cadera. Mis pies no se quedaban sobre el suelo.

—¿Tú sí?

Ni siquiera recordaba quién me había invitado ni de quién era la casa. ¿A qué había venido? Ah, claro, ponerme en el mostrador para ser adquirido por el mejor postor.

Mi manager se me acercó por detrás. Un escalofrío me recorrió cuando susurró de nuevo en el oído. Era como si su lengua bifurcada me cosquilleara en la oreja. Me pasé la mano como para ahuyentarla.

—Cuanto antes empieces, mejor. Con este, has ascendido y necesitamos que te den un rol protagónico. —Se giró hacia el productor—. Entonces, todo listo. El chico se irá contigo. Espero que pronto tengamos novedades.

Lo miré asqueado. La rata viperina no era el rey del disimulo ni de cerca.

Sus palabras se traducían en dinero. En mi mente se reprodujo el sonido de las monedas al restañar unas contra otras en el tema Money de Pink Floyd.

Odiaba mi vida. Odiaba mi profesión. Me odiaba a mí. No sabía cómo mierda salir de dónde me había metido. Tampoco tenía las pelotas como para acabar conmigo de una buena vez. ¿Lo había intentado? Más bien lo pensaba, todo el maldito tiempo. Ahora, hacerlo... Lo más loco, no me daba miedo morir, pero no tenía las pelotas para matarme. Le daría el arma cargada a otro, se la pondría en la palma con una bala en la recámara.

Cerré las manos en puños. Odiaba que nadie, absolutamente nadie, me preguntara una mierda. Y más aún que nunca, jamás yo dijera que no. Era como un maldito perro de Pavlov condicionado para obedecer ante el estímulo indicado.

Paul aferró mi brazo y tiró de mí. Me conducía a la salida con facilidad, a pesar de que mis pies no lograban ponerse uno delante del otro. Algo en su aplomo me hizo estremecer.

—Escucha... —Me detuve o reuní el esfuerzo para hacerlo, pero tenía tantas cosas metidas en mi organismo que nos frenamos porque el tal Paul lo permitió—. Nada raro, ¿entiendes? No me va nada de dolor ni esas cosas.

Parpadeé para enfocar la vista en el hombre.

—No te haré daño.

—Nada de lo que diga o haga significará que el dolor me pone caliente, ¿entiendes? —continué para dejar en claro mi postura. Gesticulaba con mis manos como si hubiera presionado el botón de avance rápido.

Él frunció el ceño y, si no estuviera tan drogado, hubiera apostado que compasión le cruzó la vista.

—Kieran, no te haré daño —repitió.

Mi nombre en su boca fue chocolate caliente, espeso y ardiente. Había tenido varios sponsors a lo largo de los años. Más guapos, menos, más o menos considerados, pero todos iban por lo mismo: mi cuerpo. No era más que un cuerpo con el que pasarla bien o un muñeco bonito que colgarse del brazo.

Era bastante atractivo o eso creía. Achiqué los ojos, las líneas de su rostro se difuminaban. ¿Tendría astigmatismo? Abandoné la tarea cuando comenzaron a dolerme las sienes. Era mayor que yo por unos... ¿diez años? Tal vez menos. ¿Por qué mierda necesitaba a alguien como yo? ¿Para qué?

Cuando había tocado su traje, noté la calidad. Tenía dinero. Claro, sino nunca mi manager lo hubiera considerado.

Las luces de tonos brillantes me lastimaban los ojos. Escondí el rostro contra el hombro de Paul. Tantas personas que se movían, la música tan alta, tantas sensaciones que me abrumaban. Mis sentidos se tornaron hipersensibles. Él me pasó un brazo por los hombros y me guio.

—Ya casi estamos fuera.

Asentí. Me enterré más en él. El aire nocturno me golpeó fuerte, pero le di la bienvenida. Inspiré hasta llenar mis pulmones. Sonreí, demente.

