Capítulo 5: Aftermath

—Para ser un lugar lleno de príncipes esta máquina es patética —murmuró Yuya para sus adentros. Estaba en la parte de atrás del alojamiento de los estudiantes. Era realmente un lugar desolado, era gris y plano. Apenas tenía la alegría del frente o adentro del edificio. Era feo. Pero aun así era mucho más agradable a la vista que las mejores calles de la Isla. Que ironía. La máquina en sí estaba llena. Y el de ojos rojos sospechaba que no era porque todos los días la rellenaran a primera hora de la mañana.

Sacó sus cosas del depósito y las miró. Eran un par de galletas saladas y un tarro de salchichas. Suspiró y se volvió hacia la puerta de entrada del edificio estudiantil. Allí estaba, olisqueando el suelo. Yuya se paralizó del miedo. Era un perro. Lo sabía por como su madre se los había descrito. Tenía pelaje negro por encima, pero debajo de su hocico y barriga tenía un pelaje color café. Sus patas también estaban manchadas entre negro y café. Su hocico era grande, al igual que su nariz y su boca estaba curveada hacia abajo. Llena de saliva. Un demonio. Uno de los grandes, uno de los que su madre llamaba Rottweilers. El de ojos rojos tragó saliva. Hasta el fondo y devuelta. Pensó en alguna manera de irse de ese lugar sin ser detectado por ese monstruo. Si salía hacia el bosque que había detrás de él, podía rodear todo el edificio e irse por el frente. Esa bestia no parecía tener ganas de irse a ninguna parte. Pero apenas dio un paso hacia atrás, el perro le miró con esos profundos ojos que tenía.

Y también Yugi abrió la puerta.

—¿Yuya? —preguntó al entrar. El perro no miró al nuevo, es más, ladró con fuerza y se fue a la carga por el de ojos rojos. Este, tembloroso salió corriendo con todas las cosas que tenía de comer en las manos. Había gastado su dinero en esas cosas, maldita sea, ¿cómo iba a dejarlas? Gritó fuertemente, con total pavor mientras corría hacia los bosques—¡Yuya, espera! —gritó el príncipe mientras hecha a correr junto a él.

La corrida fue más corta de lo que creía. Yuya se había subido a un árbol con tanta agilidad que a Yugi le dio miedo y allí se quedó diciéndole al perro que se fuera de allí. Este último había puesto sus dos patas sobre el tronco y le estaba ladrando con fuerza. Yuya lo único que hacía era subir más y más del árbol para alejarse de esa bestia. Era una situación un tanto loca.

—¡ALÉJATE DE MI! ¡DEMONIO! —el perro aulló, raspó con sus uñas el tronco y empezó a ladrar de nuevo. Yugi se acercó al perro haciendo algunos sonidos extraños. Cómo si estuviera chitando al perro con amabilidad. Poco a poco el animal se iba calmando y respondiendo al de ojos morados. Había pasado de bestia atemorizante a perro calmado y gruñón cuando se dirigía a Yuya—Así que eres más que una cara bonita...

—Tranquilo Yuya, es solo un perro que merodea por el campus. Normalmente no hace daño a menos que lo provoques —dijo mientras le acariciaba debajo del hocico con cariño. El perro simplemente se dejaba hacer.

—¡Eres un domador de bestias! —el Rottweiler gruñó.

—No, no, solo lo conozco desde hace tiempo —observó que Yuya no tenía intenciones de bajarse de ese árbol—. ¿Le tienes miedo a los perros?

—¡Mi madre dice que son unas bestias! —alegó aferrándose al tronco. Yugi le sonrió con confianza.

—Yuya, ¿alguna vez has visto a un perro de verdad? —le preguntó. Sabía que no había perros en la Isla de los Perdidos, era por cuestiones de higiene. No estaban seguros de que en verdad los Villanos pudieran cuidar bien de estos animales. Algunos nobles hasta especulaban que se los podrían comer si les daba hambre. Yugi no creía eso—Ven, deberías intentar con este. Ella es una buena chica.

—No lo parecía cuando me persiguió —negó. Yugi intentó darle confianza con su mirada y su sonrisa. Quería ayudarle, era hijo de Cruella de Vil, toda su vida había sido víctima de un montón de mentiras sobre los perros y ahora que se encontraba con uno no podía hacer nada amas que correr y sentirse atormentado por su idea de un perro. Tenía que ayudarlo.

