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_POV Martina_

—... luego haremos la sesión de fotos— bufé.

—Oye, son muchas cosas —fruncí el ceño.

—Es tu profesión —dijo Alice sonriendo—. Además, tienes que dar la noticia.

Rodé los ojos y visualicé a un chico entrando a la cafetería. Achiné los ojos, pensando si en verdad me lo estaba imaginando o si realmente estaba aquí.

—No puede ser —susurré asombrada.

—¿Qué cosa? —preguntó Alice confundida, tratando de voltearse.

—¡Nada! —me apresuré—. Iré a comprarme una dona —dije y me levanté de mi asiento.

—Está bien, ve —me dijo.

Caminé un poco torpe sin que me viera.

Esperé a que comprara su café y vi cómo caminaba hacia la salida, así que lo seguí.

—¡Nathen! —dije, y el chico se dio la vuelta sorprendido—. Hola —hablé con timidez.

—¿Mar? —habló con asombro—. Te ves... diferente —se acercó.

—¿Y eso es bueno o malo? —pregunté nerviosa.

—Diferente —se aclaró la garganta—. Diferente para bien, siempre fue para bien —le sonreí—. Oye, ¿cómo has estado estos meses?

—Muy bien. ¿Y tú? —mis piernas temblaban.

—Excelente —contestó él—. Oye, fue lindo volver a verte.

—Igual —me sentía un poco desilusionada con su forma de tratarme, pero era ahora o nunca.

—Nath, me siento muy arrepentida por todo el daño que te hice —agaché la cabeza—. Soy un monstruo y jamás quise lastimarte.

—Oye, bonita —me levantó el mentón—. Lo que haya pasado, quedó atrás, ¿sí? Ahora ambos somos personas nuevas, intentando empezar nuestras vidas desde cero, ¿no? —asentí con una sonrisa.

Me alegra muchísimo saber que Nathen no sufrió mucho, o que si lo hizo, se recuperó y es una persona nueva.

—Estás hermoso —contesté—. Y me alegra demasiado saber que te encuentras bien.

—Muchas gracias —dijo él, sonrojándose—. Tú también. Me has enseñado muchas cosas en el amor.

—Me alegra saber eso —suspiré y lo volví a ver—. Quiero confesarte algo —mordí mi labio inferior nerviosa.

—¿En serio? Yo también —dijo él—. Haber, dime.

—No, no. Tú primero —sonreí esperando su noticia.

—Pues, poco después de que no decidiste casarte conmigo, admito que entré en depresión —se rió nervioso—. Un día, Kim invitó a una amiga suya a la casa, y cuando bajé a por un vaso de agua, la conocí —hablaba con tanta emoción, olvidando quién fui en su vida—. Empezamos a hablar, y al mes empezamos a salir. Sophia lo es todo —sonrió.

—Wow —dije—. Espero que algún día ella se case contigo —dije, lo tomé como cumplido, aunque yo le demostré lo contrario.

—Pues así es —dijo él, orgulloso—. Nos casaremos, y eso no es todo. Ambos estamos esperando un hijo.

—Eso..., eso es asombroso —fingí una sonrisa—. Me alegro mucho de que por fin hayas encontrado la felicidad —las lágrimas amenazaron con salir en cualquier momento.

—Gracias, Mar. En verdad, lo aprecio. ¡Pero cuéntame de ti! —dijo feliz.

—Oh, nada —reí. Ya no importaba—. No importa. Oye, ya me tengo que ir, Alice me espera.

—No sabes mentir, Mar —rió—. Acuérdate que fuimos algo, y te conozco. Pero no importa, antes de irme, quiero que sepas algo.

—¿Qué cosa?

—Que fuiste el amor de mí, y siempre lo serás. Ahora me casaré con la persona que me hace feliz y con quien estoy esperando un hijo, pero nunca olvides que te amé tanto. Tú fuiste la primera —acarició mi mejilla.

—Adiós —murmuré.

Me di la media vuelta y dejé soltar una lágrima.

—Oye, Mar —lo observé—. Me gustaría que estés en mi boda. No te lo tomes mal, pero aún sigues siendo alguien importante en mi vida —asentí—. ¡Genial! Te enviaré la invitación por correo electrónico.

—Okey. Cuídate —sin más, me adentré en la cafetería.

Me senté en mi asiento, asimilando todo lo que acaba de ocurrir.

—¿Y tu dona? —preguntó confundida Alice. Al ver mi cara, cambió su expresión—. ¿Qué ocurre, linda?

—Se... se casará —y rompí en llanto—. Nathen se casará y espera un hijo con otra —sollocé.

—Cariño —dijo ella, y me abrazó—. ¿Cómo sabes eso?

—Lo acabo de ver, y charlamos. Creí que era una oportunidad, pero no lo fue. Perdí mi oportunidad —me sequé las lágrimas.

—Te has tardado mucho, cielo. Nathen no siempre estará disponible, pero vamos, tienes que ser fuerte.

—No, Alice, ya no —soné mi nariz—. Encima, me invitó a su boda.

—¡Debes ir! Hazle dejar bien en claro que tú eres otra Martina —dijo ella, y negué—. ¡Sí! Ahora iremos por un vestido que te haga valer un millón de dólares —reí.

Sin más, agarró nuestras cosas y salimos de la cafetería.


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