Capítulo 8. Miedo

Jane abrió los ojos cuando el sol comenzaba su recorrido a través del desierto. Habían pasado tres noches en el Oasis y era hora de partir. Trató de moverse, pero unos brazos la estrecharon protectores.

—Hora de despertar dormilón.

—No quiero despertar, quiero seguir soñando a tu lado —respondió con voz soñolienta y la apretó más fuerte contra su pecho. A partir de ahí no disfrutarían de días tan tranquilos y quería aprovechar cada segundo. Habían sido tres noches espectaculares y no quería que acabara. Pero sabía que les esperaba aún mucho trabajo y el tiempo les apremiaba.

Partieron esa misma mañana, no sin antes presentar sus respetos como Habib les había indicado.

Hicieron buen tiempo y llegaron a los puntos de las dos últimas antenas antes de lo previsto. Después de colocar la última, y a menos de un día de su destino, el equipo comenzó a sentir un poco de aprensión.

No era cosa sencilla cargar el futuro de millones de personas en los hombros, se rumoraba que varias personas padecían la versión original del virus, pero ¿Y si se propagaba una de fácil transmisión antes que hallaran la cura? ¿Y si no daban con la tumba del rey a que hacía referencia la estela de piedra? Comenzaron a ponerse nerviosos. Era el momento en que Jane debía darles ánimos para continuar, pero ella misma estaba al borde de un colapso, aunque trataba de no ponerse en evidencia.

Verónica le quitó un termómetro que Jane había tenido en la boca.

—Tienes algo de fiebre.

—¿Qué? ¡No puedo tener fiebre ahora!

—Tranquila, toma un analgésico y descansa. Tu novio es biólogo, de seguro lleva algo en todo ese montón de equipo y químicos que te sirva.

—Microbiólogo... Da igual, no entiendo la diferencia.

—Ahora mismo iré a preguntarle sobre esa medicina –dijo Verónica poniendo cara de picardía.

—¡No! Mejor voy yo. Conociéndote de seguro le preguntarás cosas vergonzosas sobre nuestra relación.

—Sólo algunos detalles que tú no me quieres dar. –Le dedicó un guiño, juguetona, mientras se ponía de pie y guardaba el termómetro–. Anda, vete para allá esta noche y déjame dormir en mi propia tienda.

Jane se sentía un poco mareada por la fiebre, pero decidió que tenía razón, Verónica había tenido que quedarse en las tiendas de los demás ya que ella compartía la suya con Elrick, era un buen cambio y tenían mucho de qué hablar.

Cuando se fue, Verónica sacó el móvil y envió un mensaje al número personal de Jane cuyo teléfono estaría en una caja fuerte en Nueva York junto con sus otros aparatos electrónicos que no le permitieron llevar. No lo recibiría hasta que regresaran a casa y lo encendiera. Sonrió, ya quería ver su cara de sorpresa cuando lo viera.

Cuando Jane entró no había nadie. En el rincón más alejado vio una computadora funcionando y se acercó a ver de qué se trataba. Era el simulador corriendo el programa, en unos momentos terminó y desplegó los resultados con las probabilidades de supervivencia. Un escalofrío la recorrió de pies a cabeza y comenzó a temblar.

"Además puede causar daños irreversibles en el organismo al usarse de manera muy frecuente."

"Se suponía que habíamos encontrado la cura, pero el inhibidor no sólo no los curó, sino que les provocó severas lesiones en el organismo.

—¿Qué lesiones?

—No quieres saberlo."

Las palabras en su cabeza parecían mezclarse con las que aparecían en la pantalla.

"Falla cardíaca. Ceguera. Parálisis. Accidente cerebrovascular. Coma."

De pronto sintió a alguien detrás de ella, una mano canceló la ejecución del simulador y la hizo girarse hacia él. Se abrazaron en silencio. ¿Cómo podía parecer tan tranquilo sabiendo todo lo que la maldita cosa le hacía a su cuerpo? ¡Era injusto! No quería que muriera, no quería que le pasara nada de eso. ¡Era demasiado injusto!

—Tranquila, todo estará bien. –Jane no quería parecer vulnerable en ese momento, no quería que pensara que ella sufría por su culpa, quería ser fuerte, esas eran las palabras que ella tendría que decirle a él.

—Lo sé. –No pudo agregar nada más porque sentía que perdería el control y comenzaría a llorar, lo cual sería lamentable.

—Descansa. Tienes fiebre.

La ayudó a recostarse y la arropó. Desde el lecho lo vio preparando una inyección en una jeringa normal.

—¿Qué es eso?

—Un simple analgésico.

—Odio las inyecciones, deben ser la peor cosa de la tierra.