—Seguro quería jugar contigo —le aseguró. El animal estaba tranquilo en su puesto. No había vuelto a tener ninguna respuesta negativa a Yuya ni siquiera un gruñido. Este último tomó aire y volvió a observar a la bestia. Era linda en realidad e intimidaría a cualquiera. Si la tuviera de aliada o compañera...

Bien. Solo porque quizá así podría quitarse a Yugo y Yuri de encima con sus repetidas bromas sobre perros.

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—Oh, Yuto —dijo la directora llamando la atención del de ojos grises. Este le dirigió la mirada, aseguró sus libros en la mano. Casi como si no quisiera que vieran mis títulos que cargaba—. Es bueno encontrarte aquí. En este lugar del conocimiento —le sonrió. Yuto la miró y asintió, como si no supiera que hacer.

—Buenos días —atinó a decir. El hada madrina le sonrió gratamente. Algo había hecho con él para que le saludara. Todos esos días en los que los obligó a pasar por la puerta otra vez solo para decir de nuevo buenos días al entrar habían valido la pena.

—Buenos días Yuto, pero que estés teniendo un magnífico día —su sonrisa pareció ensancharse—. Es un lindo fin de semana para leer.

—Supongo que lo es —dijo alzándose de hombros—, en la Isla todos los días son igual de grises, aquí todos son soleados.

—Es bueno variar un poco, ¿no crees? —le comentó. Yuto la examinó. No estaba seguro de porque se había acercado. Ella no era como el príncipe Yugi, lleno de preocupación por su bien estar, ella no parecía dar nada sin esperar algo a cambio. Cómo la clase de Bondad en sí. Sabía que como condición para entrar en la escuela le había exigido a Yugi que les pusiera esa clase. Era obvio. Quería verlos todos los días el mayor tiempo posible, solo para mantenerlos vigilados.

—Si tú lo dices —dijo si mucho ánimo. La directora dirigió su mirada hacia los libros que cargaba.

—¿Qué lees? —preguntó para cambiar de tema. Esa era la razón principal. Lo que la había acercado a él—Sigues con algo de curiosidad por la magia por lo que veo —observó. Yuto creyó que si le daba una respuesta cualquiera quizá sería mucho mejor. Quizá se la quitaría de encima.

—No hay mucho sobre ella en la Isla —agarró el libro que la directora había cogido de sus manos—. Me interesa saber más sobre ella. Eso es todo.

—¿Tú madre no te habló de su magia? —preguntó curiosa—¿De los hechizos que ella hacía? ¿De la maldición que conjuró para la bella durmiente?

—Más de una vez —confesó sin problema. El Hada madrina abrió un poco su boca en asombro.

—¿Acaso buscas hacer un hechizo como ese? —Yuto bufó. Esa señora estaba pensando más de la cuenta—¿Piensas maldecirnos a todos?

—¿Tiene miedo? —preguntó alzando una ceja. La directora cerró su boca y pensó—¿Tiene miedo de que vaya a hacer algo como mi madre ahora que estoy aquí? —ella pareció dar indicios de querer negar—¿Y qué le hace pensar que quiero hacerlo? No he hecho nada, ¿no? —Yuto supo, por la expresión de culpabilidad de la directora, que la tenía. Quería que ella se sintiera mal por juzgarlos, que pensará que ellos solo eran unos chicos raros que actuaban a la defensiva porque había personas como ella que creían mentiras sobre ellos—Tampoco me has hecho nada, ¿verdad?

—Lo siento Yuto, creo que he cometido una equivoca... —el aludido solo levantó un poco el mentón e hizo una mueca.

—Entonces no debería temer de mí. No ahora que no me ha hecho nada —dijo mientras se retiraba del lugar, con fingida molestia y pasando a propósito del lado de la directora sin tocarla siquiera.

Esperaba que sirviera de algo.

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—¡Todo fue culpa de Yuto! —exclamó Yugo cruzado de brazos. Yuri levantó una de sus perfectas cejas y lo miró acusadoramente—¡No me mires así!

—No me grites tampoco —le dijo con toda la elegancia que pudo—. Y conociéndote, no creo que haya sido culpa de él.

—¿¡Ah no!? ¡Él fue el que me puso en esa situación después de todo! —exclamó con sus manos moviéndose por todas partes. Avanzaban por los pasillos dirigiéndose a su dormitorio—¡Me dijo muy claramente que podía agarrarla, pero era mentira!

