Capítulo 4. Mentiras y más mentiras

Cuando los arqueólogos y biólogos y todo el equipo que había llegado en diferentes medios estuvieron, al fin, reunido en un solo punto, Jeremy Sloan les dio las últimas indicaciones y los puso a bordo de los jeeps que los llevarían al lugar que sería su punto de partida hacia el desierto.

—Cuídese señorita Spencer... eh, cuídense todos. –Se despidió.

Mientras Jane veía alejarse la civilización, sintió una familiar sensación de libertad y algo de la inquietud que la agobiaba se comenzó a disipar. Estaba en su elemento y eso la hacía sentir segura de sí misma, aunque compartía el mando con Elrick, era ella la que sabía cómo moverse en ese ambiente hostil y, por lo tanto, mientras viajaran, ella tomaría las decisiones importantes.

¡Elrick!

Cada día la hacía sentir más humillada y estúpida.

Esa misma mañana antes de bajar del barco le había asestado el golpe más duro que había recibido de ningún hombre en mucho tiempo. Se odiaba a sí misma porque después de lo que tuvo que pasar con su único novio de la universidad, se había jurado a sí misma no volver a sufrir por un hombre, y ahí estaba, contrariada por un maldito que acababa de conocer hacía dos días. Solo recordarlo le daba náuseas.

Mientras arrastraba su maleta, con un montón de ropa y accesorios que probablemente nunca más utilizaría en su vida, giró en una esquina de cubierta solo para encontrárselo acompañado de una chica rubia. Jane se quedó boquiabierta al ver como se besaban y quiso huir, pero fue demasiado tarde, ambos miraron en su dirección. La chica susurró algo al oído y deslizó una tarjeta en el bolsillo de la camisa antes de bajar del barco. Luego él se dirigió a ella y le ofreció ayuda con la maleta.

—Gracias, pero no es necesario, Verónica vendrá en un momento. –Le temblaba la voz, pero trató de sonar natural.

—No importa, llevaré esta. —Le quitó la maleta de la mano y comenzó a caminar hacia la rampa para bajar del barco. Cuando llegaron al muelle Jane no pudo contenerse.

—Parece que no te ha ido mal con las... —Fingió aclararse la garganta–. Conquistas.

—Ahora trato de que no sean mujeres comprometidas.

—¿Qué?

—No me gustan las traidoras.

Dejó la maleta y le dio la espalda.

¿Traidora? ¿Comprometida?

Jane palideció y se quedó ahí petrificada.

Se miró la marca del anillo en el dedo anular y recordó sus propias palabras: "No hemos terminado, fue solo una discusión."

Tuvo deseos de gritar, patear y golpear lo primero que tuviera enfrente, pero respiró hondo, vio las dunas acercándose y logró tranquilizarse. Descendieron de los vehículos y, como tenían por costumbre, su equipo se reunió alrededor de ella para recibir las órdenes del día.

Antes de comenzar a impartir instrucciones vieron como los "chicos listos", como solían llamarlos, se acercaban un tanto inquietos y dudosos.

—Bien, señoras y señores, de ahora en adelante somos un solo equipo y tendremos que trabajar juntos si queremos salvar al mundo de una pandemia mortal –Sus chicos se rieron y algunos más jóvenes chocaron las manos. ¡Era tan emocionante ser parte de una misión de ese nivel!–. Así que debemos hacer grupos de trabajo. ¿Doctor Faulkner?

Lo que Elrick menos quería era pararse al lado de ella. Nada le hubiera gustado más que entregarle el mando y seguir sus órdenes, pero su gente necesitaba ver a su cabecilla al frente de la misión así que tuvo que ir a su lado.

—Pienso que lo mejor es hacer grupos mixtos, si está de acuerdo Doctora Brown.

No contestó. Se limitó a asentir y señalar un miembro de cada grupo a la vez.

—Tú y tú, provisiones. Ustedes, transporte. Ustedes dos, verifiquen el equipo de biología y ustedes el equipo de arqueología–. Verónica tomó nota de todo y las parejas se dispersaron a cumplir las órdenes.