Paul abrió la puerta de un coche oscuro. Todo en él era oscuridad. Me empujó con delicadeza dentro. Se agachó y me abrochó el cinturón de seguridad.

Alcé mi mano y acaricié su barbilla rasposa. Curve mis labios con seducción. Sus ojos negros se clavaron en los míos. Sabía que debía estar mostrando una cara de idiota con mis ojos achinados y mi expresión que intentaba ser sensual. Me curvé hacia él, el deseo me impactó profundo. Necesitaba sexo. Allí, en el asiento delantero del automóvil.

Apartó mi mano de su mandíbula. Fruncí el ceño y traté de entender el gesto. No lo conseguí. En general, les encantaba tenerme encima de ellos. Tal vez el tal Paul fuera demasiado serio y guardara dichos ademanes para cuando estuviéramos dentro de cuatro paredes.

—Toma. —Miré la píldora azul que sostenía entre los dedos.

—¿Qué es?

—Con todo lo que tienes encima, ¿importa?

«¿Tal vez? ¿Me importaba?», me pregunté, pero mi cerebro era papilla.

—¿Molly?

—Abre la boca y traga.

Aparté los labios y saqué la lengua. Dejó caer la pequeña pastilla. Tragué. Me contempló con aquellos ojos tan ennegrecidos. ¿Me deseaba? Yo necesitaba sexo con él o con cualquiera.

Cerró la puerta, rodeó el coche y se sentó a mi lado. Encendió el motor y nos pusimos en marcha. Sus movimientos eran felinos, económicos y fluidos.

—¿A dónde vamos? ¿Hotel? —Paul negó con la cabeza—. No hablas mucho, ¿cierto?

Me miró por el rabillo del ojo.

—No vamos a un hotel.

—¿Al menos tienes protección? No haré nada sin, deberíamos comprar. —Resoplé y comencé a parlotear—: No venía preparado. Compremos en el camino. ¿A dónde dijiste que íbamos?

—No lo dije. Tomo nota. Nada de daño y protección.

Solté una risa baja. Parecía el slogan de una campaña de guantes de silicona para horno.

Hablé sin parar por varios minutos ¿O habían sido horas? Donde fuera que me llevara era lo bastante lejos. Mis párpados temblaban por mantenerse abiertos. No era bueno estar tomado y drogado cuando ibas con alguien que no era de confianza. Lo averigüé de la peor manera y jamás pasaré por eso de nuevo.

Luché por mantenerme despierto. Había sido un día de mierda. Me había presentado a una audición y ni siquiera había podido hacerla. El director me conocía. Íntimamente. Era parte de mi sórdido historial. Algunos éramos profesionales y separábamos trabajo de sexo y otros, no. No habíamos finalizado en buenos términos. Era muy dado a los golpes y, repito, no me gusta que me lastimen. Y luego esa fiesta a la que mi manager me había arrastrado con esa excusa de «debes hacerte ver».

Los pensamiento se ralentizaron, iban a cámara lenta. Mis párpados pesaban. La fuerza por mantenerlos en alto era tan demandante, que caí rendido y me dormí.

Algo me sacudía. Elevé apenas un párpado. Me topé con el rostro de un tipo rodeado de un halo de luz que me hizo achicar los ojos.

—¿Quié...? —Auch, me sostuve la cabeza por las sienes. Dolía. Todo dolía—. ¿Quién eres? —susurré.

—Paul. Hemos llegado.

¿Quién mierda era este Paul? Me tapé los ojos con un brazo. La claridad me lastimaba la vista. ¿Qué hora era? ¿Dónde demonios estaba?

—¿A dónde?

Me tomó del brazo y me ayudó a bajarme del vehículo. Cuando me erguí, lo que me encontré, me paralizó en el acto.

—¿Dónde mierda estamos?


Nota de autora:

Nueva aventura. ¿Qué les pareció? 

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