Parte 2

Pasan las horas... 

He golpeado la puerta reiteradas veces y no cede. Intenté que las patadas fueran certeras, en el mismo ángulo recto justo en el centro, pero las fuerzas se me agotaron. No quise tentar a mi suerte y sufrir otro desmayo.

Estoy débil. Según mis cálculos hace al menos tres días que no ingiero alimento ni agua.

Se supone que al menos una vez al mes el cuidador del cementerio debe colocar flores frescas en este recinto mortuorio. Para eso le he estado pagando de forma religiosa. Todo para enterarme ahora que incumple su trabajo.

¡Adiós a mis esperanzas de que venga a rescatarme!  De todas formas no voy a durar tanto. No sin agua.

Los jarrones contienen flores secas, igual de mustias que los cuerpos que yacen dentro de los sarcófagos.

Me tomé un momento para examinar sus tallos. Parecían arterias desecadas. De los pétalos solo quedaban tristes recuerdos luctuosos. Mastiqué aquellos tubérculos para generar la ilusión de que estaba comiendo algo.

He observado también otras posibles salidas del mausoleo. La claraboya del techo, por donde ingresa la mayor cantidad de luz solar, está demasiado alta. Ni subiendo a los ataúdes podría alcanzarla.

Maldije aquella obsesión familiar por las construcciones estilo barroco.

Vislumbré también algunas ventanas. Las mismas son de forma ojival, pero demasiado pequeñas y poseen nuevas rejas de seguridad. Nunca se sabe cuándo puede llegar un atraca tumbas a perturbar a los muertos y robar sus pocos objetos terrenales sepultados entre sus despojos.

De todas maneras no hubieran tenido suerte alguna. Estos ya han sido saqueados en el pasado. Yo mismo me encargué de revisar uno a unos los féretros en busca de algún tipo de herramienta que me permitiera abrir la puerta. 

Nada. Solo cuerpos pútridos, en distintos estadios de deterioro. 

El hedor se tornó insoportable. Debí romper una ventana para que circulara el aire. Eso fue bueno, ya había demasiados ojos ciegos, pétreos e indiferentes, observándome. Algunos de los santos y otros de los ángeles inmortalizados en los vitrales.

Aproveché también para estudiar aquella porción del entorno visible desde mi sepulcro. Pero, aparte de otras tumbas y antiguos mausoleos, no advertí presencia humana. Los únicos cuerpos son los de los muertos, devorados por las hambrientas fauces de la tierra.

Lo más cercano a la vida son las plantas. Las hiedras y maleza se imponen como las verdaderas dueñas del cementerio.

Nunca me había percatado de lo abandonado que está este sitio hasta ahora. Quizá por ser la zona más vieja y por ende poco frecuentada. 

Me pregunté si alguien visitaba, así sea esporádicamente, aquellas lápidas. Lo más probable es que las ánimas de los propios difuntos.

Un escalofrío me recorrió cuando aquel pensamiento surcó mi mente. 

Martirizado por mis nuevos temores me hundí en la melancolía, interrumpida por ráfagas de un profundo odio hacia aquellos que me habían traicionado. Aquel sentimiento me permitió seguir respirando y obligó a mis neuronas a trabajar y maquinar posibles formas de escape.

Ahora la noche se apropia del cielo, extendiendo sus negros andrajos hacia la tierra.

El viento silba entre las hojas de los robles y fresnos que bordean el área, y su lengua de céfiro lame las piedras de las lápidas.

Observo las estatuas de las otras casas mortuorias. La mayoría son ángeles. La claridad lunar baña sus rígidos cuerpos. Rayitos de nácar se posan sobre sus bocas silentes o bailan en esos ojos obturados, buscando penetrarlos.

Sé que son imágenes sacras y que deberían llenarme de paz, pero la proyección de luces y sombras solo me causa terror. Se convierten en un claroscuro de muerte y desesperanza. 

Incluso me parece que la cripta se puebla de murmullos. Viejos ecos de voces marchitas acarician mis oídos clamando misericordia.

Empiezo a tiritar de frío.

Mi estómago gruñe como una bestia depredadora que pronto estará tan famélica que comenzará a engullirse a sí misma.

Me dejo caer en un rincón de aquella necrológica prisión y cierro mis ojos abandonándome a nuevas sombras. Abrazo la inconsciencia buscando perderme en sus quimeras, mientras me uno a los ruegos de mis ancestros y clamo por la salvación de mi alma, pues no sé si tenga fuerzas para despertar en la mañana.   

Dedicado a Denise_83Dadelos38RonaldoMedinaBEscriboymegusta MaryEstuardo2112 Jonfantasy ariagomez69 clarymorgen2

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