—Deja de gritar, pareces un loro desesperado por comida —rodó los ojos. Yugo bufó en respuesta—. Y Yuto la quería tanto como tú a ella, no se habrá saboteado a sí mismo.

—¡Yo soy un experto en el robo! —dijo Yugo soltando humo—¡No soy tonto! Confíe en Yuto para desactivar las malditas alarmas esas —refunfuñó. Yuri miraba hacia adelante con cierta indiferencia. Fue entonces cuando vio cruzando por la esquina a Atem. Levantó un poco las cejas y chitó a Yugo que tenía la atención en él—. Mi padre me dice lo mismo una y otra vez. "No confíes en nadie, no hay grupos, solo tú" debí hacerme más caso. ¿¡Cómo se le ocurre a Yuto fallar en algo tan estúpido!? ¡Nos costó...! ¡Agh! —tremendo golpe le había dado Yuri para que se callara. Se miraron mal. Si las miradas mataran ambos estarían ya a 3 metros bajo el suelo—¡¿A ti qué diablos te pasa!?

—Nunca te callas y luego te preguntas porque eres cabeza de coco —Yugo rodó los ojos. Odiaba los apodos.

—No me llames cabeza de coco, ¿quieres? —le bufó. Echaba humo de la rabia. Yuri seguía tranquilo y Atem se les acercó con cierto recelo.

—Buenos días —murmuró sin mucha gracia. Ambos se volvieron a mirarlo. Yugo asombrado y Yuri inexpresivo—, perdonen que les moleste, ¿han visto a Yugi?

Yuri se abstuvo de arrugar las cejas.

—Nope —soltó Yugo con simpleza—. Ninguno de los dos lo ha visto.

—Dijo que iba a visitarlos a sus dormitorios para ver cómo iba todo —informó Atem—, ¿no fue a los suyos?

—Venimos del baño —le dijo Yuri. Atem se puso algo más incómodo. El de ojos fucsias se preguntó si ya habría revisado en la habitación contigua. Quizá ellos habrían dicho que no había venido o cualquier cosa.

Antes de que Atem pudiera agregar otra cosa más. Escucharon las voces de dos personas muy conocidas entre ellos.

—¡Te dije que eran unas bestias! ¡Te lo advertí! —gritó una de ellas exasperado. Se oían apenas a un pasillo de distancia.

—Calma Yuya, ella debía de tener mucha hambre —le dijo Yugi con voz calmada y más tranquila. Atem fue siguiendo la vez para dar con el príncipe—. Además, podemos intentar con otras razas de perros, otras más amigables...

—¡Me obligas a ver otra de esas cosas y juro que te pateo! —exclamó exasperado. Los chicos de la Isla de los Perdidos se miraron entre sí—¡No volveré al lado de esas bestias!

—Yuya, tranquilo, tu primera impresión de los perros puede no haber sido la mejor, pero... —Yugi quiso apaciguar el daño. Hacía bien en intentar. Pero el de ojos rojos casi le habían mordido los dedos, lo habían tumbado y le habían robado un paquete de salchichas. No había forma de que quisiera volver a ver alguna de esas cosas en su vida.

—Pero nada, esas cosas están mejor sin mi —bufó y aparentemente manoteó al aire—. Yo cuido más mi vida si me alejo. Ahora pudo haber estado tranquilo, pero ¡quién sabe en qué momento nos va a succionar el alma!

—¿Eh? —Yugi arrugó su ceño y con ello su nariz—Yuya, eso no es algo...

—¿Qué pasó? —preguntó Atem al entrar.

—¡Una perra casi nos succiona el alma! —exclamó Yuya. Los dos príncipes se miraron—Y si me disculpan... aunque no me importa si no lo hacen, me voy.

—Pero Yuya, espera... —empezó Yugi. Pero el aludido ya se había ido.

Cuando el de ojos rojos estuvo a su vista, los chicos de la Isla de los Perdidos lo miraban con una expresión de gracia.

—¿Qué?

Tenía un aspecto terrible. Revolcado por todas partes, con pasto en el pelo, una ramita saliendo del mismo, sus ropas estaban totalmente desorganizadas. La presencia de su apariencia, la poca que tenía, estaba perdida.

—Te va a succionar el alma una perra —dijo Yuri sonriendo. Yugo se estaba aguantando sus carcajadas. Yuya bufó molesto. No miró a los ojos al responder.

