Uno

Luz.

Una luz parpadea intermitente entre un ojo y otro, molesta. Solo quiero seguir durmiendo.

Sonidos.

Es como si quisieran hacerme despertar. Pero se está tan bien aquí. Es agradable y calentito.

Los sonidos aumentan, abro mis ojos y veo que todo tiembla.

No, yo tiemblo y no puedo controlarlo. ¿Porque estoy temblando si no tengo frío?

—¡Atalanta! ¡Atalanta! —Alguien grita— Vamos, Atalanta. ¡Vuelve!

¿Atalanta?

Personas a mi alrededor continúan gritando ese nombre. Quisiera decirles que se callen y que me dejen dormir. Cierro los ojos.

Estoy tan cansada.

...

Abro los ojos otra vez, una mujer abarca toda mi visión frontal y quiero mandarla a la mierda. Mejor, mandar al infierno a toda esta gente y seguir durmiendo. Pero las palabras se niegan a salir de mis labios. Vuelvo a intentar que salga algo.

Y nada.

—Y aquí estás. —La rubia de mediana edad frente a mi sonríe aliviada— Bienvenida de nuevo Atalanta. Ten calma.

No sé a qué se refiere. ¿Atalanta? ¿Bienvenida? ¡Pero si estoy aquí!

Más personas pululan a mí alrededor, personas vestidas de blanco. Doctores o enfermeras.

Todo es tan extraño, porque yo me siento en perfecto estado. Nada me duele, de hecho, no siento nada.

No. Siento. Nada.

Vuelvo a intentar. No puedo hablar, no puedo moverme. Siento cuando me tocan, pero no puedo responder. ¿Qué está pasando?

—Doctora Hernández, su pulso se acelera —alguien habla a la rubia— no está respondiendo a los estímulos.

—Denle un momento, ha pasado mucho tiempo en esa cama.

¿Mucho tiempo?

Si esto es una especie de pesadilla quiero despertar ya, ya, ya. Quiero despertar y regresar a mi vida. Quiero hacer... ¿Qué hago? ¿Cuál es mi empleo? ¿Dónde vivo? ¿Quién soy? No. No, no, no. Dios esto no puede estar pasándome.

—Atalanta, tienes que calmarte —la rubia se dirige a mí— todos aquí queremos ayudarte, pero debes tener calma.

»Es normal que no puedas hablar o estés confundida, pero te prometo que vas a estar bien. Sólo déjanos hacer nuestro trabajo ¿De acuerdo?

Yo soy Atalanta.

Atalanta es mi nombre. No puedo contestarle y eso me asusta mucho. Ese nombre no me dice nada. No siento nada que me haga intuir si es correcto, de que sea mío. No siento reconocimiento al escucharlo.

Los médicos continúan haciendo lo suyo; agujas, cables y cosas que no comprendo.

—Señora Rivera, Atalanta. —La rubia que responde como doctora Hernández se dirige a mí de nuevo— ¿Puedes hablar?

No. Los sonidos no llegan a mi garganta.

—Intentemos otra cosa —continúa sonriendo—, trata de pestañear una vez para decir sí, y dos para no. ¿Puedes hacer eso por mí?

Eso sí que puedo.

Pestañeo solo una vez, lento y con mucho esfuerzo, aliviada de poder comunicarme con el mundo exterior de alguna manera.

—¡Muy bien señora Rivera! Lo está haciendo muy bien. Ya casi estamos. —La doctora Hernández es amable y sus manos se sienten reconfortantes en mi piel— Ahora quiero que me diga si siente esto.

No siento nada y me desespero. Pestañeo dos veces.

—Eso está muy bien, porque no estoy tocando nada.

Un pellizco. Siento un pellizco muy suave en la planta del pie.

—¿Sientes eso, Atalanta? —examina la doctora Hernández.

«Sí» Pestañeo.

—¿Dónde lo sentiste? ¿Fue en tu mano?

«No»

—¿Pierna?

«No»

—¿Pie acaso?

«Si»

—Lo haces de maravilla Atalanta. Ya casi estamos.

Durante la siguiente hora, Hernández continúa con el examen físico y haciéndome preguntas al azar. Para algunas tengo respuesta, pero con otras estoy en blanco. Enfermeros entran y salen, los oigo hablar con mi médico y puedo escuchar que se refieren a mi como señora Hale.

Soy Atalanta Rivera. No conozco mi edad, y no sé nada de mí.

Dios santo.

