Mū de Aries

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Se quitó la sagrada armadura de oro y esta regresó a su caja de pandora.

Mū salio de su templo e inspiró con fuerza el aire de la mañana. Junio arrancaba con su reglamentarios días libres. Un mes y algo que tenía permiso para abandonar su puesto en el santuario como guardián del primer templo, hasta ser llamado de nuevo para custodiar o para alguna misión. Todo claro con el debido permiso de Athena, quien además les dejo entre dicho que lo disfrutaran como un día normal como cualquier persona normal.

Se acomodó su bufanda roja sobre su ropa civil y bajo por las escaleras hasta salir de Santuario. En el camino se cruzó con saints que le devolvieron el saludo con mucho respecto. Mū se sintió un poco avergonzado aunque no lo exteriorizo; aunque ya contaba con diecinueve años, aun no se acostumbraba a que otros caballeros lo trataran con tan alta estima y respecto que la armadura doraba le había otorgado hace cuatro años; sin contar sus habilidades de herrero y gran control del cosmos.

Cuando llega al camino que le dirigía hacia el pueblo de Rodorio se detuvo y cruzó sin pensarlo hacia la arboleda a su izquierda.

Porque Mū no se dirigía hacia Rodorio cuando le tocaba sus días libres como sabía hacían algunos de sus compañeros.

Él se internaba en el bosque que estaba entre el Santuario y el pueblo, donde tomaba un sendero que lo guiaba hacia un pequeño claro. Donde había una reconfortarte cabaña. Lugar donde cerraba sus ojos y dormía, tan profundamente que cuando volvía abrir los ojos le quedaba poco tiempo para volver a su puesto como caballero dorado de Athena.

Por alguna razón, desde el tiempo que portaba su armadura dorada y le toco custodiar permanentemente su casa no había podido dormir. Porque aunque estas tuvieran estancias, desde que Mū se convirtió en el caballero de Aries nunca había logrado ni dormitar en su propio Templo. Y la razón de ello aun no la había encontrado.

Una suave sonrisa brotó en sus labios cuando llegó a la cabaña y la fresca brisa del claro revolvió sus cabellos, así como parte de su cómoda vestimenta.

Terminó por acercarse.

—Hola abuela. — saludó afable a la anciana que tejia en el porche de su cabaña.

—Mū, querido, meses sin vernos — habló la señora mayor. — ¿Frijoles con batata? Aun el caldo esta caliente.

Mū sonrío y se sentó a su lado, la señora no dejaba de tejer.

—Comeré de su delicioso plato de frijoles y luego tomaré una siesta en esa reconfortante hamaca que tiene aun costado de su cabaña.

—Me parece bien. — Y se levantó para servirle un cuenco con frijoles.

Era extraño y reconfortante a la vez su repentino lazo con la anciana. La conoció hace dos años, un día que cumplía con la vigilancia por el lugar. Lo primero que la sorprendió fue: que era descendiente del continente Mu como él, lo segundo; que tuviera un mes viviendo bajo un árbol.

Sintiendo lastima, Mū le invitó al santuario; que las saints femeninas le harían un lugar, pero ella no quiso alegando que ese lugar era reconfortante y le hacía bien a su vieja alma.

Mas tarde, Mū se encontró construyendo una pequeño hogar para ella, y cuando no podía, mandaba a algunos caballeros de bronce a terminar el trabajo.

Y ahora cada vez que tenía su par de días libres, iba a su cabaña, conversaban un rato; ya sea de sus antepasados, Jamir, o de la vida de Mū en el santuario como caballero y herrero, y luego dormía plácidamente en la hamaca que ella había tejido especialmente para él.

Mū miró su cuenco ahora vacío.

Le gustaba esa sensación de paz que la anciana le transmitía.

Y tambien, por alguna razón, cuando la conoció creyó que le era muy familiar, dejando aun lado el hecho de ser muvianos.

—¿Por qué vino a Grecia? — preguntó Mū, por mas extraño que fuera, en todo ese tiempo era la primera vez que le hacía una pregunta tan personal.

La señora no dejó de tejer en ningún momento.

—Quería encontrar a mi hijo.

Mū asintió y algo parecido al desasosiego lo envolvió.