—Al menos no es una como tu... —Yugo estalló en carcajadas y Yuri siguió mirándolo de la misma manera.

—No, no es como yo. Yo doy más miedo que una perra normal —dijo aún con una sonrisa en la cara—. Y yo soy una reina.

Las risas de Yugo se escucharon aún más fuertes. Yuri, aún con ganas de unírsele, únicamente se había cruzado de brazos. Yuya bufó de nuevo y se dirigió a si habitación. Esperaba que a Yuto se le hubiera ido el hambre. Porque él jamás iba a volver a esa máquina.

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—¿Se puede saber dónde estabas? —Yuri fue lo primero que se plantó en la cara de Yuto cuando volvió a la habitación a las 5 de la tarde. Pasaditas—Llevamos todo el día buscándote.

—¿Qué haces en mi cama? —Yuri bufó. Eso no respondía a su pregunta.

—Te pregunté primero —le dijo acercándose a él levantándose por fin de la comodidad de la cama que la cama del otro. Yuto le esquivó, le quitó importancia al chico y se dirigió a la cama de Yuya para hacer un movimiento de muñeca y sacar el libro de sus mangas—. Te estoy hablando.

—Tu no me has respondido —apuntó. Volviéndose a mirarlo—. Pero si tanto quieres saberlo, estuve en la biblioteca todo el día.

—¿Haciendo qué? —Yuri lo miraba curioso. Cuál gato a juguete nuevo.

—Investigando —dejó el libro sobre la cama del otro. No se volvió a Yuri, que parecía tener ganas de hacer un puchero. Simplemente se quedó mirando el libro durante un par de segundos y se volvió a la puerta—¿Dónde está Yuya?

—Con Yugo, buscándote —le dijo con voz desinteresada—. Yo me quedé a esperar a que te dignaras a volver.

—¿Puedo preguntar por qué? —preguntó mirándolo por fin. Podría jurar que Yuri estaba sonriendo mentalmente, todo en su expresión se lo decía y pedía a gritos. Pero él, fiel a su madre ni lo hacía. Lo que sea que su madre quisiera lograr evitándole las arrugas o lo que sea que fiera, Yuri se lo tomaba muy a pecho. Quería lograr todo lo que su madre quería y más, si le era posible. Casi como si de esa manera, ciertos temas delicados entre ellos fueran a serlo menos.

—Oh, pero si ya me estás preguntando —se acercó un poco más a Yuto. Tenía la intención de ponerle una mano en la mejilla. Casi de manera coqueta. Salvo que no lo hizo y se quedó mirándolo con ganas de hacerlo—. Pero bueno, Yugo y Yuya se pusieron como unas cabras cuando se enteraron de que nos llegaron dos cartas de la Isla —el de ojos grises levantó una ceja—. Me imagino que no la habrás recibido dado a tu... investigación.

—¿Cartas? ¿Enviaron cartas a la Isla? —casi murmuró. Yuri negó con la cabeza. Levantó su mano hacia el escritorio de la habitación. Yuto también miró.

—No —dijo en tono neutro. Muy internamente, Yuto sabía que mentía en algún sentido—. Llegaron dos. Una de mi querida madre. Otra de la tuya.

—¿Y debo asumir que no la abrieron porque son gentiles y las clases de Bondad han servido de algo? —Yuri contuvo una carcajada. Yuto casi río también. Esas clases no iban a servir de nada para ninguno de ellos.

—Bah, no —el de ojos fucsias miró detrás del de ojos grises, justo a su libro de hechizos—. Solo das más miedo que de costumbre.

—Perfecto —se dirigió al escritorio. Agarró la carta y mientras la abría, preguntó algo. No porque el silencio le incomodarse, sino que quería saber cómo iba a responder él—. ¿La tuya de qué trataba?

—Oh nada demasiado importante —le dijo mirándolo directamente. Sus ojos fucsias trataban de penetrar la gruesa capa de inexpresividad de Yuto para saber si lo sabía. Si sabía que era él el que había mandado una carta a su madre. Era bueno mintiendo. Solo que este chico en particular era perceptivo. Le tenía su respeto al mentir. Intentaba no hacerlo—. Tampoco relevante. O de tu interés...

Yuto terminó de abrirla y le levantó la mirada. Ambos ojos chocaron. Veneno contra fuego. No hubo ganador, tampoco esperaba ninguno que lo hubiera.