– Y nosotros tres... buscaremos al guía.

—¿Por qué necesitamos un guía si el satélite nos dará la imagen del área?

—Por las tribus nómadas. Necesitamos que alguien de aquí nos acompañe y sea una especie de mediador, ya sabes, por si hay "nativos hostiles".

—¿Hostiles? —Jane casi se echó a reír al escuchar el tono alarmado del científico. ¿Con que muy grande la misión para una rata de laboratorio? Verónica, por otro lado, soltó una carcajada.

—Además, el satélite ve los accidentes geográficos, mas no los sociales. Hay guerra entre las tribus siempre, necesitamos de alguien que esté enterado de sus movimientos —completó la rubia la explicación de su jefa y se encaminaron al mercado.

Fue una labor ardua y demoró más de lo que habían pensado, tuvieron que buscar alojamiento para esa noche ya que el guía no estaba dispuesto a partir sino hasta el día siguiente. Era un hombre de mediana edad algo enigmático llamado Habib que siempre tenía alguna frase sin sentido para justificar sus decisiones.

Como cuando le preguntaron por qué tenían que salir hasta el día siguiente contestó: "Para que los días del halcón sean completos".

Por la noche hacía un calor agobiante y Jane daba vueltas en la cama sin poder dormir. No le había contado a Verónica lo que pasó antes de bajar del barco porque ella le habría preguntado cómo se sentía al respecto y no tenía ganas de parecer patética.

Recordó que el lugar donde se alojaban tenía una fuente en medio de un exuberante jardín. Había pensado que era un desperdicio de agua en un lugar como ese, pero en ese preciso momento le pareció fenomenal.

Salió hacia el jardín y comenzó a caminar rumbo a la fuente.

—¿Tampoco puedes dormir?

La voz la sobresaltó tanto que casi gritó. Miró en todas direcciones hasta que lo vio emerger de entre unos arbustos. Ella negó con la cabeza incapaz de encontrar su voz en medio de su confusión y las ganas de gritarle que era un imbécil por tratarla de una manera tan cruel.

Ella no merecía eso, pero no pudo decir nada.

—Perdón por asustarte. Te dejo sola. –Dio media vuelta y al fin ella pudo decir algo.

—¿Por qué?

—¿Qué? –Se volteó de nuevo y la miró desconcertado.

—¿Por qué? ¿Por qué me tratas como si fuera tu peor enemiga? ¿Qué te hice para que te portes de esa manera tan cruel?

El brillo en su mirada lo hizo sentir el peor ser humano del mundo. Pero no podía dar marcha atrás, no podía permitir un nuevo acercamiento entre ellos. Hizo pasar el nudo en su garganta y reunió toda su fuerza de voluntad para responder en el tono más frío que pudo.

—Es mejor que te alejes de mí.

—¿De qué me quieres proteger?

Elrick retrocedió ante el impacto de su pregunta. La miró sin poder ocultar su sorpresa. Como no dijera nada ella continuó.

—¿Crees que no me doy cuenta? Tú ocultas algo, lo sé porque cuando me hablas de esa manera veo el dolor reflejado en tu mirada, eres demasiado transparente y aunque no sé si pueda perdonarte, me intriga tu actitud. Tú mientes y quiero saber en qué.

Respiró hondo y cobró ánimos para retroceder dos pasos cuando en realidad lo que quería era tomarla en sus brazos y que lo abrazara y le dijera que todo estaría bien.

Pero nada estaría bien y aunque ella fuera tan intuitiva no llegaría a la verdad con puras especulaciones y él no estaba dispuesto a decírsela. ¡Tenía que proteger la mentira a toda costa! 

—Jane, solo aléjate de mí, es lo mejor para ti.

Jane lo vio alejarse sin decir nada más.

En su profesión tenía que usar todos sus conocimientos y experiencias, pero llegaba un momento en toda expedición que era solo suyo. No había libros que le dijeran que hacer, solo ella y una verdad por revelar y en ese momento tenía que usar su instinto.