—Ja, dímelo a mí. –Se la aplicó en el brazo mientras ella apretaba los ojos–. Te adormecerá un poco.

—¿Cómo? ¿Quieres decir que no habrá acción esta noche?

Se echó a reír mientras se acomodaba a su lado.

—Es una lástima, pero tienes que descansar.

—¿Cómo puedes estar tan tranquilo sabiendo... tanto? –Su voz comenzaba a perderse en la inconciencia. Se sentía tan bien en sus brazos.

—Tengo un secreto que no te he confesado. –Le acarició el cabello y ella se sintió tan tranquila que sus músculos se relajaron.

—¿Un secreto? ¿Qué secreto?

—Estoy tomando una droga que combate el Basilisco y prolonga los efectos del inhibidor.

—¿Qué droga es esa?

Sonrió al ver su rostro soñoliento y sus ojos que apenas se podían abrir. Le susurró la respuesta al oído.

—Tú.

Mientras la besaba sintió como sus manos caían hacia un lado. Se había quedado dormida.

—Descansa... Preciosa.

Si, ella había sido de gran ayuda, pero aun así el tiempo seguía corriendo en su contra. Nunca le mencionaba nada porque ya estaba bastante presionada, tanto que ese día había colapsado. Se estaba poniendo enferma y eso lo preocupaba, tenía que tranquilizarla y ayudarla a pensar claro, a mantener la calma y hacer su trabajo de la mejor manera, aunque él mismo estuviera completamente aterrado por lo que podría pasar. Era un panorama nada alentador.

Al día siguiente los recibió la vista de las pirámides. Se emocionaron, pero al mismo tiempo sintieron una gran ansiedad mientras recorrían el lugar traduciendo las inscripciones. Recopilaron toda la información, entregaron a Jane toda clase de datos que tuvo que estudiar cuidadosamente. Ella y Verónica trabajaban juntas en esa parte. Aunque Verónica también había hecho el doctorado y sabía tanto como ella, no le gustaba estar al frente, llevar la carga de la responsabilidad ni mucho menos lanzarse a resolver acertijos en lenguas antiguas. Eso se lo dejaba a su amiga, aunque eso no quitaba que pensaran juntas.

—Creo que es el lugar que estamos buscando. ¿Tú que dices Jane?

Jane dudó. ¿Por qué esta vez no se sentía con la fuerza y la valentía de sus expediciones anteriores?

—Jane, dime de una vez por todas qué te pasa. Has estado irritable y distraída. Ayer te pones mal de puro estrés y ahora que estamos a punto de entrar te quedas paralizada. ¿Qué está pasando?

—Tengo miedo. Un miedo atroz que no me deja respirar. –Se apartó de la mesa de trabajo.

—Nunca has tenido miedo a fracasar.

—No me da miedo equivocarme, le tengo miedo a la muerte. –Verónica se quedó pensando.

—Es él, ¿Verdad?

Se había estado reprimiendo tanto tiempo que no pudo más. Cayó sobre la butaca frente al improvisado escritorio y apoyándose sobre este comenzó a llorar sin control.

—No sé qué hacer, Verónica... Está muy mal, se está muriendo y yo estoy aquí en pánico... Totalmente paralizada de miedo.

—Jane... —Abrazó a su amiga. Habían sido muy pocos momentos en su amistad en que hubiera tenido que consolarla. Por lo general Jane era la que tomaba las decisiones atrevidas en el trabajo, se arriesgaba, se lanzaba a la aventura con una frialdad de miedo y afrontaba los problemas de frente. Pero ahora estaba allí, tan vulnerable. Enamorada.

—Tú sabes que lo lograrás. Te eligieron a ti porque eres intrépida y tenaz. Tú no te darás por vencida, eso no es parte de ti y lo sabes. Puedes llorar ahora y desahogarte, tienes miedo y está bien. Pero tienes que entrar ahí y hallar esa cura.

Después de unos momentos en que dejó salir todo lo que sentía, levantó la cabeza. Se limpió las lágrimas y respiró hondo.

—Tienes razón. Tengo que ser objetiva y hacer mi trabajo. Puedo hacerlo.

—Claro que podemos. – Se abrazaron. No eran del tipo de amigas de abrazos y besitos en la mejilla, pero eran tan cercanas como dos hermanas y sabían que siempre podían contar la una con la otra, sin importar la situación.

—Gracias, amiga.

—Es mi deber darte ánimos en momentos como este.

—No lo digo sólo por esto. Por darte cuenta de mi error al comprometerme con Patrick y por casi haberme lanzado a los brazos de Elrick.