—Supongo que lo que hay en mi carta tampoco es de interés general —el hijo de la Reina Malvada le miró con cierto desprecio.

—A mí no me mires. Yo solo ayude a ese par de tontos porque si no iban a entrar en una histeria total —se alzó de hombros—. Creyeron que era demasiada coincidencia que llegaran dos cartas el día después de que falláramos. ¿No te digo que estaban como cabras? —Yuto dejó de prestarle atención para mirar y leer su correo. Se tardó un rato y no cambió de expresión tampoco. Cuando habló nuevamente, lo hizo sin levantar la mirada.

—¿Sabes cómo responder? —preguntó. Yuri se tomó un momento antes de responder así podía simular que lo pensaba.

—Yugi ha de saber —levantó los hombros—o Kaito. Él trajo las cartas en primer lugar.

—Bien —dijo por llenar espacio. Yuri casi sintió como lo echaba silenciosamente de la habitación.

—Ya que estamos al día tú y yo, y no queremos hablar de lo que nos dicen nuestras madres, supongo que eso puede ser todo —se dirigió hacia la puerta—. Nos vemos después, señor hada.

Yuto no le puso atención. Es más, ni siquiera se percató de cuando salió de la habitación. Bufó suavemente, arrugó la carta cuando la terminó de leer por quinta vez y con un hechizo hizo que ardiera en llamas verdes. Se quedó mirándola mientras se quemaba, se volvió ceniza. Apretó las cenizas en su mano y las botó en la papelera. Se limpió un poco el guante y se puso a pensar en una respuesta apropiada para su madre.

Ella no tenía que enterarse.

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Cuando había terminado de escribir su última palabra Yuya y Yugo entraron más bien apurados y nerviosos a la habitación. Yuto se volvió a verlos, esperando de mínimo una explicación. Su compañero de cuarto se aclaró la garganta. Lucían incómodos a la mirada del de ojos grises.

—Entonces... te enteraste de lo de las cartas, ¿verdad? —consultó antes de meter la pata. Yugo trató de portarse lo más serio posible. Pero en el fondo estaba tiritando de miedo. Miedo por su padre. Nunca le había fallado ninguna sola vez, y ahora por desobediencia suya habían perdido una gran oportunidad. Cuando había llegado, no se lo había tomado tan enserio. Pero Yuto lo único que había hecho era presionarlo para que ese robo fuera bueno, porque ellos habían salido de la Isla y los demás se habían quedado en ella. Porque ellos tenían el poder de cambiar muchas cosas y que, si las hacían bien, todos ellos cuatro serían reconocidos siempre como aquellos que salvaron a la Isla.

—En efecto —dijo tranquilo mientras doblaba la carta que le había escrito a su madre. Ambos lo veían expectantes—. No decía nada de lo de ayer —pareció que ambos respiraban por fin. Sin embargo, Yugo se tensionó apenas soltó todo el aire de sus pulmones.

—Pero, tú no irás a contarle, ¿verdad? —preguntó. Yuto no les dio el placer de calmarse del todo—¿Verdad?

—Mentir es algo natural de Yuri —dijo mientras ponía su hoja en el sobre y la sellaba—. No es cosa mía.

—¡¿Me estás jodiendo!? —exclamó Yugo bastante alterado. Cuando le pasaba, solía aludir menos a la lógica y más al "yo no fui"—¡Pero si todo esto es culpa tuya! —bufó. Yuto levantó una de sus cejas—¡Tú me dijiste que ya habías desactivado todo!

—También te dije que no siguieras porque había algo raro allí —se escudó cerrando del todo el sobre—. Tú ni me escuchaste.

—¡Podrías haber desactivado un cable erróneo!

—No —se levantó de su silla. Yuya se desplazó hacia sí cama para darles espacio de hablar—. Yo hice mi trabajo, organizamos esto por horas. Y yo me quedé despierto más de lo necesario para que saliera bien. La cosa es, que hubo algo imprevisto.

—¡Buena excusa esa!

—Yuya, el libro —gruñó. Estaba un par de grados más cerca de otro sentimiento, pero había en general poco movimiento en su postura.

—¡¿Eh!? ¡Ey! No soy tu sirviente para que me vengas a pedir cosas —se cruzó de brazos. Yuto no se inmutó. Lo miró sin mucho ánimo.