Su instinto le decía que había algo más en su forma de actuar y también le decía que, aunque él se resistiera, tarde o temprano ella lo sabría.

A la mañana siguiente iniciaron el viaje por el desierto, la mitad del equipo iban eufóricos y la otra mitad parecía que iban a la horca. A pesar de todo eso, cada uno de ellos estaba consciente de la importancia de esa expedición y darían más del cien por ciento de su esfuerzo en llevarla a término.

El primer día había tensión en el campamento, era hora de colocar la primera antena.

Tenían que hacerlo a la perfección, juntos y bien coordinados. Si fallaban no sabrían qué camino tomar a la mañana siguiente y eso no sería nada bueno para las personas infectadas con el Basilisco. Cualquier retraso podría ser la diferencia entre la vida o la muerte.

El punto a buscar: el más alto.

Tiempo: Antes de la puesta de sol.

—Las dunas te deparan un buen augurio arriba de esa roca. —¿Por qué Habib no se limitaba a dar su opinión en lugar de dar esas declaraciones premonitorias tan excéntricas?

Jane y Elrick se colgaron sus mochilas y tomaron la maleta con cuidado.

—Habib piensa que ese lugar es el adecuado. – Jane señaló hacia la cima de la roca que le había indicado.

—¿Y cuál fue la premonición para esta ocasión?

—Un buen augurio dado por parte de un puñado de arena cambiante del desierto.

—¡Qué sabio!

—Por eso lo trajimos.

Emprendieron el ascenso en medio de los deseos de buena suerte de todos.

Luego todos en el campamento se reunieron en torno a Habib que comenzó contar viejas historias del desierto.

Después de un largo y fatigoso recorrido, que hicieron en completo silencio, llegaron a la cima y buscaron un buen lugar para colocar la antena. La armaron con sumo cuidado, recordándose el uno al otro los pasos dados por Jeremy y con el ansia contenida, no podían fallar, había mucho en juego. Cuando estuvo armada se colocaron a ambos lados, cada uno frente a un panel con los dígitos, conteniendo el aliento.

—Bien, no podemos equivocarnos. Tenemos que hacerlo al mismo tiempo.

—A la cuenta de tres.

Contaron a un tiempo. "Uno... Dos... ¡Tres!"

Digitaron ambos con el dedo índice y esperaron sin respirar. Pasó casi un minuto entero hasta que, en la punta de la antena, se encendió una luz verde.

—¡Lo hicimos!

Rieron emocionados y se estrecharon la mano por haber trabajado en equipo. Se quedaron unos instantes tomados de la mano y luego se soltaron y miraron alrededor, avergonzados.

—¿Y ahora qué?

Jane sacó su móvil inteligente.

—Esperamos a que el satélite nos mande el mapa de la zona. Cómo es la primera vez hay que esperar a que se mueva hasta esta ubicación y haga un escaneo completo.

—¿Cuánto tiempo?

—Unas horas.

—¿Horas?

Jane se rio mientras se volvía a colocar la mochila a la espalda.

—No tengas miedo, no me quedaré aquí a esperar que me lances otro de tus dardos envenenados. Haré un recorrido por mi cuenta.

—¿Tú sola?

—Te recuerdo que estoy en mi elemento. Tú espera aquí la señal, volveré pronto.

Jane hizo un largo recorrido por los alrededores. El sol se ocultó en la lejanía y al sentir la brisa nocturna recordó las extrañas palabras de su extraño guía. ¿Así que un buen augurio? Sería interesante saber de qué se trataba.

La noche era muy clara. La luz de la luna le daba a las formas rocosas y la escasa vegetación un aurea fantasmal.

Mientras tanto Elrick se entregaba a sus propias cavilaciones.

—¿Su elemento? —se dijo con un dejo de diversión en la voz.

Conocía muy pocas mujeres que dijeran eso de un desierto ardiente con alimañas venenosas. A juzgar por sus palabras, ella lo consideraba una de esas alimañas. ¡Que buen trabajo había hecho alejándola de él!

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