Verónica sintió una gran tristeza, no estaba segura que eso fuera bueno para ella. Él la amaba, era obvio para todos y ella nunca la había visto tan ilusionada. Pero si las cosas no salían bien, Jane sufriría mucho y ella no quería ver eso.

—Vamos ya.

Mientras los demás se preparaban, Verónica entró a la tienda donde estaba el grupo de biólogos terminando de desmontar el equipo para armarlo luego lo más cerca posible de la tumba y hacer las pruebas ahí mismo. Cuando entró, los chicos iban de salida así que se acercó a Elrick y antes que pudiera decirle nada le dio una bofetada. Este retrocedió y la miró desconcertado.

—¿Cómo pudiste comenzar una relación con ella sabiendo lo que puede pasarte?

Era un reclamo que él mismo se hacía a diario. Ella no se detuvo, estaba furiosa y preocupada por su amiga y él la entendía, así que la dejó desahogarse, ¿Qué cosa tan mala podría decirle que él no se hubiera dicho ya?

—¿No te das cuenta del daño que le estas causando y el que aún le puedes causar? ¿Qué pasará si no encontramos la cura? Nunca se perdonará si no lo logra, se desmoronará –Por un momento le falló la voz, siguió con menos ahínco, con un sollozo atravesado entre sus palabras–. Es la primera vez que le tiembla la mano para tomar una decisión y la primera... la primera que ama de verdad. ¿Por qué permitiste esto?

—Intenté alejarla y lo sabes bien.

—Pues parece que no lo suficiente.

—¿Qué querías que hiciera si teníamos que trabajar juntos durante todo el maldito viaje? ¿Qué más querías que hiciera? No fuiste tú la que tuvo que romperle el corazón antes de bajar del barco y no tuviste que ver su mirada esa noche en el hotel...

—¡Ya lo sé! Ya sé que no fue tu culpa, no fue culpa de nadie. –Trató de calmarse, no se le daba bien mantener el control y se dio cuenta que estaba siendo muy injusta.

—No quería que esto pasara, ya sé que no es justificación, pero no pude evitarlo por más tiempo.

—Jane es muy fuerte, pero también muy emotiva, cuando deja salir sus emociones es como... como fuegos artificiales, a veces temo que se queme. ¡Cómo pudiste ser tan egoísta!

Ambos estaban muy agitados y se sobresaltaron al escuchar la voz.

—¿Interrumpo?

Miraron a la entrada de la tienda donde Jane los observaba a ambos, interrogante. Verónica se sintió avergonzada, la preocupación por su amiga la había hecho hablar de más y pensó que quizá fue un poco desconsiderada, después de todo no debía ser fácil para él manejar una situación así.

—No es nada, parece que a Verónica se le despertaron los celos de mejor amiga.

—¿Qué? –Lo miró sorprendida de que hubiera recuperado el control tan de repente y aún más de que la encubriera ante ella. Estaba segura de que a Jane no le caería en gracia lo que había dicho y menos lo que había hecho.

—No le creas, la verdad es que siempre quiso un hermano mayor. Pero ya habrá tiempo para conocerse luego. ¿Vamos?

Los tres se encaminaron a donde habían encontrado una puerta.

—Muy bien, llegó la hora. –Todos contuvieron el aliento mientras Jane alargaba la mano y buscaba alguna especie de cerrojo, recorría con sus dedos la piedra deteniéndose en cada depresión. Limpiando con una delicada brocha y tratando de descifrar las inscripciones. Al cabo de unos minutos se le encendió la mirada.

—¡Aquí está!

Primero aplicó un poco de fuerza y luego giró un disco solar. La piedra crujió y ante la mirada atónita de todos comenzó a deslizarse dejando caer un montón de arena. Se asomaron al interior, estaba oscuro y lleno de telarañas.

—Doctora Brown.

Uno de sus ayudantes le alargó una linterna.

—Bien, esperen aquí. –Suspiró y penetró en la oscuridad a descubrir los secretos que aquel lugar tenía reservado para ella. Pero, entre todos, el más importante: la tumba del rey, las urnas fúnebres... ¡La cura que le daría un futura al amor!

Primero aplicó un poco de fuerza y luego giró un disco solar. La piedra crujió y, ante la mirada atónita de todos, comenzó a deslizarse dejando caer un montón de arena. Se asomaron al interior, estaba oscuro y lleno de telarañas.

—Doctora Brown.

Uno de sus ayudantes le alargó una linterna.

—Bien, esperen aquí. –Suspiró y penetró en la oscuridad a descubrir los secretos que aquel lugar tenía reservado para ella. Pero, entre todos, el más importante: la tumba del rey, las urnas fúnebres... ¡La cura que le daría un futura al amor! 

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