—No voy a decirte "por favor" si eso es lo que quieres —gruñó. Yugo estaba histérico.

—¡Eso no tiene nada que ver con lo que estamos hablando! —bufó molesto. Y Yuya casi lo podía ver humo saliendo de Yugo.

—Pásamelo —Yuto ni siquiera le puso cuidado. Yuya suspiró y accedió. Intentó agarrar el libro. Pero su mano se desvió involuntariamente. El hijo de Cruella parpadeó. Intentó volver a agarrarlo y su mano salió disparada hacia atrás.

—¡¿Ah!? —exclamó—¿Qué demonios?

—Es un hechizo de protección —explicó Yuto acercándose a la cama de Yuya. Este intentó de nuevo agarrarlo, pero salió disparado hacia tras de nuevo—, es creado para evitar que las pertenencias se roben de manera inadvertida.

—¿Existe algo así? —preguntó Yuya mirándolo. Yugo estaba rígido y pensante. Yuto agarró el libro sin problema.

—Desde tiempos inmemoriales —suspiró—. Su fuerza depende de la habilidad de su hechicero y hace que solo este pueda agarrarlo —miró a Yugo—. Por eso no pudiste agarrar la varita. Porque está con este hechizo. El hada madrina se toma muchas precauciones.

—O las tomó cuando llegamos —dijo Yuya, consciente de todas las veces que Kaito y algún otro chico los miraba. Directamente en algunas ocasiones. Eran muy evidentes y estaban allí para que no hicieran ninguna maldad o que si la hacían fueran pillados por un testigo. Todos los habían notado tarde o temprano. Y era molesto. Muy molesto.

—Es muy desconfiada de nosotros —dijo Yuto—. Esto nos dificultaba un poco las cosas, pero me imagino que esto ya es pasado —reflexionó—, tenemos que hacer que se relaje un poco y atacar después. Pero tenemos que encontrar alguna forma de romper este hechizo o que ella misma la use para robarla —suspiró botando aire por la nariz—. Y esto se nos sale de las manos —miró a Yugo e hizo énfasis en sus palabras—a todos nosotros.

—¿Entonces que es lo que dijiste en tu carta? —le preguntó siendo algo atrevido. Yuto apenas se inmutó.

—Lo suficiente —dijo seco. Yuya se aclaró la garganta y miró hacia otra parte.

—Bien, bien —el de ojos rojos fue al lado de Yugo. Yuto no tenía por qué temer, sabía exactamente que hechizos usar para defenderse y dejarlo KO en un abrir y cerrar de ojos—. Creo que eso es todo, ¿no? Ya arreglamos todo esto, ya sabemos que todos tenemos un lío por resolver...

—Y lo haremos, todos nosotros —remarcó Yuto. El aludido bufó, apretó los puños y se fue de la habitación. No vaya a ser que también haya embrujado esa carta con su hechizo. Ya no le importaba si su padre sen enteraba. Él no estaba allí para reclamárselo. No estaba ninguno de sus padres para decirle dos palabras. No estaba ninguno de ellos para decirle lo mal que lo habían hecho la noche anterior.

—Ustedes tienes que calmarse —suspiró Yuya—. Sé que no somos los super amigos, ¡pero no tenemos a nadie más! —exageró un poco sus gestos.

—No creo que necesitemos a nadie más —Yuto se alzó un poco de hombros—. Estamos bien los cuatro.

—Y nos tenemos que poder soportar todos cuando estamos uno frente al otro, ¿no? —suspiró—. Tenemos que quedarnos aquí por quien sabe cuanto más tiempo hasta conseguir esa varita —lo dijo algo dejadamente—y luego podemos odiarnos mutuamente otra vez, ¿no? Solo que, tendremos muchas coronas en nuestra cabeza y nada de perros a 2 kilómetros cerca.

—Yo no te odio —Yuto le confesó después de un momento de silencio—. Si a Yuri o Yugo.

—Yugo tampoco, solo está molesto ahora, ya se le pasará —sonrió un poco—, ya sabes como es el, se enoja por cualquier cosa. Hará berrinche y volverá. Aún tiene que estar seguro de tener un costal de papas para Tourney.

—Eres bueno en eso —Yuya tomó aire, Yuto casi tenía una sonrisa divertida en sus labios—. Además, caes al suelo cual costal de papas.

—Eres despreciable a veces.

Yuto casi no pensó para responder.

—Gracias.


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