PRÓLOGO


Una vez, hace bastante tiempo, una persona muy querida, una maestra que tuve en la primaria, me dijo algo que habrán escuchado miles de veces: «Nunca te rindas, luchá por tus sueños y no olvides que no importa tu condición, todos somos iguales... No te creas menos que nadie ni dejes que nadie te trate como si fuera superior a vos».

En ese momento, no le creí, no le creí porque acababa de ser tratado como inferior por un compañero solo porque no entendía su lengua. Sin embargo la parte de los sueños me gustó, me gustó mucho porque a esa edad yo estaba lleno de ellos. Pero el tiempo pasó y con el correr de los años y las dificultades de la vida, los sueños se hicieron cada vez más lejanos, tanto que en algún punto me parecieron imposibles.

Siempre fui una persona soñadora, «iluso» para algunos. Lo que pasa es que las personas creen que los sueños están privatizados, solo la gente con dinero tiene derecho a soñar ya que son los únicos que los pueden alcanzar en realidad. Al resto de los mortales nos quedan dos salidas: o claudicamos y nos olvidamos de ellos, o bien los depositamos en el baúl de los recuerdos para rememorar a veces lo que alguna vez fuimos de niños cuando no entendíamos de qué iba el mundo. Cuando sos pobre no tenés permitido soñar, no tenés permitido ni siquiera eso, porque te tratan de tonto, de iluso, de inmaduro... de vyro (ingenuo). Pero yo además de soñador siempre fui muy terco, así que no me importó lo que me dijeron, y me atreví a soltar mi imaginación y mis deseos, me atreví a mirar más allá de mis horizontes, me atreví a volar. Y es por eso que hoy estoy al otro lado, al otro lado de los sueños, donde estos ya no son una idea intangible y utópica, donde estos son tu realidad, tu día a día.

Pero no fue nada fácil, no para mí. No sé por qué dicen que somos todos iguales y sin embargo la sociedad se encarga de separarnos. Nos separan por edades, por sexo, por colores de piel, por nacionalidad, por gustos, por clase social... Y no, no somos todos iguales, al menos no nos tratamos como si lo fuéramos. Yo era tan iluso que no me daba cuenta, que no entendía eso de las clases sociales... Yo no sabía que el destino había decidido que yo naciera abajo y que otros estuvieran por encima de mí, yo era solo un niño, y si veía a otro niño pensaba que era igual a mí.

¡Inocencia! Le dicen.

La vida se encargó de demostrarme a dónde pertenecía... pero una vez más fui terco, y me abrí paso, subí, escalón por escalón. Y otra vez la profesora Julia tenía razón, ella me dijo que cada persona que nos ayuda en esta vida, pone su mano para que la usemos como escalón. Quizás ella fue mi primer escalón, pero no me detuve, subí, escalé. No me importó las miles de veces que los de arriba me miraron desde lo alto ni que los de abajo me hicieron caer —porque otra cosa que sucede cuando vas escalando es que los que quedan abajo no te dejan seguir—. Pero yo lo hice, y hoy estoy aquí. Ni arriba ni debajo de los que me consideran —y siempre me consideraron iguales—, solo al lado. Pero también al lado de los que me consideraron inferior, y arriba de los que me consideraron incapaz.

Porque finalmente todo está en la mente, somos lo que creemos que somos y nos tratan como creemos merecerlo. Los sueños que alcanzamos, son finalmente esos que creímos poder alcanzar en realidad, los que nos animamos verdaderamente a soñar.

Y la inocencia, es mi característica principal,y aunque ya no soy un niño, estoy orgulloso de ella. Sin ella, no estaría dondeestoy; sin ella, hubiera creído en los que me dijeron que no lo lograría.  

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