Estoy ansiosa otra vez y tengo mucho miedo. Estoy encerrada en mi propio cuerpo. Uno que desconozco por completo. Esto tiene que ser un mal sueño, una maldita pesadilla.

...

Cuando han acabado con todos los análisis, los médicos y enfermeras a mí alrededor se han ido. Creo que me he quedado sola, pero la doctora Hernández habla y se coloca en mi limitado ángulo de visión.

—Atalanta —se sienta a un lado de la cama y apoya su mano en la mía—. Supongo que estas confundida.

«Si»

—¿Recuerdas algo de lo ocurrido? —pregunta con amabilidad.

«No»

Espero que continúe, pero el silencio se prolonga. No deja de verme con gesto pesaroso.

—Tuviste una... una herida con arma de fuego. ¿Lo recuerdas?

Un disparo, recuerdo el sonido, el arma cayendo al suelo. Alguien me disparó.

«Si»

—Bien, seguiremos haciendo exámenes a lo largo del día. Ahora llamaremos a su familia.

Vamos doctora Hernández, siga preguntando.

La doctora se levanta de la cama y marca el botón para llamar a una enfermera, ésta no tarda en aparecer.

—Por favor, llama al Doctor Pérez. Pregunta si puede venir de inmediato que necesitamos tomografías, resonancias y otros exámenes para esta paciente.

La enfermera sale y Hernández se dirige de nuevo a mí;

—Señora Rivera, notificaremos a su familia de que ha despertado.

Quiero que siga preguntando, quiero que sepa que no tengo más recuerdos que el de un arma y un disparo. No puede ser que sea tan incompetente como para no preguntar esas cosas. Mi corazón se acelera y siento que me falta el aire cuando da la espalda y me deja sola. Necesito que alguien me ayude a entender quién soy, quiero acabar con esta pesadilla. Puntos negros aparecen frente a mis ojos y poco a poco pierdo la conciencia.

...

Despierto. Siento tibieza en el dorso de mi mano.

Abro los ojos y una mata de pelo oscuro y desordenado está en mi ángulo de visión. Alguien está durmiendo a mi lado en una silla, su cabeza está en la cama y una de sus manos sostiene la mía. A juzgar por su gran tamaño es un hombre, pero no puedo ver su rostro porque está girado hacia el otro lado.

Me siento muy nerviosa de repente.

Ese cabello.

Ese cabello lo reconoce mi mente. Sé que es suave y que huele a cítricos. Sé que pertenece a un hombre grande, fuerte y musculoso. Pero mi cabeza no puede hacer un recuerdo de su rostro ni de su voz ¿Cómo puede ser posible algo así? No reconozco nada de mi misma, pero ese cabello me es familiar.

Tengo mucho miedo.

Quiero que se vaya y no sé por qué. Mi mente está en blanco, pero mi cuerpo reconoce a esta persona.

Los aparatos a mi alrededor hacen ruidos, delatan mi inquietud. El hombre de cabello largo comienza a removerse y despertar de su sueño. Desbocado, mi corazón sigue latiendo como si hubiese corrido un maratón, haciendo que los monitores conectados a mí pierdan el control.

El desconocido levanta su rostro y sus ojos atrapan los míos. Ojos llenos de angustia, tan negros como una noche sin luna ni estrellas que por un momento brillan esperanzados, pero que de inmediato se vuelven tan amargos como la hiel y tan duros como el acero, llenos de rabia y rencor.

Y recuerdo...

Esos ojos, ese cabello... Ese hombre abalanzándose sobre mí para protegerme, recuerdo el miedo, recuerdo querer escapar por algún motivo, recuerdo el disparo y recuerdo caer al vacío.

Este hombre que aprieta mi mano tan fuerte tiene un vínculo conmigo... Quiero recordar todo y a la vez no quiero hacerlo. En ese instante llega una enfermera y él me suelta. La señorita lo aparta de mí y comienza a chequear los aparatos. Le mira con desconfianza y le dice algo antes de salir.

—Iré por la doctora Hernández, con permiso.

No quiero que me dejen ni un minuto sola con él, me pone nerviosa. Se ha situado en la pared más alejada de la habitación mientras la enfermera hacía lo suyo. Pero ahora que se ha ido, lentamente vuelve a mí.

Si fuera posible desaparecer en medio de las sabanas y el colchón, de seguro que yo lo habría hecho en este momento. Pero solo puedo languidecer inmóvil en este sitio, a merced de cualquier persona. Como una hoja llevada al viento, esperando que cualquier ráfaga decida que hacer conmigo.

¿Qué clase de vida me espera?

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top