—¿Quería convertirse en caballero?

Mū esperaba dijera que no, porque no recordaba ningún otro muviano en las filas, aparte de él. Lo que podría ser que estuviera muerto y le dolería decírselo a la anciana. Al menos que no fuera muviano; quizás un mestizo.

—No —respondió la anciana — Quería ser médico. Estaba fascinado a esta era moderna que estamos viviendo.

Mū sintió cierto alivio.

—¿Y lo logró?

—No — Y la anciana desde que llegó finalmente dejó las agujas y miró hacia sus manos con cierta desolación. — Desde que él tenía veinte no lo volví a ver, solo una vieja nota en que quería ir a Grecia, pero...no, no esta aquí.

Mū volvió a sentirse mal por la anciana.

—Le ayudaré a buscar — le informó y ella le miró sorprendida, luego alzó una mano y la acaricio el brazo.

—Querido, sos un caballero, tu deber es estar listo para la próxima Guerra Santa en vez de ayudar a una pobre anciana con problemas familiares.

Mū sabía tenía razón.

Miró hacia los dos arboles que sostenían la hamaca.

—No recuerdo nada de mis padres o si tuve abuelos — dijo de pronto — Entre mis cuatro o cinco años, solo recuerdo la cara de mi maestro Shion y la llegada al santuario.

—¿Te hubiera gustado conocerlos? — preguntó dulcemente la anciana.

Mū recordó que cuando era mas chico y aun entrenaba para ser caballero, sus compañeros mas elocuentes en algunas ocasiones hicieron la misma pregunta. Aiolos fue el único que al menos tuvo noción de como había sido el rostro de su madre; Aiolia, su hermano menor, no corrió con la misma suerte, debido a que su madre murió meses después de ser un recién nacido.

La única cara familiar era la de su hermano mayor. Ninguno otro había conocido a sus padres u otro familiar, o siquiera recordado algún minúsculo rasgo de como eran.

—¿Soy sincero? Al no tener ni un recuerdo de ellos, no puedo decir que anhele conocerlos, pero...si, puedo admitir que tengo curiosidad.

—Posiblemente te parezcas a tu madre — comentó la señora volviendo a tejer.

—¿Eso cree?

— Tenes rasgos muy finos y los ojos muy dulces — Mū sintió sus mejillas ruborizar de forma tenue.

—Me hubiera gustado conocerla ante — soltó el saint de Aries a lo que la señora parpadeo sorprendida— No sé, usted me transmite paz. Quien sabe, quizás nos topamos en Tíbet antes de mi yo bebé marchara a Grecia.

—Mū , querido, si... — la señora dejo de tejer y Mū observó que sus manos temblaban. Por reflejó tomó sus manos entre las suyas. — Si llegas a sobrevivir a esta guerra ¿me harías un favor?

—Claro, dígame.

—Quiero busques la felicidad.

Aquello extraño a Mū.

Mojó sus labios.

—Soy feliz como santo de Athena.

—Lo sé, pero no me refiero a esa felicidad que da el deber y servir a Athena.

Mū tardó en comprender, pero lo hizo. Sonrío tenuemente.

—Lo intentaré — susurró, apretando sus manos con cariño.

La señora asintió y siguio con su labor, Mū se levantó y estiró sus hombros. Cerro los ojos un momento. Sintió la brisa mecer sus cabellos de nuevo, así como las aves silbar y las hojas crujir. Era tan relajante, al punto de que lo hacían olvidarse o desconectarse de su misión en la vida, y disfrutar, como bien dijo Athena, no; Saori Kido, de ser una persona normal en un día normal.

—Iré a tomar esa siesta.

—Aquí te estaré esperando, querido Mū.

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Ingresando al fandom y necesito acostumbrarme a los personajes de Saint Seiya, y que mejor que escribir de ellos. Cabe aclarar que: esta serie de drabble se ubican en un universo alterno, es decir, los eventos del manga transcurren de manera diferente. Además que se ubican cuando los saint tienen días libres y dejan la armadura aun lado. Necesitaba, por alguna razón, escribir de ellos en cosas mas cotidianas o problemas internos que presenten, haber como queda!

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